Los pecados capitales del Opus Dei

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Por Lucas, 3.03.2010

En agradecimiento a Dionisio y a su magnífico artículo “Las riquezas del opus


¿Cómo se explica que una institución como el Opus Dei, con un fundamento tan endeble, pueda haber engañado a tanta gente? ¿Por qué hay miembros de esta organización que han tardado 30, 40, o más años en darse cuenta del fraude al que han sido sometidos? ¿Por qué tantos otros ni siquiera se lo plantean?

Hace tiempo pude leer una ponencia de Antonio Ruíz Retegui en la que se refería al Opus Dei como estructura de pecado. El planteamiento sonaba fuerte a primera vista, pero él lo razonaba de modo plenamente convincente. Pasado el tiempo he podido constatar la gravedad de todo cuanto Antonio decía, descubriendo en esa estructura de pecado muchas y muy profundas malas raíces que Antonio no llegó nunca a vislumbrar, y que no es necesario detallar porque ya se han denunciado en esta página. Yo ahora deseo limitarme a considerar lo que podrían constituir las cabezas fontales de esa hidra de pecado. Con ello no pretendo realizar juicios de valor sobre las disposiciones interiores de las personas implicadas. Pienso, también, que la inmensa mayoría de los miembros de esa institución actúan de buena fe y tratando de servir a los demás...

Un amigo calificaba sabiamente el primer pecado del Opus Dei como patrolatría o padrelatría. Este pecado consiste en obsequiar al fundador una fe de la que sólo Dios es digno, esto es, que sólo se debe otorgar a Dios. Lo que ha dicho el fundador del Opus Dei se asume, sin reservas, como venido de Dios y querido por Él, porque su mensaje se presenta como una revelación divina a la persona de Escrivá. Dudar del fundador no es planteable en la Obra porque sería como dudar de Dios.

¿Cómo es posible llegar a confiar hasta ese extremo en un hombre? Pienso que ello se debe a un conjunto de factores tales como: la fe de los primeros miembros en el fundador, el reconocimiento de la institución por parte de la jerarquía de la Iglesia, la confianza que da el fenómeno colectivo, y la protección de la imagen del fundador -con independencia de la verdad- llevada a cabo por Álvaro del Portillo. Con la ayuda de éste y de los primeros que apoyaron la figura del fundador, se ha generado una confianza ciega de todos en el padre, grabada a fuego mediante la Primera formación que se imparte en el Opus Dei. Esta confianza ha bloqueado la conciencia de los miembros impidiéndoles tener un sano juicio crítico con la institución y distinguir con prudencia lo divino de lo humano, de modo que cada uno se encuentra preso en la cárcel de su propia fidelidad y correspondencia a Dios, que actúa como un súper-Yo gendarme que reprime toda desconfianza vendando los ojos del sentido común de cada uno. Personas inteligentes y que demuestran capacidad crítica en sus relaciones con los demás, no aplican esa capacidad para con el fundador y la institución, cuando es obvio que hacen falta muchas tragaderas para creerse todas las visiones y planteamientos institucionales de Escrivá. Yo pienso que el hecho de que la Iglesia haya refrendado al Opus Dei es la causa fundamental para generar esa confianza ciega de los fieles que se acercan a la institución, ignorantes de que la espiritualidad y los reglamentos internos reales del Opus Dei nunca han sido aprobados por la Jerarquía, a la que se ha presentado otra normativa.

Este primer pecado es consecuencia de que el fundador tomase el nombre de Dios en vano – ¡otro gran pecado!- al atribuirse visiones y revelaciones que se han demostrado falsas, y con las que ha seducido espiritualmente a mucha gente. Y ha engañado, además, con adulteraciones de la verdad histórica sobre la fundación, contando con la colaboración y aquiescencia de Álvaro del Portillo, actualmente en proceso de beatificación. ¡Y la Iglesia sigue sin enterarse! Los demás pecados son derivaciones de este primero de padrelatría. Siempre me repugnó, a este respecto, que se introdujese una ceremonia para la veneración de la reliquia de Escrivá, y que esa ceremonia fuese tan semejante a la de la bendición con el Santísimo: la reliquia colocada en el centro del altar en un ostensorio tipo custodia, su incensación, la bendición con la misma…

El segundo gran pecado es que el padre y los directores ocupan el lugar de Dios en la conciencia de los miembros. Esto se encuentra institucionalizado mediante la práctica obligatoria de la dirección espiritual personal con los directores –que la Iglesia prohíbe tajantemente-, por la que se imponen las decisiones de gobierno en el ámbito de la dirección espiritual de conciencia y como voluntad de Dios. Esto supone otro modo de tomar el nombre de Dios en vano y de desplazarle completamente, ya que la institución ocupa su puesto. Grave cosa esta. Con el primer y segundo pecados se consigue un doble efecto: quitar a Dios y sustituirle por los directores en la conciencia de los miembros, y eliminar mediante la obediencia la autonomía espiritual y humana de los mismos, con lo que el aparato de gobierno se queda como único dueño y señor de la persona en su ámbito más íntimo y sagrado, y desde ahí, de todas las demás esferas personales, desnaturalizando en gran medida su desarrollo existencial.

Como si esto no fuese suficiente, en aras del “buen espíritu”, para evitar –según ellos dicen- el peligro de la amistad particular y de las faltas de unidad, se prohíbe la libertad de comunicación con otros miembros en temas personales, de intimidad, y se denomina crítica a todo lo que sea comentar el propio parecer con cualquiera que no sean los directores. Este es otro gran pecado del que muchos en el Opus Dei no son conscientes, pues con esa prohibición se atenta contra el derecho natural de libre comunicación y expresión, fundamental para la realización personal y comunitaria, y necesario para evitar totalitarismos. En la Iglesia se encuentra tipificado el derecho a la libertad de opinión. Con el cercenamiento de este derecho, el Opus Dei consigue aislar a sus miembros para que no compartan intelectualmente la verdad que observa cada uno y así no lleguen a conclusiones comunes. Los compromisos previos a la fidelidad y al nombramiento de Inscritos tienen esta finalidad de mordaza.

Y no quiero describir más pecados, porque el propósito de estas líneas es afirmar que todo el entramado del Opus Dei se apoya en esas tres patas. Cuando uno se libera de alguna de estas tres apoyaduras comienza a descubrir los engaños de la institución y a salir del Gulag de su propia conciencia, y todo el edificio ideológico de la “Obra de Dios” se viene abajo. Es lo que ocurre cuando, por la razón que sea, alguien comprende o llega a la evidencia de que no debe confiar en el fundador, en el prelado y en la actuación corporativa de los directores.



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