Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado I 13

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APARTADO I Charla nº 13

Confesión sacramental

El sacramento de la penitencia es un medio preciosísimo de santificación, instituido por Jesucristo, para aplicarnos los frutos de su Redención, borrar nuestros pecados y devolver o aumentar la gracia santificante. Revivimos la parábola del hijo pródigo: el abrazo con nuestro Padre Dios, que dice: "traed la túnica más nueva y vestídsela" (Lc 15,22). "En el Sacramento de la Penitencia es donde tú y yo nos revestimos de Jesucristo y de sus merecimientos" (Camino, n. 310).

Además, para nosotros, es simultáneamente medio de dirección espiritual, para identificarnos con el espíritu de la Obra, según el cual hemos de santificarnos. Por eso es conveniente que nos confesemos siempre con sacerdotes de la Obra.

Podemos confesarnos con cualquier sacerdote que tenga las debidas licencias. Pero,"gente que no conoce el Opus Dei –nos dice nuestro Fundador- no está dispuesta a ser el pastor de mis ovejas, aunque sean buenos pastores de otras ovejas y aunque sean santos" (De nuestro Padre, Cuadernos 3, p. 131). "Los que no tienen misión dada por los Directores, no son buenos pastores, aunque hagan milagros" ibid., p. 132).

"Vosotros iréis a sacerdotes hermanos vuestros, como voy yo. Y les abriréis el corazón de par en par -¡podrido, si estuviese podrido!-, con sinceridad, con ganas de curaros; si no, esa podredumbre no se curaría nunca. Si fuésemos a una persona que sólo puede curarnos superficialmente la herida. es porque seríamos cobardes, porque no seríamos buenas ovejas, porque iríamos a ocultar la verdad, en daño nuestro. Y haciéndonos este mal, buscando un médico de ocasión, que no puede dedicarnos más que unos segundos, que no puede meter el bisturí, y cauterizar la herida, también estaríamos haciendo un daño a la Obra. Si tú hicieras esto, tendrías mal espíritu, serías un desgraciado. Por este acto no pecarías, pero ¡ay de ti! habrías comenzado a errar, a equivocarte. Habrías comenzado a oír la voz del mal pastor, al no querer curarte, al no querer poner los medios. Y estarías haciendo un daño a los demás" (De nuestro Padre, cn VI-1962, p. 12). "Conviene que os confeséis con los sacerdotes que están designados. Y está dispuesto que, al menos, hay que ir a ellos a recibirla bendición" ibid., p. 11).

Acudir a la Confesión, después de un examen hondo, hasta las raíces, con la fe y la humildad de los leprosos del Evangelio (cfr. Mt. 8,2 y Lc 17,13); con el dolor de aquella mujer que amó tanto y le fueron perdonados sus muchos pecados (cfr. Lc 7,38). De ese modo habrá una gran fiesta en el Cielo y en nuestro corazón (cfr. Lc 15,22-24).

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"Aprovechad bien la confesión; y para aprovecharla, ni perder tiempo, ni hacerlo perder. Lo largo puede ser la preparación, para algunas personas; para otras, basta una rápida visión y un acto de contrición, sincero. Quienes lo necesiten, pueden hacer un examen más largo, pero después la confesión con brevedad: concisa, concreta, clara, completa. Sin andar dando vueltas, enredando Además eso se prestaría a amistades, que no van con nuestro espíritu: lo mismo nos debe dar un sacerdote que otro, siendo un sacerdote de Casa" (De nuestro Padre, cn VI-1962, pp. 21-22).

Conviene conocer bien el rito del sacramentos por ejemplo, el penitente debe hacer la señal de la Cruz al comenzar la confesión; ha de manifestar su contrición con algunas palabras de la Sagrada Escritura; y, después de la fórmula de la absolución, debe responder Amen.

Conviene acusarse también de pecados de la vida pasada ciertamente cometidos contra alguna virtud o mandamiento, para asegurar la materia suficiente de la Confesión y aumentar nuestro dolor: basta la acusación de pecados contra una virtud, un mandamiento, etc.

Importancia de la puntualidad: no retrasar el copioso caudal de gracias que Dios quiere otorgarnos por medio de tan gran sacramento. La santidad es urgente.

Costumbres marianas

"Nuestro Opus Dei nació y se ha desarrollado bajo el manto de Nuestra Señora. Por eso son tantas las costumbres marianas, que empapan la vida diaria de los hijos de Dios en esta Obra de Dios" (De nuestro Padre, n. 275).

Tener una imagen de la Santísima Virgen en la habitación. Saludarla, al menos con la mirada, al entrar y salir. Es una costumbre que nos enamora. Nuestro Padre la vivió hasta el último instante de su vida en la tierra. Mirar a nuestra Madre es hallar la pureza inmaculada, la belleza, el gozo y la paz, la sonrisa que alienta todos nuestros pasos.

Concluimos todos los actos de piedad que hacemos en familia con la jaculatoria Sancta María, Spes nostra, Sedes Sapientiae (Ancilla Domini). ora pro nobis (cfr. De nuestro Padre, n. 283; en IX-1963, p. 11).

Diariamente rezamos la oración Memorare por aquél de Casa que más lo necesite. Si al llegar al examen de la noche advertimos que aquel día no la hemos rezado siquiera una vez, ya no se reza: nos queda el dolor de no habernos ocupado de nuestros hermanos, y hacemos el propósito de vivir generosamente al día siguiente esa Costumbre. Si alguna vez nosotros fuésemos los más necesitados, seríamos beneficiarios de miles y miles de Acordaos.

El escapulario del Carmen (ver Camino, n. 500). Ha de ser impuesto por algún sacerdote con las debidas facultades. Pueden hacerlo los sacerdotes de la Obra.

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Romería de mayo a un santuario de la Virgen, con sentido de penitencia y fin apostólico (cfr. Es Cristo que pasa, n. 139; De nuestro Padre, n. 279).

Novena a la Inmaculada. Cada uno la hace personalmente escogiendo el modo y la forma que prefiera, y poniendo más intensidad en la oración, en el trabajo profesional y en las mortificaciones pequeñas. La experiencia prueba que son días de gran eficacia proselitista.