Sacerdocio como obediencia debida

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Por Pinsapo, 10/02/2020

Hace poco Hormiguita se preguntaba cuántos de los numerarios que se ordenan sacerdotes tras pasar por el Colegio Romano, lo hacen por iniciativa propia, y cuantos lo hacen tan sólo porque se lo han pedido. Y empecé a elaborar una respuesta que, como todo en la Obra, no es nada sencilla. Se trata de desbrozar un proceso alambicado, sutil y rebuscado. El destino del numerario que llega a Roma es similar al de los encierros de ganado bravo que, pese a parecer discurrir con brío y arrojo, de forma irremisible transita encajonado por un itinerario de callejas cuyo único final es la plaza de toros, lugar donde la suerte está ya echada, salvo excepcional indulto en rarísimos casos.

La contradicción comienza cuando muy pronto, pues del adolescente que solicita la admisión como numerario, los directores deben constatar (y dejar por escrito) la firme voluntad del aspirante de renunciar al sacerdocio, reforzando con este rechazo el abrazo de la condición laical...

De forma simultánea, el aspirante recibe charlas y meditaciones que van esculpiendo el buen espíritu del numerario entregado, donde se resalta que incluye la disposición a ordenarse si el Padre se lo pide. Si entrego a Dios mi vida, ¿cómo negarme a tal petición? Aunque se concluye que: “eso sí, con absoluta libertad.” Se graba a fuego que si uno apuesta por la entrega total, qué más da que sea como laico, como sacerdote, como director o dedicado a tareas internas: lo importante no es la condición sacerdotal, sino acatar el deseo de los directores.

QUIÉN LO DECIDE

Evocaba Hormiguita un escrito donde se detallaba el proceso establecido para manifestar la voluntad del alumno del Colegio Romano de ser sacerdote. Aunque no recordaba al autor, se refería a un escrito de Haenobarbo de 2009, de la serie de recuerdos sobre el sacerdocio, donde detallaba el vidrioso proceso. Relataba cómo en su país le dieron una semana de plazo para dejar su trabajo y marcharse al Colegio Romano para un proceso de formación intenso, sin mencionarse nada del sacerdocio. Al poco de llegar allí, observa que al terminar las tertulias con el Padre, algunos alumnos se acercaban a un rincón para comentar a solas con él. Inocente preguntó qué había que hacer para tener ese enchufe. Le dicen que eso lo hacen los alumnos que así manifiestan su disposición a ordenarse: “es bueno hacerlo, pero no obligado.”

Pese a esto, tras la tertulia del Padre de la semana siguiente, su director se le aproxima y le dice que todavía no le había visto acercarse para hablarle a solas, que “era de mal espíritu demorar hacerlo, pues al Padre le da mucha alegría saber de esa disposición.” A la semana siguiente tras la tertulia, pide al Padre hablar a solas en el rincón, y los demás se hacen los tontos mirando hacia otro lado. El candidato cumple lo prometido y contesta el Padre que lo agradece, pero le recuerda que el motivo de estar allí es sólo para formarse, no ser sacerdote, que llegado el momento “ya se vería”. Eso sí, hasta ese último momento sería “absolutamente libre.”

Todos los que allí estaban sabían de lo que el alumno estaba hablando con el Padre, porque casi todos ya lo habían hecho. Sin embargo, a nadie se le ocurrió hacer ningún comentario al respecto: es algo de lo que no se habla jamás. Ningún alumno menciona qué se ha hablado ni de qué.

En la Obra la disimulación es una de las primeras cosas que se aprenden. Explica Haenobarbo que no todo acabó aquí, pues esa noche, antes de la tertulia, le llamó el director de su grupo de Cavabianca y le preguntó “si no tenía nada que decirle.” Le contesta que no, y el director le mira con sonrisa burlona y le dice: “¿pero, has hablado con el Padre?” Le dice que sí, como habían acordado. Sigue: “¿no te parece que eso es algo que debes decírselo al Director?” Y desesperado el candidato: “pues no, tenía entendido que las cosas que se hablan con el Padre, no hay que decírselas a nadie...” Al final, recula el director diciendo que no quiere saber de lo que hablaron, “sino simplemente saber que has hablado con él...”

Este alumno reconoce su tozudez cuando la lógica no aparece, por lo que se atrevió a decirle: “mira, la semana pasada viste que no había hablado con el Padre; hoy has visto que he hablado, así que he pensado que no sería necesario decírtelo, pero bueno, te lo digo ahora: hablé con el Padre.” La charla terminó con la indicación de que sin pérdida de tiempo, debía escribir una carta al Padre, diciéndole lo mismo que le había dicho por la mañana. El proceso finaliza con otra de las obsesiones marca de la casa: la necesidad de ponerlo todo por escrito.

CUÁNDO SE DECIDE

Entiende Gervasio que el sacerdocio es la culminación del éxito vocacional del numerario, y que más que vocaciones tardías, se trata de vocaciones secretas. Cuenta cómo en la mayoría de los casos el sacerdocio es una meta a la que se llega como resultado de un progresivo abandono y desinterés por desarrollar una tarea profesional, fomentado desde arriba, pues interesa más un director de centro y en general gente dedicada a tareas internas: prima más que cualquier exigencia profesional, pues según los estatutos, el numerario queda definido como el célibe con máxima disponibilidad para los cargos de formación y las labores apostólicas, la cual incluye estar dispuesto a ser sacerdote con la mera llamada del Padre.

Según Gervasio la preparación de los numerarios para el sacerdocio se lleva con tanto sigilo que ni el propio interesado se da cuenta de que está siendo encaminado hacia ello. En vez de ser animado en su carrera profesional según sus aptitudes y habilidades, se le interna en el laberinto de las labores apostólicas y los estudios teológicos, siendo impulsado de forma constante a que traiga compañeros a la meditación semanal, al retiro mensual, a tener dirección espiritual o a hablar con el cura. Tras unos años con esta dinámica, lo que resulta más natural en el interesado es pensar que quien mejor que él para dar la meditación semanal, el retiro mensual, y que le traigan gente para impartirles dirección espiritual.

Algunos como Bienvenido afirman la nulidad de la ordenación sacerdotal por falta del elemento esencial de tener el candidato un preciso y especial llamamiento por parte de Dios, lo cual es casi imposible en el numerario, que cumple sin problemas los otros dos requisitos esenciales: idoneidad y llamamiento por su superior. Y ello por entender el sacerdocio como función asignada desde fuera, en lugar de vocación surgida del interior. En su apoyo cita la frase del Fundador que recoge el libro de Meditaciones V, pág. 79: “para nosotros el sacerdocio es una circunstancia, un accidente, porque la vocación de sacerdotes y laicos es la misma”. Los numerarios cuando se ordenan, tan solo “cambian de trabajo profesional”, es decir, se empeñarán en hacer con perfección las tareas de su ministerio y así “santificar el trabajo profesional de sacerdote.”

En la misma línea Doserra concluye que los numerarios llegan a ser sacerdotes en virtud de la obediencia debida y no de una llamada divina sentida en su interior, en su alma. Para los célibes de la Obra obedecer al Prelado equivale a obedecer a Dios, por lo que cuando llama a un candidato concreto al sacerdocio puede presentarse como un deber, con lo que se resiente la libertad que la Iglesia desea para quien pide recibir el sacramento del orden.

CÓMO SE DECIDE

El proceso por el que decide un numerario ordenarse sacerdote, parece muy condicionado por factores externos, por lo que Rampsall entiende que en la Obra no existe una verdadera vocación sacerdotal, al ser un carisma esencialmente laical, lo cual no ocurre en las órdenes religiosas. Afirma que los numerarios se hacen sacerdotes por la mera designación del superior, preparándolos durante años para que estén en condiciones de no oponerse a tal petición, con un camino espiritual en que prima la docilidad al superior (el que piensa pierde), y no la existencia o no de inclinación propia al sacerdocio. La voluntad de Dios viene siempre por los directores (conducto reglamentario) y solo es de buen espíritu seguir fielmente todas sus sugerencias. Y a ello coadyuva el presentar el sacerdocio como un modo peculiar de servir en la Obra, no tanto como una vocación con entidad propia en el seno de la Iglesia. Por ello concluye que el sacerdocio carece de sentido al margen de la Obra, y por ello la institución no desea que los sacerdotes numerarios se excardinen a otra diócesis y prefiere que abandonen el sacerdocio, a fin de no poner al descubierto esta desfiguración de la función sacerdotal en la Iglesia.

Contra estas conclusiones se ha manifestado Josef Knecht, explicando que el criterio de selección en la Obra no se distingue del empleado por otras órdenes religiosas, en las que el Superior va llamando al sacerdocio a candidatos hermanos legos (laicos). Proponer el sacerdocio a un varón célibe y católico practicante no es nada raro, y máxime si unos años antes ha llevado una vida de servicio a la Iglesia que con el tiempo hace lo más razonable adoptar tal decisión. Lo que en realidad pretende la Obra cuando exige que los aspirantes nunca hayan pensado en ser sacerdotes, tan solo lo hace porque aspira a ostentar el control total, en el sentido de evitar que esa persona haya recibido influencias de otros padres espirituales o tenido experiencias próximas a la vida clerical, a fin de evitar comparaciones con otras espiritualidades diferentes, que abonarían el espíritu crítico.

Ante ello replicó Zartán que la casuística es muy variada y no cabe generalizar sin matices, los cuales muestran cómo muchas veces los directores pueden llegar a presionar o a forzar situaciones para que un numerario con dudas se decida finalmente a ser sacerdote. Cierto que hay algunos que están deseando que les llamen al sacerdocio, pero también hay otros que no lo desearon, y acabaron enfrentándose a un reto como el siguiente: “tu hermano numerario murió y tú tienes que ocupar su puesto, pues él se hubiera ordenado.”

DÓNDE SE EJERCE

El sacerdote numerario es la espina dorsal de la Prelatura: es el que ejerce el gobierno a todas las escalas funcionando con total autonomía y nula comunicación, tan sólo tienen el nexo formal de esta figura. En todos los consejos locales hay un sacerdote numerario: en todos los centros y en todas las sedes de gobierno central, nacionales y regionales. En los primeros formalmente mandan los laicos, pero en las segundas estructuras la jefatura la ostentan siempre estos sacerdotes.

Debemos fijarnos ahora en la labor pastoral del sacerdote numerario: la desarrolla principalmente en centros y labores apostólicas de la Obra, con personas de la obra y las que estas logran atraer. Hay otra pequeña parte que dedica parte de su tiempo a la confesión en iglesias públicas, lugares donde contactan con personas que pueden no pertenecer a un círculo endogámico más dócil, y se enfrentan con la cruda realidad. Ahí se manifiesta en muchos una nulidad muy particular, la pastoral.

He conocido de primera mano testimonios de personas ajenas a la Obra desencantadas con el trato recibido por algunos sacerdotes numerarios en el confesionario, que se toman al pie de la letra lo del Tribunal de la confesión y suelen comportarse como severos jueces. Quejas por la rudeza y escaso tacto, alejados de la pastoral de la misericordia, por no mostrar empatía ni positividad con el penitente. Cuando se muestran como si fueran ellos dioses ofendidos: riñen al penitente, le reprochan que no se confiese más, recriminan la escasa compunción por sus pecados. No escuchan, no respetan su dolor. Esa trabajada habilidad de hacer sentirse peor a las personas.

No dan importancia al pesar del penitente por cuestiones sociales, económicas o incluso crisis matrimoniales o familiares, centrándose en su enfermiza obsesión por el sexto mandamiento. Se detienen en disquisiciones tan especiosas y bizantinas como la distinguir entre la masturbación solitaria en los casados, que afirman es de mayor gravedad que la de los solteros. No entienden que el penitente lo que quiere es confesar sus pecados y con calzador preguntan sobre cuestiones ajenas a la materia de confesión, indagando sobre la vida del penitente e invadiendo su intimidad, tratándose de erigirse en directores espirituales de personas que no acuden allí para eso. Otra seña de identidad es la del número de oraciones impuestas como penitencia: 5 padrenuestros, 3 salves, un rosario. La costumbre de contabilizarlo todo y la convicción de estar así contentando a ese severo Dios que más se alegra cuanto mayor es la penitencia impuesta.

Todo ello contrasta con la grata experiencia de confesarse con sacerdotes carmelitas, capuchinos o diocesanos; donde el antiguo numerario experimenta con gozo lo bien que sientan las pautas de San Francisco de Asís, en su Carta a un Ministro del año 1222, sobre posibles debilidades de sus frailes: “que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiere pecado, se aleje jamás de ti después de haber contemplado tus ojos sin haber obtenido tu misericordia, si es que la busca. Y si no la busca, pregúntale tú si la quiere. Y, si mil veces volviere a pecar ante tus propios ojos, ámale más que a mí, para atraerlo al Señor; y compadécete siempre por tales.” Es algo esencial y no se trata por tanto de ninguna novedad impuesta por el Papa Francisco, pues también decía San Juan Pablo II en la Encíclica Dives in misericordia de 1980 que “la autoridad está llamada a desarrollar una pedagogía del perdón y la misericordia, a ser instrumento del amor de Dios que acoge, corrige y da siempre una nueva oportunidad al hermano que yerra y cae en pecado.”

Hace más de dos mil años el sabio griego Jenofonte concluyó que la obediencia voluntaria siempre es mejor que la forzada, dándonos motivos para asumirlo el filósofo colombiano Gutiérrez Zambrano al afirmar que “la obediencia ciega es tan peligrosa como la desobediencia.” Y hay decisiones vitales y espirituales tan trascendentes como la de casarse con una persona o la de ordenarse sacerdote (sacramentos que determinan el curso de toda una vida), que el Derecho ha regulado al detalle las graves consecuencias de una voluntad viciada, siendo en estas dos decisivas decisiones de plena aplicación la recomendación de Paulo Coelho: “Hay momentos en los que Dios exige obediencia, pero hay momentos en los que desea probar nuestra voluntad y nos desafía a entender su amor.”

PINSAPO


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