Recuperación, el enorme clóset del tercer piso

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Por Gómez, 9 de julio de 2007


Bogotá, 1969.

Jiménez llega a Hontanar, su nueva casa.

Llega con catorce pañuelos, catorce camisetas, catorce calzoncillos, catorce camisas, catorce pares de calcetines, pero apenas dos o tres trajes de paño. Todo va directamente a su nuevo clóset. Nada de ello tiene que pasar por Dirección, en adelante cualquier cosa que reciba Jiménez tendrá que pasar por Dirección. Hay que ir a decirle al Director “me obsequiaron esta camisa”, “me regalaron estos zapatos”, “me dieron esta corbata”, y todo irá a Recuperación, un enorme clóset del tercer piso, donde hay ropa para que en algún momento la use alguien que la necesite, pues Jiménez ya no necesitará nada más que aquello con lo que llegó. Cuando algo se le dañe, cuando se le abra un hueco a la altura del dedo gordo del pie derecho al calcetín, cuando la camiseta ya no dé más de sí, la Administración la reemplazará.

Jiménez comienza así su nueva vida. Terminó bachillerato el año pasado y ahora está comenzando sus estudios de Arquitectura en la Universidad Javeriana, la universidad de los jesuitas. No hay ningún problema en que él y otros numerarios estudien en la universidad de los jesuitas. En ella está la flor y nata del país. Jiménez va a la universidad y regresa a participar en los medios de formación, lleva a sus amigos para hacer apostolado, va formando con ellos el núcleo de su futuro círculo de san Rafael, hace sus normas, y después de la cena diaria y de la tertulia, llega a las ocho de la noche a su clase de Lógica, una de las materias del bienio filosófico. No entiende nada, porque a esa hora está más dormido que despierto. Lo mismo les sucede a los otros dieciséis alumnos del Centro de Estudios. Lo mismo le sucede profesor. Aun así, obtiene magna cum laude, porque después, en momentos de mayor lucidez, estudia en copias al carbón los apuntes de Luis Borobio, y va enterándose al menos de qué es un silogismo y logra hasta diferenciarlo de un sofisma.

Jiménez cumple sus diecisiete años y va a casa de sus papás a que se lo celebren. Como todos los años, su papá le obsequia un traje de paño, que le ha costado gran sacrificio, pues debe hacer lo mismo con sus otros ocho hijos, y no es más que un pobre empleado que pronto entrará en régimen de jubilación. Jiménez lo agradece e intenta no mirarlo mucho, no apreciarlo mucho, no apegarse a él. Sabe que irá derecho a Recuperación. Jiménez sopla las diecisiete velas del ponqué (palabra bogotana derivada del inglés pound cake), sonríe, recibe abrazos y regresa a Hontanar con su paquete. Llega, golpea las losas del oratorio con su rodilla derecha, para saludar al Santísimo, y se dirige sin vacilar a Dirección, donde le informa al Director que ese traje de paño es el regalo de cumpleaños de sus papás.

“Llévalo a Recuperación”, ordena el Director, y Jiménez obedece.

Allá queda colgado el traje de paño, hecho a la medida, perfectamente cosido por un veterano sastre ecuatoriano. Queda al lado de calzoncillos viejos, camisas raídas y zapatos desechados. Jiménez lo ve con frecuencia, porque da la casualidad de que Jiménez, entre sus varios encargos, es el encargado de Recuperación. Ahí está y ahí se queda.

A lo largo del año Jiménez tiene la oportunidad de ver unas cuantas veces a un sastre que llega a Dirección, toma las medidas del Director y le va llevando en sucesivos días trajes de paño inglés raya de tiza que el Director comienza a usar a diario. Jiménez entiende que esos trajes no deben ir a Recuperación, porque no son obsequio del padre del Director, sino encargos directos que seguramente él o el centro o la Comisión Regional irá pagando. Además, entiende que un Director tan importante, que además de Director del Centro de Estudios es Vocal de San Miguel, debe estar muy bien trajeado. ¡Ni más faltaba!

Jiménez va cada semana a visitar a su familia, en realidad a su mamá, que es la que lo espera los miércoles a la hora de la comida. Departe con ella, con una gravedad que no tienen los otros hijos de la abnegada mujer. A veces hasta la reconviene por comprar alguna revista inapropiada para un hogar cristiano. Alguna vez hasta le rompe en sus narices el ejemplar de la revista de turno, porque la bendita revista publicó alguna verdad, que para él es una mentira, sobre la Iglesia o sobre el Opus Dei. La mamá comprende que el hijo esté asimilando en profundidad las más ortodoxas instrucciones católicas. Entiende que peque por exageración. Y le pregunta de vez en cuando “¿y qué hubo del vestido, mijo? Nunca se lo he visto”. Jiménez siempre le inventa alguna disculpa, como que justo los días que va a verla no ha coincidido con que le toque ponerse el vestido.

Jiménez también ve que LM, compañero de Centro de Estudios proveniente de una próspera familia de Medellín, regresa un buen día de visitar su casa paterna, con siete trajes de paño confeccionados para el frío de Bogotá y hechos a la medida de su corpulencia única. Esos trajes nunca pasan por Recuperación. Con esa talla no le podrían servir a nadie más. Jiménez alcanza a pensar en situaciones privilegiadas o en excepciones, pero prefiere no pensar, que es la mejor manera de no complicarse la vida.

Al terminar el año, un recién pitado recibe el encargo de ayudar al encargado de Recuperación a poner todo en orden. El recién pitado llega con ínfulas de experto organizador y comienza por decir que el traje aquel se puede regalar a los pobres, pues nadie en Bogotá va a usar un traje habano, que eso es para tierra caliente. Jiménez lo detiene. No. No. No. Un momento. Ese traje le puede servir a alguien cuando comience la labor en Cali o en Barranquilla, que son ciudades de tierra caliente. El recién pitado queda convencido, le hace caso a Jiménez y continúa con su ímpetu organizativo. El traje se salva.

Al año y medio, Jiménez es destinado a su centro de origen, en calidad de miembro del consejo local. El Director le dice que, antes de partir, se pase por Recuperación para abastecerse de lo que le haga falta, y él, por fin, año y medio después, sale muy orondo con su vestido nuevo. ¡Sí, señor! A los pocos días pasará por la casa de sus papás ataviado con el traje que nunca coincidía con sus días de visita y lo mostrará con gesto de ya estoy aburrido de usarlo, pero la mamá, que no nació ayer, observará que su hijo está estrenando el vestido y no le dirá nada, pues cree que son cosas de Dios.



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