Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado III 10

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APARTADO III Charla nº 10

La Obra en la Iglesia

La Iglesia, "nacida del amor del Padre Eterno, fundada en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el Espíritu Santo" (Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, n. 40), es el único camino, la única Arca de salvación (cfr. Ibid.; Decr. Ad gentes, n. 7), "porque sólo Cristo es el mediador y camino de salvación, que, en su Cuerpo, que es la Iglesia, se nos hace presente" (Ibid.; cfr. Const. Lumen gentium, n. 14). En efecto, "el Cuerpo Místico de Cristo y la Iglesia católica romana son una misma cosa" (Pío XII, enc. Humani generis, Dz 2319). La Iglesia es el Cristo total, Cabeza y miembros; la Vid cuyos sarmientos unidos han dado siempre frutos sabrosos, repletos de santidad.

"Somos muchos un solo cuerpo" (1 Cor 10,17), animados por el mismo Espíritu. Y "así como en el cuerpo natural, la operación de un miembro redunda en el bien de todo el cuerpo, así también en el cuerpo espiritual, es decir, en la Iglesia. Como todos los fieles son un solo cuerpo, el bien de unos se comunica a los otros. Dice el Apóstol: singuli autem alter alterius membra (Rom 12, 5). De ahí que entre las cosas que transmitieron los apóstoles para ser creídas está que en la Iglesia hay una comunicación de bienes: y por ello se habla de la Comunión de los Santos" (Santo Tomás, In Symbolum Apostolorum, c. XIII). De modo que "ningún miembro no puede hacer nada bueno ni justo que, en razón de la comunión de los santos, no contribuya también a la salvación de todos" (cfr. Pío XII, Enc. Mystici Corporis, AAS 1943f p.236). Es una doctrina, que nos conforta y nos llena de sentido de responsabilidad (cfr. Camino, nn. 544-550).

3. Una igualdad radical liga a todos los que, habiendo recibido el bautismo, forman parte del Cuerpo Místico de Cristo: "todas las personas que pertenecen a la Iglesia tienen un fundamental estatuto jurídico común, porque todas tienen una misma fundamental condición teológica, una primaria categoría común. Todos los fieles, desde el Papa al último bautizado, participan de la misma vocación, de la misma fe, del mismo Espíritu, de la misma gracia. Todos necesitan los apropiados auxilios sacramentales y espirituales; todos deben vivir una vida cristiana plena, bajo las mismas enseñanzas del Evangelio; todos han de tener una fundamental vida personal de piedad -de hijos de Dios, de hermanos- y discípulos de Cristo- que precede en obligatoriedad a cualquier específica distinción por razón de la diversidad de funciones eclesiales. Todos participan activamente y corresponsablemente -dentro de la necesaria pluralidad de ministerios- en la única misión de Cristo y de la Iglesia" (Fieles y laicos en la Iglesia, cap. I, n. 2).

4. Junto a esa igualdad radical de todos los miembros del Pueblo de Dios, ha querido el Señor que en su Iglesia exista al mismo tiempo una desigualdad funcional, pues cada miembro está

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llamado a realizar su misión de una manera peculiar, característica, según el don que ha recibido de Dios. En virtud del sacramento del Orden, la Iglesia posee una constitución jerárquica que todos los miembros deben amar, respetar y obedecer, que la llena de eficacia sobrenatural y que en nada se opone a la legítima libertad de las almas. "Por institución divina, la Iglesia está formada por el Papa, con los obispos, los presbíteros, los diáconos y los laicos. Esto lo ha querido Jesús. Además, a la vuelta de estos veinte siglos, han aparecido, por voluntad de los hombres, cardenales, patriarcas, arzobispos, monseñores... ¿Qué democracia quieren que haya en la Iglesia, si es una institución jerárquica? Tiene que haber libertad, porque es un don divino, que Jesucristo ha ganado para nosotros. Pero es imposible que pueda haber democracia, en el sentido que tiene esa palabra en la política; entre otras cosas, porque las verdades de la fe y de la moral no se determinan por mayoría de votos" (De nuestro Padre).

5. "Jerarquía. -Cada pieza en su lugar. -¿Qué quedaría de un cuadro de Velázquez si cada color se fuera por su sitio, cada hilo de la tela se soltase, cada trozo de madera del bastidor se separase de los otros?" (Camino, n. 624). No se pueden olvidar las palabras del Señor al Colegio Apostólico: "El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que os rechaza, a mí me rechaza; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado" (Lc 10,16).

6. A los laicos compete específicamente ordenar según Dios los asuntos temporales; a la Jerarquía, enseñar la Palabra de Dios con la misma autoridad de Cristo, santificar mediante la administración de los sacramentos y regir la iglesia mediante las normas jurídicas y los demás actos de gobierno. "La ley, hijos míos, en la vida de la Iglesia, es algo muy santo. No es una forma vacía, ni un arma para tener en un puño a las conciencias, sino una razonable y sobrenatural ordenación, según justicia. No es un simple instrumento para mandar, sino una luz al servicio de la Iglesia entera, para iluminar a todos la senda del cumplimiento del gran mandamiento del Amor" (De nuestro Padre). Por esta razón, hemos de ser "fieles a las decisiones de la Jerarquía eclesiástica hasta en los menores detalles, obrando no ya como súbditos de una autoridad, sino con piedad de hijos, con el cariño de quienes se sienten y son miembros del Cuerpo de Cristo" (De nuestro Padre).

7. La Obra no es, de ninguna manera, un grupo que se enquista en el seno de la Iglesia. La Obra ha nacido en la Iglesia, de la Iglesia, para la Iglesia. La Obra es una manifestación de la vitalidad y de la riqueza del Cuerpo Místico de Cristo, "expresión pujante -en palabras de Pablo VI- de la perenne juventud de la Iglesia" (Pablo VI, Quirógrafo, 1-X-1964).

"La única ambición, el único deseo del Opus Dei y de cada uno de sus hijos es servir a la Iglesia, como Ella quiere ser servida, dentro de la específica vocación que el Señor nos ha dado" (De nuestro Padre).

8. Unidad y variedad -de iglesias locales, de espiritualidades, de asociaciones apostólicas y familias religiosas, de

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actitudes culturales y humanas, etc.- son características, admirablemente armonizadas, de la Iglesia católica, universal. Respetar es poco; amamos tanto la unidad, como la variedad en la Iglesia.

9. Ese amor a la unidad de la Iglesia -que no es uniformidad- nos lleva a vivir fielmente nuestra vocación. "Nosotros, pensando en la Obra, estamos ayudando a toda la Iglesia. Si hacemos el Opus Dei como Dios quiere, si somos fieles a nuestra vocación específica, servimos maravillosamente a la Iglesia, y arrancáremos del Señor vocaciones también para los seminarios, y para los religiosos y religiosas" (Del Padre).

10. Al transformar al Opus Dei en Prelatura personal, la Santa Sede lo ha incluido dentro de la estructura jerárquica de la Iglesia. Como una consecuencia de nuestro espíritu, la "unión que vivimos con el Romano Pontífice, hace que nos sintamos unidísimos en cada diócesis al Ordinario del lugar. Suelo decir, y es cierto, que tiramos del carro en la misma dirección que el Obispo" (De nuestro Padre). Trabajamos unidos a ese carro como los católicos más fieles -los laicos de la Obra siguen siendo fieles corrientes de la diócesis a la que pertenecen-, y no de cualquier manera, sino con espíritu activo y con unas formas apostólicas específicas, propias de la naturaleza de la Obra.

En las relaciones jurídicas con la Jerarquía territorial de la Iglesia, la Obra no quiere, ni nunca ha solicitado, un estatuto de separación respecto a los obispos diocesanos.

La autoridad jerárquica de la Iglesia, para la Obra es su propio Prelado, que, a su vez, depende del Romano Pontífice. Y respecto a la Curia Romana, la Prelatura del Opus Dei depende de la Sagrada Congregación para los Obispos.

11. Las relaciones con los sacerdotes y, en general, con las obras de apostolado, están llenas del cariño propio de quien tiene el corazón universal: "Jamás apagaremos una luz que se encienda en nombre de Cristo; si no tiene aceite, se apagará sola" (De nuestro Padre). "Hijos míos, a nosotros no nos molesta nadie. Nos da mucha alegría que todos trabajen. Que es un mar inmenso el mundo de las almas. Que vosotros améis la labor de los demás. No nos estorba nadie. Nosotros, en la parcela nuestra. Nunca a un hijo mío le debe preocupar, como no sea para bendecirla, la labor apostólica de los demás. Y nosotros, con nuestro espíritu, ¡a pescar, hijos míos, a pescar!" (De nuestro Padre).