Informe de conciencia - Sobre un numerario que titubea

Durante la semana pasada se decidió a sincerarse sobre lo ocurrido durante el último mes:

1. En el (...) donde trabaja (...) hay una joven en la que venía fijándose desde hacía algunas semanas pero respecto de la que hasta ese momento había mantenido las debidas medidas de prudencia.

2. Sin embargo, el pasado (fecha) se resolvió a acudir al trabajo, durante el fin de semana, por ver si se encontraba con esta chica. No la encontró en ese momento pero en una ocasión posterior al parecer sí quedó con ella para tomar algo.

3. Tras este primer encuentro fue madurando la idea de expresarle abiertamente su condición de n y proponerle abiertamente el salir juntos, propuesta que le dirigió el (fecha) y que obtuvo respuesta negativa por parte de esta chica, que le indicó que hacía una semana que estaba saliendo con un chico.

4. Durante este periodo de un mes reconoce haber faltado a la sinceridad (es de notar que durante estas semanas tuvo lugar una conversación especialmente detenida con el d, en la que nada de todo esto salió a la luz) así como haber incurrido en muchas omisiones en las normas, añadiendo que, en relación a aquellas normas que efectivamente cumplía (oración de la mañana, Santa Misa), se limitaba a un cumplimiento formal y externo, sin apenas participar internamente.

5. Al tiempo de relatar lo ocurrido en este último mes ha puesto también de manifiesto su actual confusión sobre la vocación: en sus primeras conversaciones con el sacd, que fue con quien inicialmente decidió sincerarse, manifestaba que, tras el rechazo de la propuesta indicada en el núm. 3, señaló que ahora pensaba ir en busca de otra chica que sustituyera a aquella primera. En cuanto a la vocación, indicaba que no se sentía enamorado del Señor y que encontraba últimamente fatigoso el apostolado y las tertulias, por lo que estaba dispuesto a esperar a que llegara el 19 de marzo, para, en dicha fecha, ya no solicitar la renovación intentando cumplir hasta entonces con todos los compromisos asumidos.

6. En una posterior conversación con el d señaló que se encontraba confuso y que en este momento no tenía nada claro. Manifestó asimismo su actual sequedad aunque reconoció que su actual falta de luces se producía después de un largo mes de insinceridad y de abandono del trato con el Señor. En un momento dado llegó a indicar que tenía claro qué era lo que el Señor quería de él, pero que en este momento no quería planteárselo o, al menos, no quería responder y que prefería dejar en suspenso esta pregunta por el momento.

7. En todas sus conversaciones indicó que lamentaba el mal ejemplo y la desedificación que su infidelidad podía producir, frente a lo cual le señalamos que, lo que realmente tiene que importarle, es corresponder a la voluntad de Dios. Al hablar con él, además de facilitar su sinceridad, le hemos animado a que se ponga ante el Señor, sin quedarse en planteamientos humanos, haciéndole ver la trascendencia de sus actos y decisiones y cómo no debe dejarse cegar por percepciones subjetivas alcanzadas en un contexto momentáneo de confusión emocional que, además, se ha visto agravado como consecuencia de haber prescindido de la ayuda de la gracia y de la desp (hemos intentado en este punto seguir lo aconsejado en Experiencias 19-III-2002, 61-41[1], y Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas de 19-III-2001, 196-198[2]).

8. Según parece, nada de lo indicado en los números 1 a 4 ha trascendido hasta ahora más allá de la interesada y de un amigo suyo al que se lo explicó la semana pasada. Externamente estos días se le ve con apariencia normal aunque, tras contar lo sucedido, un punto más callado y serio.

9. Acaba de empezar su curso de retiro. Reconoce que acude sin especiales ganas, pero no ha planteado el menor reparo a la idea de asistir. Le hemos animado a que aproveche estos días para ponerse a los pies del Señor, hacer examen, volver a rezar y a poner el corazón en Dios, buscando cumplir su voluntad.

10. Pensamos que los acontecimientos relatados ponen de relieve algunas de las tendencias y fragilidades de carácter y afectivas indicadas en (referencia informe anterior). Encomendamos que estos días de retiro sean ocasión de una auténtica y profunda conversión.

(xx-xx-2005)




  1. Experiencias 19-III-2002, 61-41:
    “El amor a las almas mueve a no dejar que se separe, o se aleje de la Obra, nadie que se haya acercado con el noble deseo de servir a Dios. Si un alma encuentra alguna vez una situación de dificultad, hay que recordarle que los fieles de la Prelatura, por ser cristianos corrientes, que viven en la calle, y aman al mundo sin ser mundanos, no desconocen los peligros que les acechan, y cuentan para vencer con la gracia de Dios, que todo lo puede. Los peligros —los ha habido siempre— no se ignoran: se afrontan hablando con sinceridad. De este modo, se adquiere una conciencia bien formada, capaz de superar, con la práctica de las virtudes, el ambiente que no sea de Cristo. Cuando se acude con claridad a la dirección espiritual, con la fuerza de Dios, el diablo —padre de la mentira— sale derrotado.
    Unas veces, la tentación aparece de forma descarada; las más, solapadamente, hasta con pretextos de caridad (cfr. Camino, n. 134). Pero en todos los casos hay que ayudar a quien la sufre, para que sepa descubrir los engaños del enemigo y para que venza, con la gracia de Dios.
    De vez en cuando, esas tentaciones se pueden presentar ante el esfuerzo que supone luchar contra “el cuerpo de muerte” que clama por sus fueros perdidos (Camino, n. 707), o contra el corazón, cuando haga sentir que es de carne (Camino, n. 504). Es el momento de ayudar a esa persona, para que no se asuste ni se extrañe, porque a todos afecta ese riesgo; se le insiste en que siga luchando con optimismo y con entusiasmo, porque la santa pureza es una afirmación gozosa; que fomente su esperanza; que se acoja confiadamente a la protección de su Madre Santa María y a la defensa que le presta su Ángel Custodio; que rece y mortifique sus sentidos, su imaginación y su curiosidad; que no tenga la cobardía de ser “valiente” (Camino, n. 132), que se aparte decididamente de las ocasiones, aunque deba actuar de modo heroico; que sea salvajemente sincera con Dios, con la propia alma y en la dirección espiritual; que profundice en humildad. Si pone los medios recomendados tradicionalmente por la ascética cristiana, la victoria final resulta segura, aunque se pierda alguna batalla. No ha faltado esta pelea en la vida de los santos, que han coronado el camino, con lucha, con entrega esforzada.”
  2. Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas de 19-III-2001, 196-198:
    “Es necesario advertir los primeros síntomas en cuanto comienzan. Cuando hay caridad verdadera, es fácil conocer a las personas y atender sus necesidades espirituales y materiales: el cariño auténtico descubre esas señales y las valora convenientemente; y sale en su ayuda con la oración, la mortificación, la corrección fraterna y otros detalles de afecto, cuando el mal está sólo en sus inicios y es más fácil de curar.
    A esto habrá que unir la fortaleza, porque, en determinados momentos, las almas necesitan de la fortaleza de Dios y de la fortaleza de sus hermanos. ¡Cuántas cosas -que suceden en la vida- no sucederían, si hubiera habido fortaleza desde un principio!. Fortaleza que llevará a poner a tiempo los remedios oportunos, con caridad y prudencia, pero con claridad, sin miedo. En general, las almas se rehacen, si notan el cariño.
    También vale el "siempre es tiempo de ayudar", cuando la situación es más delicada. No se puede abandonar a nadie, hay que poner todos los medios, haciendo lo posible y lo imposible, con mucho afecto y prudencia sobrenatural y humana, para que reaccione y sea fiel a la gracia de su vocación. Por tanto, en esos casos habrá que procurar encender a esas personas con el calor de familia de la Obra y con el buen ejemplo -sinceridad de vida-, proporcionarles los medios ascéticos con paciencia y esmero, con prudencia, sin exigir lo que no están en condiciones de dar, y crear en torno a ellos un ambiente grato en el que se sientan acogidos. Hay que tratar de comprenderlos, sin caer en una compasión sentimental, sabiendo ceder en lo accidental para insistir y recoger en los temas fundamentales. Como es lógico habrá que intensificar la oración y la mortificación: todos los Directores han de rezar mucho, hacer rezar, y ofrecer mortificaciones para que Nuestro Señor ilumine a esa persona y le haga volver sobre sus pasos.
    Un medio indispensable para salvar esas situaciones, y que hay que conseguir con la ayuda de Dios, es la sinceridad plena. Para lograrlo, hay que tratarle con mucho afecto -lleno de sentido sobrenatural-, facilitándole que abra completamente el alma a los Directores y sea humilde y dócil: es el camino seguro para que persevere, con la gracia de Dios que no le faltará.
    Habrá que hacerle ver la Bondad de Dios y animarle para que se arrepienta; hablarle de la verdadera libertad de los hijos de Dios, que está en dejarse condicionar y se determina en la obediencia; mostrarle la ayuda que la fidelidad supone para su salvación eterna y el daño que la infidelidad puede hacer a tantas almas; aconsejarle que no se precipite en tomar una decisión de la que podría lamentarse siempre.
    Lógicamente, en esos casos, se debe estar atento a las posibles ocasiones de faltar a la fidelidad que se pueden presentar -amistades, concesiones, abandonos consentidos en la lucha ascética- y, si es el caso, recordar que, según las normas de la Moral, para que la absolución sea válida el penitente ha de tener verdadero arrepentimiento, que conlleva apartarse de las ocasiones próximas y voluntarias de pecado.
    Además, es necesario enterarse con prudencia si tiene intimidad con alguna persona; si se aconseja con algún eclesiástico ajeno a la Obra, en lugar de hacerlo con sus hermanos; qué correspondencia mantiene: podría ser que escribiera a parientes, a amigos o a otras personas que le hagan muy poco bien; qué libros lee; y si encuentra dificultades en su profesión u oficio.
    El arrepentimiento exige verdadero dolor, y es lógico que el interesado haga penitencia. En todo este tiempo -y aun después-, es natural que le falte el gusto en cumplir con los deberes que implica la vocación al Opus Dei, que -después de haber abandonado los medios de santidad que el Señor nos da en la Obra- sienta desgana por las cosas de Dios. Todo esto es parte de su reparación, y podrá acortarlo si voluntariamente hace penitencia, con la aprobación de quien lleva su dirección espiritual, y pone todos los medios que nuestro espíritu le da para purificarse.”