Quién me ha visto y quién me ve!

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Autor: Satur, el 30 de enero de 2004

Esta serie de “¡Quién me ha visto y quién me ve!” trata de ser un aviso a navegantes. Que nadie pueda decir al dejar la obra “¡ay, por qué no me advirtieron de donde me iba a meter!”. Como la canción, cuando nos sucedan cosas parecidas a las que aquí se relatan, podremos decir “¡¡¡Ya lo sabíííííaaa, ya lo sabííííííaaaa!!!”. Cosas parecidas... o peores. (El autor)


Entré en el Opus

Entré en el Opus a los dieciséis años. Era un chico ingenuo, desenfadado, divertido y no muy listo; a la falta de luces se le unía una imaginación desbordada y una pereza cementosa. O sea, de esos que el profe le dice a la madre “es listo, lo que pasa es que no se esfuerza”. Pues de listo, nada: una cabeza media, y un vaguete de tomo y lomo. Pero simpatiquillo.

¡Ay, qué recuerdos!. Me fui al centro de estudios. La verdad es que si no llego a ser del opus dei mi vida hubiese ido por derroteros muy chungos; ya me explicaré. Quizás hubiese terminado la carrera, pero jamás hubiese accedido a una vida cinco estrellas... ¡Jolines qué vida me he pegado!, y ahora me arrepiento, pero es que no sabes lo pobre que eres hasta que dejas de tener lo que poseías de modo habitual, entonces te das cuenta y dices “¡¡¡mecachis la maaaar, cómo he vivido!!!”.

Hice una carrera de esas normalitas, de las de letras para cortitos (ya saben, Historia, Pedagogía, Periodismo, Psicología... una de esas). Al terminar la opus me dio trabajo en un colegio de niños tipo A y, ¡hala!, a pasármelo guapamente: mis clases, mis convivencias, mis excursiones. Casas de primera, coches de padres de alumnos de primera (los coches – y los padres también), ambientes divertidos, hight level. Fueron años estupendos: Roma, Inglaterra, cursos anuales en media España (en casas fantásticas, parajes de ensueño) esquí, montaña,mar... la berza.

Después me enviaron a atender supernumerarios. Centros de mayores, el rien de rien. Mi habitación con su cama de matrimonio, con su mesa despacho, su baño completo, su sillón con orejeras, mis libros, mi ordenador, mi pequeño mundo secreto e incomunicable. Casas en las mejores zonas de todas las ciudades que viví; un servicio de la administración en plan “Los Marquesos de la Table Ronde"”: todo servido, todo planchadín, la habitación limpina y recogida. Sala de estar chulimangui; silencio, paz, recogimiento. Tus hermanos, con esos pactos de silencio que se respetan: tu a tu bola y yo a la mía. Buen rollete. Tertulias de la noche (por la tarde estaba en el colegio) distinguidas y relajadas.

Atendías a tu grupo de supernumerarios en el círculo semanal , una horita, recibías su charla cada quince días (el que la hacía) y a vivir. Tus excursiones, tus planes top ten, tus esquiadas... Atendías convivencias, retiros y asistías a tu curso anual en lugares paradisíacos que un modesto profesor como yo jamás hubiese podido ir de no ser del opus (¡7000 pesetas diarias!): Castelldaura, El Llendón (¡qué maravilla!), Valparaíso, Solavieya, Can Nadal, La Solana, La Masada (conocida como La Pasada), Molinoviejo, las del País Vasco, las Navarras... ¡¡¡Eso era vida!!!. Tu mountike bike, tu piscinita, tu frontón, tus jardines, ¡qué nivel!. Una maravilla. Y Dios contigo, en tu alma en gracia: Soy tuyo, para ti nací, dime Jesús ¿qué quieres de mi?. Y a la cena fría en la piscina, tu peliculilla en el jardín, tus risas y tus canciones. “Gratias tibi, Deus, gratias tibi”. “En tus manos abandono lo pasado, lo presente y lo futuro...”.

¡Qué tiempos!. Eso era vivir como un manguta. ¿Te molestaba alguien?, pues nada, sacabas el Rosario y a pasear por el jardín, o por los nobles pasillos. Rezar el Rosario en el opus es uno de los mejores métodos para que nadie se meta contigo. ¿Se te acercaba el brasa de turno?, sacabas el Rosario y, venga, a pasear.

Y ahora, después de 27 años dentro, y una vez fuera, caigo en la cuenta. ¡¡¡Ayyyy, qué desgraciado soy!!! Me casé con una chica de clase media, tipo B; su familia tiene una casa en un pueblo de Guadalajara que, bueno, ahora han descubierto la rueda y parece que el neolítico ya avanza y se abre camino, aunque creo que su lengua (es prerrománica) hace difícil que arraiguen costumbres occidentales. Allí paso los veranos, con mis cuñados y una tropa que “desdice del lugar y posición que ocupo”. Que ocupaba. Vivo en la calle Sub Comandante Marcos, nº 13- 23, escalera F, 7º Y. Ya nada es igual; mire por donde mire, a mi alrededor todo es miseria. Ni siquiera un sillón con orejeras. Tengo un Ibiza que comparto con mi mujer, y no se me ocurre pedir un coche a ningún pariente o amigo ni harto de vino. Hago la compra los sábados; incluso me hago la cama (¡quién me ha visto y quién me ve!). Si llaman a la puerta tengo que abrir yo mismo, ¡el colmo!.

Si el charcos de mi cuñado me da la paliza no puedo sacar el rosario y decir “voy a rezar una parte”. “ “Una de qué de lo qué, éh?” – me contestaría. “Una parte” -, le repetiría con angelical rostro. “¿Una parte?... ¿una parte de qué trozo?, ¿eh?”. Y yo, “pues del Rosario”. Y él, pegándose con el índice en la sien, “tú, qué pasa, ¿estás bien, colega? ¿qué te vas a rezar un Rosario ahora”... ¿Se te aparece, eh?”.

Estoy fatal. Últimamente como en manga corta. Sí, ya lo sé, pero me estoy abandonando. Y, lo que es peor, nadie quiere escucharme; nada, ni una charlita sobre Los diez minutos de lectura espiritual, ni un triste comentario del evangelio. Ni siquiera mi suegra, que va a Misa los domingos. Antes cuando daba una charla hasta había tíos que tomaban notas en una agenda; para que luego digan de uno.

No sé. Si algún numerario/a está pensando en dejarlo, que se lo piense bien. Aprended de mi; ¡escarnentad en cabeza ajena!... mira que terminarás tus días no sólo comiendo en manga corta, sino –Dios mío que no me suceda jamás- cruzando las piennas en alguna reunión.

¡Cuánto recuerdo ahora, qué añoranzas, aquel que en una penícula de nuestro Fundador en Argentina le pedía con voz entrecortada: ¡¡¡Mímeme; Padre!!!. Pues eso, así estoy; si viera al Prelado un día me abrazaría a sus rodillas y le exclamaría “¡¡¡MÍMEME, MÍMEME!!!”.

¡Ay, Señor, quién me ha visto y quién me ve!

Después de lo escrito

Después de lo escrito en el capítulo anterior, si todavía queda alguno dispuesto a dejar la opus, debe de saber más cosas. La primera de ellas es que siempre será del opus, lo quiera o no; deja huella, imprime carácter, queda uno tatuado de por vida, grabado a fuego en la piel de su alma. Por muy en secreto que uno lo quiera llevar, por más que disfrace su nueva vida, el pasado volverá en el momento que menos lo pienses, como “ladrón en la noche” que decía Ramón y Cajal, creo.

Una tarde estaba charlando con el que iba a ser mi actual cuñado, un tipo que admiro por su extraña habilidad para poder hacer simultáneamente cosas como ver una penícula de vídeo, comer toneladas de pipas de calabaza, rascarse con fruicción compulsiva el cogote hasta producir energía suficiente como para iluminar Nueva York de Abajo, mover la pierna derecha durante horas al modo Émbolo Total y bostezar avisando a la ciudad toda de que es el toque de queda. Asombroso. Pues una tarde me dice durante una apasionante conversación sobre por qué el equipo de fútbol de Guadalajara estaba en 2ª B “y, perdona, porque sé que fuiste cura...”. Le atajé en seco, “pues, perdona, pero yo nunca he sido cura”. El notas no se arrugó y añadió, “bueno, cura o religioso...” Volví a interrumpirle, “que no, que no, que ni cura, ni religioso”. El charcos insistió, “ en fin, del opus numesupernosequé o algo asín...”. “Vale, pero ni cura, ni fraile,¿eh?”.

Vas encontrando gente que las dos palabras- “opus dei”- les suena a algo así como “New Wage” o “ Happy Day”, o qué sabe uno, y explicarles la institución no merece la pena. Todo empieza porque la novia, que en mi caso no era, ni conocía la obra, al hablar de uno a sus amigos, a su familia, pues les decía eso de “no digáis muchos tacos, o cuidadín de qué temas habláis porque fue del opus”. “¿De la opus?”, -preguntan alucinados- “¿y qué é lo qué é?”. Y la niña, para abreviar (y porque tampoco ella sabe muy bien como explicarlo) contesta: nada, como si hubiese sido cura.

Y, ala, a jorobarse.

Entonces notas que si alguien se le escapa una blasfemia te mira y dice “perdona, tío”. Y tú pones cara de Santo Cura de Ars bendiciendo a los niños y dices “tranquilo, no pasa nada”. Otro va y dice que se va a casar por lo civil y te suelta “ ya sé que a ti eso no te gustará porque como fuiste cura...”. Y, venga, a tragar. Cualquier día mi suegra me pide que le dé la Extremaunción.

También está quien te consulta profundas dudas teológicas o metafísicas sobre los temas más chachis. “Oye, tú que has sido de la Iglesia del opus, ¿cómo es que Dios le pide a un padre que mate a su hijo?, ¡pues vaya Dios!”. Y uno, que tiene el bienio y el trienio, contesta “ nada, hombre, que era sólo para probar la Fe de Abraham, que no iba en serio, era así como de broma y tal“ ( Suma Th. Libro II, cap. Contra gentiles). “Ya – comenta el Crisóstomo- para mí que el chavalín (por Isaac) era ventríloco, por eso dice que se oyó una voz diciendo que no lo matara”. “Pues, ahora que lo dices, a lo mejor sí”. Y, venga, a seguir viviendo.

Mi consejo: acéptalo. Ama tu nueva condición. No intentes explicarte porque lo enredarás más. Explicar qué es un numerario a un tipo que no sabe nada del opus es tan difícil como llevar una manada de gatos por una carretera. No lo intentes y sonríe.

Otra consecuencia de esto que escribo es que, con el tiempo, se te recuerda tu antigua condición como arma arrojadiza; especialmente “la piedra”, mi maravillosa esposa. Tengo contra la formación del opus que jamás me dijeran nada sobre las mujeres. No sé quién fue el pedazo de imbécil que afirmó que todos las personas éramos iguales, creo que Tomas Jeferson. Ese tío no tenía ni idea; las mujeres tendrían que ir con un libro de instrucciones debajo del brazo, un mapa de la web de su condición, y así andaríamos más espabilados.

Pues, bien, tengo la costumbre, de la que siempre he presumido, de imitar muy bien el grito de Tarzán; es posible que sea el tercero o cuarto del mundo en hacerlo tan bien. Y en ocasiones, para no perder la costumbre y tener en forma las cuerdas vocales, echo un alarido. Reconozco que no siempre en los sitios más adecuado, pero a mi gente, cuando era del opus, les gustaba, incluso me lo pedían en alguna tertulia; es más, en el noviazgo, paseando a altas horas de la madrugada, cuando veía desde la calle que la novia encendía la luz de su habitación, me ponía las manos como altavoces en la boca y echaba un ¡¡¡ayayayaaaaa ayaaaaaaaaaa!!! de Padre y Señor mío como despedida amorosa y exultante deseo de felicidad universal a todo el género humano. Y ella apartaba las cortinas de la ventana y sonreía y brillaba como la más bella estrella de la noche. En esos momentos, de regreso a casa, si me encontrara a mi mayor enemigo, le daría un abrazo, le cubriría de besos y le diría “te amo, te perdono todo, te quiero, hermano”.

¡Ay!, pasa el tiempo y un día echas el grito selvático y ella te dice “pero, ¿eso te enseñaron en el opuuuuuus?, ¿no te explicaron que eso es de niños?; anda, deja ya de hacer el payaso y sienta la cabeza. Si quieren reírse de ti que vengan a casa y paguen”. Y, claro, se te pone cara de Stan Laurel jugando nerviosamente con la corbata entre los dedos nerviosos...

Otro día, un día cualquiera, después de dejar el baño perfectamente dispuesto para rodar La Tormenta Perfecta II-the return- (al ducharme tiendo a dejar más agua fuera que dentro), oyes el grito de tu santa diciendo “¡¡¡pero a ti que te enseñaron en el opuuuuus!!!”.

Una tarde estás adormilado después de la comida viendo un documental de la 2 sobre la reproducción de la Amanita Phaloides en Nebraska y oyes desde la cocina “heyyyy, que los platos no vienen solos desde la mesa, ¿eso te enseñaron en el opuuuuuus...?”.

Una noche llegas a la habitación, y dejas los zapatos donde sabes que hay que dejarlos, o sea, en cualquier sitio, y ella, que está esperando que hagas precisamente eso y no otra cosa, te susurra desde la cama “cariño, ¿por qué no dejas ya la costumbre de dejar los zapatos por todas partes?”.

-Por todas partes no están amor, están uno debajo de la silla y otro debajo de la cama.

-Ya, pichurri, pero no paro de encontrármelos en todas partes.

-Ok, vida mía, tómalo como si fueran complementos decorativos: hay artistas que usan zapatos para decorar su sala de estar.

-Sí, cielo, pero si alguien usara un zapato tuyo como complemento del hogar tendría que ser como insecticida. No sé si has observado que cuando los dejas en la terraza al día siguiente no canta ni un solo pájaro, ni uno, las ramas de los plataneros están mustias, el vecino de arriba le silba el asma más de lo normal y algo extraño se respira en el barrio.

-Amor, pero...

-¡¡¡¿ Eso es lo que has aprendido en el opuuuuuus?!!!.¡¡¡Pero qué verían en ti!!!

¡Ay, quién me ha visto y quién me ve!

Cuentan, no sé si la historia es verídica

Cuentan, no sé si la historia es verídica, que un pasajero iba en un taxi cuando quiso preguntar al taxista una cuestión y le tocó el hombro suavemente.

El taxista al sentir el dedo en su hombro grita, pierde el control del coche, casi choca con un camión, se sube a la acera, se lleva por delante una farola y se empotra contra un escaparate haciendo pedazo los cristales, y el taxi. Durante unos instantes no se oye nada en el interior del coche, hasta que el taxista dice:

- Mire, amigo, ¡no vuelva a hacer eso otra vez!. ¡Casi me mata del susto!.
El pasajero le pide disculpas y dice:
- No pensé que fuera a asustarse tanto por tocarle el hombro... es usted muy sensible.
El taxista le replica:
- Bueno, la verdad es que es mi primer día como taxista y estoy pelín nervioso, ¿sabe?
- Y... ¿qué hacía antes?, si puede saberse. Preguntó el pasajero.
- Durante veinte años fui chofer de coches fúnebres en una funeraria.

Pues algo parecido me sucedió cuando, después de veintisiete años en la prelatura, salí al mundo. Acostumbrado a otro tipo de vida más, ¿cómo lo diría? ,más de “elegido”, de alguien que se sabe “diferente”, conocedor del bien y del mal, árbitro de la moral y de las conductas de los demás –que no de las propias- con criterios clarísimos sobre todo tipo de materias, alguien que se le escuchaba con devoción y particular atención... en fin, un saco de vanidad y de estupidez de tomo y lomo. Y me encuentro en medio del mundo, está vez sí, que no logro entender. Una gente con sus problemas, con sus criterios, con su manera de ver la vida, la familia, el trabajo, los amigos, con ideas muy poco preconcebidas, sin fórmulas magistrales. Peña que me tocaba el hombro y uno reaccionaba de un modo que se acercaba bastante a la gilipollez. Yo era un pijín del tres al cuarto, de medio pelo, que había vivido durante años de chófer de Pompas Fúnebres “La Prelatura”.

Y a mis cuarenta y tres tacos comienzo a descubrir que ése que va en el metro a las siete de la mañana, con legañas y cara de padre de Zipi y Zape, es un hombre que su mujer admira y quiere, y que sus hijos le ven como un dios, alguien de quien se presume e imita. Y que mi cuñada, que no va a Misa, ni reza el Rosario, y cree que las epístolas son las mujeres de los apóstoles, se está dejando las pestañas por sacar adelante a su familia, que ha llevado una separación sin histerias, sin victimismos, que tiene unos detalles con los suyos de aúpa; que, cuando vamos de tapas con amigos, la gente invita –sí, invita- y se estira, y es generosa con sus cuatro duros, mientras que yo, en mis años en la obra de Dios, era más garrapo que Chewaca gastando en Epilady. Iba siempre de miranda. Y que se está allí cuando hace falta, sin excusas de labores, de que está atendiendo un círculo, o que hay que ir a una convivencia: bautizos, enfermedad, muerte, necesidades económicas, soledad... tantas cosas.

Cuando era “el elegido” nada de eso me concernía. Mis padres podían estar pasando una mala temporada en lo económico, o algún contratiempo familiar o, sencillamente, echar una mano en una mudanza, pero ya se sabía que Satur, san Satur, tenía obligaciones más importantes. San Satur lo que tenía era una caradura como las botas de Chuck Norris.

Y ahora me veo aprendiendo de toda esa tribu que antes despreciaba, juzgaba y ninguneaba con lejanía y acritud porque me parecían gente sin formación, pobrecitos llevados por sus impulsos más primarios, perdidos, sin rumbo y en el lodo. También eso me parece un milagro. Vivo lejos de esos artículos de Crónica:

“En la preciosa ciudad de Botieso, conocida por sus monumentos y sus tradiciones populares, se encuentra el Club Juvenil Montemonte. Allí comenzó la labor hace cinco años, que tantos frutos ha dado de entrega en Botieso y desde Botieso, como decía nuestro santo Fundador, san Josemaría. Son muchas las anécdotas que recuerdo de estos cinco años llenos de iniciativas apostólicas promovidas por miembros de la prelatura y cooperadores que, gracias a Dios, y al impulso de nuestro santo Fundador que, desde el cielo -¡¡¡ cómo se nota su ayuda!!!- nos guía con su aliento”.

“Por ejemplo, Satur, Luis, otro Luis, Carlos, otro Satur y Oswaldo Napoleón promovieron hacer una visita a los pobres de la Virgen al putrefacto barrio de Orines. Invitaron a Luis –nada que ver con el primer Luis, ni con el segundo, éste es distinto-: un estudiante de origen persa –sus antepasados parece que nacieron de la generación de uno de los hijos de Noé, de Jafet, aunque ya en la siguiente generación se trasladaron a Botieso. Luis está encajando rápido y pensamos que pronto pedirá la admisión; de hecho, al saber de sus orígenes le propusimos que encomendara la futura labor en Mesopotamia y dijo “¿Mesopoquéééé?”. Algo es algo. La visita a Orines dejó mucha huella en el alma de Luis. Y al regresar comentó “¡joé, con la abuela!”, no se refería a la madre de nuestro santo Fundador, san Josemaría, sino a la ancianita que habían ido a visitar: un papiro del Qumram de mírame y no me toques. “Joé” es una palabra muy usada en Botieso que denota que le impresionó. El Espí ritu Santo hará el resto.

"Le encomendamos su vocación especialmente a Isidoro Zorzano –Luis estudia mecánica de trenes de cercanías en la Escuela “General Serapio Washington de Cepeda y Ahumada” – escuela promovida por miembros de la Prelatura (el bedel es agregado viudo)- con la ilusión de que sea el primero en la labor en Mesopotamia. ¡Soñad y os quedaréis cortos! (¡y tanto!)"

La mañana que dejé la Obra

La mañana que dejé la Obra yo tenía 43 años, la gracia de Dios y buen humor. Y nada más. Días antes pregunté si podía disponer del coche –un Rocinante de segunda mano con 180.000 km en sus ruedas y una velocidad de crucero de 40 pulsaciones al minuto-, y con cuánto dinero. Me dejaron el coche, y 100.000 pesetillas (el subdirector de la delegación me preguntó que cuanto ganaba al mes en el colegio –200.000 pts, le contesté (¡ojo!, nadie se engañe: sueldo de directivo); “perfecto –contestó-, pues como te vas a mitad de mes te llevas la mitad del sueldo” . Y a tomar viento.

Llené el coche con mis cosas y salí tan feliz y tan campante rumbo a casa de mis padres, a cuatrocientos kilómetros. Gracias a mi inconsciencia natural no soy de agobio fácil, y si a eso se le añade que durante veintisiete años se me daba todo resuelto, pues menos agobios: yo no sabía lo que era pedir un crédito, ni ir de compras, ni qué era eso de una hipoteca; desconocía totalmente el valor de las cosas todas, desde las más importantes –el precio de una entrada de cine, comprar tampax en el super sin ponerme coloradote, dar la paz en Misa a todo un banco-, hasta las más nimias –pedir una hipoteca de millones, descubrir que el euribor no es un anticatarral, o no rebotarme cuando de regreso a casa me encuentro de visita a una amiga de "la Piedra" que se parece mucho a Leopoldo Calvo Sotelo y que es una brasas. Ciento por ciento brasas.

Aquella mañana yo sólo pensaba en llegar a casa, contarles todo a mis padres y mi familia, llamar a "la Piedra" –la dejé a cuatrocientos kilómetros, sola y triste, como Fonseca- diciéndole “amor mío, esto que oyes no son cañonazos, son los latidos de mi corazón”, y buscar trabajo de lo que fuera o fuese: o una dirección general, o director de Recursos Humanos de alguna gran empresa, o escritor de best sellers... en fin, lo que fuera.

Mis padres, gracias a Dios, no tienen un duro, así que tenía que andar estirando las cien mil pesetillas y lo que mi novia me enviaba movida por ese amor que es más fuerte que la muerte. Lo primero que hice fue visitar a todos los amigos, gente que me conocía, y contarles mi situación; pensaba que así no hacía falta currículum y, si les interesaba en sus empresas, pues me darían currele. Los había del opus y no del opus. Los del opus, hay que decirlo todo, me recibían muy bien; después, cuando les advertía de haber dejado la obra, la cosa ya cambiaba, pero alguno sí me ofreció algo, pues reunía el perfil para desempeñar ese trabajo (así me lo dijeron)... pero días después, previa consulta al Dar Vathen de turno, me enculaban y ninguneaban. Los otros, los no del opus, fueron los que de verdad -y no soy de los que piensan que la vida se divide en buenos y malos- se portaron, se preocuparon, buscaron y me reclamaron. Y encontré un trabajo en una ciudad a mil kilómetros de "la Piedra".

¿Qué son mil kilómetros para un corazón enamorado?. Nada. Trabajaba de lunes hasta el viernes y, al caer la tarde, cogía el coche y le daba a la zapatilla para ver "la Piedra" de mi vida y de mi corazón. Cabalgando por praderas, valles y montañas, de noche, con lluvia, con niebla, con nieve, con sol, mi corazón cantaba los viernes. Y el domingo a la noche, vuelta a currar. Así un año. Yo no me acordaba ni del opus, ni del dinero, ni del futuro, ni de ná de ná: "La Piedra" y Dios en mi bolsillo.

Pero, ¡ay!, "la Piedra" sí pensaba en el futuro. La boda, la casa... y un día me habló de hacer un plan de pensiones

- ¿Un plan de pensiones? –le dije-, ¿para qué quieres tú ahora vivir en pensiones si ya vivimos en una casa?, ¿tú te chutas o qué, o sea, que ahora quieres que vivamos en la Pensión Paquita?. Y, encima, un plan, esta semana La Paquita, la próxima Pensión El Cafetal, la otra El Jamaicano...

Otro día me habló de pedir una hipoteca. Fuimos al banco, el director es del mismo pueblo que "la Piedra" (si está callado no lo parece, pero basta que hable un minuto y ya se ve que el tipo es australopithecus evolucionado, no es homo sapiens) y comienza a contar unas historias, unos palabros –allí pillé lo del euribor de las narices-, unas florituras, unas zarandangas, que a mi me hacían sentirme más imbécil de lo que ya soy, así que pregunté. Sólo diré que el tipo aquel, por la tarde, llamó a la que iba a ser mi esposa para decirle que cuidadín conmigo, que a lo mejor le estaba chuleando, que si sabía toda mi biografía. “Por qué piensas eso, Honorio” (se llaman muy raro en el pueblo ese). “¡Joé, por las preguntas que ha hecho”, contestó. Al tío le pareció que yo había estado en la cárcel treinta años y un día. La cuestión que más le mosqueó fue cuando le pregunté muy serio: oye, ¿esto de la hipoteca es lo mismo que ING Direct, o algo así?. El mingas miraba a su paisana como diciendo “¿de dónde habrás sacado ésta al pedazo de URCO éste?.

Ella pensaba en el futuro y yo no. Una noche, en la oscura quietud del dormitorio, justo cuando había reunido el valor suficiente –ella, en ocasiones, parece dormida, pero su radar sigue activo-, para deslizarme de la cama y llegar al suelo, y arrastrame como un gato entre las sombras para cambiar el aceite a las olivas, ella me dijo

- ¿Qué sucede?, ¿escapas?.
- Ningún problema; lo que voy a hacer lo puedo hacer solo, cariño. Sigue reset, ¿ok?
- ¿Hacer qué?
- Ir a hacer pipí
- Pero si has ido ya otra vez...
- ¡Vaya!, llevas la cuenta. ¿Te preparas para presentarte a las olimpiadas de Madrid como analistas de esteroides?. Duerme, amor.
- No puedo, estoy muy preocupada.
- Micciono y regreso, cariño.
- Ya no me quieres.
- Te quiero, pero por nada en el mundo me pondría un pañal para hablar contigo.

Yo no lo sabía, pero cuando una mujer en la noche dice que no puede dormir, malo: lo que está diciendo es que tú no vas a dormir.

- Vamos mal de dinero, cielo, y parece que ni te enteras, ni te preocupa , ni quieres saber nada. Tenemos muchos planes, soñamos mucho, pero no controlas los gastos.

- ¿Gastos?, ¿qué gastos?.
- La hipoteca, el gas, la luz, el agua, el coche...
- Sí, y el euribor
- ¿Lo qué?
- El euribor, ¿no te acuerdas?, nos lo dijo Honorio.
- Ay, Satur, naces en Navidad y sales pavo. En fin, que había pensado que podríamos adoptar dos niños, se nos pasó el arroz y creo que deberíamos plantearnos hacer algo más para no andar por la vida sin ofrecer nada a nadie.
- ¡Vale, un negrito y una japonuda!
- Sí, amor, pero eso cuesta dinero, no si se lo sabes.
- ¿Dinero un niño?
- Pues sí, chimichurri: unos cuantos millones de pesetas.
- ¿Y allí habrá euribor?.
- Anda, calla y duerme.

Y en el silencio de la noche, mientras escuchaba el respirar sincopado de "la Piedra" me decía “¡Ay, quién me ha visto y quién me ve!

Caminaba yo por la calle

Caminaba yo por la calle erguido y engallado el cuerpo pensando si sería verdad lo que me habían comentado de Don Federico Trillo-Figueroa, ministro de Defensa, minutos antes: que usaba calzas postizas en los zapatos para parecer más alto. El que me lo comentó lo conoce muy bien por razón de su profesión y rango. En fin...en esas estaba cuando me topo con un supernumerario que me saluda efusivamente.

- ¡Hombre, qué tal!.
- Pues muy bien.
- Me dijeron que te habías casado.
- Pues sí, me casé.
- Y, qué, ¿tienes hijos?.
- Pues no, parece que no vienen.
- ¡Anda!, ¡mira que si después de dar el paso resulta que no sirves para esto del matrimonio!

En ese momento no llevaba el bazoka plegable en la cartera, eso le salvó de no lanzarle un obús directamente al cráneo microcefálico del miembro de la prelatura. Pero recordé la pregunta del examen de José Carlos que nos propuso “con ánimo de que mejoráramos todos”: ¿Es apropiado, partiendo de una situación puntual que le ocurrió a una persona una vez, hacer una generalización sobre cómo se viven las cosas en todo el Opus Dei?. Y recapacité en mi mismidad y me contesté que no, que esto no era más que un hecho aislado de un tío de la prelatura de la obra de Yawéh que si llega a nacer en verano nace botijo.

Y recordé ese otro punto de José Carlos de mejora personal: Los que nos sentimos heridos por algo que haya hecho o dicho un miembro, sacerdote o director-a del Opus Dei, ¿sabemos perdonar? ¿De verdad, de corazón?. Y cerrando los ojos recé “Señor, perdona a éste supernumerario imbécil. Amén. Amén". Y seguí mi camino, ya menos engallado el cuerpo.

Unos meses antes encontré por la calle al sacerdote que durante mis últimos tres años en la obra de Jehová vivió, me dirigió, y supo de mis confidencias. Fue una sorpresa para los dos. Me acerqué a saludarle con cariño, y con ganas de que supiera de mi.

- ¡Don Peich Brawenauer!, ¿cómo está?.
Don Peich se me queda mirando fijamente, como de hito en hito, muy serio. Parecía intentar leer mi alma toda, y me dice:
- ¿ Todavía crees en Dios?.
- ¿Lo cualo?, ¿qué si qué?.
Me esperaba cualquier comentario menos esa pregunta. La preguntita se las trae, amigos, no es nada fácil contestarla.
- Pues, sí... sí creo en Dios – respondo.
- Muy bien – me dice dándome una palmadita en el moflete y largándose entre la muchedumbre.

Y yo, allá en medio, clavado, con sensación de payaso. Quizás esperaba la misma alegría, el tomar un café y charlar... No sé. Y ahora recuerdo el punto del examen de José Carlos: ¿Qué nos une a los que aquí escribimos, algo predominantemente negativo -resentimiento, dolor, pena- o algo positivo -ganas de hacer el bien, de conocer la verdad, de ayudar a la gente?. Y eso es lo que hice, Josecar: escribí una carta a Don Peich, que ya que tenía los santos para preguntar si uno todavía creía en Dios se iba a enterar como estaba por dentro y por fuera. ¿Te ha contestado a ti?, pues a moi tampoco. Le perdono. Cierro los ojos y rezo: Señor, perdona a Don Peich Brawenauer por siempre, aunque en el Purgatorio tres chispitas para él por preguntar gilipolleces.

Un mes antes de ese encuentro me cruzo, tiene el despacho cerca de mi hogar, con un arquitecto que también vivió conmigo. Es el arquitecto de la prelatura, sino fuera por eso estaría haciendo Exin Castillos. Le saludo con jovialidad. El tipo no se encuentra como muy suelto. Charlamos un poco en plan que tal, como te va, esas cosas.

-¿Oye,en qué trabajas? – pregunta.

La verdad es que soy un comercial puro y duro, de los que gastan suelas de zapatos. Y se lo explico. Y va el aristócrata del amor y me dice

- Ya ves, a tu edad y vendiendo escobas...

Y me deja con dos palmos de narices el titi. No le partí la columna vertebral porque no sé cómo se hace que si nooooo... Pero, como muy bien refleja en su examen José Carlos... Si realmente deseamos hacer el bien, ¿nos motiva el amor y la caridad en todas nuestras intervenciones?. Así que, nada, a cerrar otra vez los globos oculares y a rezar: Señor, perdóname por haber querido matar con mis propias manos a ese arquitecto putrefacto e incorrupto... Y dame otro trabajo, jolines, que con éste se me ríe hasta el urco que pide en la puerta de Franciscanos, que ni me abre la puerta, ni me saluda en plan pelota, ni ná de ná.

Hay más. Un día, paseando con La Piedra de mi vida y de mi corazón, veo acercarse al que fue subdirector conmigo del colegio. El encuentro era irremediable.

- ¡Hombre, Mernabo!- le saludo.

- ¡Hombre, Satur!.

Le presento a mi mujer. Qué tal, qué cual. ¿Tomamos un un café?. Pues venga. Tertulieta. Y en esto la Piedra va y le sugiere que por qué no adquieren en el colegio los servicios de la empresa que tan dignamente represento. Yo jamás hubiese ofrecido nada de mi empresa a ese colegio, entre otras cosas, porque sabía la contestación. Pero my husband desconoce totalmente qué es eso de la opus. Es más, la primera vez que le hablé del Opus Dei me dijo “¡ay, sí, ese es el nombre que le pusieron los romanos al mar Mediterráneo, ¿verdad?!”. Le tuve que aclarar lo del Mare Nostrum y, de paso, dejé para otro día lo del Opus Dei. Así que ella preguntó llevada de su inocencia y candidez. Y el tipo, sin cortarse un pelo va y contesta.

-Imposible. Lo de Satur en el colegio es lo mismo que si el sacerdote de mi parroquia se lía y se casa con una catequista y luego viene pidiendo que le dejen dar catequesis, o leer las lecturas en Misa.

Auténtico, que nadie se pellizqe. Es la versión en plan Novia de Chuki más alucinante que he oído nunca sobre la vocación de un numerario. Y lo bueno es que hay muchos en la obra que piensan exactamente eso: que es como dejar de ser sacerdote o monja. Explica luego a tu cuñado que tú de cura nada. Si no se enteran ni los de dentro...

Lo sé, Josecar, lo sé. También le perdono. Sé que es un caso aislado. Sólo piensan así 70.000 casos aislados y, encima, me los encuentro yo todos.

¡¡¡Ayyyyy, quién me ha visto y quién me veeeeeeee!!!

Como relaté en la entrega anterior

Como relaté en la entrega anterior, una vez que encontré trabajo a mil kilómetros de mi chica dediqué todos mis esfuerzos en dos sentidos: currar a saco y aprender mi nuevo oficio de desgastar suelas de zapatos, y mantener encendida la llama del amor en la mujer que más veces iba a llamarme inútil, desastre y payaso en mi vida. Entre visita y visita la llamaba, con una compulsión parkinsoniana a la oficina donde trabajaba. Y tenía que oír a alguna compañera gritando:

- ¡Teléfono para La Piedra!. ¡El chico de siempre vuelve a llamar a La Piedraaaa!.
- ¿Es el coñazo de siempre? –decía otra voz.
- Sí. Es Mister Bromitas el Palizón.

Y nos decíamos esas cosas que siempre se dicen los que se quieren : Si Cristóbal Colón te viera diría “¡Santa María, pero que Pinta tiene esa Niña!”. Tonterías... Aunque, ahora, si la viera Cristóbal Colón diría algo así como “¡¡¡a los tiburones!!!”.

Mientras tanto en la ciudad corrían rumores en las familias de los colegios de lo más pintoresco sobre mi persona. Que si estaba arrejuntado con una ex numeraria, también profesora del colegio de ellas, que si era con una madre del colegio separada, que si en realidad vivía con una viuda Gior (un poco de pasta basta), en fin, menos con una cangura, me liaron con unas cuantas. Las lenguas se desataron. Es normal; cuando a la gente no les da explicaciones y te vas a la francesa, sin despedirte de nadie, pues la imaginación vuela y, es humano, piensa lo peor. Y es que la obra te pide que desaparezcas, que no te despidas, que abandones ambientes donde haya gente que te conoce, que no escribas. Propuse escribir en el boletín de septiembre que envía el colegio a las familias en plan despedida simpática, agradecimientos cordiales, y que cambiaba de rumbo profesional. Sería lo más normal; pues, no hubo manera y, claro, todo fue, como dicen los ingleses, “one of-taylor”, un desastre. Sobretodo para las personas afectadas que sí vivían en esa ciudad.

Pero yo estaba feliz a mil kilómetros sabiendo, aunque me llegaban las noticias por algún amigo, que La Piedra era ajena a todo el follón aldeano y pueblerino de aquella tribu de maledicentes. ¡Adiós a todo!

La boda fue, ¿cómo lo diría?, fue rústica. La Iglesia de un pueblín, un cura muy mayor aerofágico y piadoso, la familia de los dos en su más mínima expresión y nosotros dos con fuegos artificiales en el corazón y en la mirada. Y punto. No quisimos hacer bodorrio por muchas razones, pero una, y no la menos importante, es que tengo una pinta de viudo en terceras nupcias que me daba no se qué casarme en una catedral de una ciudad grande y encontrarme a la salida la gente gritándome “¡¡¡Asaltacunas, lascivo, viejo verde!!!”, así que decidimos una cosa más discreta.

Si alguien quiere de verdad tener una aventura y sensaciones fuertes, que se case, que viva con una mujer bajo el mismo techo. No hace falta que se monte en el Dragón Khan, se ponga de pie y alce las manos... Que se case.

En mis 27 años en el opus dei jamás, repito, jamás, tuve el más mínimo sobresalto de vida. Todo estaba tan reglado que sabías perfectamente a qué atenerte: horario de normas en familia, de comedor, te enviaban las fechas y lugar de retiros y convivencias, te hacían la reserva incluso, días para entregar la ropa a lavar, que te era devuelta planchadina y limpina a los tres días encima de tu cama, horario de limpieza de la administración... Por cierto, y perdón por la digresión: yo presencié en un comedor del centro de Estudios el cabreo espectacular de una numeraria auxiliar sirviendo la comida en una mesa porque escuchó a uno, actualmente profesor de Derecho, que decía “ el problema de todo lo que pasa aquí es que la administración está prostituída”. La chica, al oír semejante análisis, echa un gritito, tira la cazuela con el potaje a la mesa y sale, ofendidísima del comedor. Nos quedamos todos perplejos. Al poco llaman al director por el telefonillo. Sale. Regresa con la cara mudada, tipex total. Y a la salida nos llama y nos pide explicaciones sobre el asunto... Y es que el tipo estaba hablando de política y coincidió la frase de la Administración Política de Estado, la Prostituída, con que nos estaba sirviendo la Administración. No sé que le diría la directora al director, pero debió de ser de temblar el misterio.

A lo que iba. En la opus del Único Opaco todo estaba perfectamente señalizado. No sorpresas, no sustos. Y si estás en un centro de mayores, más. Allí ni si quiera puedes hacer labor externa. Paz, amor y socorrismo. Silencio, quietud, flor de loto, Chapala rinconcito de amor donde las almas pueden hablarse de tú con Dios.

Te casas y comienza la verdadera historia escrita por un idiota, que diría alguien. Los primeros días, vale, chachi. Pero llega uno de los primeros fines de semana y aparece, de improviso, el cuñado. Mi cuñado es buen chico y, en lo suyo, sabe mucho. Hay tres temas que posiblemente sea la persona que mejor los conoce en el Hemisferio Norte: De fúrbol, del Real Madrid de fúrbol, y de la siembra y cosecha del máiz. Y yo no tengo ni pajolera idea de esos temas. Luego está la lengua; por más que lo intento no consigo descifrar el código y me paso las tertulias con él o asintiendo como uno de esos perritos que se llevaban antes en la parte posterior de los coches, o diciéndole “¿lo qué?, ¿cómo?, ¿qué has dicho”?. Y así no se va a ninguna parte. Bueno, pues se planta un fin de semana en casa, es el soltero de oro del maíz, y yo en el ordenata, o leyendo un libro de Jacinto Choza sobre Antropología Equidistante en Peich Brawoenauer, o viendo una penícula de Francois Ozon, y el tío se planta delante.

</poem>-¿Qué haces?. - Nada, leyendo. -contestó sin mostrar mucho interés y con voz de “me estás tocando el trigémino, cuñado de las narices”. - ¿De deportes, o qué?. - No, no es de deportes. - Pues en el Marca dice que el Barca igual echa a Reijar - Ya -ése “ ya”, cualquier homo sapiens sapiens sabe que significa “ lárgate”.

Pero el tío ni se inmuta. Nada.

- ¿Y de qué es libro?. - De Antropología. - ¿Mariconadas?

La Piedra está escuchando la altura y profundidad de la conversación y teme lo peor. Me llama a solas (menos mal que no me dijo “¿tienes un momento?”). - Oye, sé amable, con él, porfa. ¿Por qué no le acompañas a tomar un aperitivo y le conoces más?. - ¿¿¿¿MÁSSSSSSSSSSSS???.

Pues, hala, a tomar el aperitivo.</poem>

Y así un día es el cuñado, otro es que hay que visitar a una amiga de la infancia que ha tenido un niño, otro es que hay que ir al mercadillo a comprar ropa, cuando no es que te devuelve la visita una que se parece un pasote a Madeleine Albrigt y que tuesta cosa mala. Una semana hay que acompañar a la suegra al médico, otra aparece un urco con pinta de haber sido lobotomizado que dice que es primo, que viene a ver el fúrbol y que pasará la noche en casa... Y así hasta el infinito y más allá.

Eso es el amor, qué caray. Lo demás son mindangas.

En el viaje de novios fuimos a visitar a unos amigos de la Piedra. Preguntó por una de las hijas. Se echaron a llorar y nos contaron que la chica, 18 años, estaba en el pozo de la droga, vivía en un barrio de miseria, tenía una hija recién nacida que estaba en custodia de el Estado, y que no tenían absolutamente ninguna relación con ella. La Piedra insistió en verla y nos fuimos para allá. Encontramos un despojo. Estuvimos tres días visitándola y en la despedida –mi chica le había dado mucha caña, es su madrina y, además, de pequeña, su segunda madre- le comentamos que si quería salir de la droga nos avisara, que contara con nosotros.

A los tres días nos llamó. A los cuatro estaba ingresada en un centro. Año y medio después sale rehabilitada. ¿Qué hacemos con ella?. Ahora venía lo más duro; ¿la dejábamos regresar a su ciudad?. Ni hablar.

Una noche en la que estaba pensando por qué si las bailarinas de ballet tienen que andar de puntillas no las contratan más altas, La Piedra me da un golpecito. Mala señal. Ya no duermo.

</poem>- Oye, Menganita tiene que quedarse con nosotros hasta que se asiente en esta nueva vida. ¿Verdad, reyecín mío? - Vale, pichurrinitina - No tiene trabajo, no tiene estudios... - Ya, y cavar no puede, mendigar le da vergüenza. - ¿A qué viene eso? - Nada, cosas mías.</poem>

Y a casa que se vino. ¿Vino sola?. No; ha conseguido la custodia de la niña, una maravillosa personita de dos años que cuando llora, los abuelos de la zona, recordando tiempos de guerra y toques de queda, corren asustados buscando refugios antiaéreos.

Y mi cuñada, recién separada, pues también se ha unido a la República. Y si alguien se quiere apuntar, pues que venga, hombre, que hay para todos.

O sea, que he pasado de vivir sólo con hombres, aristócratas, ordenados, intelectuales, a vivir con cuatro mujeres, cuatro: una de dos, otra de veinte, otra de treinta y cuatro y, por último, ¡¡La Piedraaaaaa!!, con cuarenta y dos. O sea, nos falta la franja de sesenta ¿Os animáis, chicas?.

Aquí sí que se puede decir lo de ¡¡¡quién me ha visto y quién me ve!!!

Me alegró sobremanera

Me alegró sobremanera encontrar la cita textual de San Josemaría, esa que dice “No encontraréis la felicidad fuera de vuestro camino, hijos. Si alguien se descaminara, le quedaría un remordimiento tremendo: sería un desgraciado. Hasta esas cosas que dan a la gente una relativa felicidad, en una persona que abandona su vocación se hacen amargas como la hiel, agrias como el vinagre, repugnantes como el rejalgar.” Y menos de mal que acaba allí porque si llega a tener el día “la Maldición de Damian” hubiera seguido con cosas como... y repulsivas como las heces, desagradables como el gómito, inmundas como la regurgitación, mugrientas hasta la arcada, hediondas hasta la fetidez, infectas como gusanas, pútridas como la cloaca, nauseabundas como la mismísima mierda. Con perdón.

Pero me ha hecho reflexionar. ¿Soy feliz fuera de la obra del Creador?, ¿poseo un remordimiento tremendo?. Más aún, ¿soy un desgraciado?. Otrora más: las cosas que dan a la gente una relativa felicidad a mí, ¿qué me dan?.Por cierto, ¿qué es el rejalgar?.

- Margarita preciosísima – le digo a la Piedra mientras ella se dispone a bajar las persianas del despacho donde tenemos el ordenador, como cada día, para enseñarme a distinguir el día de la noche-, margarita preciosísima, ¿sabes qué significa “rejalgar”.

- Claro, ciruelín, fue una batalla que hubo allá, en Rejalgar; creo que Benito Pérez Galdós escribió algo sobre ella.

- Vale. Gracias, petunia delicada.

- De nada, Goma Rota.

¿Cuáles son las cosas que a los demás les dan una relativa felicidad?. ¿Cuáles eran las que a mí me daban antes una relativa felicidad?. ¿Me las dan ahora?. Es una buena hora esta tarde de domingo para hacerse preguntas.

A mí antes me gustaban cosas que tenían que ver con lo que Antonio Ruiz Retegui llama “El Pulchrum”. La Belleza. Gozaba leyendo, contemplando la naturaleza, cantando, componiendo canciones, escribiendo poesías –las tengo muy buenas, modestia aparte... allá va una, no me resisto a que conozcáis nuevas sensibilidades en mi interior.

Piedra, Piedra,¡cuánto te de quiero!
Cada vez que me acuérdote de ti
Me subo por las paredes,
y no sé cómo no me mato.

Y no es la mejor.

Me gustaba la tertulia, la conversación pausada y serena, la que comunica. Las miradas, los gestos, los silencios. El cine me chiflaba, y lo rumiaba, lo reinventaba. Hacer reír a mis alumnos era una pasión. Andaba mucho, largas excursiones donde me diluía en paisajes de inviernos, primaveras, veranos y otoños con sus olores, sus colores, su nieve, su niebla...

La comida nunca ha sido para mí algo que esperara con placer. Para mí comer es echar cosas por el agujero de la cara. Y punto. No distingo carne de perro de una ternera, o de un buñuelo. O sea que eso nada. Por allí no me pillarán. La concupiscencia de la canne ya sí, de esa ya escribí en su día y no me extenderé más porque es materia más pegajosa que el rejalgar (¿o era la miel?). Aunque últimamente notaba que la Piedra no me daba el ósculo antes de dormir; quizás, -pensaba- ya no me quiere, y éste no es más que un primer signo de indiferencia, de aburrimiento, de un futuro de tristeza y separación. Se lo dije un día en el que ella se había quedado dormida sobre mi brazo viendo un flim y yo, por no despertarla, aguanté como un machote las dos horas y media de película con el brazo hecho un hormiguero de tortura insufrible desde la punta del dedo meñique hasta la punta del hombro, pasando por la punta del codo. Algo horrible. Despertó.

- Zafiro de mi vida, ¿me sigues queriendo?.
- Pues claro, rubí encendido, ¿porqué lo preguntas?.
- No sé esmeralda sin tallar,últimamente me rehuyes el beso cuando me acerco a ti in the night tonight.
- Ya, diamantín, pero es que últimamente te ha dado el puntazo de prepararte tus tres tostadas con aceite y ajo, y tienes un aliento que dispara el aire acondicionado, por si no te habías dado cuenta. Y besarte es lo mismo que besar a un australopiteco, por si no lo sabías.
- Así que era eso,¿eh?. ¡Las tostadas!.
- No, las tostadas no, el ajo. El mucho ajo.

Quizás esas cosas que a los demás les dan gustirrinín a mi ya no me lo da. Ya no leo ni la mitad de lo que leía en el opus, ni voy de excursión con la frecuencia de entonces, canto solo en Misa eso de “ Mis manos pueden ser palomas de la paz”... ya nada es igual. Las cosas han cambiado, sobretodo la gente. Antes tenía un público, espectadores, y ahora vivo con personas que apenas tienen tiempo más que para desayunar, comer cenar, currar y hacer lo poco que el tiempo, las ganas y los demás te dejan. No hay lugar para grandes expansiones, ni tiempo para meterte entre pecho y espalda “Grandes esperanzas” de Dickens, ni sensibilidad en los demás para entender que “Ser y tener” es una gran película, cuando les parece un puro infumable.

Y es que lo que Escrivá no olía, ni con tres tostadas ni con veinte -de ajo-, es que cuando uno deja la opus, que no su vocación, tiene que cambiar de paisaje, de gente, de tatuajes, y descubre el Pulchrum, el de verdad, en la vida propia y de esas personas. Y eso necesita un tiempo, a veces duro, sangrante y dramático, de soledad. Descubre no un Pulchrum de contemplativo barato, que dispone de su tiempo a su antojo con afanes de tipo espiritual, literario, filosófico, ascético y religioso de pacotilla, lejos del mundo que se dice amar. No, Escrivá, no.

Claro que dan gustico las cosas que dan a los demás gustico Pero no es eso. No es el gustico. Es algo muy difícil de explicar a alguien que llama a la gente de la calle “tropa”. Y es que el amor normalito tiene unas facetas insospechadas, pequeñas todas, pero estupendas, maravillosas, que dan más gustico que el sexo, la comida, y todas las concupiscencias juntas. Por ejemplo, estar viendo una película con una mujer dormida sobre tu hombro por el cansancio del día , mirarla, y descubrir que el hormigueo del brazo también dormido, a lo mejor es también amor. Y, entonces, sientes un gustico interior muy majo. Y de esos gusticos, en la opus, pocos. Te lo digo yo.

Lo de “quién me ha visto y quien me ve”

Lo de “quién me ha visto y quien me ve” esta semana ha llegado al máximo de cien: me ponen como ejemplo de ex numerario feliz... José Carlos me ensalza escribiendo eso “de que un ex-numerario puede enamorarse de una mujer totalmente, hasta el fondo, viviendo una felicidad maravillosa y el romance más fantástico y lleno que te imaginas. Si tienes dudas, léete los escritos de Satur y mira cómo habla de su querida "piedra" (apelativo cariñoso para su mujer). Él se enamoró a los 40 y pico, y la exultación, delicadeza, romanticismo, alegría y entusiasmo con que describe su relación, deberían despejar cualquier preocupación sobre si tan fascinante aventura es posible o no”. ¡¡Olé tus cojones, José Carlos!!. Yo, ejemplo de vida marítima: Tarzán en minifalda, colegui.

La verdad es que el escrito de José Carlos es todo un ejemplo de guión- ladrillo al uso y estilo de aquellos que en su día existían para dar los círculos de san Rafael. Y creo que te metes en unos charcos, con toda tu buena voluntad, que dejas la pantalla del ordenador hecha unos zorros.

Me parece que en temas como la afectividad, la sexualidad, el triquitriqui y el ciruelo hay que andarse con mucho cuidado. No todos semos iguales, ni todo el monte es orgasmo, (se dice así, creo). Las sensibildades, la cultura, la formación, las pasiones, las inclinaciones, las debilidades, la educación y tantas y tantas cosas más, hacen muy difícil decir “dos por dos cuatro”. No creo que se resuelva asín. Elena tiene un problema y pregunta si se puede enamorar un ex numerario chileno. ¡Vaya preguntita!. Y, hala, a contestarle. Valiente sandez; pues claro que sí. Lo que pasa es que a lo mejor, o a lo peor, ese ex es un tío más raro que una cabra con tacones. Ser ex numerario no es signo de tipo chachi guay. Conozco más de uno que es un perfecto gilipollas y, ahora que lo pienso, yo mismo, sin ir más lejos. Y también conozco numerarios que son tipos muy majetes (yo mismo, cuando era numerario era muy majete). Todo esto es, como decía El Doctor, “ raro, raro, raro,raro...”.

Un día un numerario que impartía clases en un instituto de un pueblo rústico y fronterizo organizó con el APA un curso de formación en la sexualidad y el amor. Aceptaron encantados porque la peña del instituto estaba bastante asilvestrada –el éxito del grupo rockero formado por los alumnos era “Abajo Pantalones”-, casi nada. Total que el numerata se puso en contacto con una asociación donde fieles de la prelatura, cooperadores y amigos, impartían todo tipo de cursos de formación, escuela de padres, técnicas de Amor y Socorrismo y lo que fuese al módico precio de un riñón. Y allá que se fue una supernumeraria, médico y psicóloga, orientadora familiar, muy fina ella, delicada como el petalico de una rosa, parecíase toda de algodón y porcelana. Muy bien vestida, algo pijilla y con voz de “¡ay, que me de rompo toda!. Delante tenía unos cien chicos y chicas en plan “¡¡¡allá vienen las tribuuuuuus, las tribus del Señor!!!”.

Comienza la charla “espermatozoides por allí, óvulos por allá, reproducción, amor"... le miraban como indios al hombre blanco intentando vender rifle.

- A ver, ¿queréis hacerme alguna preguntita?- anima la doctora al personal.

En esto que levanta la mano un tipo de unos dieciséis años que por su aspecto, era unicejo total, un auténtico bigote encima de los ojos, se suponia que la pregunta venía con metralla.

- ¡Señorita, señorita!

- ¿Síííí...?

- Dal pol culo, ¿fecunda?.

El trallazo fue mortal. La pobre mujer se quedó yuyu total, la sonrisa desencajada y con cara espasmódica

Esta es la instantánea que tomé. Rejalgar a tope:

Rejalgar

Y es que las sensibilidades son muy, pero que muy distintas.

Jesús perdonaba con mucha facilidad las debilidades. No iba metiendo broncas a la gente que pecaba por exceso. Tampoco las bendecía, pero llama la atención que no las trataba con la dureza que sí tenía con fariseos, y sacerdotes de la Ley. Era como si los pecados de la canne y cosas así fueran como un río que se desborda, pero tarde o temprano vuelve a su cauce: ¡la de veces que me desbordé yo hasta que amplié y acondicioné mis riberas haciéndolas más asumibles para mis tierras y mis gentes!. Sin embargo, el fariseo –y eso es lo que realmente sacaba de quicio a Jesús- era como un río tranquilo, en su cauce, sereno, limpín, pero... ¡ay!, estaba envenenado. Y eso sí que realmente un problema raro, raro, raro, raro.

Yo así lo veo.

Nadie está a salvo de nada. Y en el amor no todo es lo que parece. Tengo para mí que he tenido suerte, no creo que nadie sea tan listo de elegir una persona con la seguridad de que me va a corresponder siempre, de que me va a respetar siempre, de que me va a querer siempre, de que me será fiel siempre. Ni yo a ella. Intuyo que cualquier persona en mi lugar, circunstancias, condiciones –y en las que estaba ella cuando la conocí-, hubiese enamorado a La Piedra. Saber eso es importante, creo: te hace vulnerable, y la vulnerabilidad te lleva de la mano al respeto. Conozco algún supernumerario que tiene más cuernos que la sala de estar de Curro Romero, y no por ser mal marido, quizás fue demasiado buen marido, pero insensible y sordo a las llamadas de socorro de su “santa esposa”. Y conozco supernumerarias que tienen más cuernos que Rudolf, el ciervo de papa Noel, y no por ser mala esposa, quizás sólo era muy buena esposa... Y eso pasa en la opus de Elohim y en Manchuria.

No hay recetas, ni panaceas, ni guiones... Es la vida, como viene, y también, un pelín de suerte: que es la escritura de Dios sin firmar.

(La foto es inventada; la anécdota, no: estaba presente)

Una consecuencia de dejar la Opus

Una consecuencia de dejar la Opus, cuando has estado años allí, es que te quedas sin amigos, coleguis y conocidos que dependían de ese ambiente. No es que no te saluden, o que te ignoren, pero lo cierto es que te has de buscar nuevos amigos. No es fácil. Pasas del todo a la nada y si, como fue mi caso, también empiezas una nueva situación profesional, más aún todavía. Y no sólo dejas esa gente, sino que cortas amarras con esas amistades (paréntesis) -no olvidemos que yo era un golfete- que aquí y allá habías acumulado, como amores en cada puerto. Fuera todo. Como a San Agustín, esas amistades te insinuaban “¿pero nos vas a dejar, pipiolín?”, “¿y por esa feorra que si se mira en el espejo se mata en defensa propia?”, “vas a perdernos a nosotras, las que te comprendíamos, las que sabíamos entenderte como nadie?”.

La Piedra conoce toda mi vida y, a veces, le gusta preguntar por esas amistades del pasado. Es una curiosidad de mujer.

- Y dime, velero mío, yo ya se que tú eras un Don Juan antes de que nos conociéramos. ¿No te acuerdas alguna vez de ellas?. ¿Cuántas fueron?
- Déjalo, barquita de mis remos, que acabaremos maaaaal...
- Venga, portaviones, ¿cúantas?
- Mira, Sexta Flota, es que no quiero irritarte.
- Que no, góndolo veneciano, que es solo curiosidad.
- Bueno, Pearl Harbour, déjame que cuente –y acompañando la cuenta con los dedos le digo: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, TÚ, nueve, diez, once, doce...

Y, claro, se enfada.

Lo mejor es no buscar la amistad y poner al servicio del bien la espontaneidad e inconsciencia que se puso para hacer el bandarra. Comenzar de cero, pero llevándote también el milagro de volver a empezar, de estrenar la vida, el amor.

A pesar de que muchos tenemos en nuestro debe una lista de buenos pecadotes, no hemos estado lejos de la inocencia. Antes de compadecernos, o de abrumarnos, haría falta saber hasta qué punto queríamos liberarnos de la ciénaga que nos ahogaba. Algunos de nosotros bastantes, andábamos en nuestra miseria hundidos en el barrizal, pero nuestra mirada, con frecuencia impotente y torturada, seguía levantada hacia el cielo. Y vale más, quizás, a los ojos de Dios, ese hundimiento parcial, que el hundimiento total en una materia más apreciada a los ojos de los hombres como la virtud social, el sentido de la dignidad, la virtud pagada de sí misma y las conveniencias.

¡Qué sabemos!. A lo mejor uno no era lo suficientemente puro para subir en la santidad sin orgullo y Dios, en su misericordia, permitió el lechote repetido y arrepentido para confirmarme en la humildad y ahora, de vuelta de tantas cosas, comprobada y testada mi propia estupidez, puedo volver a encontrar, descubrir y maravillarme de una nueva vida, más “normalita”.

¿Eran realmente amigos?. Cuesta aceptar que detrás de muchas cosas que pensamos que son rectas, como el amor de amistad, resultan sólo espejos, de nuestra vanidad, de nuestra anónimo instinto de ser reconocidos, queridos, admirados y comprendidos. Que existen muchos intereses compartidos hasta que en un momento dado dejan de compartirse y, entonces, nos sorprendemos, con fingida sinceridad, de haber estado acompañados de seres tan egoístas, desleales, insinceros.. cuando, muy probablemente, lo eran tanto como nosotros.

Alguno pensará que se puede seguir con algunas amistades de “entonces”. Cierto; yo alguna disfruto. Pero no volvería a ese ambiente porque para la opus llevas la señal de Caín. Vayas donde vayas, ese estigma de “es que Satur fue numerario”, te seguirá por centros, obras corporativas y labores personales, “por tierras y vaaaalles, por mares y ríííos...”. y, hombre, puestos a empezar de cero, pues se empieza de cero.

Cambiando de tema, y sé que alguna/os se van a escandalizar, pero era necesario saber exactamente qué es eso de rejalgar, tan repugnante él. No podía quedarse el tema en suspense. Parece mentira que después de tantos testimonios de cienes y cienes de Orejas, de gente de la opus de Jehová, nadie sepa exactamente qué es eso del rejalgar. Así pues compré un poco de rejalgar y se lo puse en un bote de salsa a Gusanita, la niña que vive con nosotros (ya conté en un capítulo anterior que vivo con cuatro muhere). Como sólo tiene dos años pensé que su reacción sería sincera y, además, no me podría echar bronca. Bien, yo no sé que es el rejalgar, pero estos fueron sus efectos. Así, que ya lo sabéis, orejas, lo de “repugnante como el rejalgar”.

rejalgar

El primer día que conocí a la Piedra

El primer día que conocí a la Piedra, una maravillosa tarde de un extraordinario mes de marzo, le pregunté “oyes, ¿tienes un “Prontodejarásdeveme?”. “¿Lo cualo?”, contestó. “Que si tienes un Prontodejarásdeverme”- insistí.

- ¿De qué vas, tronquito?, ¿qué significa eso de si tengo un Prontodejarásdeverme?.
- Que si tienes novio...
- Pues no...¿y tú?.
- Tampoco tengo novio.
- Muy gracioso... ¿y novia?.
- No –afirmé muy serio. Soy numerario del Opus de Dios, y lo que estoy haciendo ahora contigo me está vedado, prohibido. No está bien.
- ¿Es contagioso lo tuyo?.
- No. Soy un hombre de Dios.
- Ya. ¿Y el crucifijo?, ¿y el alzacuellos?.
- No poseo. Soy un hombre de la calle. Lo mío es encomendar. Por ejemplo, ahora mismo te estoy encomendando. Encomiendo a saco.

Descubrí que ella iba a ser la mujer de mi vida. Ella me entendía como nadie, ella me aceptaba tal y como yo era, sin juicios, sin pasados, sin cultura ni ideología... pero,¡ay!, pasa el tiempo –leed bien ex hermanos, leed bien- y añoras las correcciones fraternas que te hacían de vez en cuando. Esos “¿tienes un momento?”, y te apartabas a una habitación y te decían “es que tienes los zapatos sucios”, o “en ocasiones hablas demasiado en la tertulia y deberías favorecer que otros, más tímidos, pudiesen hablar, y les encomiendas mientras lo hacen”, o “el comentario que hiciste el otro día en el comedor era poco sobrenatural”. ¡¡¡Qué delicia!!!.

Porque en el badibodio no existe la corrección fraterna, allí se mueven otras claves. Allí no consulta nada a nadie. Se salta, se te mete el dedo en el ojo sin previo aviso, nada de “¿tienes un momento?”, tengas o no un momento, patapám, colleja que te crío. Don Álvaro decía que las pupilas se dilatan cuando son llevadas por el amor y se ven detalles que sólo los enamorados saben percibir. Cierto, campeón. El problema es cuando las pupilas son microscopios. Entonces ya es la caraba. Jamás, repito, jamás, en veintisiete años en la perlatura me habían hecho correcciones como en estos dos últimos años. Nadie había visto en mí, entre tanto universitario aristócrata del amor conviviendo conmigo a diario, lo que una chica de Mernabo del Ciruelo (Guadalajara) ve en mí segundo a segundo.

Un día estaba cantando mientras me afeitaba el mentón eso de “¡¡¡Quaaaaareeee fremueeeeeruuuuun geeenteeees poooooopulííí.!!!”, y asoma la Piedra su cabeza, un melón que no se sabe si vende pelo o compra cabeza, y me expeta, “¿qué, contentín, eh?.

- Pues, de sí. -le contesto.
- Sí, ya me he fijado que siempre que vas a salir de viaje unos días te levantas cantando.
- ¿Y...?.
- Nada, tú sabrás.

Saber qué, me pregunto. Pero nada, el dardo está echado. La herida sangra. Decidme, ¿son pupilas o microscopios?. El observatorio de Maspalomas.

Otro día estás comiendo en un restaurante de moda “ Bar el Paco” y te dice:

- Oyes, sapo de la noche, ¿podrías dejar de demostrar a todo el local que comes según el método “pasitos de bebé?”. No hace falta que abras y cierres la boca cada vez que masticas, ni que chasquees como si fueras un cocodrilo.
- ¿Chasquear yo, grotesca trovera?. Yo no chasqueo.
- Sí que lo haces, rano. Más aún, tienes al camarero mosca porque piensa que le estás avisando cada dos por tres para que venga a la mesa.
- Falso, sapita. En veintisiete años comiendo con aristrócratras, algunos operados de próstratra, jamás me advirtieron de semejante defecto que desdeciría del cargo y posición que ocupo... ocupaba.
- Pues, habría que veros comiendo, batracio, todos haciendo “¡¡¡chassss,chasssss, chasssss!!!

Ya digo: las pupilas.

O vamos al Quiqui Inglés –así le llama Gusanita a los grandes almacenes- y le dices a la dependienta. “¡Hola, hemos venido del desierto solamente para saludarle y comprar algo!”. Una gracieta que suelo hacer así como para hacerme el simpático. Y la Piedra abre el bolso, saca la agenda para comprobar que, efectivamente, ya dejé el jardín de infancia hace años, y me dice “¡¡¡a mí no me montes estos números, ¿eh?!!! ¿ Se puede saber porqué siempre tienes que ir montando el número?... Y, además, siempre con las más guapas, hombre, que se te nota un montón... Y es que eres patético. Si ya tienes cuarenta y seis años, pavo, y la chica se está riendo de ti, rijoso. ...¡hazme otra y me voy!.

Eso ya no son pupilas, digo yo, eso es mala leche. Mira que fui veces a comprar al Corte Inglés con algún hermano mío y lo bien que lo pasábamos. Y días después te decía que, quizás, te habías pasado haciendo reír a la dependienta cuando al medirte el cuello para probarte una camisa le habías gritado a la oreja ¡¡¡AAAAAJJJJJJJJJJJ, pero qué hace señoritaaaaaaaaaaaa!!!. Y te corregía con un candor, con una dulzura, con un buen sentimiento...

Pero asín es la vida. Tú lo quisiste fraile mostén, tú lo quisiste, tú te lo ten.

Por cierto, sobre el tú te lo ten. Que un curso de retiro de esos abiertos estaba leyendo uno en voz alta en la comida y salió este punto de camino y el de mi lado me dice:

-¿Qué es Telotén?.
- ¿Telotén?... No, no es Telotén. Es te - lo - ten.
- Ya, pues eso, ¿qué es Telotén?. No he oído esa palabra en mi vida, macho.
- A ver. Te de tú, como si fuera de ti, te, contigo, ¿me entiendes?. Lo de cosa, o sea, un complemento directo, ya sabes lo, la, ¿pillas? Y Ten de tener, de que lo tengas, ¿ok?.
- Telotén, Telotén... pues no caigo.

Y el que leía se calla un buen rato y nos dice “a ver, esos dos, o guardáis silencio o a la calle, que aquí se viene a rezar”. Y todo por el Telotén de las narices.

La Piedra tiene la costumbre, que no caí al principio que sería nefasta para mi posición en el mapa del colchón, de abrazarse a mi vientre mientras duerme. Me lanza el brazo como un candado y allí se queda, inerme, pétreo, como la cerradura de un penal. Yo apenás puedo moverme, así que he de estudiar muy bien qué postura adopto la próximas ocho horas. De vez en cuando despierta sobresaltada a altas horas de la noche y se me queda mirando como una boa constrictor, fijamente, como quien desea reconocer quien es ése que está allí, y de repente me dice “ te quiero”. Es un te quiero que a mi me conmueve; parece que lo dice como quien dice “me muero”. Me recordaba a mí cuando en el día de guardia me incorporaba con avidez de la cama buscando a tientas la almohada tirada a cienes de metros del jergón, como un poseído, y al encontrarla, volvía a la cama, me abrazaba a ella, a la almohada, y pensaba “ ayyyyyyyyy, almohadita mía, no te separes nunca de mi, porfa”.

Y es que el amor es tan misterioso como el Telotén.

Siempre me intrigó un punto de Surco

Siempre me intrigó un punto de Surco donde San Josemaría Escriveitor of Balagueitor entrecomilla un demostrativo que me parece, contri menos, sospechoso. Es el punto 134.

“Hemos de fomentar en nuestras almas un verdadero horror al pecado. Señor -repítelo con corazón contrito- , que no te ofenda más! Pero no te asustes al notar el lastre del pobre cuerpo y de las humanas pasiones: sería tonto e ingenuamente pueril que te enterases ahora de que "eso" existe. Tu miseria no es obstáculo, sino acicate para que te unas más a Dios, para que le busques con constancia, porque El nos purifica.”

¿“Eso”?... ¿qué é lo que é “eso”?. No creo que se refiera a lo que la Pantoja de Puerto Rico dice cuando exclama “¡¡¡y essssooooo!!!”, o como hablan en la tierra donde vivo cuando te topas con alguien y no quieres volver a verle“ si eso te llamo...” ¿A qué se refiere ese “eso”?. Trata del “lastre del pobre cuerpo y de las humanas pasiones”, y especifica: sería ingenuamente pueril que te enterases ahora de que “eso” existe. Yo, la verdad, siempre pensé que al escribir “eso” se refería a ESO, y ESO es lo que todos sabemos: ¡¡¡ESO!!!.

San Pablo cuando se refiere a “eso” le llama el aguijón de la canne, y en lugar de “pobre cuelpo” dice “cuelpo de muelte”. Aconseja el Apóstol que e mejor casarse que abrasarse (abrásame, y no me digas nada, pero abrásame...). Los del Opus de la Trinidad aconsejan que palante, que te basta mi gracia, que no tienes Fe, que si quieres, puedes, que no pones los medios, que más caña, que no rezas... y que, venga: alabí, alabá, alabím bom ba, Satuur, Satuuur, y nadie más. Y el Satur de turno, como las pelotas de funbol, bota que te bota. Primero caes al suelo, rebotas y ¡parriiiiiba!, te sostienes en el aire un segundo y......... ¡¡¡pabajoooooo!!!, vuelves a rebotar y parriiiiiiba- subes menos- te sostienes un poquito en el aire y ¡¡¡pabaaaaajo!!!, vuelta a chafarte al suelo y... ¡¡¡parriiiiiiiba!!! –subes menos que antes, pero subes- te sostienes un pelín y ¡¡¡pabajoooooo!!!. Asín vas subiendo, bajando, chocando, subiendo, bajando, chocando, elevándote cada vez menos, con golpes intermitentes cada vez más frecuentes, hasta que haces toc, toc y toc. Y te quedas en el suelo.

No pasa nada. Vuelta empezar. Cambio de ambiente, cambio de ciudad, un sincero arrepentimiento (un modo de elevarse muy alto) y, desde la altura... ¡¡¡pabajoooooooooo!!!. Y otra vez la misma historia.

“Eso” para cada uno es algo muy personal, las sensibilidades son muy diferentes, y hay quien reacciona por cualquier cosa, y hay quien no le mueva ni Rita la Churrera. Hay quien le atormenta, y hay quien le importa una higa. Hay quien se toma “eso” muy en serio, y así les va, y hay quien se lo toma como más de cachondeo, y así les va; por ejemplo Sara, la mujer de Abraham: cuando le dicen los ángeles que tendrá un niño en un año, le entra una risa floja –normal, a esa edad sólo de pensar que andaría jugando a médicos con Abraham era para que se le desabrochara la faja de la risa- y el ángel , claro, mosqueado (ese se lo tomaba en serio), y le mete paquete, para que aprenda.

No sé, lo del ESO es algo muy complicado.

Creo que llamarle “eso” a ESO es empezar mal. Parece que hablamos de algo sucio, feo, triste y cochino. Como si a Dios, mientras moldeaba a Adán, un demoñito le hubiese tocado el hombro y aprovechando el despiste del Creador le hubiese colocado “eso”, un ciruelito de barro. Y Lucifer pensó “ya está armada, ganamos la partida”. Y, bueno, no fue exactamente así. “ESO” fue puesto por Dios, querido por Dios, y es algo maravilloso. Por supuesto que puede desmadrarse, desordenarse y caotizarse- como la Caridad (por ella vino la peste), o la templanza, o tantas cosas que se pueden avinagrar naciendo buenas. “ESO” tiene una biología, y una cultura, y una biografía personal hecha de experiencias personales. Cada una las suyas: según sus sentimientos, sus apegos, sus condiciones afectivas, su rollo y su historia.

“ESO” no es amor, pero en el amor se ordena, se asienta y se serena Pero si uno rompe su propia biografía afectiva, si no es capaz de amores universales en celibato carapato, si no puede amar sin nombres y apellidos, si necesita de miradas, caricias, cara y ojos, que se prepare porque le asaltarán un cortejo de sensaciones, tendencias y deseos tan anónimos como impulsivas: inquietudes, miedos, entusiasmos primarios, tristezas, ansiedades, furia, fuego. Mensajes cifrados que indican cómo nos están yendo las cosas, cual es el resultado del choque de nuestros deseos con la realidad, y si se choca mucho, se rebota contra el suelo, para luego subir en un desesperado intento de huir de ese suelo “sucio”, mal irán las cosas. Nos estamos mintiendo.

Haced caso, hermanos míos, de este torpe muchacho que os quiere. Muchos paréntesis hubo en mi vida, demasiadas aventuras, algunas tan estúpidas como ridículas y vergonzosas, demasiadas escapadas a mundos donde bailar eso de “desde que meeeeee... dejaste, la ventanita del amor se me cerró... tengo el alma encerrada, ya no aguanto esta pena, tanto tiempo sin verte es como una condenaaaaa”. Demasiadas caricias a sexos, pero no a personas, demasiados arrepentimientos sinceros deseando una fidelidad al menos a mí mismo- ya queme era imposible a la opus, ni a Jesús, que intuía ya no le hacían gracia mis historias (San Chema decía “si alguna vez hacéis alguna, al menos que tengan gracia...). Y pedía sinceramente una vida nueva, aunque sin saber ni como, ni con quién, ni cuando... me parecía un milagro de los gordos. Ciento por ciento milagro.

Y apareció La Piedra. Y me dije para mí que a lo mejor era ella. Y me lancé. Pues bien, aquí estoy, tres años después. Nada de escapadas, nada de “ESOS” extraños y complejos. Vida normal, feliz sin dolor, feliz sin dolor, feliz sin dolor todo el día, calmante vitaminado me devuelve la alegría.

Muchas referencias se hacen a la Piedra en las correspondencias así que envío una afoto de ella. Ya sé que no es muy guapa; de hecho cuando nació el ginecólogo le dijo a mi suegra: la voy a tirar al techo, si se queda pegada es que es una murciélaga. No se quedó pegada. La cara es de nacimiento, no tuvo ningún accidente, ni le dí a probar rejalgar.

La piedra

El último texto de nuestro teólogo, guía y padre espiritual Antonio Ruiz Retegui titulado “Dar la vida por los amigos” ha sido, para mí, un auténtico fogonazo de magnesio en las retinas de mis pupilas. Selecciono unos párrafos que me dejaron especialmente, no sé, con el eje roto.

“Una vez me vino una persona a "informarme" de una hermana nuestra. Decía que sentía la necesidad de darme esa información en conciencia. O sea, como si la conciencia la impulsara a hablar. Pues bien, la información que tenía que darme era que esa hermana nuestra era una mentirosa y una vaga. Esto es una barbaridad. No se puede dar ese tipo de comunicaciones a otras personas. Eso es difamar. Y hay que resistirse a la difamación.

Esto ha de ser así aunque seamos directores. Es posible que en alguna ocasión nos llegue un supernumerario y nos diga cosas de otras personas. La inmensa mayoría de las veces en que las personas hablan de otras lo hacen mal. Hay un impulso muy perverso, enraizado en el corazón que es la crítica, la difamación, la comunicación de detalles más o menos negativos de otras personas.

Una vez me vino una supernumeraria para decirme, por indicación de su directora, que su esposo veía a veces películas inconvenientes por la noche. Me parece monstruoso, contrario a la naturaleza de las cosas, y que por tanto ninguna conveniencia superior puede justificar, que una esposa, que comparte la intimidad con su esposo, lo denuncie. Lo que se debe hacer es decirlo a él, y luego callar.”

Lo de “informar” así, a pelo, impelido por la “conciencia”, es algo muy habitual, pero mucho, en las personas de la obra del opus. Yo mismo informaba movido siempre por ese buen espíritu que anima a la delación fraterna. Ruiz no habla de la corrección fraterna; trata del que, socapa de estar haciendo la charla, o haciendo una confidencia en un ámbito de confianza y colegui, te suelta un dardo envenenado sobre actitudes, modos o procederes de un tercero. Una chivateo, un cotilleo de aldeanos, una difamación provocada por la envidia, por los celos, por esas cosas sucias y feas que todos tenemos sembradas dentro. Eso de chivarse pasa dentro de la opus y fuera –fuera digamos que con más mala uva, a degüello y sin ir de buena persona (a veces)-, pero es que dentro se hace en nombre de la preocupación por la santidad toda de mis hermanos todos, porque veo bullir la sangre de Cristo en esa alma, pobrina. Y vas y dices:

- Poyales es muy apostólico, de verdad, y se le ve un tipo entregado, pero es muy superficial, se queda en la epidermis de los asuntos, es frívolo, y eso la gente de su grupo lo nota... se debería preparar mejor las cosas, estudiar más, leer libros que le formen, y no andar leyendo siempre el Marca y citar folletitos de Mundo Cristiano Juvenil en las charlas del curso anual.

O sea, que Poyales es más tonto que mear en un porrón. Allí no puedes decir eso de “hazle una corrección fraterna” porque si es tonto es tonto, y donde no hay mata no hay patata.

Lo de las supernumararias chivatas y pedorras, con indicación de la directora o sin indicación de la directora, eso es epidémico. Allí tuve el flash: me vivieron chuzos de recuerdos, a cada cual más pintoresco, ridículo y, en ocasiones, tristes. Se hace y mucho, y eso no lo para ni Isidoro Zorzano cuando se peló al cero el cabolo, colegui, tronco, pil pil.

Retegui cuenta lo del esposo que ve penículas inconvenientes –vete tú a saber qué entendía la señora esposa y su directora por penícula inconveniente, dudo mucho que fuese “El Castillo de Metesaca”; ¿quizás sería “Pili y mili en el Oeste” o “ Sisí Empelatriz”? (que lleva unos escotes, como si dijéramos, tipo hucha de Caja Laboral). ¡¡¡Cuánta tontería, Dios mío!!!.

A mi me llamó una supernumeraria despechada con su novio, también supernumerario, recién cortada la relación de cinco años, cinco, y me contó de todo: un chulo, un creído, no hacía las normas, trataba mal a sus padres, un guarro, que parece mentira que sea de la Obra de Dios, una vergüenza para la Prelatura y para el género humano... La verdad es que tenía de razón, pero... ella se ha casado con un supernumerario y él, lo mismo. Lo mismo en que se ha casado, pero no con un supernumerario,¿eh?, con una supernumeraria que, supongo, ahora estará torrando a su directora, al cura, y al director del crápula, con historias para no dormir.

Otra supernumeraria, esta era íntima de una numeraria muyyyy santa, de las primeras, que le aconsejaba que se lo dijera al sacerdote de su marido, un sacerdote muyyyyyyy sonao, y este un día le dijo que me lo comentara a mi –entonces director muyyyyyyy atontado del supernumerario. Me llama llorando: “¡¡¡No te cases nunca, Satur, no te cases!!!. ¡¡¡Es todo una mentira, una jaula, una prisión!!!. Poyales me pega, me humilla, me, me, me... ¡¡¡MÉÉÉÉ!!!

- ¿Qué Poyales te pega?.

- Poyales es un tirano. ¡¡¡No sabéis quién es Poyales!!!. No es lo que parece, no, os tiene engañados

La verdad es que Poyales parecía el hermano gemelo de la Madre Teresa de Calcuta y costaba imaginárselo a mangazos con su señora. Pero, en fin, hablé con Poyales.

- Oye, Poyales, ¿qué tal con tu mujer que hace mucho que no me hablas de ella?

- Fantástico, supercalifragilístico espialidoso. Si no fuera por ella... la quiero como el primer día.

- Que suerte, Poyales, da muchas gracias a Dios, que eso es una suerte, campeón.

- Pues de sí.

- Bueno, de examen particular quiérela más, pero como espiritualmente. Encomiéndala mucho.

En fin, con su pan se lo coman. Grave asunto éste- de los más graves. Porque, como dice el de refrán, “si en el sexto no hay perdón y en el séptimo no hay rebaja, el Cielo va a estar lleno de paja”... Pero esto de la difamación, de la calumnia, de la suficiencia al juzgar, del mirar sin indulgencia, del no comprender, no perdonar, no amar... todas esas cosas que Dios sólo perdona si uno sabe perdonarlas de corazón, que dependen más de nosotros que de Dios, “cada vez que lo hicisteis con uno de estos...”, todas esas cosas cuya solución pasa por nuestro corazón, y no por el maestro armero –institucionalizado o no-, huy, huy, huy, como el pájaro: allí sí que nos la jugamos.

Ahora nadie me llama. No me entero de nada; antes de seguida me enteraba de algo: contaban conmigo, con mi criterio, mi saber, mi sentido común, mi experiencia.

La Piedra y yo a veces discutimos, o nos enfadamos, incluso hay días que le partiría la columna vertebral. Son tonterías, pero sé que no irá a no sé qué convivencia y dirá que Satur cuando se enfada dice “¡¡¡mecagüen la madre que parió a Panete!!!”, o “¡¡¡a que me voy a las misiones, ¿eh?, a que me voyyyyyyyyyyyyy!!!”. Y yo descanso sólo de pensar que no tengo que ir a no sé quién a decirle que La Piedra me insulta y me llama “ Pímpím”, así, con acento en las dos íes.

- Anda, calla. Pimpím.

- ¿Cómo me has llamado?, ¿cómo me has llamado?

- PÍMPÍM, que eres un PÍMPÍM.

- ¿Pímpím yo?. Y tú tienes la enfermedad del tordo, a ver si te enteras, listilla, la enfermedad del tordo: cabeza pequeña y culo gordo... ¡¡¡Pimpina!!!.

Y así se nos hacen las tantas hasta el día siguiente,que no te acuerdas de nada. El amor, como decía Paul Jhonson, tiene una mala buena memoria.

La solución está en el Padrenuestro, es mi secreto. Lo rezo y medito a diario y allí le pido:... no me dejes caer en la tentación más líbrame de La Piedra. AMÉN. AMÉN.

Bien, se llegó el momento ya de separarnos

Bien, se llegó el momento ya de separarnos. Poco más puedo aportar a este “Quien me ha visto y quién me ve”... Sería repetirse en argumentos que otros, desde otras perspectivas y otras biografías, pueden completar, contrastar y aportar visiones distintas.

Cada uno tiene su historia y, aunque no siempre podemos elegir los acontecimientos- no somos tan libres como quisiéramos-, tenemos el derecho de buscar nuestro mejor yo (“ese que tú no ves y que yo veo, nadador profundo por tu fondo preciosísimo”, que escribió el poeta).

Escribí para aquellos que, como yo en su día, viven en institucionalismos vocacionales que argumentan la fidelidad con el miedo, la duda y la sospecha sobre nuestro futuro y nuestra capacidad de amar y ser felices. Para aquellos que saben que no son quienes deberían ser por estar viviendo en la mentira de unos compromisos que nunca cumplirán y que resisten por inercia, por comodidad, por vanidad, o por cualquiera de los miles de engaños que puede activar el corazón interesado. Es cierto que el amor siempre es un intercambio, pero puede ser puro o impuro, profundo o superficial... que se centre en el ser o en el tener: que se alimente de un modo orgánico o comercial. Las relaciones en muchos fieles de la perlatura, y de la no perlatura, parecen relaciones comerciales: se intercambian servicios, normas, incluso bienes espirituales como la inteligencia, la ternura, del mismo modo que se intercambian mercancías: el más rico se engríe y se reserva, el más pobre se humilla y se prodiga.

No son alianzas, son complicidades: egoísmo de dos o de varios, reciprocidad en vanidades, en afectos normativizados y reglados, en guiños de clan cerrado y selectivo, en sumisiones a idénticos conformismos vacíos... Todo muy lejos del amor. No digamos con el Amor con mayúsculas.

Escribí para aquel que ya en pocas ocasiones encuentra que es el que deseó ser, que se encuentra como amputado, por él y por otros, de lo mejor de ellos mismos y se comporta de forma extraña para sí y para los demás. Que ni siquiera ama como quisiera. Que ni siquiera puede decir lo que querría decir de verdad y a gritos... y no precisamente por falta de auditorio. Para aquel que, sin embargo, intuye que aún puede volver a empezar con Dios en el bolsillo. Ese Dios que nunca romperá con nosotros, y más cuando sabe lo que sabe, por haber dejado un camino que no era el nuestro.

Si de verdad sabes lo que quieres.
Si de verdad me adivinaste.
Si vas a romper frenos,
En mí todo está dispuesto.
Cuando quieras te amo.
(Gloria Fuertes)

Así es Dios. Que se enteren.

A veces tiendo a ser cursi. Es algo que no puedo evitar. Me puede conmover la chorrez más chorra y encontrarme haciendo pucheritos. Estar viendo en televisión “Hay una carta para ti”, por ejemplo, y encontrarme junto a La Piedra, en silencio, sobrecogido por una de esas historias de reencuentros, o de desamores, haciendo auténticos pucheritos como un imbécil, cogidico de su mano, hipando, haciendo auténticos esfuerzos por no estallar en un auyido de llanto incontrolable. Ella, entonces, me mira y hace una de esas cosas que más me molestan cuando estoy Pucheritos Chispipí, que es preguntarme algo justo en el momento en que el taxista Adolfo Próstratros de 86 años va a abrazar a su hijo, que perdió en la guerra, y no sabía nada sobre él en todo ese tiempo. Y el niño dice que arriba el sobre, y la cosa está que tengo la gallina de piel total y los ojos humedecidos

- ¡¡¡Heeeeyyyy, estás llorando!!!.

- Te quieres callar. Próstratros sufre y goza, va a abrazar a su hijo...

- Sííí, ¡¡¡estás llorando!!!- y me da un golpecito de colegui del insti.

- Que te calles...mira, mira... ¡¡¡UAAAAAAAAAA,UAAAAAAAAAAA!!!

Ella esto no lo entiende. La Piedra es de esas mujeres que tratan a su macho man como si fuera un bebé; hombre, no me acuesta en una cuna al mediodía, ni me escribe mi nombre en un papel y me lo cose en la camisa al salir a la calle –aunque poco le falta-, pero a menudo da por hecho que no domino el arte de pensar por mí mismo, así que se dedica a fortalecer mis débiles sentimientos cursis con máximas que le han enseñado en su pueblo tipo “Si el ganadero te invita a beber, o te está jodiendo, o te quiere joder”.

Esto de la vena cursi viene a cuento de algo que me sucedió al dejar la opus. A los pocos meses confesé con un sacerdote de esos que en la obra llaman “Padre Topete”. Entré en una Inglesia y al verle en el confesionario decidí contarle mis pecadotes y contarle un poco mi vida desde que dejé la Perlatura. Resultó que ese hombre era más cursi que la voz de Karina, y me tocó la fibra esa sensurround y allí los dos llorando a moco tendido. El tío abrazándome, yo moqueándole el alba, los dos emocionados... Y todo es que comenzó a glosarme quien era la Magdalena –no la Ortiz, la otra, la del Evangelio-, y dibuja la escena de la pecadora buscando el cadáver de Jesús que no encontró en el sepulcro vacío, y confunde al Señor con el hortelano, y le pregunta que dónde lo ha puesto, si él lo ha sacado del sepulcro. Y que Jesús le dice solamente “¡María!”. Y ella vuelve la cabeza enloquecida.

Entonces va Topete y me dice que si hay mujer que alguna vez haya llorado de alegría tuvo que ser ella. Y me pregunta:

-¿Cómo te llamas, hijo?.

-Saturnino, Padre.

-¡Saturnino!. Pues, mira Saturnino, quizás creas que ahora todo se ha hundido para ti, y que Dios está muerto, pero está cerca de ti y ahora, ¡¡¡ ahora!!!, te está llamando “¡Saturnino!!!!. Lo notarás, y enloquecerás de alegría.

Y en esto que noto que se me sube el garganchón, y que me da el yuyu, y que me licúo, que me senamora el alma me senamora, ¡¡¡y esssooooo!!!. Y me pongo a llorar como en un especial recopilatorio de “Hay una carta para ti”. Y el cura también se emociona y, venga, a tirar mocarros como dos tontos.

No he vuelto a saber de ese hombre. Tampoco escuché a nadie que me llamará por mi nombre aquel día... ¡Pero qué bien me quedé, que contentín, que tranquilo!... Porque sabía que era verdad.

Y perdón por la cursilada.