Satur detective: El caso del joven moribundo

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Por Satur, 19.12.2005


Hace una tarde fría de diciembre. Escribo cerca de una chimenea que emana calor de encina (cuando escribo “emana” no me refiero a la ota ija de mi ápa y de mi áma, que conste). Enciendo una cachimba, para un detective la pipa es un apéndice más de la inteligencia, y leo una anéldota de San de Josemaría de Escrivá y de Balaguer y Albás que me desasosiega y que se relata del siguiente modo.

“Siendo sacerdote, en Madrid, se enteró de que un joven estaba enfermo de muerte en casa de su hermana: una casa de prostitución. Don Josemaría pidió permiso al Vicario general, y, acompañado por un amigo de edad avanzada, fue a hablar con ella: «Sé que sucede esto y quiero que este hombre muera con los Santos Sacramentos (...) Volveré mañana, pero les pido un favor: que, por amor de Dios, no se ofenda mañana al Señor en esta casa». La pobre mujer tenía fe y aseguró que se cumpliría la condición. Al día siguiente regresó y el moribundo se confesó, recibió la absolución y la Extremaunción y comulgó. Don Josemaría le asistió hasta el final“.

Demasiados puntos oscuros en este asunto del joven moribundo...

Vamos, siendo numerario, le digo al cura de mi casa no sólo que tengo un amiguete que se está muriendo en casa de su hermana que da la casualidad que es prostituta sino que, todavía más, no es ni siquiera mi amigo, es “un joven enfermo de muerte en casa de su hermana“. Y que, encima, la casa es una casa de putas…

Repaso la lista de innumerables sacerdotes que me acompañaron a lo largo de mis días en la opus y no encuentro ni uno solo capaz de acompañarme a semejante historia.

- ¿Cómorrrrr?, ¿en una casa de putas?.... ¿qué me dices, que hay que ir a una casa de putas para atender a un tío que se muere?... ¿Y de qué se está muriendo el chico, hein, de la filoxera?.
- Venga, hombre, que se lo consultamos al Vicario…
- ¿Al Vicario?, ¿al Vicario?... ¡¡¡cómo se lo digas al Vicario te pega un meco que ves a Sandía, el patrón de las veinticuatro horas, colegui, pim, pim, talento, que eres un talento.

Pero San Josemaría va. Le pide permiso al Vicario general y “acompañado de un amigo de edad avanzada”…

Quieto parao: ¿Edad avanzada?, ¿qué significa eso de “edad avanzada”: ¿noventa y seis años?, ¿ciento diecisiete años?... ¿un hombre mustio? ¿un higo de tío?, ¿de los que cuando nació no le trajo la cigüeña sino un pterodáctilo, y que de pequeño su papá no le llevaban a los caballitos sino a los dinosaurios? o quizás, Dios no lo quiera... ¿NO SERÍA EL QUE LE DIJO AL SANTO QUE EL JOVEN QUE ESTABA ALLÍ ERA SU HIJO, Y QUE LA PROSTRITRUTRA ERA SU HIJA?.

Bueno, creo que me he pasado varios pueblines, y es que he leído “la Sombra del Viento” y aún llevo el chute.

Total que van allí la Momia y San de Josemaría de Escrivá de Balaguer y Albás y hablan con la hermana.

Un momento. No tan rápido. Normalmente toda casa de prostitución la dirige una Madame de aspecto lamentable. Una mujer curtida, envejecida, con cara de alcahueta y alparcera. Acostumbran a ser tacañas, murrias y secas. Dice el texto que hablan con la hermana, pero si el chico moribundo era joven, suponemos que la hermana también lo sería, así pues la hermana trabajaría allí a tanto y la cama… y ellos, Hamurabi y San Josemaría, debieron tratar con la Madame, previa presentación de la samaritana del amor.

«Sé que sucede esto y quiero que este hombre muera con los Santos Sacramentos (...) Volveré mañana, pero les pido un favor: que, por amor de Dios, no se ofenda mañana al Señor en esta casa”.

Para el carro. ¿Por qué razón dice que vuelve mañana y no confiesa al joven en ese momento viendo que ella accede y que se le ve mujer con fe?. Pues, muy sencillo, porque aquello debía de estar hasta los topes de peña dale que te pego, pimba, pimba, y el hombre de avanzada edad sería una lechuga, pero oír oía, y ver veía. Mejor mañana, que estará la cosa más tranquila.

Al día siguiente regresó “ y el moribundo se confesó, recibió la absolución y la Extremaunción y comulgó“. Muy bien. Misión cumplida. Pero no acaba aquí la cosa, porque añade: Don Josemaría le asistió hasta el final

Oído cocina. No parece -la verdad que sería demasiada redonda la anéldota- que el joven muriese en ese instante. No; Don Josemaría le asistió hasta el final y, casi con toda seguridad, iría a visitarle algunos días. Y uno se pregunta: ¿siempre que iba no se ofendía al Señor en esa casa?; sabiendo como se sabe lo discreto, lo riguroso que era para estos asuntos, ¿cómo se atrevía a ir de sotana, con un amiguete de edad avanzada, y ser visto por el barrio que, muy pobablemente, sabría que en el tercero del número tal de la calle Ana Botieso existía la Casa de Madame Fulanita, ¿hein?.

Y uno se pregunta, si San Josemaría por aquellos años conocía a la Condesa de Nosecuantos, y a las Damas Apostólicas, y era capellán de Noséonde y tenía sus influencias, ¿por qué no le llebó (cómo diría Daniel) a un hospital, o a la casa del anciano de edad avanzada, o a su casa, o a una casa mugrienta que, por muy mugrienta que fuese, mejor sería que no andar agonizando entre ruidos de muelles de alcoba, jadeos de placer, chasquidos de latigazos, peña ladrando a cuatro patas y urcos cantando eso de “ DALE A TU CUELPO ALEGRÍA, MACARENAAAAA!!!”. No sé, demasiados flecos.

Sabemos que el moribundo murió bien, más o menos en paz. Pero, ¿qué fue de la Madame?... a uno le gusta pensar que de tanta visita al enfermo la señora cayó prendida del “caballero de avanzada edad”, tal vez viudo, y que rompió con su vida de pecado y reinició al atardecer de su vida un amor que pensó estaba vedado a mujeres como ella. Él, también solo y triste, que no se acordaba de él ni el ratoncito Pérez, que se sentía fuera de sitio en esos principios de siglo, e dijo que sí, que bueno, y juntos fueron lejos, muy lejos, al mismo lugar donde se escondió el pirata John Silver, el pirata de la pata de palo de la Isla del Tesoro…” De Silver no hemos vuelto a saber nada. Por fin ha desaparecido de mi vida aquel formidable marinero al que le faltaba una pierna, pero estoy seguro de que se reunió con su vieja negra y quizá siga viviendo cómodamente con ella y con el capitán Flint. [el loro] que grita: «¡Piezas de a ocho! ¡Piezas de a ocho!”

¿Y la hermana?. La hermana heredó el negocio, se hizo Madame, años después leyó en una biografía una historia de un joven moribundo y exclamó al reconocerse “¡ahí vaaaaaaa!, pero si salimos mi henmano y yo!”. Y se fue a Salsa Rosa a contarlo.

Y se LLEBÓ una pasta.


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