Los daños del Opus Dei: La Mentira

From Opus-Info
Jump to navigation Jump to search

Por E.B.E., 6 de febrero de 2009


Resulta difícil creer que en una institución de la Iglesia se enseñe a mentir como recurso para diversos fines supuestamente honestos.

Sin embargo, son múltiples los testimonios que señalan la presencia de engaño y mentiras en la historia y la praxis del Opus Dei. ¿Cómo entender esto? ¿Se trata de apreciaciones exageradas?

El problema se presenta cuando no son uno o dos «los exagerados» sino diferentes personas que, desde distintos puntos del Planeta (gracias a internet), coinciden en señalar, al menos, «la falta de coherencia» en el discurso del Opus Dei. ¿Es esa incoherencia, inocente?

No pocos son quienes señalan esa falta de coherencia como producto directo del ejercicio del engaño.

La pregunta es, ¿de qué forma se puede introducir la práctica de la mentira sin que ello provoque resistencias en quienes se inician en el Opus Dei? No incluyo a quienes ya llevan años porque necesariamente han pasado esa barrera.

Primero entonces está el asunto de la presencia de la mentira, y luego el modo de ejercerla. Finalmente, la razón de su presencia, para qué o a causa de qué.

Presencia (negar)

Sobre la primera cuestión, tomemos por caso un texto de Escrivá que hace a un tema central dentro del Opus Dei: el carácter secular de la institución, y de modo particular, de la vocación de sus miembros célibes.

«Al suscitar el Señor su Obra, nos ha dado una ascética, un espíritu plenamente secular y unos medios que no son como una adaptación de los métodos de las familias religiosas» (Meditaciones VI], pág. 345).

Para alguien desprevenido, estas palabras podrían significar sencillamente lo que literalmente expresan. Para alguien del Opus Dei, esas palabras son una confirmación indudable de la secularidad del Opus Dei por la sencilla razón de que así lo afirma el fundador. Sin embargo, para quien haga un análisis atento, esas palabras no se corresponden con la realidad actual ni con la historia del Opus Dei.[1]

No es verdad lo que dice allí Escrivá, pero ¿es mentira?

Intención y realidad

Es decir, siguiendo la definición del diccionario, (Mentira: expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa, DRAE 2002) habría que ver si Escrivá era consciente de que decía algo «contrario a lo que sabía, creía o pensaba». En caso afirmativo, no sólo se trataría de una mentira, sino una mentira descarada.

¿Pero no será que el fundador creía y pensaba honestamente que ello era así?[2]

Si Escrivá hubiera nacido en el desierto y Dios le hubiera comunicado directamente cada detalle del Opus Dei que iba a fundar, entonces se podría suponer ignorancia invencible por parte del fundador (respecto a otras órdenes religiosas).

Pero, al parecer, no sólo no ignoraba sino estaba bien informado. Pues hay demasiadas semejanzas como para establecer que Escrivá copió muchos elementos de las familias religiosas, a pesar de no reconocer ningún préstamo o deuda ya que todo 'vendría directamente de Dios' (sobre la pretendida a-historicidad del Opus Dei, véase L. Carandell, Made in Spain).

Cuál era el grado de conciencia de Escrivá, es un asunto que no se puede resolver en estas páginas. Se necesitan testigos y un análisis histórico riguroso, al menos.


El problema siguiente es que la mentira material (sin tener en cuenta la intención de Escrivá) luego se institucionaliza (como se verá más adelante) y pasa a tomar cierta vida propia. Por la vía de los hechos, más allá de las intenciones. Y el Opus Dei se beneficia de ella, lo cual compromete su inocencia.

¿Pero la mentira no supone intencionalidad? Cuando se torna estructural, la mentira funciona como un mecanismo autónomo. El asunto es quién lo puso en marcha y con qué grado de conciencia.

Falta demostrar la intencionalidad de Escrivá, pero la existencia de un claro beneficio hace que las «falsedades» del Opus Dei tengan un parentesco muy cercano a la mentira, especialmente si junto al beneficio hay resistencias a investigar los orígenes de esos beneficios. ¿A cuáles me refiero?

¿Qué hubiera sucedido si el fundador manifestaba abiertamente tanto el origen del Opus Dei (las fuentes ascéticas y disciplinales en las que abrevó, principalmente) como así también la praxis cotidiana que los miembros (célibes, sobre todo) iban a verse obligados a vivir? El Opus Dei sería un instituto secular más entre otros, una asociación de laicos consagrados tal vez, pero sin ninguna novedad en particular. No hubiera tenido jamás los resultados con los que se benefició gracias a la propaganda de «libertad laical» y «santidad en medio del mundo», presentadas además como inéditas, nunca antes vividas así en plenitud[3]. Se trataba de un verdadero estreno, nada de cosas recicladas.

Si el Opus Dei era original, no se entiende por qué el fundador se pasara negando tantas cosas que supuestamente no era[4]. Bastaba con decir lo que era.

No era ni esto ni aquello. Bien, pero ¿qué si era? La debilidad para argumentar positivamente (no había ejemplos vivos para mostrar, más bien promesas) hacía necesario recurrir a la negación, dejando en claro lo que jamás debía pensarse acerca del Opus Dei.

No éramos religiosos, bien, ¿pero qué éramos? ¡Libérrimos! ¿Algo más específico? ¡No somos plantas de invernadero! Sí, pero ¿qué somos!!?

Acerca de la realidad del Opus Dei, había un verdadero vacío más allá de afirmaciones genéricas y de negaciones rotundas.

Lejos de aclarase el panorama, el tiempo no hizo más agravar que ese vacío y confirmar la falsedad de tantas cosas negadas, entre ellas, todo el parentesco con los religiosos. De las afirmaciones rotundas, cenizas a lo sumo quedarían.

Al día de hoy, nadie sabe qué es el Opus Dei.[5]

Cuando las cosas son, no es necesario afirmarlas por la vía de la negación («esto no es lo que parece») y menos de la negación insistente. Lo novedoso destaca sobre lo demás. Si no contrasta, pasa algo extraño y el recurso a la negación lejos de aclarar las cosas, las oscurece.

Escrivá debería haber dicho:

«Al suscitar el Señor su Obra, nos ha dado una ascética, un espíritu plenamente secular y unos medios que son una adaptación de los métodos de las familias religiosas»

Decir la verdad no hubiera sido tan atractivo. Y por lo tanto no hubiera dado resultado. Este es el punto. El Opus Dei no existiría hoy tal como llegó a ser.

Pero hay más.

Alguien podría suponer que Escrivá dijo la verdad (en los primeros años de la fundación) pero un tiempo más tarde (década del 60) «las circunstancias le habrían obligado» a torcer el rumbo hacia la ascética y la disciplina conventuales, anulando por la vía de los hechos las libertades predicadas. No es posible dicha coartada.

Pues el problema de Escrivá no sólo es que no dijo la verdad sobre lo que iba a venir después (engaño), sino que tampoco dijo la verdad sobre el origen del Opus Dei, de dónde venía (mentira). Sus promesas de libertad y laicidad no tenían ni pies ni cabezas, ni origen genuino ni garantía alguna a futuro. Eran billetes sin valor, sin respaldo de ningún tipo. Un fraude espiritual de dimensiones internacionales.

¿Cómo explicar que su institución iba a ser completamente secular si sus fundamentos procedían de los religiosos? ¿Cómo salir de semejante aprieto? Evitando las preguntas, claro. Y para ello nada mejor que la ignorancia.

Conociendo el origen (historia) era posible adivinar el destino (futuro). Conociendo el origen, era improbable aceptar sin objeciones la laicidad y libertad reivindicadas por el Opus Dei. Ocultar el origen era fundamental para no descubrir el fraude anticipadamente. Construida la barca del Opus Dei, ya sería tarde para todo reclamo. Canonizado Escrivá, ya sería tarde para toda protesta. Al parecer el plan no le salió tan mal a Escrivá ni al Opus Dei, se cumplieron sus objetivos más importantes. ¿Estaremos a tiempo de hacer algo?

Negar el origen fue más importante aún que afirmar sueños de libertad que nunca se cumplirían, porque sin ese origen falso, los sueños nunca hubieran llegado siquiera a ser soñados. Entonces, ¿Dios pudo haber participado aquél 2 de octubre de este viciado origen del Opus Dei?[6] ¿Qué puede haber de cierto en ese 2 de octubre?

En síntesis: no es que solamente prometió algo que no se dio, sino que además ocultó y negó el origen histórico del Opus Dei.

Como con tuerca y contratuerca[7], utilizando una analogía de Escrivá. Una mentira en el origen y otra en el destino. Así se sostenía el Opus Dei.

La falsedad está. Los beneficios también. Falta la confesión de la intención, que conecte ambos términos para dar lugar formalmente a la mentira. Pero es tal la coherencia entre las falsedades y los beneficios que la intencionalidad parece prácticamente innecesaria. La confesión oral bien podría ser suplantada por la confesión de las acciones, que difícilmente mienten, a diferencia de las palabras.

Implementación (actuar)

Creo que lo que sucede en el Opus Dei es que se aprende a mentir no por consejo sino por ejemplo, proveniente directamente de la máxima autoridad (el ejemplo es una forma de contagio, especialmente si procede de una autoridad moral, más aún si es superior).

En ningún texto oficial o del fundador -al menos que yo recuerde- se habla de la conveniencia de mentir. Eso sería demasiado escandaloso y notable, grosero. Sin embargo, es el mismo fundador quien comienza dando el ejemplo, como en el caso del texto citado más arriba. El ejemplo es una forma de escritura distinta, de fácil lectura hasta para los analfabetos, que deja un mensaje con la misma fuerza o más que la de una orden escrita. El ejemplo es persuasivo.

A su vez, Escrivá tenía perfecta conciencia de lo que significaba engañar, a tal punto que él mismo se adelantó a plantear la idea, tal vez como una forma más de afirmar su inocencia. Esto es ya un indicio de que algo no es tan inocente.

«¿¡Señor, Tú has podido permitir que yo de buena fe engañe a tantas almas!?» (Meditaciones V, p. 157)

¿si Escrivá se examinó sobre la posibilidad de estar engañando, no quiere decir ello que no engaño a nadie, que es inocente? Es una interpretación aceptable. Pero no la única. Lo extraño aquí es que pretenda poner a Dios en el lugar del culpable, mientras él permanecería siempre en el de víctima inocente. Si el Opus Dei fuera mentira, la culpa la tendría Dios. Admitamos que no es la mejor forma de defenderse.

El fundador se refería en ese texto al retraso en las aprobaciones por parte de la Santa Sede. Pero junto a la queja, también quería dejar manifiesta su absoluta honestidad y buena fe. El Opus Dei no venía a engañar a nadie, por lo tanto... ¿no engañó a nadie? No es una buena demostración de nada. No es un buen silogismo.

Funciones (justificar) Seducir y Gobernar

¿Por qué tanta mentira, se preguntaba Gervasio[8] hace unos días? Tal vez por dos motivos, para crear una apariencia (en vista a los beneficios citados arriba) y para imponer obediencia (la verdad sometida a la eficacia de la acción). La presencia de falsedades en la historia y praxis del Opus Dei tiene una función seductora (crear prestigio) y por otro lado son consecuencia de forzar la realidad.

Mentira en el origen y en el destino, para distracción del público. En el medio, la secreta construcción del verdadero Opus Dei, el engrandecimiento de la nave[9].

Lo que hay detrás de todo esto es una gran deshonestidad por parte del Opus Dei. ¿Era Escrivá consciente de ello?

Planteaba un panorama que luego no sólo no se cumplía sino que además oprimía a quienes se habían embarcado en dicha aventura, pues en ese forzar la realidad, había personas de por medio. Tuerca y contratuerca. Mentira y coacción. La morsa y la forja.

Ninguna de ellas pueden ser justificadas nunca, ni por el más noble de los fines.

Sin embargo, Escrivá parecía opinar distinto, al plantear la necesidad de un sometimiento absoluto al fin sublime.[10] Esto no es otra cosa que una versión heroica de «el fin justifica los medios». Lo absoluto hacía relativo todo lo demás.

Escrivá se guiaba por una moral superior, adecuada a la misión recibida de Dios. La Obediencia -someterse al fin superior- era el principio de toda su moral[11] y la verdad o mentira eran valores relativos, lo absoluto era el fin sublime, hacer el Opus Dei.

Sólo él practicaba esa moral, al resto no le estaba permitida otra cosa que obedecerle. El se sometía al fin superior y todos se sometían a Escrivá, única forma de llegar al fin superior, pasando por el Padre[12].

Todo había de someterse al fin, incluso la verdad.

¿Qué es la verdad, para Escrivá?

La verdad es la adecuación de todas las cosas al fin sublime. Si algo conviene que sea, luego es. El fin hacía milagros, convertía en oro lo que fuera (lo que fuera necesario).

¿Pero en su cabeza, pensaba Escrivá que mentía descaradamente, por ejemplo sobre la cuestión de la secularidad del Opus Dei y tantos otros aspectos? No lo creo. La moral es necesaria para saberse bueno, y salvo los psicópatas o ciertos criminales, todas las personas necesitan sentirse buenas, al menos para no rechazarse a sí mismas. Antes de hacer algún mal necesitan justificarlo bien (es el argumento básico de toda venganza).

El secreto de Escrivá era la moral particular por la cual se guiaba, que le permitía saltearse una gran cantidad de «obstáculos» y al mismo tiempo creerse superior al resto.[13] Como se creía santo (enviado, con misión), se podía saltear las reglas y así lo hacía saber («santa pillería»)[14].

No sé qué pasaba por su cabeza, pero me animo a pensar que, como todo se ordenaba al fin, también las palabras se ordenaban según la necesidad de sentido que marcara el fin sublime.

Es decir, si algo era necesario, entonces era. Si el Opus Dei debía ser secular, entonces lo era. Si el Opus Dei no debía tener origen religioso, entonces no lo tenía. Pues de afirmaciones no demostradas, está lleno el Opus Dei y los textos de su fundador. ¿Cuál era la razón de tantas cosas?: que lo decía el fundador, nada más. Y de esa misma forma el Opus Dei se desdice sin problemas, aun en la actualidad[15].

Por supuesto: el fin era sublime... porque así lo decía Escrivá. El resto de las pruebas apuntan a que el fin del Opus Dei es él mismo, que a sí mismo se declara sublime, obra de Dios. No es un fin trascendente al Opus Dei, es bien inmanente.[16]

Dios creó el Opus Dei porque así lo dijo Escrivá. No hay otras pruebas ni milagros. Todo el Opus Dei se sostiene a partir de la credibilidad de Escrivá. No hay más fundamento.[17]

Más que mentir, pienso que Escrivá forzaba las cosas (y desde luego, forzaba sobre todo a las personas). Creo que era inevitable una importante dosis de autoengaño[18], aunque no por ello necesariamente libre de culpa. Las mentiras son una consecuencia de ese forzar la realidad.




El Opus Dei era el fin superior y todo el resto, simplemente instrumentos (palabra que tanto le gustaba a Escrivá). La Iglesia también era un instrumento de Dios, no parte del fin superior. Y el Opus Dei sólo respondía directamente al fin superior («la Obra» había bajado del Cielo aquél 2 de octubre y la Santa Sede debía ser un instrumento fiel a Dios que permitiera la realización de esa «Obra de Dios»).

Este es el argumento por el cual el Opus Dei podía (hoy también lo hace a escondidas) saltearse hasta a la misma Santa Sede, siempre que ésta fuera un obstáculo para alcanzar el fin superior. Es sabido que si hoy el Opus Dei recibiera alguna indicación del Vaticano en temas neurálgicos, el Opus Dei vería la forma de esquivar esa dificultad. El Opus Dei «responde a Dios» y a nadie más. ¿Lo tendrán claro esto en el Vaticano?

Semejante conducta de bypass no le causa ningún escrúpulo a los directores del Opus Dei, porque la moral básica es «todo ha de estar sometido al fin superior» o sea, «el fin justifica los medios». Dicho principio moral no sólo libera de toda culpa sino además que fomenta el celo para cumplir con excesos «el fin superior».

Especial interés tienen las manipulaciones de la historia del Opus Dei (en razón del fin superior) pues, lejos de darse como casos aislados, es un cuidadoso trabajo por mantener las apariencias o enaltecerlas.[19]

Si el fundador comenzó dando el ejemplo, ¿qué les quedaba a los demás, inferiores en jerarquía? La idea no era activamente mentir sino repetir lo que decía el fundador, sin plantearse su adecuación a la realidad. Obediencia. ¿Mentir? No, nadie mentía, todos obedecían, que era distinto, pero demasiado parecido.

Institucionalización

Sus seguidores debían ser fieles a la verdad, que el fundador les enseñaba como venida de Dios, de manera que la mentira se terminaba institucionalizando, como una colectiva y profunda modificación del pensamiento (otros le llaman a esto lavado de cerebro).

La mentira iniciada en la predicación se terminaba cristalizando en la práctica a través de procedimientos. Un ejemplo es la admisión al Opus Dei.

Quien procede a incorporarse mediante la fidelidad, es decir a perpetuidad, debe afirmar solemnemente que nunca va a ser religioso y que con esa intención expresa ha ingresado al Opus Dei. Lo cual es una tremenda contradicción con lo que luego sucederá en la práctica.

Veamos lo que dicen los documentos de gobierno (subrayados no son del original):

«La persona que mantenga esta conversación, se asegura de que quien va a hacer la Admisión y la Oblación conoce suficientemente los temas correspondientes al Programa de formación inicial. (...) Además, se asegurará de las siguientes cuestiones:

  • si el candidato actúa con plena libertad: con un querer seguro, consciente y responsable;
  • si conoce todas las obligaciones que lleva consigo la Admisión, la Oblación o la Fidelidad;
  • especialmente, si se da perfecta cuenta de que la vocación exige una vida de trabajo continuo, porque el espíritu del Opus Dei se apoya en la tarea profesional ejercida en medio del mundo, que es el medio específico eficaz para lograr la santidad, haciendo un apostolado fecundo;
  • si entiende expresamente, como un rasgo fundamental de nuestro espíritu y como característica substancial de nuestra vocación, que la adscripción a la Obra no supone un cambio de estado, ni comporta la llamada "vida consagrada"; que no somos religiosos ni podemos ser equiparados a los religiosos desde ningún punto de vista, y que ha venido a la Obra para entregarse a Dios, con esa condición expresa

(Vademecum del Gobierno Local, 2002, cap. Adscripción)

«Además, debe entender expresamente, como un rasgo fundamental del espíritu del Opus Dei, que la adscripción a la Obra no supone un cambio de estado, ni comporta la llamada vida consagrada; que los fieles del Opus Dei no son religiosos ni pueden ser equiparados a los religiosos desde ningún punto de vista.» (Catecismo de la Obra, 6 ed], pregunta 50)

¿Por qué no pueden ser equiparados? ¿Porque así lo dice/ordena el Catecismo? En el Opus Dei no hay otro argumento que la negación y la afirmación mismas. Todo se reduce a obedecer.

Si Escrivá materialmente mintió en algo tan neurálgico como el carácter secular del Opus Dei, ¿cómo no poner en duda el resto de sus afirmaciones más importantes? Por ejemplo la llamada que supuestamente recibió de Dios el 2 de octubre de 1928, que le concedió una autoridad espiritual extraordinaria, excepcional, digna sólo de un santo.

Desde esa autoridad extraordinaria, convocó a una enorme cantidad de personas y las sometió a unas exigencias y presiones que no hubieran aceptado de manera natural. Cargó sobre sus conciencias pesadas cargas y esto provocó graves daños, en muchos casos irreparables. No creo exagerar si dijera que de ello son imputables tanto Escrivá como las máximas autoridades del Opus Dei actualmente. No es necesaria la intención, basta la responsabilidad. Y ellos fueron y son responsables.

Imputar: Atribuir a alguien la responsabilidad de un hecho reprobable (DRAE 2002).

Como consecuencia de dichas falsedades, Escrivá no sólo perjudicó a quienes sometió sino también al resto de la Iglesia (entre quienes de buena fe ayudaron a que progresara el Opus Dei).

Disociar

Con las palabras Escrivá generaba una realidad y con las acciones generaba otra, muy distinta. El asunto era no contrastarlas. De aquí la función importantísima de la disociación.[20]

Se le creía y se le obedecía por igual. Aunque se trataba de cosas bien distintas y distantes.

Es decir, se le creía la realidad que generaba por las palabras[21] y se le obedecían los mandatos que emanaban de sus acciones como gobernante. Y en ningún caso nadie se planteaba la contrastación entre ambos términos. No sin razón. Había causa para ello. Creer era también una forma de obediencia.[22]

Predicaba la libertad laical pero demandaba la obediencia monacal.

«No les entra en la cabeza que sois libres como pájaros. Somos libérrimos y tenéis derecho a pensar y a actuar como os dé la gana. Cada uno hace lo que quiere en lo temporal, siempre que no se aparte de la fe católica. Hay un abanico de opiniones muy grande para escoger. Jamás nadie os dirá nada contra esa noble libertad, y esto lo hemos vivido desde 1928 (…). Vivimos en un mundo de tiranías, más o menos disfrazadas, y esta maravillosa libertad nuestra, la de cada uno, con su consiguiente responsabilidad personal, no cabe en la cabeza de algunos» (Meditaciones V, pág. 462-3).

«Hijo mío, convéncete de ahora para siempre, convéncete de que salir de la barca [el Opus Dei] es la muerte. Y de que, para estar en la barca, se necesita rendir el juicio. Es necesaria una honda labor de humildad: entregarse, quemarse, hacerse holocausto» (Meditaciones, IV, pág. 84 y ss.)

¿Es la misma persona la que hablaba? Si. ¿Y no había una contradicción en ello? Más precisamente, ¿no era un completo engaño lo de la libertad que predicaba? Si algo no se «entendía», bastaba con obedecer. Si todo era por la gloria de Dios, parece que bastantes cosas podían cuajar.

«En tu vida se presentarán, en ocasiones, exigencias de la entrega a Dios que no alcanzas a comprender, y te preguntarás el porqué. No actúes entonces como quien está dispuesto a obedecer sólo cuando entiende; no te rebeles si no comprendes la respuesta que recibas y, desde luego, no pierdas la confianza en los Directores o en las Directoras, que ellos nunca la pierden en ti; no permitas que te domine la susceptibilidad. Sé fiel, y más adelante descubrirás la Providencia de Dios en aquello que te contrariaba» (A. del Portillo, Carta 19-III-1992, n. 32, subrayado no es del original)

Menos sutil era el propio Escrivá:

«Cuando -en contra de lo que os dice quien tiene gracia especial de Dios para aconsejaros- penséis que tenéis razón, sabed que no tenéis razón ninguna» (del fundador, en «De nuestro Padre», n. 72).

De la contradicción surge la mentira. Y Escrivá era muy contradictorio. ¿Quiere decir esto que era muy mentiroso? Al menos quiere decir que, o quería lograr algo imposible, o decía dos cosas de las cuales él sabía que una sola era verdad. Tomemos por caso:

«al obedecer hay que escuchar, porque no somos instrumentos inertes, ni pasivos sin responsabilidad ni pensamiento»

Hasta aquí, todo bien. Pero luego cambia el panorama 180º grados:

«Y luego, con originalidad, con iniciativa, con espontaneidad, poner todas las energías de la inteligencia y de la voluntad en lo que se nos manda, para ejecutar todo lo que se manda y sólo lo que se manda. Otra cosa sería anárquica» (Meditaciones II, pág. 166)

Algo semejante plantea en otra meditación, la de la Barca:

«Puedes moverte con libertad dentro de la barca», para luego finalizar más adelante, diciendo que «dentro de la barca no se puede hacer lo que nos venga en gana» (Meditaciones IV, pág. 84 y ss.).

¿En qué quedamos? O una cosa o la otra: las dos no son posibles. Así como en lo jurídico, Escrivá parece que se moviera por el mismo principio del «conceder sin ceder con ánimo de recuperar»[23]: juega con la ambigüedad, siempre a favor suyo. Concede unas libertades que luego retira con el ejercicio de la disciplina.

"A mar revuelto ganancia de pescadores". Sin duda a Escrivá le gustaba la verdad revuelta, y no si motivo. Había buena pesca.

Sucede nuevamente lo mismo que con la secularidad: primero hay que afirmar una cosa y a continuación hacer todo lo contrario. Y aceptar que entre una cosa y otra no hay ninguna contradicción. El Opus Dei pone el acento en la acción y la eficacia[24], mientras que hace de la teoría una distracción y un anzuelo.

Si el Opus Dei fuera sólo teoría, habría que hablar simplemente de locura, pero como es una realidad constituida, pienso que lo adecuado es hablar de engaño, manipulación, pues detrás de esa incoherencia hay un sentido, objetivo y metas bien precisos: hacer realidad el Opus Dei.




La fe iba por un lado y la obediencia por otro. Entre una y otra había una jerarquía, en la cual la obediencia tenía primacía sobre la fe.

Este es el inicio de todos problemas dentro del Opus Dei. La fe subordinada a la obediencia (eficacia de la acción) de la misma manera que la dirección espiritual subordinada al gobierno.

Por eso tanto la fe como el entendimiento acerca del Opus Dei estaban subordinados al fiel cumplimiento, es decir, a la obediencia. Se entendía y se creía adecuadamente a lo mandado. Ni más ni menos.[25]

Entonces, no sólo es simplemente una mentira lo que se practica en el Opus Dei a ejemplo de su fundador, sino que la cosa va un paso más allá: es una modificación profunda del pensamiento, para así modificar la conducta (eficacia de la acción) para imitar al Padre. La única forma de “parecerse a nuestro fundador”[26] era padecer su misma deformación. Por eso, poner a Escrivá como ejemplo de santidad es dar pie a una epidemia.[27]

Pues se pierde la noción de realidad y lo que era verdad pasa a ser mentira (y viceversa). Se pierde la correspondencia entre las palabras y las cosas. Se pasa a afirmar rotundamente que jamás se será lo que se es (como en el proceso de Admisión).

En el Opus Dei se cambia de estado sin saber que ese cambio ha sido efectivo. Es un poco lo que recordaba Gervasio que le gustaba a Escrivá: «Ser católico y no parecerlo era la idea de Escrivá en aquellos años madrileños»[28]. Esto es lo mismo: ser religioso y no parecerlo. Peligroso asunto para la salud mental.

Así se puede permanecer años en la ignorancia, en la confusión más absoluta. No hay sólo mentira sino una reforma del pensamiento, mucho más difícil de resolver y que afecta temas tan graves como el de la libertad.

La mala conciencia

Si «la verdad os hará libres», ¿la mentira qué nos hará?

El problema de la libertad, por ejemplo durante las diferentes etapas de la Incorporación al Opus Dei, es que está mandado «creer que se es libre». Pensar de otra manera es desobedecer. Es decir, es pecar.

Aquí está el problema de la libertad dentro del Opus Dei. La obediencia tiene primacía sobre todo lo demás, aún sobre la prudencia (que guía las demás virtudes).

No se puede ser libre (opinar que no se es libre como los demás laicos, por ejemplo) sin transgredir el mandato de obediencia (que manda creer que se es libre), por lo cual en el Opus Dei propiamente no se puede ser libre sin cometer a conciencia una transgresión. Se puede creer que se es libre, pero no serlo.

Debido a la reforma del pensamiento, promovida por el Opus Dei, para actuar en conciencia hay que ir contra conciencia, lo cual hace muy difícil salir de ese laberinto mental y, en definitiva, salir del Opus Dei.

Este hecho coincide con ese «no querer saber que se sabe», la mala conciencia a la que se refería Flavia[29] hace un tiempo. El Opus Dei hace todo lo posible para no reconocer que sabe, pues la ignorancia es el último recurso para defender su inocencia y lograr la absolución de la Historia. Tal es la mala conciencia del Opus Dei como el enorme esfuerzo que hace por «no enterarse». De inocente, el Opus Dei poco y nada parece tener.

En esa charla previa a la incorporación al Opus Dei se hacían preguntas retóricas, donde se sabían ya las respuestas. Era puramente formal, para cumplir el reglamento, para contribuir a la apariencia (el otro aspecto de la mentira en el Opus Dei).

Lo mismo sucederá con la famosa «santificación del trabajo ordinario». Es algo en lo cual está mandado creer, pero contadas veces se llevará a la práctica (salvo en el mundillo)[30].

Luego de todas estas reflexiones, es realmente difícil sostener la inocencia de Escrivá.




Se creía lo que se mandaba (creer) y se entendía lo que se mandaba (entender). Ni una coma de más. De aquí la milagrosa «Unidad de la Obra». Más que milagrosa, bastante previsible.

A veces estas dos realidades se cruzaban y ahí aparecía un cortocircuito. La fe entraba en crisis con la razón, a causa de una obediencia desquiciada.

En no pocas oportunidades, lo que se pedía se creyera entraba en contradicción con lo que se pedía se entendiera. No había modo de «obedecer» ambas cosas al mismo tiempo.

Se renunciaba a creer o se renunciaba a entender. Pero sin fe, comenzaría la crítica y el cinismo. Y sin razones, comenzarían las dudas o los dogmatismos.

Cuando Escrivá ajustaba las tuercas de la obediencia, comenzaban también los gritos. No era necesario oírlos, se los podía leer.

Esto se manifiesta en tantos textos de Escrivá donde mandaba creer y entender, para que ni la fe ni la inteligencia de nadie se le rebelara a su voluntad. Aquí es donde saltaba la contradicción, donde Escrivá se manifestaba neurótico al chocarse con una realidad que no siempre respondía a sus deseos.[31]

Conclusiones

Al Opus Dei se entra por la fe (el anzuelo) y se permanece por la obediencia (la forja), que lo somete todo, aun a la fe misma. Por eso bien se puede hablar de trampa de la vocación.

Las mentiras materiales del Opus Dei y Escrivá, van mucho más allá de cambios en los enunciados y en los acontecimientos históricos. Tienen consecuencias profundas, de largo alcance, en no pocos casos con daños irreparables. Las mentiras con las que se beneficia el Opus Dei deberían ser consideradas criminales, por las lesiones provocadas a tantas vidas humanas. Basta ver el injusto proceso que sufrió don Antonio Petit[32].

En este contexto, la canonización de Escrivá sigue siendo algo inexplicable y seguirá resultando escandalosa mientras se tenga memoria de su acontecimiento.

A veces uno desea un juicio a toda costa, una sentencia escrita, una condena unánime. Sin embargo hay algo para lo cual no es necesario hacer ningún esfuerzo. Y es que los actos tienen consecuencias sobre la misma persona que los ejecuta. Aunque nadie sea testigo de ello salvo su protagonista, las consecuencias de los actos ahí están, permanecen con la persona, como su sombra. Esa es su condena y su condecoración.

Mirada desde aquél lejano rincón donde alguna vez se acobijó el entusiasmo por «la Obra», la historia del Opus Dei aparece como de muy triste final, al dejar como poso sólo un vacío (la mentira es ausencia), el mismo que cada uno habrá sentido al tomar conciencia de que «eso no daba para más»[33].

Algunos se engañan para obedecer pero también hay otros que lo hacen para huir de la tristeza. No se animan o no saben cómo irse del Opus Dei y necesitan creer a la fuerza.

Mientras las personas pueden reconstruir su vida una vez afuera de la institución, el Opus Dei difícilmente pueda huir a su propio destino.




  1. Cfr. Diversos escritos publicados en Opuslibros, donde queda manifiesto el carácter religioso conventual de tantas prácticas institucionales del Opus Dei. Haenobarbo ha escrito varios al respecto: Falsedad Ideológica, Sobre contratos y vínculos, Reflexiones históricas, Religiosos disfrazados, Perplejidades, etc. También es notable la confusión sobre la cuestión del vínculo que genera el mismo Opus Dei: Alvaro del Portillo: Suspenso en Catecismo - Ottokar y El contrato con el Opus Dei ¿Es o no es?.- Australopitecus.
  2. Cfr. La inocencia de los dirigentes del Opus Dei, Jacinto Choza. Y también A propósito de la conciencia invenciblemente errónea.- Aquilina. Vale la pena contrastar las posibilidades de inocencia con casos concretos como este: Al Sr. Herrando Prat de la Riba: SOIS MISERABLES.- Agustina López de los Mozos
  3. Para entender al Opus Dei había que remontarse supuestamente al siglo I o II D.C. y así encontrar algún parecido histórico (antecedente no, porque el origen del Opus Dei era supuestamente divino, y no una idea humana).
  4. «No somos una institución cerrada, en la que todos parecen obligados a pensar lo mismo» (Meditaciones IV, pág. 351). «No somos plantas de invernadero» (Meditación 'El licor de la sabiduría', junio 1972). «En el Opus Dei no está coaccionado nadie» (Meditación, 4-III-1960).
    Es notable, por ejemplo la forma complicada de justificar algo cuando el problema de fondo sencillamente es que no es verdad: «no hay tampoco ningún secreto en el hecho de que los miembros del Opus Dei no pregonen su pertenencia a la Obra, ni esa manera de actuar puede ser calificada de secreto: porque no es querer disimular lo que somos. Por el contrario, es sencillamente naturalidad: no queremos simular lo que no somos, porque somos cristianos corrientes, iguales a los demás ciudadanos» (Meditaciones V, pág. 203 - el subrayado no es del original). ¿El resultado de semejante embrollo? Disimulábamos lo que éramos y simulábamos lo que no éramos. No es casual.
  5. Cfr. Satur, Alguien sabe qué es el Opus Dei?
  6. Cfr. Flavia, El Opus Dei viciado desde la base.
  7. «Yo estoy, hijos, en el Opus Dei de tal manera que no puedo concebir mi vida fuera de esta familia; con tanta firmeza, que rechazo cualquier tentación, cualquier insinuación que pudiese aun mínimamente aflojar mi entrega. Desde que el Señor me llamó al Opus Dei he procurado —debo hacerlo— estar sujeto como un tornillo que tiene una buena tuerca y contratuerca. Esto no son palabras, sino una imagen que refleja perfectamente mi situación.» (Meditaciones IV, pág. 22).
    «Conseguir vocaciones nos sirve de tuerca y de contratuerca para que nosotros no abandonemos nunca el camino» (Meditaciones IV, pág. 460).
    «...nos ha puesto el Señor, te ha puesto a ti, hijo mío, bien sujeto, como un tornillo que lleva tuerca y contratuerca: estás en la Obra porque el Señor te ha llamado» (Meditaciones III, pág. 571).
  8. Cfr. Gervasio, Venga a nosotros tu reino.
  9. Cfr. Por qué el Opus Dei produce tanto daño?.- E.B.E.
  10. «Tú y yo, tenlo presente, hemos venido a entregar la vida entera. Honra, dinero, progreso profesional, aptitudes, posibilidades de influencia en el ambiente, lazos de sangre; en una palabra, todo lo que suele acompañar la carrera de un hombre en su madurez, todo ha de someterse —así, someterse— a un interés superior: la gloria de Dios y la salvación de las almas.» (Carta 14-II-1974, n.13)
  11. «Yo no tengo otro fin que el corporativo: la obediencia. ¡Qué hermoso es obedecer!» (Meditaciones IV, pág. 88)
  12. «Si no pasáis por mi cabeza, si no pasáis por mi corazón, habéis equivocado el camino, no tenéis a Cristo» (del fundador, Meditaciones IV, p. 354).
  13. Es muy probable que en Escrivá el sufrimiento fuera una fuente de legitimación, como bien señala Jacinto Choza (ibídem). Pero pienso igualmente que había algo de autoengaño en ese sufrimiento, había algo de neurótico, de auto-infligido. Como si sufriera para obtener la legitimación deseada.
  14. Cfr. el significativo testimonio de Gervasio: «Hoy (o ayer no recuerdo bien) se ha aprobado la solución jurídica. Ellos, refiriéndose a los padres conciliares, no se han enterado de nada…» (El Opus Dei como prelatura).
  15. Cfr. La cuestión del vínculo en nota 1.
  16. Aquí se puede relacionar el tema del narcisismo en Escrivá. Cfr. El trastorno narcisista de la personalidad del fundador, Marcus Tank.
  17. Cfr. La Obra como Revelación: «Toda la Obra pivota en un gran único elemento: «la autoridad de Escrivá que revela», en primer lugar, y luego la ratificación implícita de esa autoridad por parte de la Iglesia».
  18. Cfr. Aquilina, El fundador se engaño a sí mismo.
  19. Cfr. Historia amarga de una numeraria, Agustina López de los Mozos. También "Especialista en modificar e inventar", en el primer capítulo del libro "La voz de los que disienten", Isabel de Armas.
    El problema es que no son «mentiras estéticas», para embellecer u ocultar defectillos secundarios de la organización. Escrivá materialmente miente sobre elementos centrales, que hacen a la identidad de su obra y comprometen la salud espiritual y física de las personas. Esas mentiras producen un daño directo sobre las personas y un beneficio hacia «la Obra». Tienen consecuencias espirituales, psicológicas, económicas, etc.
  20. « La fe de todos les mantenía plenamente ajenos al proceso de institucionalización y al sesgo absolutista que el Opus Dei iba tomando», Jacinto Choza, ibídem. Cfr. La disociación: un medio de de-formación, E.B.E.
  21. Escrivá sabía cómo entusiasmar, pero también cómo dramatizar. Sus palabras tenían un gran poder de persuasión y convicción. Será necesario un análisis detenido de su escritura en algún momento porque allí está la razón de tanta esperanza y tanta decepción que generó.
    Siempre dejaba bien claro la superioridad moral del Opus Dei frente al mundo que lo rodeaba, y especialmente frente a la misma Iglesia. Esto es notable luego del Concilio Vaticano II, cuando escribe diversas cartas de tono apocalíptico, desesperanzador, salvo cuando se refiere al mismo Opus Dei, que es la salvación.

    «En una palabra: el mal viene, en general, de aquellos medios eclesiásticos que constituyen como una fortaleza de clérigos mundanizados. Son individuos que han perdido, con la fe, la esperanza: sacerdotes que apenas rezan, teólogos —así se denominan ellos, pero contradicen hasta las verdades más elementales de la revelación— descreídos y arrogantes, profesores de religión que explican porquerías, pastores mudos, agitadores de sacristías y de conventos, que contagian las conciencias con sus tendencias patológicas, escritores de catecismos heréticos, activistas políticos.
    Hay, por desgracia, toda una fauna inquieta, que ha crecido en esta época a la sombra de la falta de autoridad y de la falta de convicciones, y al amparo de algunos gobernantes, que no se han atrevido a frenar públicamente a quienes causaban tantos destrozos en la viña del Señor.
    Hemos tenido que soportar —y cómo me duele el alma al recoger esto— toda una lamentable cabalgata de tipos que, bajo la máscara de profetas de tiempos nuevos, procuraban ocultar, aunque no lo consiguieran del todo, el rostro del hereje, del fanático, del hombre carnal o del resentido orgulloso.
    Hijos, duele, pero me he de preocupar, con estos campanazos, de despertar las conciencias, para que no os coja durmiendo esta marea de hipocresía. El cinismo intenta con desfachatez justificar —e incluso alabar— como manifestación de autenticidad, la apostasía y las defecciones. No ha sido raro, además, que después de clamorosos abandonos, tales desaprensivos desleales continuaran con encargos de enseñanza de religión en centros católicos o pontificando desde organismos paraeclesiásticos, que tanto han proliferado recientemente.
    Me sobran datos bien concretos, para documentar que no exagero: desdichadamente no me refiero a casos aislados. Más aún, de algunas de esas organizaciones salen ideas nocivas, errores, que se propagan entre el pueblo, y se imponen después a la autoridad eclesiástica como si fueran movimientos de opinión de la base. ¿Cómo vamos a callar, ante tantos atropellos? Yo no quiero cooperar, y vosotros tampoco, a encubrir esas grandes supercherías.» (Carta 14-II-1974, n.13).

  22. La fe en sus palabras era un elemento de distracción (de ahí la utilidad de tantas predicaciones, charlas y lecturas, machacando sobre las mismas ideas básicas y de manera intermitente) mientras Escrivá construía con sus acciones una realidad muy diferente (invisible, o al menos ausente, y hasta negada, en las palabras). Esta es la explicación del crecimiento del Opus Dei: el fraude, la malversación de la buena fe de tantas personas.
  23. Cfr. Meditaciones V, pág. 158.
  24. Cfr. Seréis eficaces, E.B.E.
  25. Esta es la razón por la cual, por ejemplo, si alguien preguntaba por el carácter secular del Opus Dei o cualquier otro tema central, se le respondía lo mismo que Escrivá decía acerca del Opus Dei, repitiendo obedientemente -sin razonar- las mismas afirmaciones categóricas enseñadas por el fundador, sin mediar reflexión alguna. Todo era cuestión de fe (excusa), aunque todo era cuestión de obediencia (razón).
  26. Cfr. Cuadernos 11, cap. Parecerse a nuestro Padre.
  27. No es extraño que dijera que conseguir vocaciones era una forma de tuerca y contratuerca (cfr. Nota 7). Al contagiar a nuestros amigos y parientes había menos posibilidades de encontrar ayuda externa y más de quedar aprisionados, como entre dos tuercas.
  28. Cfr. Gervasio, Venga a nosotros tu reino.
  29. Cfr. Flavia, La mala conciencia: «La mala conciencia....la apariencia del bien, que construye una farsa del bien, que no quiere saber lo que sabe, es una operación perversa en la que la mentira se sostiene bajo la "especie del bien".
    Reitero, que no quiere saber lo que sabe. Si sostenemos, como yo creo, que no hay zonas liberadas en nuestra conciencia, que hay un lugar, por recóndito que sea, en el que la verdad habla, para nuestro bien, o para nuestro terror (hay verdades que espantan), entonces existe un punto en que todos "sabemos". En que sabemos que el otro sufre, que hay quien miente, que hay quien manipula, que aquél se está derrumbando...y qué hacemos con nuestros hermanos pequeños entonces... ¿Rezamos por ellos?. No basta. No existe una oración que sea verdadera y se desinterese de los prójimos (...).
    Sigo pensando que los ex miembros del Opus Dei no tenemos toda la verdad sobre la Obra, pero que sí tenemos un saber clave sobre la Obra, que en nuestras vidas ha adquirido, como es claro, un peso específico, pero también lo ha adquirido para el Opus Dei: lo que nosotros no podemos evitar saber, lo que muchos elegimos decir, es lo que la Obra no quiere saber. No SE quieren saber. »
  30. Cfr. Santidad en el mundo y en el mundillo, Gervasio.
  31. Algunos breves ejemplos:
    «Y en esta barca, pobre, humilde, te acuerdas de que tú tienes un avión, que puedes manejar perfectamente, y piensas: ¡qué lejos puedo llegar! ¡Pues, vete, vete a un portaviones, que aquí tu avión no hace falta!» (Meditaciones IV, pág. 88);
    O también el texto citado más arriba: «Cuando -en contra de lo que os dice quien tiene gracia especial de Dios para aconsejaros- penséis que tenéis razón, sabed que no tenéis razón ninguna».
    «A la vuelta de estos cuarenta y tres años largos, cuando algún hijo mío se ha perdido, ha sido siempre por falta de sinceridad o porque le ha parecido anticuado el decálogo. Y que no me venga con otras razones, porque no son verdad» (Meditaciones III, pag.232).
  32. Cfr. En homenaje a Antonio Petit.- Libero. Véase también: Recurso de Antonio Petit contra el Decreto del Prelado, Libero.
  33. Cfr. Los días contados, E.B.E.



Original