Ocho pecados capitales del Opus Dei

From Opus-Info
Jump to navigation Jump to search

Por Catalejo, 10 de octubre de 2011


1. La idolatría

La figura del Fundador está mitificada. En muchos medios de formación se propone como fin de la lucha ascética de un numerario parecerse a San Josemaría, que se presenta como el modelo a imitar. Jesucristo queda relegado a un segundo, tercer o cuarto lugar.

Recuérdese la anécdota mil veces repetida en esas charlas de formación sobre la comida en la que participaron Escrivá y del Portillo. Al preguntar el camarero a del Portillo qué tomaría, respondió que lo mismo que Escrivá. El fundador le espetó: “hijo mío a quien hay que imitar es a Jesucristo, no a mi”. Y del Portillo contestó: “Sí padre, pero por el camino reglamentario”. Y Escrivá calló asintiendo ante tan razonada respuesta. O aquella otra en la que le comentaron a Escrivá que del Opus Dei se decía que anteponían en la jerarquía del amor al padre de la tierra antes que al Padre del Cielo, a lo que Escrivá contestó: “y así lo quiere Dios. Y está muy contento que sea así”. Estos y otros muchísimos sucedidos semejantes de la vida de Escrivá se cuentan repetidamente para fomentar en las conciencias la idolatría al Fundador.

Otra práctica significativa. Los numerarios han de hacer cada día 10 minutos de lectura espiritual (normalmente de escritos del Fundador) y 5 de Evangelio. (Aunque la norma sea que entre lectura espiritual y lectura del Evangelio se ocupen 15 minutos, en la práctica la inmensa mayoría de los numerarios hacen 10 minutos de lectura y 5 de Evangelio). El doble de tiempo se dedica a leer los escritos de Escrivá que los de Jesucristo.

Hace años que el Prelado viene “aconsejando” leer y releer los escritos del Fundador. Incluso cuenta en público las vueltas de lectura que le ha dado a un mismo libro de Escrivá.

Las tertulias con Echevarría suelen ser muy poco cristianas (poco centradas en Jesucristo) y muy Escribanas (rememorando una y otra vez episodios ya remanidos de la vida de Escrivá)

2. La violación sistemática (semanal) de la conciencia de las personas (elemento fundante de la personalidad).

La confianza en los directores espirituales se impone por decreto a los numerarios. Cada semana los numerarios deben rendir cuentas de conciencia y “abrir el alma” ante una persona (director) muchas veces “desconocido”, con el convencimiento de que “es el Opus Dei quien lleva la dirección espiritual”. Este modo de proceder es una salvajada moral con consecuencias psicológicas y antropológicas catastróficamente insospechadas.

A pesar de las denuncias, de las advertencias, la praxis no cambia.

Junto a la violación de las conciencias, también se viola la confidencialidad y el secreto al que están obligados quienes dirigen espiritualmente a otros. Aquí están implicados, y muy implicados, hasta los sacerdotes del Opus Dei. Entendiendo erróneamente como se ha hecho desde el año 1928 que “la dirección espiritual la imparte el Opus Dei” (y así han tenido la osadía de recogerlo en documentos internos que no están accesibles al público en general), los consejos locales se arrogan la potestad de conocer la vida íntima de las personas, con el fin –en sí mismo bueno- de ayudarles.

Terceras personas que no tienen derecho alguno a conocer la vida íntima de la gente (porque no se les ha contado a ellos nada por el interesado), resulta que tienen acceso a una información que es de lo más sagrado que existe.

Un ejemplo nítido de cómo se ha practicado este abuso en el Opus Dei son los centros de estudios de numerarios jóvenes. Allí hay un sacerdote director espiritual y un sacerdote confesor distinto. Los numerarios están obligados a charlar confidencialmente con el sacerdote director espiritual cada semana. Este sacerdote director espiritual, al no ser confesor, malentienden en el Opus Dei que tiene carta de libertad para manifestar u opinar abiertamente en los consejos locales de lo que conoce por las conversaciones (que debieran ser secretas) con los dirigidos.

No sólo ocurren estas barbaridades en los centros de estudios, también en los otros centros de numerarios. Aquí la violación reviste una gravedad aún mayor, porque el sacerdote suele ser a la vez confesor y director espiritual.

El secreto de confesión y el secreto de la dirección espiritual han sido pisoteados en el Opus Dei, por exigencias del guión (lo imponen las praxis recogidas en normativas internas).

Vergonzoso es conocer que a los sacerdotes del Opus Dei se les obligue a negar la absolución en el sacramento de la confesión a los numerarios que no quieran contar fuera de la confesión a la persona con la que deben hacer “la charla fraterna” los pecados de los que se acusan.

El Opus Dei impone a los numerarios algo que es imposible por naturaleza exigir: la confianza en los directores. La confianza en una persona nunca puede ser una exigencia, es una conquista.

¿No estará en el origen de las defecciones en masa de numerarios la pérdida de confianza en sus directores? Cuando descubres cómo está organizado el Opus Dei, todos los buenos deseos de entregar tu vida a Dios en medio del mundo para santificarte y santificar a los demás se te viene abajo. Aparece, entonces, toda una estructura humana que de “Dei” le debe quedar poco.

3. El aislamiento afectivo-emocional. La ruptura de los lazos familiares. La imposibilidad de darse a los demás.

Cuando en el Opus Dei se habla a los numerarios de las relaciones con su familia de sangre siempre es con prevención hacia ella. Las visitas y el trato se reducen a lo imprescindible, sin pérdidas de tiempo, etc., etc., etc.

Los numerarios en este aspecto no pueden imitar a San Josemaría, que una vez rehecho de la ruina y bien posicionado socio-económicamente se preocupó de que su madre y hermanos tuvieran unas viviendas y manutención bastante dignas. Se cuenta que en casa de su hermano Santiago, ya casado, asistían como empleadas domésticas numerarias auxiliares.

¿Tienen derecho los numerarios a solicitar del Opus Dei que sean numerarias auxiliares quienes cuiden a sus padres y hermanos, siquiera sean unas horas a la semana?

Los criterios y las praxis sobre el trato entre los numerarios producen un completo aislamiento en cuanto a manifestaciones públicas de sentimientos y pensamientos más personales. Con el fin de evitar las mal llamadas “amistades particulares” se fomenta un distanciamiento elegante entre personas que comparten mesa y techo en una misma casa. Los numerarios viven en pisos-residencias de familia “normal”, pero con una absoluta indiferencia de unos hacia otros. Surgen así personajes raros, de difícil convivencia, con manías, difíciles de entender. Cualquiera puede comprobarlo empíricamente conviviendo una semana en uno de los llamados “centros de mayores”.

La preocupación por la santidad de los demás es misión imposible cuando no se les conoce realmente. Cada persona es un mundo diferente, y el acceso a ese mundo interior de las personas está vetado.

Se exige continuamente “darse a los demás”. Teóricamente es atractivo, porque constituye el meollo de la vida cristiana (el amor de voluntad auténtico que busca el bien del “otro”), y uno de los fines por los que te entregas a Dios en el Opus Dei. En la práctica es una auténtica contradicción, puesto que no puedes buscar el bien de quien no sabes qué necesita porque no lo conoces. Aparece entonces una paradoja vital: debo ayudar a quien no puedo conocer.

4. La imposición de obligaciones no exigibles ni por la moral ni por el derecho.

Los Estatutos de la Obra - norma fundamental que regula la vida de los numerarios del Opus Dei- no recoge obligaciones que con el tiempo se han ido exigiendo como “moralmente graves”, como por ejemplo la consignación a la Obra de todos los ingresos que se obtienen por el trabajo profesional o por cualquier otro concepto.

Nada de esto dicen los Estatutos, y a pesar de ello, se exige a los numerarios en charlas de formación / dirección espiritual la completa despatrimonialización.

A los numerarios se les pide, antes de hacer la Fidelidad, que hagan testamento y dejen a la Obra todos sus bienes (no directamente al Opus Dei, sino a fundaciones y a sociedades interpuestas con las que nada tienen que ver esos numerarios).

Para sonrojo del Prelado, sus consejos y todas las autoridades de la Prelatura ha salido a la luz pública en un documento de un juzgado cómo el propio Fundador falleció sin hacer testamento, siendo el receptor de sus bienes (entre los que podríamos presumir que estaban incluidos los derechos de autor por sus publicaciones en vida, que debieron ascender a un buen montante, pues sólo del libro Camino se han vendido más de 3 millones de ejemplares) uno de sus hermanos. Lo que hiciera su hermano Santiago con los bienes heredados es indiferente en cuanto a la raíz del problema.

5. El engaño de la secularidad

Un alto porcentaje de directores laicos del Opus Dei no tienen un trabajo profesional secular con el que presentarse ante la sociedad civil. La esencia del mensaje del Opus Dei –así se dice en la página web oficial- es la difusión de la llamada universal a la santidad en medio del mundo (en el trabajo profesional).

¿Cómo se explica que una institución que tiene tan alta finalidad tenga entre sus cuadros dirigentes (directores), personas que no tienen un trabajo profesional civil y secular?

La profesión sitúa a una persona en el mundo. Los directores que no trabajan están socialmente desubicados del mundo. Desconocen el mundo del trabajo. ¿Qué tipo de consejos espirituales y morales pueden dar personas que no saben de las reglas de juego de la vida civil, puesto que no están inmersos en ella?

El concepto de “mundo”, de “trabajo profesional”, de “sociedad”, de “vida civil” que pueden aprehender unas personas que pasan años y años en lo que llaman “tareas internas y de gobierno” poco puede asimilarse a la realidad a la que se refieren esos conceptos.

Hoy en día se critica como uno de los males de nuestra sociedad la excesiva “burocratización”, la multiplicación muchas veces innecesaria de servicios públicos que deberían servir para facilitar la vida de los ciudadanos en la prestación de esos servicios, pero que en la práctica, contrariamente a lo que se pretende, complican todavía más la vida de los súbditos.

El Opus Dei es una organización “burocratizada” en el mal sentido de la palabra, y endogámica. Los burócratas son los directores, pero que a diferencia con lo que ocurre en la sociedad civil, no acceden a los puestos de gobierno en el Opus Dei según los principios de igualdad, mérito y capacidad, sino por designación directa del Prelado, máxima autoridad jerárquica. Al nombrar a esos directores-burócratas para el aparato de la Prelatura, los desnaturaliza sacándolos de su sitio (el mundo civil en el que han de curtirse y labrarse un prestigio) para aislarlos (protegidos del mundanal ruido) en los despachos de delegaciones, comisiones, consejos, fundaciones, ongs, etc.

Si la vocación profesional es parte importante de la vocación al Opus Dei, ¿cómo se explica la vocación profesional de los directores sin trabajo, de los oficiales de delegaciones, comisiones, etc.? ¿Qué clase de “secularidad” viven? ¿Qué conocimiento práctico pueden tener de lo que es la vida de un ciudadano normal y corriente?

Los directores del Opus Dei –también quienes están “en el aparato”- que no trabajan en la calle llevan vida monacal. No pueden entender la realidad social en la que viven, del mismo modo que para un religioso no es fácil hacerse cargo de la realidad secular.

6. La mentalidad racionalista de una institución que se dice de origen “sobrenatural”

Los criterios de eficacia marcan las exigencias que se imponen indiscriminadamente a los numerarios.

Escribe Vallelaencina: “Al leer estas palabras del Cardenal Ratzinguer, recuerdo con tristeza lo mal que lo hacíamos entonces y lo mal que lo hacemos ahora en la Prelatura. "La parábola del grano de mostaza dice que quien anuncia el Evangelio debe ser humilde, no debe pretender obtener resultados inmediatos, ni cualitativos ni cuantitativos, porque la ley de los grandes números no es la ley de la Iglesia".

Siguen interesándonos sólo y exclusivamente los grandes resultados inmediatos (llenar los círculos, los retiros mensuales, los cursos de retiro, las charlas de cooperadoras, las conferencias, etc. etc.) y los grandes números. Las convivencias de consejos locales de inicio de curso están marcadas por la ley de los grandes números, que no es la ley de la Iglesia. El valor que se le da a “las listas” en el Opus Dei alcanza niveles que rozan la neurosis. Hay directoras neuróticas de las listas. Sus mentes deben ser una gran cuadrícula. Un motivo más para pensar que vivimos al margen de las leyes de la Iglesia”.

Las “metas que marca la delegación”, los objetivos, lo números, las cantidades de dinero que se deben proveer para tal o cual labor corporativa son el motor de la “labor apostólica”. No es el amor a Dios y al prójimo el principio fundante del actuar de muchos numerarios. En el Opus Dei hay miedo a trabajar “por amor a Dios”, porque si no se colocan por delante del amor a Dios los números y las metas, se corre el riesgo del inmovilismo, la pasividad y que toda la estructura humana organizada bajo “el paraguas Opus Dei” se venga abajo.

Quédese sin dinero el Opus Dei y al día siguiente se ha disuelto la organización. ¿Ocurriría así en la Iglesia? Parece que no. Iglesias del mundo entero muy vivas espiritualmente no cuentan ni con apenas medios para comer sus ministros.

El activismo, el afán de lograr objetivos concretos tangibles puede fundamentar y dar sentido legítimamente a las actividades de personas comprometidas socialmente, o que participan en labores asistenciales, filantrópicas, etc., pero jamás debería ser el motor de una institución de la Iglesia Católica que pretenda seguir las enseñanzas de Jesucristo.

Moverse por criterios de eficacia es el fin último de nuestra contemporánea mentalidad racionalista atea, que justifica cualquier aberración moral y la destrucción de los principios de la moral cristiana en aras a la consecución de unos fines.

La eficacia en el Opus Dei es el principio operativo de, por ejemplo, la vida de las numerarias auxiliares.

7. El abandono de los enfermos.

Al leer el otro día el escrito “Numerarios, nadie cuidará de nosotros en la Obra”, me pareció que refleja tan realmente lo que sucede en el Opus Dei, que todo lo que se pueda añadir sobre el particular es superfluo.

8. La pérdida de autoestima, los sentimientos de culpabilidad, que acaban provocando personalidades depresivas.

Como consecuencia de la perversión de las conciencias que fomenta el Opus Dei, invadiendo indiscriminadamente “el sagrario de las personas” con su particular dirección espiritual que imparte, se forman personalidades débiles, dependientes, frágiles.

El alto porcentaje de numerarios que enferman es sorprendentemente llamativo y alarmante.

Es lógico que ocurra así. Si se juega con los pilares basares de la persona (su conciencia, su identidad, su libertad) se corre un riesgo alto de provocar fracturas, trastornos de la personalidad. En el Opus Dei no es infrecuente que los numerarios lleguen a cuestionarse su propio yo, porque no saben quienes son. Son quienes les dicen que son, o quienes les dicen en la charla fraterna que deben ser, pero no saben realmente quienes son. La dirección espiritual del Opus Dei ataca completamente una de las claves de la persona: su propia autonomía. Se fabrican seres dependientes, clónes unos de otros, hechos con el mismo molde, con pensamiento único.

Puede que utilizar la palabra “manipulación mental” sea fuerte, pero es así. ¡Cuántos trastornos en la juventud y en la madurez de numerarios del Opus Dei se han producido por la mala e inexperta manipulación de sus conciencias, o de sus almas! Si los directores que dirigen la vida íntima de las personas no son “seculares”, porque no viven ni trabajan en la realidad secular, ¿cómo pueden erigirse en la voz de la conciencia de otros que sí están en la vida real? Cuando esos directores encima son jóvenes inexpertos que apenas han salido de la adolescencia, la debacle está servida.

Una persona es algo muy serio y muy delicado. En el Opus Dei se maltratan las personas. No se pueden tratar las personas como se tratan las furgonetas o los ordenadores de los centros de San Rafael (según la lógica de que no pasa nada si se estropean, porque siempre habrá un supernumerario con dinero que compre otros, o pensando que para eso está la fundación del Banco Popular).

A la confidencia (con un desconocido con quien falta confianza, porque no hay mutuo conocimiento, ni mucho menos “amistad”) hay que ir a “identificar nuestro espíritu con el de la Obra”. Si se toma a rajatabla la expresión y se trata de vivir, cada confidencia de un numerario es una profunda frustración. El espíritu de la Obra es tan exigente (requiere nada menos que “la santidad”), que cada vez que se piensa en lo que queda por recorrer en ese camino, es como para desesperarse. Visto así (que es como lo entienden muchos numerarios que están formados según esos razonamientos) es lógico que afloren sentimientos de culpa antes, durante y después de cada confidencia, por no reconocerse a la altura de las circunstancias en un camino “en el que Dios me ha puesto y yo no le correspondo”.

Los sentimientos de culpa en la vida de un numerario, unidos a los sentimientos de ruina (cuando uno lo ha entregado todo, no se tiene nada, y el bolsillo en la vida de una persona que se dice ciudadano secular juega su papel, también emocionalmente) pueden provocar la entrada en un círculo vicioso mental del que no puede aflorar más que una depresión.



Original