Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado IV 30

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30. EL PECADO PERSONAL


El pecado personal: ofensa a Dios, desobediencia a la ley divina

a) El pecado personal "es una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna"477.

b) El pecado es esencialmente aversio a Deo et conversio ad creaturas: en él se manifiesta el amor desordenado a nosotros mismos. San Agustín lo describe como "el amor de sí que llega hasta el desprecio de Dios"478. "Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (cfr. Philip 2,6-9)" (Catecismo, 1850).

  • El pecado es un acto humano malo; se dice acto humano porque para que algo sea pecado ha de ser voluntario y libre. Se dice malo porque ha de ser algo contrario a la Ley de Dios, ya sea a la ley moral natural —impresa en el corazón de todo hombre— o contrario a la ley divino-positiva. El pecado es el único mal en sentido pleno. Los demás males (p. ej. una enfermedad) en sí mismos no apartan de Dios, aunque ciertamente son privación de algún bien.
  • Hay una distinción entre el pecado actual, que es el mismo acto de pecar, y el habitual, que es la mancha dejada en el alma por el pecado actual.

e) El pecado personal se distingue del pecado original con el que todos nacemos y que hemos contraído por la desobediencia de Adán. El pecado original inhiere personalmente en cada uno, aunque no haya sido cometido personalmente. Es como una enfermedad heredada, que se cura por el Bautismo (al menos, por su deseo implícito), pero permaneciendo una debilidad que facilita caer en nuevos pecados personales479.

477 SAN AGUSTÍN, Contra Faustum manichoeum, 22,27: PL 42,418. Cfr. Catecismo, 1849.

478 SAN AGUSTÍN, De civitateDei, 14,28.

479 Cfr. tema 7, n. 2.


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División de los pecados por su objeto

a) Los pecados pueden dividirse en pecados contra Dios, contra el prójimo y contra uno mismo; pero como el orden divino engloba siempre los otros dos, todos los pecados son siempre contra Dios480.

b) La división más importante es la de pecado mortal y venial (cfr. I loann 5,16 17), según que el hombre pierda totalmente la gracia de Dios, o no481. El pecado mortal y el pecado venial se comparan entre sí como la muerte y la enfermedad.

Condiciones requeridas para que haya pecado mortal

a) "Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento"482.

Materia grave: significa que el objeto moral de la acción que se realiza es gravemente contrario a la Ley de Dios;

Pleno conocimiento (o Advertencia plena del entendimiento): significa que se conoce que la acción que se realiza es pecaminosa, es decir, contraria a la Ley de Dios;

Deliberado (o perfecto) consentimiento de la voluntad: significa que se quiere abiertamente esa acción que se sabe contraria a la Ley de Dios.

b) Si falta alguna de estas tres condiciones el pecado puede ser venial (p. ej. cuando la materia no es grave, aunque haya plena advertencia y perfecto consentimiento; o bien, cuando la materia es grave pero no hay plena advertencia o consentimiento perfecto). Naturalmente, si no hubiera, en absoluto, advertencia o consentimiento, no habría pecado, ni mortal ni venial.

c) Para que haya pecado mortal no es necesario querer ofender directamente a Dios: basta que se quiera realizar algo gravemente contrario a lo que quiere Dios483.)

d) "Siguiendo la Tradición de la Iglesia, llamamos pecado mortal al acto, mediante el cual un hombre, con libertad y conocimiento, rechaza a Dios, su ley, la alianza de amor que Dios le propone, prefiriendo volverse a sí mismo, a alguna realidad creada y finita, a algo contrario a la voluntad divina (conversio ad creaturam). Esto puede ocurrir de modo directo y formal, como en los pecados de idolatría, apostasía y ateísmo; o de modo equivalente, como en todos los actos de desobediencia a los mandamientos de Dios en materia grave"484.

480 También pueden dividirse en pecados de pensamiento, palabra, obra u omisión. La voluntad de pecar de ordinario se manifiesta más claramente en los pecados de obra.

481 Cfr. JUAN PABLO II, Ex. ap. Reconciliatio et paertitentia, (2-XII-1984), 17.

482 JUAN PABLO II, Ex. ap. Reconciliatio et paenitentia, (2-XII-84), 17. Cfr. Catecismo, 1857-1860.

483 Se comete un pecado mortal cuando el hombre "sabiéndolo y queriéndolo, elige, por el motivo que sea, algo gravemente desordenado. En efecto, en esta elección está ya incluido un desprecio del precepto divino, un rechazo del amor de Dios hacia la humanidad y hacia toda la creación: el hombre se aleja de Dios y pierde la caridad" (JUAN PABLO II, Ex. ap. Reconciliatio et paenitentia, (2-XII-84), 17).

484 JUAN PABLO II, Ex. ap. Reconciliatio et paenitentia, (2-XII-84), 17.


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e) La gravedad de los pecados puede ser mayor según los objetos495, las circunstancias486 y la voluntariedad del acto487.

Efectos del pecado mortal

a) El pecado mortal "entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno" (Catecismo, 1861)488;

— Cuando se ha cometido un pecado mortal, y mientras se permanezca fuera del "estado de gracia" —sin recuperarla en la Confesión— no es lícito recibir la Comunión (sería un sacrilegio): no se puede querer a la vez estar unido y alejado de Cristo.

b) Al perder la unión vital con Cristo por el pecado mortal, se pierde también la unión con su Cuerpo místico, que es la Iglesia. No se deja de pertenecer a la Iglesia, pero se está como miembro enfermo, sin salud, que produce un mal a todo el cuerpo. También se ocasiona un daño a la sociedad humana, porque se deja de ser luz y fermento, aunque esto pase inadvertido.

c) Por el pecado mortal se pierden los méritos adquiridos489 y se queda incapacitado para adquirir otros nuevos; el hombre queda sujeto a la esclavitud del demonio; disminuye el deseo natural de hacer el bien y se provoca un desorden en las potencias y afectos.

Efectos del pecado venial

a) "El pecado venial debilita la caridad; entraña un afecto desordenado a bienes creados; impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral; merece penas temporales. El pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal. No obstante, el pecado venial no nos hace contrarios a la voluntad y la amistad divinas; no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la gracia de Dios. «No priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna»490" (Catecismo, 1863).)

485 Es decir, según el objeto moral del acto, que es el bien concreto, fin próximo del acto humano hacia el cual tiende deliberadamente la voluntad y que especifica moralmente el acto del querer, según que la razón lo reconozca y lo juzgue conforme al bien verdadero (vid. tema 27, n.2).

486 Que pueden agravar o atenuar la bondad o malicia de un acto, pero nunca pueden "hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala" (Catecismo, 1754).

487 La voluntariedad está estrechamente ligada a la responsabilidad del acto (vid. tema 27, n.6).

488 Aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas no nos compete y debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios (cfr. Catecismo, 1861).

489 Estos méritos pueden recuperarse con el sacramento de la Penitencia.

490 JUAN PABLO II, Ex. ap. Reconciliatio etpaenitentia, (2-XII-84), 17.


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  • Dios nos perdona los pecados veniales en la Confesión y también, fuera de este Sacramento, cuando realizamos un acto de contrición y hacemos penitencia, doliéndonos por no haber correspondido al infinito amor que nos tiene.
  • El pecado venial deliberado, aunque no aparte totalmente de Dios, es una tristísima falta que enfría la amistad con Él. Hay que tener "horror al pecado venial deliberado". Para una persona que quiere amar de veras a Dios no tiene sentido consentir en pequeñas traiciones porque no son pecado mortal. Eso lleva a la tibieza.

Pecados contra el Espíritu Santo

La misericordia de Dios no tiene límites, pero es necesario el arrepentimiento. Dice el Señor: "Os lo aseguro: todo se les perdonará a los hijos de los hombres, los pecados y hasta la blasfemia; pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo, jamás tendrá perdón" (Me 3,28-29). La Iglesia ha entendido siempre estas palabras en el sentido de que quien deliberadamente rechaza la misericordia de Dios y se obstina en no arrepentir-se de sus pecados, rechaza el perdón de los mismos y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo; un tal endurecimiento puede llevar a la condenación eterna (cfr. Catecismo, 1864). Esa obstinación es un pecado contra el Espíritu Santo.

La proliferación del pecado

  • "El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raíz" (Catecismo, 1865).
  • A los pecados personales que especialmente inducen a otros pecados, los llamamos capitales, pues son cabeza de los demás: son la soberbia —principio de todo pecado (cfr. Sir 10,12-13)—, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza (cfr. Catecismo, 1866).

c) La pérdida del sentido del pecado es fruto del voluntario oscurecimiento de la conciencia que lleva al hombre —por su soberbia— a negar que los pecados personales sean tales pecados e incluso a negar que exista el pecado491.

d) "El pecado es un acto personal. Pero nosotros tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos: participando directa y voluntariamente; ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos; no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo; y protegiendo a los que hacen el mal" (Catecismo, 1868)492.

491 Cfr. JUAN PABLO II, Ex. ap. Reconciliatio et paenitentia, (2-XII-84), 18.

492 Los pecados personales dan lugar también a situaciones sociales e instituciones contrarías a la bondad divina que se conocen como estructuras de pecado. Estas estructuras son expresión y efecto de los pecados personales


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Las tentaciones

  • "La raíz de todos los pecados está en el corazón del hombre" (Catecismo, 1873). Las tentaciones inducen a pecar, pero nunca pueden ser tan fuertes que obliguen a pecar. Dios concede siempre su gracia para vencer cualquier tentación: "No os ha sobrevenido ninguna tentación que supere lo humano, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, junto con la tentación os dará también la fuerza para poder soportarla" (I Cor 10,13).
  • Las causas de las tentaciones pueden reducirse a tres:
  • el "mundo": no como creación de Dios, porque en este sentido es bueno, sino en cuanto que por el desorden del pecado solicita a la conversio ad creaturas con el ambiente materialista y pagano493;
  • el demonio: que instiga al pecado, pero no tiene poder para hacernos pecar. Las tentaciones del diablo se rechazan con oración494;
  • la "carne" o concupiscencia: que hace que estemos inclinados al pecado, pero nunca es capaz de dominarnos, si no queremos495.

c) Generalmente las tentaciones se dirigen primero a provocar los pecados internos (que son los que se consuman en el interior de la persona, sin que se requiera ningún acto extemo) y después a los pecados externos, que añaden la realización de un acto exterior.

— Se distinguen tres tipos de pecados internos: la delectatio morosa, el gaudium peccaminosum y el desiderium pravum (complacencia morosa, gozo pecaminoso y mal deseo)496.

d) La tentación actúa como en tres momentos:

sugestión, que es una mera representación involuntaria del mal, y que no encierra pecado alguno; puede incluso transformarse en ocasión para progresar en humildad;

(cfr. Catecismo, 1869; JUAN PABLO II, Ex. ap. Reconciliatío et paenitentia, (2-XII-1984), 16). Vid. también: tema 29, n. 3, e).

493 Para combatir estas tentaciones es preciso saber ir contracorriente, siempre que sea necesario, con fortaleza, en lugar de dejarse arrastrar por costumbres mundanas (cfr. Camino, 376).

494 Por ejemplo, la oración al Arcángel San Miguel, vencedor de Satanás (cfr. Apoc 12,7 y 20,2), que se recomienda rezar por devoción al final de la Santa Misa: "Sánete Míchael Archángele, defénde nos in proelio: contra nequítiam et insidias diáboli esto praesídium: ímperet illi Deus, súpplices deprecámur; tuque, Princeps milítiaecaeléstis, sátanam aliósque spíritus malignos, qui ad perditiónem animárum pervagántur in mundo, divina virtútein inférnum detrúde. Amen.

La Iglesia siempre ha recomendado también algunos sacramentales, como el agua bendita, para combatir las tentaciones del demonio. "De ninguna cosa huyen más los demonios, para no tornar, que del agua bendita", decía Santa Teresa de Avila (citado en Camino, 572).

495 Estas tentaciones se vencen con la mortificación y la penitencia, y con la decisión de no dialogar y de ser sinceros en la dirección espiritual, sin encubrir la tentación con "razonadas sinrazones" (cfr. Camino, 134 y 727).

496 Sobre los pecados internos vid. también tema 38, n.2.


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  • la complacencia no deliberada, en que tampoco hay todavía pecado, al menos grave, porque no se admite voluntariamente la tentación, pero tampoco se rechaza con prontitud y determinación;
  • el consentimiento, que ya constituye verdadero pecado.

e) Para combatir las tentaciones es necesario ser muy sinceros con Dios, con uno mismo, y en la dirección espiritual. De lo contrario se corre el riesgo de provocar la de formación de la conciencia. La sinceridad es un gran medio para evitar los pecados, y alcanzar la verdadera humildad: Dios Padre sale al encuentro de quien se confiesa peca dor, revelando aquello que la soberbia quería ocultar como pecado.

— Además, hay que huir de las ocasiones de pecado491. Cuando se trata de ocasiones próximas que son necesarias (que no se pueden quitar), hay obligación de poner los medios para que la ocasión próxima pase a remota. Una parte de esa obligación consiste en hablar antes.

Bibliografía básica:

Catecismo de la Iglesia Católica, 1846-1876.

JUAN PABLO II, Ex. ap. Reconciliatio et paenitentia, (2-XII-84), 14-18.

Lecturas recomendadas:

Homilía "La lucha interior", en Es Cristo que pasa, nn. 73-82. Cuadernos 1, (Sobre nuestra fe): "El pecado personal", pp. 109-123.

497 Cfr. Camino, 132.