La carta que nunca esperé escribir

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Por Sportello, 3/11/2023


Escribo esta carta porque siento la necesidad de que mi testimonio como numerario del Opus Dei quedé constatado por la belleza de las letras. En mis 7 años como miembro numerario del Opus Dei viví lleno de contradicciones. El discurso de los medios de formación era poco claro, lo que me generó una ruptura psíquica profunda. Por mi nobleza, timidez y falta de personalidad, obedecí desde el primer día a la institución creyendo que los directores me cuidarían, hasta que un día algo en mi psique se rompió. Caí en una depresión profunda fruto de un despertar de la conciencia, la mente me advirtió que vivía en una farsa con buenas intenciones…

Los problemas del Opus Dei radican en sus faltas de claridad y sencillez, no se admiten errores, se creen superiores, la caridad se subordina a los criterios incomprensibles de un santo fundador que fue un hombre de otra época, se olvidan del principio elemental de la doctrina católica que predicó San Pablo: "Y si poseyere el don de profecía, y el de sabiduría y el de ciencia... y tuviera tanta fe que trasladara los montes, pero no tuviera caridad, de nada sirve" (1 Corintios, 13, 1)

En la Obra se vive un doble discurso que cada vez aleja a sus miembros de la realidad contemporánea. Lo que me parece grave es que cuando quise exponer mis desacuerdos o busqué algunas explicaciones, los directores evadieron mis preocupaciones, porque la mentalidad es que no se puede desconfiar del espíritu, afirman con insensatez que todo tiene un porqué, pero nunca fundamentan sus razones.

Me encariñé con la Obra por el sentido de comunidad que se respira en sus centros y porque en la adolescencia, a los 14 años, con la rebeldía a tope, encontré en el ideal de la santidad en medio del mundo un motivo para regir mi existencia. Con el tiempo me decepcioné, la vida en los centros por momentos es artificial, poco comprensiva y fría, ese sentido de comunidad se mantiene por gente con gran fuerza de voluntad y con una espiritualidad monástica o mística, no por el calor de fraternidad humana y familia que te venden cuando empiezas a asistir a sus medios de formación. La otra falta de unidad en el discurso está en la idea de que los numerarios llevan una vida ordinaria, yo me imaginaba en medio del mundo sin que mi condición laical cambiara, pero en mi experiencia enfrenté, en su mayoría, a directores desequilibrados y controladores que le temían al mundo. La crítica a todo lo contemporáneo me enfermaba, la radicalización en los juicios a las formas de vida actual me hacía sentirme incomprendido. Me comparaba con mis amigos y vivía una realidad alterna.

La homogenización entre los numerarios se va dando naturalmente hasta la pérdida de una identidad. La formación doctrinal y teológica que se nos ofrece a los miembros es de alto nivel, pero con falta de honestidad y llena de temor transmitido por el fundador, ciertos autores espirituales son anulados o ignorados.

El mundo ha cambiado, pero el Opus Dei se resiste. Su masividad se pierde porque los miembros de antaño con energía y convencimiento envejecen y los jóvenes se van de la institución al ver la realidad alterna que se crea en la vida dentro de los centros. El Opus Dei se aleja de su misión por querer conservar tradiciones y criterios que en nuestro contexto sociocultural son ridículos. Salvaguardan un espíritu que no comprenden y les da miedo aceptar la pluralidad y diversidad de pensamiento dentro de la institución. Les falta honestidad intelectual y teológica. Le temen a salir a las periferias, el Papa los tiene que empujar modificando sus estatutos.

Los miembros con un alto sentido de libertad interior que toman la vía libre para vivir su vocación, son los que mejor entienden realmente la diferencia entre lo esencial y lo mutable de una institución que partió de ideas brillantes pero que se cimentó en la certeza de su fundador y no en la realidad. Deberían escuchar con humildad la voz de los disidentes, de aquellos que realmente creíamos en la Obra, pero notábamos sus inconsistencias.

Lo que me ocasiona un dolor profundo es el daño indirecto que se le ha hecho a ciertas almas, cuerpos y mentes por el discurso esquizofrénico que se resguarda en la Obra. Las enfermedades psíquicas y físicas abundan, los problemas afectivos son notorios en los miembros. La falta de socialización, por la lejanía con la realidad, enfría a los corazones de los miembros de buena voluntad. Con el tiempo vas dejando de comprender la verdadera condición humana de quienes viven entre las calles. El enfermizo afán proselitista irrumpe en la intimidad de quienes participan en sus actividades, se habla y se juzga a los que asisten a las labores apostólicas, se mencionan sus defectos en reuniones privadas.

Si el Opus Dei quiere impactar y transformar la realidad para servir a la Iglesia como quiere ser servida, lo primero que debe hacer es apresurar los cambios en el régimen partiendo de la confianza y no de la desconfianza a sus miembros. Los invito a abrir la mente, escuchar a quienes queremos su bien, pero criticamos al sistema. Es hora de que practiquen con sinceridad la humildad colectiva que predican porque en la humildad está la verdad. Acepten sus errores, pidan perdón y cambien. El objetivo de todo cristiano es poner la caridad y a la persona de Jesucristo como fin último y primer principio de la existencia.




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