Los enfermos psíquicos del Opus Dei

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© por Oráculo, 7.07.2006


1. Acogiendo las sugerencias de algunos, iré enviando materiales del volumen de Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas (Roma 2001), porque ayudará mucho —sobre todo a las personas “de dentro”— a conocer por anticipado los protocolos de acción a los que suele ajustarse el mando. Y como no son pocos los que ven o han visto alterado su equilibro psíquico en la peculiar “dirección espiritual” que imparte el Opus Dei, como muestran muchos testimonios de esta web, me parecía útil comenzar por la presentación de lo relativo a enfermos, en especial los enfermos psíquicos.

El tema se considera en el Anexo IV de ese volumen, titulado Orientaciones para algunos casos particulares, cuyo número 4 se dedica íntegramente a ese tipo de enfermos (pp.200-207). Con estas líneas iniciales sólo busco la presentación de los textos, cuya literalidad íntegra edito en el Apéndice final, separando el texto principal (apartado A) y las notas del pie de página (apartado B), como he hecho en otras ocasiones; ya luego Agustina se encargará de agregar estos materiales también al “documento interno” en esta web. La paginación original del volumen va en paréntesis cuadrados y, por lo demás, la tipografía respeta la presentación del original.

Varias cosas llaman la atención en la lectura reposada de esos textos. Hoy me limito a señalar algunos aspectos, a vuela pluma, cuyo comentario dejo a otros lectores que deseen añadir sus observaciones. Reconozco que las mías de ahora son sólo sugerencias abiertas, que necesitan mayores contrastes para ser propuestas como conclusiones firmes.


2. De entrada, sorprende la simpleza de las descripciones médicas de las patologías psíquicas, entre las que ni siquiera aparece una mención expresa del trastorno bipolar de la personalidad. Y, curiosamente, éste es uno de los diagnósticos más socorridos en los “médicos oficiales” de la institución cuando los Directores les llevan, por ejemplo, un Numerario o Numeraria excesivamente críticos con las “costumbres institucionales” pero sin voluntad de discutir su “perseverancia”: es decir, una personalidad “inadaptada”. A veces parece que el único modo de atajar tanto “espíritu crítico en la docilidad” acaba siendo un empastillamiento por unas presuntas “disociaciones de la personalidad”, pues obviamente la institución no reconoce nunca sus rarezas como tales ni sus íntimas contradicciones...

Así pues, resulta muy preocupante que en no pocos de estos casos el fenómeno real sea justamente lo inverso. Las “patologías” están en los modos de acción que impone la institución y la “inadecuación de la personalidad” —cuando chirría ante tantas “paranoias institucionales”— es síntoma de normalidad y tantas veces de humanidad. No pocas veces sucede entonces, por desgracia, que los estados depresivos o las supuestas “alteraciones de la personalidad” brotan de la ausencia de una sana crítica teológica personal o, sobre todo, de la carencia de una recia autonomía moral de las conciencias, más peligrosa cuando se conjuga con algunas predisposiciones psicosomáticas a ese tipo de trastornos.

El hecho cierto es que estos fieles se rompen por dentro y sufren lo indecible —casí diría, más ellas que ellos, por la sensibilidad femenina— pues, con su mejor voluntad y rectitud, tienden a conciliar vitalmente lo que objetivamente es inconciliable. Como la institución jamás reconocerá que los hechos pueden ser de este modo ni encontrar una tal explicación, el resultado práctico es ese elevadísimo porcentaje de Numerarios o Numerarias “dóciles” y “empastillados” (o sea, “domesticados”) en los Centros de mayores, que cada día hace más raro y deprimente el panorama interno de la vida en los Centros de la Prelatura. Por paradoja, los más sanos son esos “mártires de la verdad”, a los que aludía el escrito de Marcus Tank anteayer. Es lamentable que este horizonte de futuro sea previsible, a plazo fijo, para un elevado porcentaje de fieles de la Prelatura que residen en sus Centros, pues jamás podrán estar a gusto en “ese Opus Dei”: viven tensionados de continuo, bajo la presión de una “normalidad ficticia”, que ellos rechazan y a su vez desean asumir vitalmente como por un deber-ser “natural” por vocacional… ¡cuando tantas veces es antinatural!


3. En fin, las Experiencias no parecen conjugar, ni remotamente, la posibilidad de que los enfoques prácticos que suelen hacerse de la propia “espiritualidad” puedan ser causa directa de no pocos de los trastornos psíquicos. Y al contrario, cuando el sentido común de un fiel reclama la salida de la Prelatura porque in confuso llega a entrever por ahí un camino de liberación interior, entonces resulta que las Experiencias proponen como receta dogmática de validez universal indicaciones como éstas: Si tuviese pensamientos contra la perseverancia, es preciso escucharle con calma, sin asustarse, pero también sin mostrar que no se concede importancia a esa circunstancia. En este punto, cuidando los modos, se le recordará de manera inflexible que la vocación la da Dios para siempre. Por otro lado, resulta patente que no está en condiciones de razonar con normalidad y mucho menos de tomar una decisión de la que luego se arrepentiría. Esa expresión de manera inflexible está demostrando la escasa validez antropológica del consejo, propuesto además de modo general, pues proviene de un “apriorismo interesado” más que de la consideración del bien particular de cada fiel.

De hecho, las autoridades de la Prelatura olvidan con pasmosa facilidad toda esa “retórica teológica” cuando les interesa deshacerse de alguien, sacerdote o laico, que les resulta incómodo: suelen ser aquellas personas que han llegado a conjugar un “espíritu crítico” sano —“insanable” por soberbia pura y dura, dirán los Directores— con la higiene mental. En estos casos “es mejor que se vayan fuera y nos deje en paz”. No obstante, a estos fieles se les dirá: “es mejor para ti fuera, porque así serás más feliz”. Y en esto —aun sin querer, porque la rectitud del obrar resulta sospechosa— dicen verdad.

Pero ¿dónde queda entonces eso de que la vocación la da Dios para siempre a los fieles?, pues son los mismos Directores quienes provocan la salida, por medios directos o indirectos. ¡Qué más da! No obstante, ellos estarán muy atentos para que las cosas se produzcan de modo que sea el propio fiel quien “voluntariamente” —no sin un cierto complejo de culpa— formule la petición de dimisión: si no, los Directores “se contaminarían” contraviniendo su retórica de la “vocación divina”, casi como los fariseos del tiempo de Jesús, que temían pisar el Pretorio no fuera que esto les impidiera celebrar la Pascua.


4. En la pastoral prevista para este tipo de enfermos sorprende también la tendencia a imponer estilos de vida y prácticas ascéticas de modo absoluto, independientemente de las medidas que pueda reclamar el tratamiento de las patologías o de lo que en particular sería realmente más beneficioso para la curación. En el fondo parece que no se acaban de aceptar las enfermedades como tales, si es que no sucede algo peor: que prime el interés institucional de la “uniformidad”, sin excepciones, antes que el bien singular de la persona. Sigue latiendo ahí la confusión de planos, espiritual y orgánico, por más que el texto de las Experiencias insista en su diferencia teórica.

No es difícil encontrar ejemplos de esa prevalencia absoluta de lo colectivo. Basta leer este párrafo: De acuerdo con el médico y siguiendo el trámite establecido, se le puede dispensar durante una temporada del cumplimiento de alguna Norma o Costumbre, o de asistir a un medio de formación. Pero no conviene que se prolongue, ni que se dé la falsa impresión de que los Directores no valoran suficientemente el plan de vida. ¡Qué importará el plan de vida abstracto, cuando está en juego la salud física —no espiritual— de las personas concretas! Y también se lee: En la mayoría de los casos, interesa que se levante puntualmente para acudir a la oración de la mañana, salvo raras excepciones o durante cortas temporadas, determinadas de común acuerdo con el médico. Si necesita dormir más horas, puede acostarse antes o, excepcionalmente, dormir en un sillón, por ejemplo un rato, después de la tertulia del mediodía. En ningún momento se renuncia, pues, al supuesto “bien objetivo” del comportamiento estandarizado, rígido: es una muestra rediviva del hombre para el sábado y no la inversa.

En este aspecto es donde la ascética pseudopelagiana del Opus Dei —pelagiana o semipelagiana, no entro ahora a los distingos que algunos hacen— muestra su peor cara y su fuerza corrosiva de la personalidad. Todo parece consistir en un hacer sin parar y, si no puede hacerse nada, pues entonces no parar de hacer rezos. Parece ignorarse, por ejemplo, que en ese tipo de enfermedades y de enfermos no es infrecuente que la persona sea incapaz de decir una sola jaculatoria, o de recitar un Padrenuestro o un Avemaría, porque el alma sólo experimenta consuelo para su angustia ejercitando la libertad plena del abandono, la despreocupación, vivenciando así confiadamente la ansiedad de su desamparo interior. También en los procesos patológicos de la personalidad suo modo es éste un camino de purificación interior, que a los enfermos suele aportar además una particular resistencia frente a los síntomas de su propia patología.


5. En fin, no deseo alargar mucho esta presentación. Destaco dos aspectos más, sólo como una llamada de atención al lector, para que examine los textos en su contexto, los analice, y saque sus propias conclusiones. De un lado, por ejemplo, reléase la definición del neurótico o la descripción de la neurosis y piénsese luego en la vida interna de los Centros o también en tantas conductas “institucionales” que tienen algo de absurdo, por usar ahora una expresión de estas Experiencias. ¿No es el Fundador mismo la muestra primera de ese tipo de enfermos? Las intemperancias de su carácter o los altibajos de su humor caprichoso parecen haber sido transformados en actos de virtud, como de quien defendía así el “espíritu” de su carisma, al igual que las “biografías oficiales” han eliminado sus patologías depresivas, constatadas, muy en paralelo con las del actual Prelado. Pero esto apenas engaña ya a nadie que posea una información directa o cercana. ¿No arrastra acaso la propia fundación un “rasero patológico” de medida de la normalidad que los está haciendo a todos un poco locos? ¿O acaso un mucho?

Y, de otro, el panorama que la institución ofrece a sus enfermos psíquicos apenas resulta atractivo: peor, es hondamente pesimista, como si arrastrase la imposibilidad de una curación “dentro” de la Prelatura. La preocupación primordial parece ser el control de las conductas, no la etiología de los males ni su remedio veraz. Y así el problema nunca podrá encontrar solución. El futuro de estos enfermos es entonces “una vida enajenada” en manos de sus Directores, bajo un control más intenso aún que en las condiciones ordinarias de bienestar. Y las Experiencias insisten erre que erre en ese control y en esa vigilancia para uniformar comportamientos.

No es difícil poner ejemplos. Se procura que todos reciban con normalidad los “medios de formación” establecidos añadiendo —para el enfermo— que interesa prepararle muy bien, para que los aproveche adecuadamente. En concreto, sugerirle los temas que ha de considerar en su oración, los puntos de lucha y el régimen de vida. Debe acudir a esos medios con un plan muy definido. Como norma de prudencia, se informará previamente al Director o al Consejo local de esas actividades. Se insiste en la vigilancia para conseguir que los enfermos no se dispensen por cuenta propia de aspectos de su entrega, ni lleguen tampoco a decidir por sí mismo en temas referentes a la vocación, trabajo, fraternidad, etc., sin contar con el consejo de los Directores. Y sin embargo, en general, no existe nada peor para este tipo de enfermos que la anulación de sus iniciativas personales y, peor aún, en un contexto rígido de exigencias éticas heterónomas.

En suma, estos textos ¿no transmiten acaso la impresión desagradable, ácida, seca y molesta, como si sus redactores estuvieran tratando de peleles o polichinelas más que de personas? Como algunos han aconsejado desde esta web, los escritos de Segundo por ejemplo, en estas situaciones lo más sensato es justamente hacer lo contrario a algunas orientaciones de estas Experiencias: es decir, prescindir cuanto antes del consejo de esos controladores de la personalidad y acudir a profesionales independientes, que nada tengan que ver con la Prelatura. Cuando esto se hace, no es infrecuente que entonces se abran puertas a la esperanza y que los enfermos inicien la lenta andadura de su gradual recuperación.


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