La 'caridad oficial' y el cariño de los arrinconados

Por Agustina López de los Mozos, 20 de abril de 2007


Al hilo de lo que hoy ha enviado Líbero: “En homenaje a Antonio Petit”, lo que escribió Autckland: “Llorar” y la respuesta de Dago: “No quisiera que nadie que se va de la Obra lo pasara mal”, me gustaría hacer mi reflexión personal sobre la "caridad" fría e inexistente (la que transmite y practica la Institución) y el cariño real (de los “fieles” de a pie que no se han "institucionalizado"). En esta reflexión han influido las personas que siguen dentro y que he tenido y tengo ocasión de conocer en el día a día de la web y en el mío propio, que no todo es publicable como podéis imaginar.

Soy muy crítica con la institución en lo referente al establisment: directoras y directores fríos y calculadores, encabezados por un prelado y su séquito que no está en el mundo sino en las nubes y muy frecuentemente en la Clínica de Pamplona (quizá de visita pastoral, quizá en tratamiento). Creo que del mal llamado “buen espíritu”, de las costumbres y de los criterios, de la doctrina y de los medios de de-formación, la institución perjudica gravemente la salud espiritual, mental y física de las personas que son captadas en edades jóvenes: numerarias y numerarios, numerarias auxiliares, agregadas y agregados, y deja “tocados” al resto. Sé de ex-cooperadores que les cuesta levantar cabeza y no digamos de supernumerarios. Todo eso no se debe a errores humanos, sino a que la institución está viciada desde la raíz (como escribió Flavia).

La obra fuerza a vivir una vida ¿religiosa? (sectaria, digo yo) severísima a quienes no tienen vocación religiosa. ¿Qué son si no, los anteriormente votos (Constituciones de 1950) y ahora compromisos (Estatutos de la Prelatura, 1982), de pobreza, obediencia y castidad? De repente, niños y niñas a partir de los 14 años y medio se ven comprometidos para toda su vida en la esquizofrénica aventura de, por un lado: “ser un cristiano corriente” y el “no somos religiosos” pero, al mismo tiempo, no sólo deben practicar los consejos evangélicos propios de los religiosos sino que por añadidura, deben entregar su corazón, su libertad, su autonomía y hasta la conciencia “por voluntad de Dios”, a la Obra. Y compaginar esa dualidad. La lucha evidente de hacer realidad una “unidad de vida” con elementos tan antagónicos y opuestos, con una “voluntad de Dios” que sale de los despachos de los Consejos (las Asesorías [órganos de gobierno de las mujeres del Opusdei] sólo tienen voz pero no tienen voto, y la voz que tienen queda silenciada y a expensas del mandato de los sacerdotes que son los que de verdad gobiernan en el opusdei), lleva a un desgarro interior, a un “quiero pero no puedo”, que sólo deja cadáveres dentro y naúfragos fuera –hasta que nos recomponemos-. El papel de los “laicos” en la obra es ficticio puesto que nunca habrá un laico al frente de la institución y menos aún una mujer. La obra es una organización clerical por mucho que intenten disfrazarla, no al servicio de la Iglesia, sino al servicio de sí misma.

La “caridad oficial” la hemos experimentado los que estamos fuera y la experimentan los que están dentro. Es “caridad” sin ninguna base de amor, comprensión, cariño ni ponerse en el lugar del otro. No es ni caridad cristiana. Jesucristo dijo “amad a los otros como quisierais ser amados”. El santo fundador y sus predecesores en el cargo han sido y son la perpetuación de un sistema de marketing donde sólo importan las estadísticas del número (“La idolatría del número” de Antonio Esquivias). Pero eso no es amor. Es lo opuesto al amor. Ahora no pita casi nadie (afortunadamente) y los que pitan se van al poco tiempo, (afortunadamente para ellos).

La “caridad oficial” es un conjunto de frases hechas repetidas como autómatas por directoras y directores –el establisment-. Quien se vuelve “humano” en la obra es inmediatamente apartado del aparato directivo de esta “multinacional de las almas”, arrinconado y ninguneado. En el opusdei sólo hace “carrera” quien ignorando todo que significa amor, cariño y comprensión (ponerse en el lugar del otro), se olvida de que un día fue persona y tuvo sentimientos, para servir a una institución sin hacer caso a su conciencia ni al precepto natural tan básico de “hacer el bien y evitar el mal”.

Algunos de los que siguen dentro, los que han mantenido un corazón humano, que sufren con los que nos vamos y sufren por cómo se trata a los que están dentro, como Dago: “No quisiera que nadie que se va de la Obra lo pasara mal”, son numerari@s de a pie –conozco personalmente a muchos Dago-, son los que sin ningún cargo de gobierno pero con muchos años en la institución, -por motivos que hay que respetar: no podemos juzgar cuáles son las causas últimas de por qué siguen los que siguen, ya que el abanico de condicionamientos no nos lo podemos ni imaginar, los que les han hecho ir de un país a otro, de una ciudad a otra, que han sufrido mucho, muchísimo. Ellos son los que salvan la cara al opusdei en el día a día, los que ponen su hombro para no sufra éste, ésta, ese o aquél. Se ven más útiles dentro para ayudar a los de dentro que fuera de la institución, porque fuera ya no les podrían ayudar. Suelen ser esos a quienes los que les conocen, les dicen: “no parece que seas de la obra”. Son los que nos leen, los que quisieran que esta web fuera un punto de encuentro y no de desencuentro, los que recomiendan algún escrito publicado aquí a los que lo están pasando mal. Porque, como escribió Ottokar: “Nosotros somos vuestros hijos y hermanos”.

Quien intenta cambiar a la obra/institución de ser como es, no son los de la “caridad oficial” de sus directoras y directores, tampoco será la Iglesia –que hace oídos sordos, como escribe Gervasio-, serán los que lloran cuando nos vamos y los que sufren con los que están dentro.

“Ponerse en el lugar del otro” sólo es posible cuando estando dentro o estando fuera, se comprende que hay gente que sólo quiere echar una mano a quien sufre. Y los que siguen dentro con esa actitud, en esas circunstancias, con ese buen propósito de echar una mano, merecen mucho respeto –aunque muchos de nosotros no entendamos por qué siguen ahí-. Yo no entendía por qué siguen dentro algunos, pero visto lo visto y conocido lo conocido, hay gente que ayuda mucho a otros continuando "dentro", sacrificando su proyecto personal de ser libres en pro de abrirles las puertas de la jaula, a muchos otros.



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