La clausura del carisma del Opus Dei

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Por E.B.E., 30 de agosto de 2010


Si hay algo importante para el Opus Dei es su carisma. En realidad lo es para cualquier institución religiosa que quiera perdurar en el tiempo. Quienes pasan por una crisis de carisma, suelen tener problemas graves y en no pocos casos, trae como consecuencia el fin de la institución. Es el problema por el cual están pasando ahora los Legionarios: luego de semejante debacle con su fundador, necesitan redefinir su carisma o redescubrirlo, lo que es casi lo mismo.

Es un tópico hablar del carisma del Opus Dei, pero sobre todo para preguntarse dónde está. Y no me refiero sólo a quienes han pasado por esa institución. En el mundo eclesiástico se lo preguntan también personas de alto rango. Lo de la santificación del trabajo parece tan vago que no logra marcar un contraste, una diferenciación: “esto es lo propio del Opus Dei” y no este ni aquél.

Sin embargo, pienso que -de manera intuitiva- quienes han pasado por el Opus Dei han tenido conciencia clara de ese carisma, aunque no supieran formularlo en palabras.

El Carisma

El tema no era la santificación del trabajo. Tampoco la de ser contemplativos en medio del mundo. Lo que más se parecía a todo eso era la idea de volver al cristianismo de los primeros tiempos, al de los Apóstoles. Al año uno. Pero creo que la idea de carisma que tenían en mente quienes habían ingresado al Opus Dei era mucho más específica aún.

El carisma del Opus Dei se podía resumir en la fórmula "ser santos como los religiosos sin ser religiosos". Ese era el desafío. Un ideal de superación personal. Una hazaña.

Lo cual, a su vez, implicaba un sentimiento de superioridad sobre los religiosos, que por supuesto sobrevuela los textos de Escrivá: ya no era necesario retirarse del mundo para ser santo. Por lo cual los religiosos eran -tácitamente- una suerte de seres inferiores, para quienes retirarse del mundo era necesario si querían ser santos. En cambio, los miembros del Opus Dei –especialmente los célibes- habían sido llamados con una vocación peculiar y extraordinaria a la vez. Por eso la comparación con la llamara recibida de los Apóstoles, quienes podían tomar serpientes con sus manos y no sucederles nada. Eran hombres especiales elegidos por Dios, con la correspondiente gracia divina. De ahí la gravedad de rechazar la vocación al Opus Dei o de abandonarlo.

Además era doble ese sentimiento de superioridad: pues a diferencia de los religiosos, el Opus Dei no pasaría por esa crisis posterior al Concilio.




Ese fue el carisma con el cual el Opus Dei convocó a muchos cristianos para que vivieran una entrega absoluta a Dios, de manera particular a quienes luego serían agregados y numerarios. Como los Apóstoles: esa era la comparación.

Y desde luego, ningún Apóstol fue a fundar un monasterio ni a vivir en él.

¿Qué sucedió entonces? Lo que ya se ha contado tantas veces aquí en Opuslibros. La propuesta original cambió totalmente al ingresar. Pero de ello no se pudo tomar plena conciencia sino una vez afuera. Y diría, de manera particular, una vez que comenzaron a intercambiarse experiencias mediante la comunicación en internet y particularmente en Opuslibros.

Desde adentro se percibía que se iba gente, pero luego se perdía el rastro de los que se iban.

Desde afuera, una vez abandonada la prelatura, se perdía todo contacto con los de adentro y desde luego no había ningún medio para comunicarse entre los ex miembros. La impresión que tenían era la de ser “casos aislados”. Es decir, había aislamiento adentro, pero –paradójicamente- mayor era el aislamiento afuera.

Por eso Opuslibros significó un paso trascendente: poner en comunicación a quienes necesitaban hacerlo y no sabían cómo. Este fue un punto de no retorno para el Opus Dei.




Con el descubrimiento de haber vivido como religiosos disfrazados, se cae en la cuenta del vacío que implica un carisma como el del Opus Dei: algo que no se cumplió y que difícilmente se pueda llevar a cabo. Salvo mediante otra institución, o mediante una refundación, como la que está sufriendo la Legión.

El carisma de "ser santos como los religiosos sin ser religiosos" no hizo otra cosa que confirmar lo contrario: “para ser santos hay que vivir como los religiosos”, con el abandono de gran parte de la secularidad propia de los cristianos comunes.

Desde ya, no implica ello que el Opus Dei produjera santos de por sí, sino que por la vía de los hechos Escrivá eligió el camino tradicional que, por la vía del discurso, rechazaba e indirectamente impugnaba.

Como me decía un amigo, el fundador seguramente quiso evitar, desde los inicios, que el Opus Dei sufriera la misma crisis interna de tantas órdenes religiosas, que a lo largo de la historia de la Iglesia se desintegraron o perdieron identidad. Por eso reforzó los controles y las denominadas “medias de prudencia” (lecturas, espectáculos públicos, etc.).

Todos esos mecanismos se intensificaron a partir de la época posterior al Concilio, cuando la turbulencia que sufrieron tantas órdenes religiosas vino a confirmar los temores de Escrivá.

El problema es que, esa crisis de los religiosos, también pondría más aún en evidencia el carácter no laical del Opus Dei –cosa que a Escrivá seguramente le enfurecería-, pues mientras los religiosos se relajaban y buscaban asemejarse a los laicos, el Opus Dei se constreñía, obligado a parecerse cada vez más a los religiosos y perder todo camuflaje laical. Esto es lo que sucedió con el surgimiento de la prelatura: una vez erigida ya no era necesario simular laicidad –se respiraba algo más de libertad antes de 1982- y por lo tanto comenzaron a reforzarse los controles nuevamente (no sólo por la reducción del consumo de bebidas alcohólicas, por ejemplo, sino especialmente por el aumento de trabajos en encargos internos y “el abandono de trabajos en el mundo”).

Esto vino a confirmar –visto hoy en retrospectiva, por supuesto- que el Opus Dei era otra orden religiosa más, aunque su reacción fuera en sentido contrario al de la mayoría de los religiosos.

Escrivá hablaba de la crisis de la Iglesia en general, pero –por las medidas que tomó- está claro que tenía su mirada puesta en las órdenes religiosas y lo que les estaba sucediendo en los años ´70 y lo que les había sucedido anteriormente, a lo largo de la historia de la Iglesia.

No hubiera estado mal esa prudencia del fundador, si sus miembros hubieran tenido en claro que formaban parte de una orden. Pero al no ser así, sus decisiones prudenciales se tornaron cada vez más sofocantes.

De todas maneras, hay que reconocer que recién en los últimos años ha empezado a aceptarse la idea de que “tal vez fuimos religiosos”. Para quienes estábamos adentro, era imposible percibir la similitud con los religiosos. En cambio, para observadores externos independientes –dentro de la jerarquía de la Iglesia, por ejemplo- les parecía evidente que los fieles del Opus Dei no eran laicos, aunque éstos dijeran lo contrario.




El Opus Dei asocia carisma a figura jurídica, lo cual no está mal. Pero lo hace casi con exclusividad, de tal manera que con la figura de la Prelatura parecería haber asegurado su carisma.

¿Pero cómo olvidarse de la vida diaria de sus miembros? La figura de la Prelatura no es milagrosa. No crea el carisma allí donde no lo hay.

Los autores del libro “El Iter Juridico” lo subtitularon como “historia y defensa de un carisma”. No estaban equivocados: para hablar del carisma del Opus Dei hay que armar una buena argumentación defensiva. Pero ni aun así logran vencer la evidencia: que los miembros agregados y numerarios vivían y viven como religiosos.

Entre los elementos del carisma, los autores hablan de:

  1. La llamada universal a la santidad: elemento implícito en la formulación mencionada más arriba, porque implica que no sólo los religiosos y clérigos están llamados a ser santos. El segundo elemento es por lo tanto evidente:
  2. Los miembros del Opus Dei no son religiosos ni pueden ser en modo alguno asimilados a ellos, puesto que son simples fieles o sacerdotes seculares”, dicen los autores del Iter Jurídico en su capítulo II. Elemento también implícito en la formulación del carisma establecida al inicio de este escrito.
    Escrivá decía que veía al Opus Dei desde su fundación “como una institución cuyos miembros no serían nunca religiosos, no vivirían a semejanza de los religiosos, ni podrían ser -en alguna manera- equiparados a los religiosos” (Iter Jurídico, cap. II).
    Pues bien, este es el carisma en el que los numerarios y agregados creyeron. Con los años, se demostró que ese carisma es inexistente, y probablemente impracticable (salvo que vivan como cristianos corrientes y para ello no es necesario ningún Opus Dei).
  3. La tercera afirmación viene a completar aquellas dos: “el Opus Dei no venía a promover un nuevo estado de perfección o una modificación del estado religioso, sino a algo muy distinto: la búsqueda de la plenitud cristiana cada uno en su estado.” (cfr. Ibídem).

Qué panorama tan complicado para el Opus Dei. Porque el hecho de vivir como religiosos tira por tierra todo intento argumentativo, toda defensa hecha del carisma desde cualquier ángulo que no sea la vida misma.

No es extraño si alguno –dentro del Opus Dei- quisiera ilusoriamente salvar la situación actual proponiendo como solución “volver al carisma fundacional”.

Pero es como si los Legionarios dijeran: “la solución para superar la crisis desatada por Maciel es volver al espíritu fundacional”. Tan absurdo como eso. Volver a sus textos y no mirar su vida. Volver a los textos de Escrivá y no mirar su praxis.

El problema es que fue el mismo Escrivá quien lo enunció y quien lo traicionó. En realidad no sólo al carisma: traicionó a miles de personas, engañándolas, prometiéndoles una vida que no iban a llevar jamás. Por eso se puede hablar de fraude sin miedo a exagerar. Es el delito de falsedad ideológica.

De ahí también la esquizofrenia: “vamos a enunciar un carisma pero vamos a vivir conforme a otro distinto.”




Lo que aún no se explica, o no se sabe, es la razón que tuvo Escrivá para fundar una institución como el Opus Dei. Una fundación que nace fraudulenta es extraña. Como injustificable es la presencia de Maciel dentro de la Legión. No hay Providencia a la cual se pueda recurrir para justificar estos hechos.

Distinto hubiera sido que “no hubiera sabido defender el carisma” y que todos en el Opus Dei hubieran terminado como religiosos. Es lo que Escrivá le criticaba a San Francisco de Sales y su fundación de mujeres laicas que terminaron siendo monjas.

Aquí es todo lo contrario: es el mismo fundador el que traiciona el carisma que propone, no ya por no defenderlo sino por engañar abiertamente a sus seguidores.

¿Es posible pensar que Escrivá se dio cuenta tarde de que dicho carisma no era factible salvo recurriendo a prácticas propias de los religiosos, y que por lo tanto se vio forzado a ello? Si esto fue así, entonces el Opus Dei no tiene nada que ver con una inspiración divina.

La razón más probable es que Escrivá quisiera crear su organización y utilizara los medios convenientes –como decía que hacía Dios- para tener éxito en su empresa. Es decir, lo importante parece haber sido su proyecto personal. Y para ello, creó un carisma muy atractivo en teoría pero que no tenía nada que ver con la realidad. En verdad, la realidad era construir el Opus Dei y en ese sentido, el carisma era completamente efectivo para tal fin. Pero para nada más.

De ahí todo el enmascaramiento jurídico para tapar las incoherencias de la vida diaria de sus miembros laicos. Pues el funcionamiento de una prelatura personal no tiene nada que ver con lo que es el Opus Dei interiormente.

Tal vez la razón del carisma habría que buscarla en las razones por las cuales Escrivá se ordena sacerdote. ¿Escrivá nació para el Opus Dei o el Opus Dei nació para darle sentido a la ordenación de Escrivá? ¿Y el carisma teórico fue acaso un ideal para darle impulso al Opus Dei pero en absoluto un objetivo real para sus miembros?




En el Opus Dei se vive como entre dos extremos: el idealismo otorgado por un carisma teórico y la angustia proveniente de una experiencia vital que no fue la elegida ni la prometida.

Públicamente todo es alegría, pero en lo más íntimo de la conciencia, se vive de modo angustioso. Porque no se puede cumplir con las exigencias (culpa), por la presión disciplinal a la cual están sometidos laicos que no son religiosos y viven como tales, etc.

Podría decirse que en el Opus Dei las personas «perseveran» para evitar la angustia de lo que implica la infidelidad, en el sentido más profundo, que hace a su salvación eterna. El temor a no ser fieles –temor que bien sabía manipular Escrivá, con imágenes de abismos y barcas naufragando-. No ser fieles a un modo de vida que –paradójicamente- no es para ellos. En este sentido, la vocación es una verdadera trampa. Esto necesariamente ha de crear una gran angustia. Angostamiento del alma.

El idealismo es una gran fuente de voluntarismos, dentro del Opus Dei. Y así muchos terminan: destruidos psicológicamente, luego de haberse presionado por encima de sus límites. Es comprensible, porque hay dos opciones solamente: angustiarse o idealizar. Y se opta, primero, por idealizar todo lo que se pueda, hasta que lo angustioso surge inevitablemente, por su propio peso. En esos momentos, en el Opus Dei te dicen: esa angustia “es una prueba que te manda Dios”. Como para llegar al borde de la locura.

El Meta-Carisma y la Mirada de Escrivá

Para concluir, lo que se demostró a lo largo de estos últimos años, gracias a la reflexión y el testimonio de tantos ex miembros que escriben en Opuslibros, fue la desmentida de todas esas afirmaciones mencionadas al principio:

  • De la existencia del carisma,
  • De la superioridad sobre los religiosos,
  • De la crisis que no iba a pasar el Opus Dei.

En este último aspecto, es probable que la crisis por la cual transita hoy, sea diferente en un aspecto a la que sufrieron las órdenes religiosas a lo largo de la historia de la Iglesia y particularmente en los años posteriores al Concilio.

Muchas órdenes se encontraron con que habían perdido su carisma, al apartarse de su fundador (el gran temor de Escrivá), o con que nunca habían tenido un carisma bien definido (órdenes que se multiplicaban sin diferenciarse bien unas de otras).

El caso del Opus Dei es distinto: el carisma estaba claro, pero era falso (por eso el temor de Escrivá resulta un tanto extraño, pero sólo aparentemente).

Si el carisma era falso, ¿qué era lo real? La falsedad tiene como función encubrir algo real que no se quiere exponer. ¿Qué es lo real del Opus Dei?

Tal vez el carisma real del Opus Dei sea un meta-carisma: “creer que podíamos ser santos como los religiosos sin ser religiosos, siendo religiosos y sin darnos cuenta de ello”. Así de barroco el asunto, por no decir rococó.

De ahí la obsesión de Escrivá por negar toda referencia a los religiosos y enfocar toda la atención en la fidelidad incondicional “al carisma” (citado al inicio) de manera que no viéramos “el meta-carisma”.

El meta-carisma no es propiamente un carisma, en realidad. El carisma se enuncia y se conoce, el meta-carisma, en cambio, es un mecanismo que permanece oculto y jamás se lo enuncia.

Es un “principio práctico de funcionamiento”. ¿Cómo funciona el Opus Dei? En base a su meta-carisma más que a su carisma. Parece un juego de palabras, pero si se piensa con detenimiento se descubre la profundidad del asunto. Y el meta-carisma funciona en la medida en que no se lo pronuncie. Una vez enunciado, queda al descubierto y ya no funciona. Como los actos de magia.

El Opus Dei parece obra de un ilusionista. De hecho, quienes pasaron por el Opus Dei funcionaron como religiosos creyendo ser laicos. Verdadero acto de magia.

Todos los esfuerzos del Opus Dei apuntan a encandilar con el carisma falso para no ver qué es lo que hay más allá. Ese es el objetivo, por ejemplo, del Iter Jurídico y de toda la predicación de Escrivá respecto al “espíritu fundacional” del Opus Dei. Encandilar, o lo que es lo mismo, impedir ver. Dicho de otro modo: ver significaba infidelidad, apartarse el carisma.

Una obediencia ciega era fundamental para los objetivos de Escrivá: dirigir la mirada, para fijarla en unos aspectos y retirarla de otros.

El temor real de Escrivá siempre fue que nos diéramos cuenta de la falsedad del carisma y nos apartáramos de sus enseñanzas encandiladoras, perdiendo así valor real -eficaz- el meta-carisma fundacional. Por eso el Opus Dei es una suerte de cebolla y no es fácil dar con la verdad. Cuando Escrivá decía “hijos míos sedme fieles” estaba diciendo “no apartéis la mirada de mis ojos, porque el invento se viene abajo”.

La fidelidad era producto de una hipnotización: “mírame a los ojos y no mires para otro lado, ni tampoco cierres los ojos y veas con la imaginación”. Una locura, pero es posible. De otra manera, no se entiende, ni a Escrivá ni al Opus Dei.

De aquí que el culto a la personalidad de Escrivá y su narcisismo cumplan un función estratégica, casi teatral, para concentrar la atención de todas las miradas. No niego la posibilidad de que su narcisismo fuera auténtico, sino afirmo que dicho trastorno personal –cual actuación teatral- era fundamental para el proceso de encandilamiento.

La crisis de los religiosos posterior al Concilio puso en evidencia la debilidad de Escrivá: dicha revolución provocó –debido al alboroto- que la mirada se distrajera y ya no estuviera puesta sólo en Escrivá sino que se empezara a mirar hacia los costados, o que al menos la atención que generaban los ojos de Escrivá perdiera fuerza. Por eso Escrivá se desesperó y comenzó a hacer gestos exagerados, casi teatrales y escandalosos, para atraer nuevamente las miradas y retomar el control. Las cartas denominadas “Campanadas” y las tertulias generales son producto de ello y su dramatismo aparatoso (que en parte era real, porque su Opus Dei estaba en juego). No es llamativo que, pasado el tiempo, textos y películas de Escrivá fueran retirados de los Centros del Opus Dei. Los superiores no querían que los excesos del momento quedaran registrados en la historia.

Si se considera con atención, todo el proceso de Canonización preparado por el Opus Dei también fue un “elaborado encandilamiento” para hacer posible el acto ilusionista: un Escrivá impecable, producto de un procedimiento totalmente controlado.




El peligro consistía en que nos diéramos cuenta de que éramos religiosos sin saberlo. Y cuando los religiosos se empezaron a parecer a los laicos, el acercamiento fue cada vez más peligroso. Había que hacer un golpe de timón urgente.

Posiblemente por ello el Opus Dei cambió de planes –tal vez a fines de los ´60 y principios de los ´70- y buscó dar con un blindaje mayor para su laicidad fingida: el resultado fue la prelatura personal de 1982, que si hubiera salido cum populo habría sido perfecta solución para el Opus Dei. No se explica, sino, que en los años 1960 el Opus Dei estuviera tan contento con la figura de Instituto Secular.

La crisis real del Opus Dei no es tanto la de un carisma, que nunca existió, sino la de su meta-carisma con el cual Escrivá engaño a tantas personas.

El poder de la mirada de Escrivá llegaba hasta el momento último de la salida: “mírame a los ojos” y a continuación cada uno se iba hipnotizado con la misión de no preguntar ni hablar más del Opus Dei con nadie. De alguna manera, seguía la mirada fija en Escrivá. Es el poder de la hipnosis.

Paradójicamente, uno puede irse físicamente del Opus Dei pero seguir con la mirada fija. Porque la mirada de Escrivá tenía el poder de generar obligación: el resultado era “yo me obligo”, “yo me comprometo hasta el próximo 19 de marzo”, etc. yo pongo sobre mis hombros las cargas que Escrivá diga, yo me obligo a obedecerle a Escrivá diga lo que diga. Cuando yo me obligo de esa manera, yo me anulo. El resultado es la obediencia ciega.

Hasta que el peso se hacía insoportable y la única escapatoria era la salida. Pero la salida era una huida. Lo que se lograba era alejar la mirada, debilitarla con la distancia, pero igual seguía fija en los poderosos ojos de Escrivá. Basta comprobar nomás lo difícil que es dejar de llamar “nuestro padre” a Escrivá: todo un proceso de desobediencia. Llamar también es convocar, atraer. Quien lo llama de esa manera, atrae de nuevo su mirada. Según como se las use, las palabras liberan o encadenan.

A Escrivá se lo seguía obedeciendo, aun fuera del Opus Dei, aun habiendo fallecido Escrivá. ¡Qué poder habrá tenido su mirada en vida!

El aislamiento al cual cada uno se condenaba, al salir del Opus Dei, formaba parte de ese poder, de ese “yo me obligo”, en este caso, a aislarme y no hablar. Es llamativo el título del artículo de Perez Tennesa: “No hablaré mal de la Obra”, que es lo mismo que decir “no hablaré”. Y pese a las resistencia, algo termina diciendo, pero casi nada. El poder endemoniado de Escrivá fue tal que lo dejó mudo hasta que finalmente falleció en silencio, sin decir todo lo que sabía. Terrible ejemplo.

Sería deseable que no se repitiera jamás. Y esa es función esencial de esta web.

Opuslibros, nuevamente, fue un medio extraordinario para, de una vez por todas, retirarle la mirada a Escrivá y comenzar a mirar por nosotros mismos, a nuestro alrededor y al mismo Opus Dei, pero esta vez con otros ojos.

Tal vez este sea el resultado más importante de Opuslibros: despegar la mirada.

Por supuesto, no se trata únicamente de su mirada física, pues Escrivá se murió en 1975 y su poder se hubiera acabado allí. Sin embargo, siguió intacto, al menos hasta su canonización (resultado de esa mirada hipnótica). Es el modo en que esa mirada se internalizó en quienes tuvieron contacto directo y desencadenó conductas que se fueron transmitiendo de persona a persona. Lo más parecido a un fenómeno hipnótico en cadena. Escrivá hipnotizó a los primeros y éstos a los otros y así siguiendo. El mecanismo para despertar lo tenía sólo Escrivá: el chasquido. Nadie cuestionaba nada abiertamente y en voz alta: quien lo hiciera sería considerado un loco. La obediencia era admirablemente armoniosa.

Podíamos enunciar el carisma, pero no teníamos acceso ni conciencia del meta-carisma, el mecanismo que hacía viable –contra toda evidencia- el carisma falso que sí sabíamos pronuncias sin problemas. Era necesario despertar, o lo que es lo mismo, retirarle la mirada a Escrivá, para mirar donde Escrivá no quería que mirásemos. Cuando más categórica era su negación, allí con seguridad se encontrarían las respuestas. Si decía “por allí no”, entonces debía ser “por allí sí”.

Opuslibros fue el despertar inesperado, y el chasquido lo hizo la misma canonización, por su estruendo escandaloso. Fue la culminación del poder hipnótico. A partir de allí el poder de Escrivá comenzaría a declinar, día a día, con cada nuevo escrito y con cada nuevo testimonio.

Va a llegar un momento en que los actuales miembros agregados y numerarios se den cuenta de que no vale la pena seguir engañándose. Y se van a revelar contra su prelado, quien lejos de protegerlos, los guía hacia el abismo.

Como decía una canonista hablando de las órdenes religiosas en crisis a causa del carisma: mientras que algunos podrán injertarse en un carisma antiguo, “otros por fin, podrán decidir muy sinceramente que en realidad su tiempo de vida y de servicio en y a través de la Iglesia ya ha pasado y que su mejor testimonio actual pudiera ser disolverse dignamente y en paz.”

El futuro del Opus Dei se parece mucho a esto.




El único enigma que queda por resolver, es por decirlo así, la tercera pata del trípode. Una pata es el carisma falso, con el cual atrajo las miradas. Otra pata es el meta-carisma o mecanismo que hace funcionar al Opus Dei: toda la ascética y disciplina de los religiosos fue necesaria para construir el Opus Dei y ponerlo en funcionamiento. Una cosa es el ideal y otra cómo hacer funcionar las cosas. De ahí la necesidad de disociar ambos aspectos.

La tercera pata del trípode es la intención, el objetivo que se proponía Escrivá al crear esas otras dos patas.

Tal vez no sea un trípode y haya más patas. No lo sé. Por de pronto, esta tercera pata no tiene una resolución definitiva, por ahora.

Podría tratarse de un sociópata, como lo fue Maciel, como lo fue Madoff. Pues al igual que ellos, el objetivo concreto que consiguió Escrivá fue engañar a un montón de personas y encima conseguir su canonización. Una obra maestra de ilusionismo.

Parece que esa fuera la vocación de estos ilusionistas: crear simulacros y venderlos.




Anexo: La "autenticidad" del carisma: jamás seremos religiosos



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