Once años después

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Por Maripaz, 16 de octubre de 2009


Hola a todos, han pasado once años desde que empecé una nueva vida, después de treinta y cinco años numeraria auxiliar y con el corazón recompuesto y la cabeza clara, voy a ír tratando de recordar como póco a póco, me fui recomponiendo.

No sé si recordais que cuando queria dejar la obra, en mi confusión y mis dudas, iba y venia de Sevilla a mi pueblo y viceversa], no me encontraba bién, ni dentro, ni fuera.

Por fín, una de las veces, me quedé con mis pádres. Aún recuerdo lo raro que se hacía no tener que vivír un horario a rajatabla. Con lo importante que habia sido en mi vida estár pendiente del reloj para llegar con puntualidad a las nórmas y demás encargos a lo largo del dia...

Los primeros días, me encontraba perdida, desorientada, rára... Como lo que más sabía hacer éra planchar, le planchaba a mi madre la ropa de la semana, pero acostumbrada a las enormes cantidades de prendas que había en los Colegios Mayores donde había trabajado, aquello, me parecia una minucía y tampoco tenia que planchar todos los dias.

Mi mádre entonces, era relativamente joven. Siempre habia sido una mujer muy trabajadora, limpia, ordenada y muy buena cocinera, por lo que ella se encargaba de las tareas y apenas me dejaba hacer algo. Quería como protegerme y que estuviera tranquila, descansada.

La verdad, me aburria bastante. El pueblo se me antojaba sin ningún aliciente, me parecia pequeño, sin muchas tiendas de ropa que era lo que a mí me encantaba, sin cine, sin teatro...

Por la tarde, acudía a la Santa Misa en la parroquia cercana a mí casa, comulgaba fervorosamente y me llenaba de paz. Todavia, mi alma en su interior, tenía un sentido de culpabilidad tremendo que me hacía sufrir enormemente. Era como si a los ojos de Díos, fuera una traidora, indigna de acercarme a Él. Eran tantas las veces que me habían dicho que mi condenación estaba asegurada, que me sentía como un objeto sin valor alguno.

Por aquella época, había un grupo de supernumerarios mayores que acudian todas las tardes, como yo a la iglesia para cumplir esa norma, y me sentía unida a ellos, aunque apenas me conocían . Éra como el vincúlo que me unía a la obra y donde realmente me encontraba, sin ser un "bicho ráro" Los años pasados en la obra, habian creado unos lazos muy fuertes y tenia una dependencia emocional muy grande. Me parecía que no podria vivír sin ella... De alguna manera, miraba a aquellas supernumerarias y me sentía úna más.

Por la tarde, después de comer, me íba a dar un paseo por la orilla del río con mi mádre. Cási pareciamos dos extrañas. Apenas había vivído con ella, me había ído con quince años y la habia visto en contadas ocasiones. La queria con locúra, pero no teniamos casi nada que compartír. Su mundo y el mío eran diferentes.

Por otro ládo, las dós, teniamos un caracter fuerte y a veces por defender la obra con pasión, terminabamos enfrentadas. Éra tál mi ceguera, que no permitía que nadíe me dijera álgo negativo sobre la obra y el padre.

Me costó bastante quitarme de encima esa dosis de adoctrinamiento que a lo largo de tantos años habian inculcado en mí... me consideraba todavia un ser muy especial, por encima de los demás séres...

Alguna vez, élla, no le apetecía venir conmigo, y me íba sóla. Los chopos, me atraían de una manera especial, formaban párte de mis raíces y volvia a reencontrarme con ellos. Sentía una enorme paz, viendo el agua que corria serena por el caúce del río y las montañas cercanas, parecia que me hablaban.

Un día, descubrí el Polideportivo y me quedé fascináda... habia dos canchas de ténis, un hermoso frontón... Recordé que me había traido mi raquéta de la márca "Boomerang". Me la habían puesto los Reyes el ultímo año, casi sóla. Era cára y solo había pedído éso, la raqueta, pero de una márca buena.

Una tárde, la cogí y me la llevé. Al llegar al frontón, no había nádie y empecé a dar pelotazos con todas mis fuerzas. Estúve así, cási media hóra, hasta que aparecieron unos chavales jóvenes que me observaban con curiosidad pues éra toda una señora de cincuenta años, y se sorprendieron de mi fuerza. Como llevaba un buen ráto, les cedí el puesto, y me lo agradecieron sonriendo.

Desde entonces, tódas las tardes y muchas mañanas, me iba a dar pelotazos al frontón sin más compañia que la de mis jóvenes amigos, que cáda día se asombraban más de mi agilidad con la raqueta.

Una mañana descubrí en una tienda, un aparato para escuchar musíca que iba con pílas y se podía meter una cínta de musíca dentro y escucharlo por la calle. Sin tener que pedir permiso a nadie, me lo compré y fué mi acompañante desde entonces en mis paseos por la orilla del río. No imaginaís la ilusión que sentí al poder escuchar musica en el "tiempo de la tarde" sin pedir permiso y sin corrér el riesgo de ser amosnestáda con una corrección fraterna.

Empezaba a saborear la vída de una manera diferente...


Poco a poco la orilla del río se convirtió para mí en un lugar donde todas las tardes acudia a pasear y hacer deporte saboreando mi libertad, recien estrenada.

Un día ví en el escaparate de una tienda de deporte una mochila preciosa de una marca conocida. Pensando que me serviria para llevar mi raqueta y las bolas, entré y pregunté cuanto valía. No lo pensé mucho, me gustaba, tenía dinero... ¿Quien me impedia comprarla ? No sé, fué como un sueño, poder decidir por mí mísma la compra de un objeto, sin tener que guardar cola a la puerta de dirección para consultarlo, dando toda la cláse de explicaciones de la necesidad de poseerlo...

Por la tárde, puse dentro un líbro, una bolsita con fruta, varias cintas de música, la raqueta... y me la púse a la espalda. Cási como una quinceañera, con los auriculares a todo volumen y con páso ligero, quíse investigar un poco más arriba de donde solia llegar habitualmente y descubrí una campíña preciosa que en mi infancia solía recorrer los dias festivos con mis padres, llevando la merienda y corriendo con toda libertad.

Desde aquella tarde, aquél rincón se convirtío en mi favorito y una vez que habia peloteado un ráto en el frontón, me sentaba en la pradera y escuchaba el canto del água que me serenaba. Leía un buen ráto, respiraba profundamente, miraba las montañas y regresaba a cása como nueva.

Un día, me atreví a saludar a una de las supernumerarias que tenia una zapateria y que yó conocia desde hace años. Éra encantadora, su marido, tambien de la obra, muy amable mi invitó a acudír a su cása algún día. Aproveché una mañana que la ví a élla en la tienda, para pasar y charlar un ráto. Me recibío muy amablemente y después de un ráto de conversación, le comenté donde podia confesarme. Enseguida me púso al día de las actividades que tenian ellas a lo largo del més. En el colegio de las mónjas, les dejaban la capilla y el confesionarío, un dia a la semana y un sacerdote agregado, bajaba de un pueblo cercano para atenterlas.

Así fué como pasé a formar parte de aquel grúpo como úna más...era tal el "mono"que tenía!!

Me llamaban con antelación para avisarme de los cambíos de horario y hasta me reverenciabán por sér numeraría auxiliar, bueno ex, numeraria auxiliar.

También conocí por entonces a los padres de un sacerdote numerario que está dentro todavia y que recordaba de mis tiempos en el pueblo. Me híce muy amiga de ellos y acudía a su cása porque me encontraba muy bién con ellos. Más de úna vez coincidí con su hijo que venia a visitarles y que apenas me miraba a la cára. Me dejaban "Mundo Cristiano" y libros con censura...

Éra dificil después de toda úna vída dentro de aquél múndo, deshacerse de él, así sin más...

Mis amígas, no estaban en el pueblo, cáda úna habia tomado su rumbo en la vída, estaban casadas, tenian hijos...

Además, no estaba preparada para la vída de la gente normál... ¡Yó que siempre había creido que era una persona normal!

Mi múndo se habia quedado perdido en las callejuelas de Sevilla... mi múndo y mi história...

Estaba perdida, sin puntos de conexión con las personas de mi entorno, sin saber que opinar, sin tener experiencias vividas de aquella nueva vída. No sabía por donde empezár, solo sabia acurrucarme entre las personas que entendian mi pequeño y distinto mundo y no sabia ni podía romper los lazos que tan fuertemente, me ataban.

Una de las primeras cósas que híce una mañana, fué ir a la oficina de la Seguridad Social para pasár mi pensión a la Comunidad de Castilla y León. Después de haber arreglado mis papeles en Sevilla, practicamente sóla, en un pueblo grande, me parecía facilisímo... Además, me gustaba de manera especiál poder ejercér mis derechos de ciudadana y cumplír mis deberes como hacen las personas que viven en medío del múndo. Había vivido tantos años engañada, con ese aíre de familia que me habían inculcado de usár en beneficio propio, la santa pilleria y la santa desverguenza, que disfrutaba al fín, pudiendo hacer las cosas, como mis padres me inculcaron siempre.

Después acudí al banco para abrír una cuenta corriente. El directór me mandó pasar a su despacho como si se tratara de una nueva millonaria, cuando mis ahorros éran minímos. Pero me sentí importante, libre...

Además, había adquirido una enorme seguridad en mí mísma.

Me estaba empezando a gustar mi nueva vída. En cása, mi padre esperaba con impaciencia. Estaba muy enfermo y no podia acompañarme. No me veía muy segura y no sabia como protegerme. Descansó cuando le conté que lo había solucionado todo estupendamente.


A lo largo de un año, estuve muy unida al grupo de supernumerarias como úna más. Incluso con la llegada del verano, dejamos de ir a las meditaciones, a la capilla de las monjas. Se habian unido al grupo algunas que veraneaban por la zona y tuvimos que buscar un nuevo lugar, con más capacidad.

Nos dejaron en un pueblo cercano una pequeña iglesía o capilla grande, de unas instalaciones que solián utilizar los numerarios con los campamentos de gente joven...

A lo largo de ese año, mi amistad con los padres del numerario sacerdote, se afianzó de tal manera que a los pocos años el marído se puso muy enfermo y póco a póco, su deterioro fué grande. Siguiendo con mi norma de conducta de no utilizar nunca a las personas ni a la mistad que tenía con ellas, aunque en ésa epóca no frecuentaba yá las meditaciones, estuve siempre a su lado, pués eran mis amigos.

Otro matrimonio de supernumeraríos, quizá unos años más jóvenes, tambíen formaban parte de mis amigos. Soliamos ír de romería a los Santuaríos Marianos cercanos en su coche, y así púde conocer lugáres que se me antojaban paradisíacos, por su belleza. Poco tiempo después, el marído enfermó y acudía muchas tardes a hacerle compañia. Recuerdo que le llevé un libro de la biografía de D.Tomás Alvíra, que éra un supernumerario que acababa de fallecer y no sé porqué, tenía yo. Por cierto, no le he recuperado, ni pienso...

Un día, le hice una créma catalana y se la llevé... le ví emocionarse dándome las gracías. A lo largo de su enfermedad, no ví a su ládo a ningún numerario cuidándo de él. Sólo su mujer le acompañaba y sus hijos. Sentía un desgarro interior al verle tan olvidado de los que decian llamarse sus hermanos, sabiendo que habia sido muy generoso con su dinero para la obra.

Siento que cuando murío, me enteré un poco tarde para haberle acompañado hasta el final.

Sin embargo, al padre del numerario sacerdote, pude estar a su lado, cási hasta el finál. Cuando alguna tarde se encontraba inquieto, le decía a su hija que me llamase. Al momento, estaba yo, allí con mi vieja agenda en mis manos. La abría por donde tenía unos apúntes de la meditación de la muerte del último curso de retiro ,y le leia despacío al oído, pensamientos que le dában paz. No olvidaré su cara agradecida...

También le llevé varias véces créma catalana, que me agradecía con una sonrisa. Úna de las véces que aparecí con élla, estaban haciendóle compañia alguno de sus hijos, inclúso el sacerdote, y se atrevieron a bromear diciendo que ellos también querían. Me faltó tiempo para hacer para tódos.

Él, no púdo tomarsélo, se murío al dia siguiente.

Quizá sea coincidencia, pero tampóco ví núnca a su lado a ningún numerario haciendole compañia. Solía acudír el sacerdote agregado que nos daba las meditaciones. Vivía en un pueblo de la ládo, y éra una bella persona. Al poco tiempo, un cáncer, le llevó al eterno descanso también a él, a los pocos meses.

Con el páso del tiempo, analizando estos sucesos, he comprobado una vez más, la falta de caridad cristiana y calor humano con las personas, cuando más necesitan del cariño. Adornan con una capa de caridad seca, oficial, fría, la muerte y se olvidan del verdadero amor que se necesita en ésos momentos.


Con el paso de los meses, me íba acostumbrando a mi nueva vída, aunque me costaba bastante.

Poco a poco habia aprendido a tener autonomía propia, a tomar mis propias decisiones teniendo la posibilidad de equivocarme y asumír libremente el resultado de mis propias acciones. Era como estar viviendo en un mundo totalmente nuevo. Al ir experimentando llevar las riendas de tu vída, una especie de pasión ante lo desconocido, se apoderaba de mí. También, la duda y la inseguridad, formaban parte de mi aprendizaje...

En pocas semanas me fuí desligando del ambiente de los supernumerarios, convirtiéndome en una desertora. Tuvieron que pasar unos méses para poder cortar el cordón umbilical, que a lo largo de tantos años, me habia mantenido unida con una poderosa fuerza, a lo que había pensado que siempre sería la razón de mi existencia.

Deje de asistir a los retíros y a las meditaciones. Aquél ambiente se me hacía ya irrespirable. Habia descubierto mi rincón en la vída y lo saboreaba como algo uníco.

En el grupo se encendieron las lúces de alarma. Cuando me las encontraba por la calle, me agobiabán a preguntas. Pero mi proceso interior de ruptura formaba parte de mi futuro. Lo veía con enorme claridad, y mi decisión, estaba tomada... no volvería más...

Recuerdo una tarde que habia salido a comprar algo. De repente veo salír de un coche, al sacerdote agregado que me aborda sin reparos en medío de la calle y me pregunta el porqué de mi huida. Serenamente y con decisión le dije que me había independizado y que me iba muy bién. No dudé ni un solo instante, lo tenia muy claro... Viendo mi seguridad, se limitó a decirme que no dejara la mísa de los domingos. La verdad, no lo he cumplido... no he vuelto a pisar la iglesia. Quizá en ocasiones puntuales, la muerte de mis padres, algun entierro de algun familiar...

Corté mi relación con Dios porque le consideraba parte de mi desencanto, de mi fracaso, de mi engaño...

Un buen amigo me decia en una ocasión que yo, ya tenia a Dios antes de la obra. Sí, es verdad, un Dios muy distinto, pero no puedo dejar de unirle a mi derrota, me siento incapaz de mirarle de frente. Éso no quiere decir que le haya cerrado mi puerta para siempre. Puede ser que tenga que esperar a que el proceso del reencuentro, se produzca. Mientras, espero, serenamente...

Una vez, que empezaba a caminar por libre, disfrutaba de las cosas más sencillas, que las demás personas apenas valoraban. Un paseo, una cervecita, un pequeño capricho, no tener que pedir permiso a nadíe para hacer lo que me viniera en gana...

Como ya he contado, mi madre era la que se encargaba de la casa, con la ayuda de una chica de ayuda a domicilio que el Ayuntamiento y los Servicios Sociales le habían enviado, por ser mis padres mayores y acogiendose a la nueva ley que el gobierno, había implantado. Pero no podia evitar intentar quitar de algún rincón de la casa, algún objeto que se me antojaba horroroso y que a mi madre, mujer sencilla, le parecia una preciosidad.

Solía tener verdaderas batallas campales con ella. En mis largos años en la administracion y por mi manera de ser inquieta, había aprendido algo de decoración y buen gusto. No en vano, habia vivido en unas casas muy elegantes, en los mejores barrios de las ciudades y todo muy cuidado. Éso sí, siempre relegada en un segundo plano por mi condición humilde. Pero tambíen las personas humildes tienen su alma de artista, su capacidad creadora, su sensibilidad para la belleza...

Todavia recuerdo unas flores muy feas de trapo, que mi madre tenía encima de la televisión y que no pudiendo verlas alli, ni un dia más, las quité habiendo antes comprado, otras que me parecian más bonitas.

Mi madre, con gran caracter, no solía ceder cuando de gustos se trataba. Muchas veces, al no haber convivido apenas con ella, y por la formacion recibida, le queria imponer lo que a mí me parecia lo mejor, sin respetarla a ella como un ser diferente. Con el paso de los dias, aprendí a pedirle opinión sin invadir su espacio y sus gustos.

Habia obedecido siempre, pisando mi manera de ser ante las cosas más insignificantes, sin tener voluntad propia, y trataba de hacer con ella, lo que había aprendido.

A los pocos dias, haciendole ver que mis flores eran más bonitas, pero que si a ella, no le parecia, dejariamos las suyas, cedía y se alegraba de mi buen gusto.

Mi padre, muy enfermo, sonreia mirandome con ternura...


Una de mis pasiones ha sido siempre el cíne. Desde muy niña, el cine era un lugar donde hacer realidad mis sueños. Tenia mucha imaginación y sensibilidad para el arte y las cosas bonitas. Las tardes de los domingos solia ír a la sesión infantíl, a primera hora de la tarde. Como era la mayor de mis hermanas, tenia que hacer de niñera y hacerme responsable de ellas, cuando tenía doce, trece, catorce años.

Pero también iba sola con mis amigas. Recuerdo la de artimañas que haciamos para que nos dejasen entrar en las peliculas de mayores, solían pedir el carnet de identidad y era dificil pasar, pues el portero se lo tomaba muy en serio. Alguna vez, entré, cogída del brazo de mi hermano, como si fuera su novia. El cíne, era para mí, una manera de salir a otros mundos, de vivir otras vidas, aunque luego venia la realidad y tenia que intentar vivir la propía, lo mejor que podía...

Todo este preámbulo, para que podaís entender lo que me costó a lo largo de treintaycinco años, no ver apenas ninguna pelicula y además censurada. Recuerdo cuando teniamos cine, que disfrutaba muchisimo... Volvia con mi imaginación a las tardes de domingo de mi pueblo y era la mejor recompensa que me podían dar.

Bueno, pues cuando volví de la obra depués de tantos años, los dos cines habían desaparecido. La gente veia cíne en su casa con su reproductor propio. Mis padres no lo tenían. Entonces, me enteré de que habia una pequeña sala, donde proyectaban peliculas en un videoclub. Pagabas una entrada a bajo precío y tenias derecho a una consumición. Allí aparecí un buen día y me encontré con el dueño y algún chaval. Pedía una "Fanta" y devoraba las pelis que ponian. Era un auténtico placer ver una pelicula diaria sin censura, con todo el tiempo del mundo.

Algún día, el dueño, ponía la pelicula solo para mí. El personal, no aparecia, había poca demanda, en fín, que la única espectadora, era yo ... Tengo que confesar que cuando se apagaban las luces, me daba un póco de repelús... yo, sola en la oscuridad, con un hombre!!!! Si me hubiesen visto mis antiguas directoras!!!

La verdad es que había empezado a tratarles y no les tenía ningún miedo... me parecian seres estupendos.

Poco a poco, el videoclub se vino abajo, y tuvo que cerrar. Pero yo seguía con con mi afán de ver cíne y fué entonces cuando decidí comprarme un reproductór de cíntas de video .Mi entusiasmo crecía por minutos, apenas sabía dar al botón de la téle cuando llegué. Siempre, en la obra, la solía poner la encargada, por lo tanto, no sabía usar ni el mando a distancia. La que tenían mis padres era muy antigúa y se seleccionaban los canales manualmente.

Leía con avidez el manual de instruciones para empaparme de cómo tenía que poner en márcha aquél maravilloso aparato. Cuando púde ver mi primera pelicúla en casa, me parecía un sueño. Recuerdo que una noche, cuando mis padres se habian acostado, estudié la manera de programár una pelicúla que ponían a áltas horas de la madrugada. Leí y releí la manera de hacerlo, y me acosté con la emoción de comprobar al dia siguiente si lo habia hecho bién.

Cuando recuerdo estas "tonterías", me parto de la rísa... Una mujer de cincuenta años, sin saber poner ni la téle y disfrutando, infantílmente, de cosas que a las demás personas de la misma edád, les parecia de lo más natural, saberlas. El mundo del absurdo habia formado parte de mi propío mundo hasta entonces y cualquier cosa nueva se me antojaba una aventúra.

Otras de las cosas que me apetecía hacer era regalar algo a mis seres queridos. Empecé por mi madre. Le gustaba la ropa bonita, vestía con muy buen gústo y siempre la recuerdo muy elegante. Había visto en una tienda un traje tres piezas precioso. Era rojo, con chaqueta, falda y un top con lunáres pequeñitos en blánco.

Sin decirle nada, miré en su armarío la talla que usaba y se lo compré. Su cara se iluminó cuando se lo entregué. Se lo probó y le quedaba estupendamente. No sabría esplicaros la sensación de felicidad que sentí por dentro. Jamás le había regalado nada, y ahóra, me hacía una ilusión enorme poder hacerlo. Tenía mi dinero, mis padres no me pedían nada de ello y a mí me parecía un sueño poder disponer de él, sin tener que consultarlo con nadíe.

El vestido, éste verano, cuando recogí la ropa de mi madre después de su muerte, se lo dí a una príma suya que le gustaba mucho y me lo había pedido. Antes de entregárselo, lo besé emocionada.

Las primeras Navidades, recorrí ilusionada las tiendas, buscando para cada úno de mis hermanos lo que pensaba le podía hacer ilusión para regalarles. Como apenas hacía unos méses que había venído, recordaba el tallér de regalos que organizabámos en los centros donde viví, y preparaba los paquetes con todo mi primor. No en vano, había sido la encargada de hacerlo durante muchos años, porque se me daba bién, según decían...

Mis padres, viendo mi entusiasmo, se animabán y colaboraban en los adornos, como si se tratara de autentícas chícas de S.Rafaél...

Luego, llenába los armaríos de paquetes esperando ver las cáras de sorpresa, de mi "génte".

El páso del tiempo fuera me ha enseñado a dar la importáncia en su jústa medída a estas acciones normales entre las personas que se áman. Se suelen hacer con la mayor naturalidad... Lo que no era naturál era lo que a mí me habian enseñado en la obra... Por éso lo vivia con tanta intensidad entonces.


Una vez estrenada mi nueva vida, pero ya totalmente libre de lastre, me dediqué a disfrutar de cada sencilla cosa que la vida me ofrecía en mi nueva oportunidad.

Al escribir estas linéas, me vienen a la memoría mis padres y hermanos que me acogieron de nuevo, con generoso corazón. También pienso en las personas que una véz fuera, no tienen esta inestimable ayuda, ya sea porque sus padres hayan fallecido o sus hermanos no tengan mucho interés en ayudar a alguien que ha vivido quizá muchos años, como un verdadero extraño, encerrado en su múndo y dejándoles a todos de lado, sin interesarse realmente por ellos...

Recuerdo las primeras visitas que hacian mis hermanos, que vivian tódos fuera, a casa de mis padres. Yo tenía verdaderas gánas de compartir con ellos, momentos familiares. En las fiestas del pueblo llegó mi hermana pequeña con su hija, de nueve años. La había visto sólo alguna vez, cuando era cási bebé. Su alegria era contagiosa y llegaba feliz a visitar a sus abuelos. Con mucho misterío, me cogió aparte y me dijo que se había enterado, que estaba programado un concierto del grupo de moda "La Oreja de Van Gogh".

Por entonces, este grupo, estaba empezando y buscaba un hueco en el panorama musical, teniendo que hacer gíras por pueblos de la geografia españóla, más o menos grandes, para darse a conocer. Estaba anunciada su actuación en el Pabellon Deportivo Municipal y alli nos encaminamos, mi hermana, su marído, su pequeña, hija y yó.

Aún hoy recuerdo con emoción, mi primer concierto musicál. En primera fíla, gritando con mi sobrina y coreando las canciones que Amaya Montero gritaba al viénto, experimenté una nueva alegría, desconocida para mí, pues hasta entonces, solo había experimentado, la alegría sobrenaturál de los hijos de Dios en el opús dei, la mayoria de las veces.

Que gozada poder cantar, gritar, llegar tarde a casa, perder el tiempo, permitirte un capricho...

Todavia tuve el atrevimiento de subírme con la niña a una especie de náve espacial, que daba unas volteretas horrorosas, con tal de experimentar nuevas sensaciones. Sabiéndo con certeza, que nadíe me iba a corregír por haber chillado mucho, o por haber reido con todas mis fuerzas...

Cuando durante el verano venian mis hermanos, soliamos recorrer la zóna, donde se encuentra el arte románico en su pureza. Se organizaron por primera vez "Las Edades del Hombre" en Palencia y pudimos contemplar todas las maravillas expuestas en la exposición, que con el paso del tiempo, llegó a tener mucha fama y recorrió diversas provincias.

Por mi caracter abierto, pronto híce cantidad de amígos, muy variados. Hombres, mujeres, ancianos, niños... Aprendí a disfrutar de la amistád con naturalidad, sin tener la presión de la labór apostólica detrás. No tenia que ganarme a las personas con subterfugios, para atraerles con artimañas clandestinas, siendo cómplice de utilizarles para alcanzar un fín. Eran, por encima de todo, mis amígos, y no pretendia con su amistad nada más que compartír cariño y vivencias sin esperar nada.

Empecé a visitar las ciudades cercanas. Núnca habia visitado León con detenimiento. De véz en cuando me íba el día entero, y aunque las tiendas de ropa sobre todo, formaban parte de mi recorrido principal, recuerdo la primera vez, despues de muchos años, cuando me encontré de frente con su maravillosa catedrál. Comí en una terraza desde donde la podia observar, en todo su explendor. Mas adelante, visité S. Marcos, S. Isidoro…

Solía regresár al anochecer, cargada de bolsas como antaño, pero sin tener que esconder nada, ni esconderme. Os puedo asegurár que comprar rópa compulsivamente, todavia me duró unos años. Me parecía mentira comprarme lo que me yo quisiera, por haber vivido unas circunstancias anormales respecto a las necesidades materiales. La represión me había llevado a hacer de una cosa natural, algo extraordinario. En la actualidad, las compras, no forman parte de mis aficiones vitales... hay cosas más importantes.

Otra de las nuevas experiencias, fué aprender a cocinar de la mano de mi madre. No tenía mucha paciencia para enseñárme y siempre eludía hacerlo cuando se lo pedía insistentemente. Pero un día tuvo la mala suerte de caerse de una escalera, al tratar de alcanzar álgo. No tuvo más remedío que dirigirme en la taréa, desde su necesario reposo por órden del medíco. Que alegría sentí, cuando mi padre, para animarme, piropeaba mis guísos...

Por fín, mi vocación culinaría se ha vísto realizada, después de intentarlo a lo largo de muchos años, donde se me relegaba a pelar ájos o a fregar los cacharros en aquellas enormes pílas.


Algunas de las personas y familiares de mi entorno, viendo que estaba un poco sola, me animaban a que fuera con ellas a la Asociación de Amas de Casa. Pero yo interiormente, aborrecía todo lo que fueran asociaciones y reuniones que pudieran coartar mi libertad recién estrenada. Ya había estado bastantes años como asociada numeraria auxiliar... Huía del compromiso como alma que lleva el demonio, aunque fuera para pasar mejor mis momentos de ocio.

Es como una secuela que todavía no he logrado superar. Primero, por mi manera de ser independiente pero, además, porque fueron demasiados años viviendo un compromiso que me anulaba totalmente...

Pude volver a saborear el folklore de mi tierra cuando en las fiestas, el Ayuntamiento ponía una carpa en la plaza principal y venían de distintas capitales grupos a bailar. Hacía años que no lo veía, las sevillanas formaban parte de mis aficiones musicales y aunque no sabía bailarlas bien, me defendía.

Me parecía mentira, poder asistir al espectáculo sin prisas. Sin tener que ir corriendo a la" casa pequeña" a preparar la cena o la merienda a los residentes. Me quedaba extasiada horas enteras.

Una temporada, apareció por el pueblo, un teatro ambulante. Lo instalaron cerca de mi casa. A mi madre le encantaba el teatro y pude asistir con ella a diario a la función. Era por la tarde y fue una de las experiencias más estupendas que viví por aquella época. Por supuesto, ni eran grandes actores ni grandes obras, pero para mí, era lo máximo de lo máximo...

Otras de las cosas que llamaban mi atención, eran los bailes populares en la plaza. Había personas mayores que eran expertos bailarines. La alegría de la gente del pueblo, se metía en mi interior y me contagiaba. Pensé en que me gustaría grabar esos momentos para guardarlos entre mis recuerdos entrañables. Por entonces, no tenía videocámara, pero al poco tiempo, borré de mi mente la pregunta del círculo "...lujo, capricho, vanidad, comodidad, etc." y me compré una videocámara último modelo. Desde entonces, junto con mi cámara de fotografía, recuperé mi vocación periodística y no la he abandonado. Es más, todas las personas que me ven haciendo mi trabajo de comunicación, piensan que tengo la carrera de periodista y que hice mis estudios en la prestigiosa Universidad de Navarra... la verdad que me sé vender... jejejejeje.

Una mañana, avisaron urgentemente a la chica que atendía por unas horas a mis padres, de que su marido había sufrido un accidente muy grave. Se había caído con el coche por un barranco y había estado un día desaparecido. Cuando le encontraron estaba muy grave. La chica, tuvo que dejar su trabajo una larga temporada para cuidarle. Nos mandaron una chica nueva pero les costó bastante adaptarse a mis padres, porque llevaban mucho tiempo, con la otra.

Mi padre, estaba operado de cáncer de colon y además respiraba con ayuda de una botella de oxígeno debido a la enfermedad de la silicosis, la enfermedad de los mineros. Los ancianos y los enfermos, al ir perdiendo sus capacidades, se llenan de inseguridades y miedos. Al marcharse la chica que le atendía, se acentuó su inseguridad.

Por entonces, yo me dedicaba a hacer mi vida pero, en el entorno familiar, mi colaboración era escasa. Tenían cubiertas sus necesidades básicas y no me necesitaban. Por otro lado, era bastante inútil cuidando enfermos. Pero viendo el temor de mi padre sobre todo, intenté desde el primer momento colaborar en todo y ganarme su confianza, pues la verdad, no se fiaba mucho de mí. Puse en ello todo mi empeño y a los pocos días le pude cambiar con éxito, la botella de oxigeno, que entonces eran enormes y destartaladas. Para él fue como el cúmulo de la felicidad y sentí que me miraba con orgullo largo rato.

Descubrí así, el arte de cuidar a un ser tan querido como mi padre, que tanto había hecho por mí siempre. Fueron días intensos de mimos y besos... todos aquellos que le había negado durante tantos años de mi vida. Es una sensación única volver a reencontrarte con un cariño tan sincero y autentico como era el de mi padre y aunque castellano recio y fuerte, más de una vez le vi emocionarse agradeciendo mis cuidados.


Con el paso de los meses, mi seguridad se iba haciendo mayor para todo. Era un proceso costoso y lleno de inexperiencia que, solamente el paso del tiempo, se iba encargando de hacer realidad. Bastaba con aprovechar la nueva oportunidad que me ofrecía la vida y tratar de olvidar los años vividos.

Ahora con el paso del tiempo, me parece mentira haber salido bastante bien parada de toda la programación que tenía en mi alma. Quizá me ayudo mi propia manera de ser, mi optimismo, mis ganas de vivir y la ayuda inestimable de mi familia...

Pude cuidar a mi padre los dos últimos años de su vida con todo mi amor. Puse en ello todo mi empeño, era tanto lo que le debía... Nunca le vi quejarse, era el típico castellano recio y fuerte. Muchas veces, sin decirle nada, acudía al médico de guardia para que fuera a visitarle porque intuía que se estaba aguantando el dolor por no molestar. Venían, le ponían una inyección y se calmaba.

Empecé a tomar las riendas de muchos problemas familiares y ayudar en todo lo que podía. Recuerdo con emoción como esperaba el beso de buenas noches, cuando le ayudaba a acostarse. Siempre había sido él quien nos lo iba a dar, todas las noches de mi infancia, a mis hermanas y a mí, ahora quería ser yo quien se lo devolvía, era amor por amor.

Aún así, su salud cada vez se veía mas deteriorada y muchas veces tuve que acompañarle en ambulancia al hospital de la capital para ingresarle durante unas semanas. La primera vez que tuve que hacerme cargo de él en este estado, estaba muy nerviosa. Yo era la responsable hasta que venían mis hermanos a echarme una mano y nunca me había visto en semejante situación.

Los cien kilómetros que separan el pueblo de la capital, se me hacían eternos. Mi padre en muy mal estado y yo haciendo lo que podía con una inseguridad tremenda. Con el paso del tiempo, aprendí a solventar estas emergencias sanitarias como una verdadera profesional y con una serenidad a prueba de bomba. También así pude conocer el dolor de cerca y la responsabilidad de aliviar a un ser querido.

En la obra, a mis cincuenta años, lo más que había hecho había sido acompañar a alguien al médico. Todo estaba programado y yo la mayoría de las veces, no formaba parte de esa programación a pesar de ser un miembro de la familia. Se vivía una discreción casi enfermiza respecto a las enfermedades de los demás.

En una de las veces que bajé con él, no volvió con vida. Llevaba unas semanas ingresado y parecía que le iban a dar el alta de un día para otro. Pero no fue así. Hacíamos turnos para cuidarle y despedí a mi hermano que no quería marcharse porque decía que mi padre había pasado mala noche. Llegó mi hermana con su marido a media tarde. Por la mañana le habían hecho una prueba y estaba como muy dormido. Ni los médicos, pensaban que estaba tan mal. Se tomó sus pastillas apenas sin moverse. Me despedí de él con un beso, me apretó la mano fuertemente. Se quedaba mi hermana con él. No habíamos llegado a casa cuando dentro del coche recibíamos la llamada de su muerte.

Para mí, era la primera muerte de un ser familiar tan próximo y además, le adoraba. A pesar del duro golpe, pude llorar, rezar a mi manera, sin necesidad de contener mis emociones y sin tener que estar de acuerdo con la voluntad de Dios.

Su recuerdo permanece en mí para siempre.


Las primeras Navidades después de la muerte de mi padre, las pasamos mi madre y yo en compañía de mis hermanos, fuera del pueblo. La Nochebuena la pasamos en casa de mi hermano y después en Nochevieja, mi madre se quedó con él en su casa y yo me fui a Pamplona a casa de mi hermana.

Después de las fiestas, aprovecharon para operar a mi madre de cataratas y me quedé en Pamplona varios meses. Hacia solo un par de años que había dejado la obra y acababa prácticamente de estrenar mi libertad...

Conocía la ciudad, porque había pasado unos meses en la Clínica Universitaria en la planta de psiquiatría. Mi hermana vivía en la calle Iturrama, muy cercana a la Universidad. En la misma calle, unos números mas abajo, había un centro de auxiliares, donde había vivido durante mi estancia allí, cuando me veían mejor y me dejaban salir.

Era distinto haber vivido un par de años en el pueblo y tener la oportunidad de volver a la capital. Mis recuerdos de aquellos meses, son estupendos. Era saborear mi libertad pero en el ambiente en el que me había movido siempre. Aunque ya nada era igual.

Las primeras semanas, salíamos a pasear mi hermana y yo, a veces por el Campus Universitario. Era un lugar precioso donde se veían los Colegios Mayores y las Facultades, rodeados de maravillosas zonas verdes. Mi hermana, al observar los edificios, me solía decir con sorna..."mira, todo esto es tuyo".

Yo le respondía sonriendo que, de alguna manera, era cierto, pero no tenia forma de acreditarlo.

De todas las maneras, todavía tenía el síndrome de Estocolmo, en todo su apogeo. No permitía a nadie que me hicieran el más mínimo comentario despectivo, acerca de la Obra. Una tarde volvíamos cansadas de pasear y sin darnos cuenta, nos metimos en un pequeño patío desde donde se veía el planchero de uno de los Colegios Mayores. Pensábamos que era una calle con salida hacia la carretera, y nos encontramos de repente con el ventanal y la silueta de las auxiliares, que se adivinaba a través de él.

Hacia mucho calor y recordé las tardes de plancha de mis tiempos. Al comentárselo a mi hermana, me respondió con una sarta de improperios acerca de la obra de Dios y sus componentes... Mi reacción fue un tremendo enfado con ella, intentando aclararle que hablaba sin tener elementos de juicio y defendiendo a capa y espada mis años de explotación.

Cuando lo recordamos ahora nos reímos sin parar... mi programación todavía formaba parte de mí, con mucha fuerza.

Mas adelante experimenté la alegría de las tardes por el centro de la ciudad, visitando tiendas. Con todo el tiempo del mundo, con dinero en el bolsillo, sin tener que preguntar a nadie...

Mi hermana se brindó las primeras semanas a acompañarme. Cuando estábamos cansadas, merendábamos en una cafetería y una vez que reponíamos fuerzas, regresábamos a casa. Muchas noches después de cenar, nos íbamos al cine. Después de tantos años, sin entrar a un cine y comer palomitas, ¡¡me parecía un sueño!! Pero no sabía ver cine en pantalla grande. Parecía que se me venían las imágenes encima... Pasado un mes, mi hermana, viendo que mi capacidad de disfrutar no se llenaba con nada y que mi vitalidad era superior a la suya, a pesar de ser más joven, decidió por las tardes no acompañarme y quedarse en casa, durmiendo la siesta.

No puse ninguna objeción. Pero no podía comprender con lo bonita que era la vida, que se quedara durmiendo...

Empezó aquí mi andar errante, pero con rumbo. Desaparecía a las cuatro de la tarde y no regresaba hasta las diez. Recorrí Pamplona palmo a palmo, saboreando cada rincón, cada torre de sus iglesias, cada callejuela, cada uno de sus bellos jardines... y cómo no, cada uno de sus centros comerciales.

Descubrí en la calle Estafeta una chocolatería donde reponía fuerzas cada tarde, para seguir con mis correrías.

Más de una vez descubrí cruzando un semáforo a alguna nax conocida, que volvía deprisa de la casa pequeña a su centro para hacer las normas. Si me veían a lo lejos, cruzaban la calle por otra zona, para no encontrarse conmigo de cerca.

Mi tentación cuando las veía, era gritarles con todas mis fuerzas, que había otra vida... pero no quería tener problemas con la policía foral, por un suceso de desorden público...

Cuando eran las diez de la noche y no había dado señales de vida, me llamaban al móvil, preguntando si me había perdido. Se quedaban maravillados del conocimiento que tenia de la ciudad en tan poco tiempo. A veces, no conocían la calle donde me encontraba.

Fueron meses de disfrutar de la vida, después de salir de la burbuja en la que había vivido casi toda mi vida. Cualquier cosa que los demás no daban importancia, para mí era una auténtica aventura. Eran tantas las ganas que tenía de vivir...




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