Hijos del Opus/De qué hablamos cuando hablamos del Opus Dei?

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PRIMERA PARTE. ¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DEL OPUS DEI?

Hemos querido empezar este estudio con una pregunta que, por simple, peca de ser una cuestión de difícil respuesta: ¿De qué hablamos cuando hablamos del Opus Dei? No son pocos los que, habiendo oído hablar de la organización, o por conocer a alguien que pertenezca a ella, o sencillamente porque ellos mismos hayan sido miembros, no encuentran ninguna dificultad en responder que el Opus Dei "es una secta"; además, no les faltarán argumentos para defender su afirmación: el carácter secreto de algunas obligaciones de sus miembros, las prohibiciones sobre ciertas conductas, la ausencia de información sobre algunas acciones... Paralelamente, y quizás precisamente porque hay quien afirma que el Opus Dei es una secta, encontramos aquellos que la defienden "a capa y espada" diciendo que no, que "el Opus Dei no es una secta"; también este grupo tiene argumentos a su favor, quizás el más rotundo sea la beatificación de su fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer, por el actual Papa Juan Pablo II.

Es precisamente este último punto (la participación del Opus Dei en la estructura eclesiástica) lo que introduce un elemento importante: la palabra secta no se puede entender sin su contraria: iglesia. Así, se podría asegurar que lo que no es secta es iglesia. Cuestionar esta afirmación sólo tendría sentido si nuestro interés fuera realizar un estudio sociológico sobre el uso de estos dos conceptos, en realidad elementos de una dicotomía, y su aplicación en el ámbito de la sociología. Sin embargo, aunque el tema central de este trabajo no es el de averiguar si el Opus Dei es o no una secta, sí que hemos creído necesario hacer un breve recorrido teórico desde los orígenes de la dicotomía secta-iglesia hasta los esfuerzos más recientes por superarla.

Para salir del atolladero al que lleva la aplicación de una dicotomía, hemos construido en el capítulo primero un sistema más dinámico donde poder reflejar la evolución histórica de la organización Opus Dei desde sus inicios hasta la actualidad. Se trata de transformar la dicotomía en un contínuum, cuyos extremos serán, por un lado, el polo del sectarismo y, por el otro, el de la eclesialidad. En el polo del sectarismo situaríamos al Opus Dei de la postguerra, de los estudiantes universitarios (hombres, sólo, y todos solteros) que se reunían alrededor de la figura del Padre. En el polo de la eclesialidad situaríamos al Opus Dei erigido como Prelatura Personal, integrado por miembros de todas las condiciones sociales y extendidos por todo el mundo, con instituciones educativas, colegios y universidades en todos los continentes, y siendo un miembro numerario de la Obra (Joaquín Navarro Valls) quien ocupa el cargo de director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Sin olvidar lo que sin duda constituye el elemento más importante de la eclesialidad del Opus Dei: la Beatificación de su fundador.

Una vez constatado que por esta vía no encontramos respuesta a la pregunta que da título a esta primera parte de la investigación, en el capítulo segundo orientamos los esfuerzos hacia un concepto que, emparentado con el concepto goffmaniano de instituciones totales, se nos presenta como una figura perfecta para referirnos al Opus Dei. Se trata de las instituciones voraces, introducidas por C. Lewis Coser. La voracidad de un institución viene expresada, según Coser, por los elementos siguientes: primero, se trata de grupos que exigen de sus miembros una adhesión absoluta, con la clara pretensión de abarcar toda su personalidad dentro de un círculo cerrado de relaciones. Segundo, son grupos o asociaciones que piden a sus miembros una lealtad incondicional, al mismo tiempo que intentan reducir la influencia que sobre ellos puedan ejercer otros competidores. Finalmente, y a diferencia de las instituciones totales, las instituciones voraces elaboran un sistema de barreras simbólicas que impiden al individuo entrar en contacto con grupos o instituciones que contradigan sus postulados.

Este tipo de organizaciones necesita unos individuos que voluntariamente acepten participar en ellas; unas personas dispuestas a someterse a esta lealtad absoluta e incondicional que exige el hecho de participar en una institución voraz. De este ejercicio que lleva implícita una cesión de libertad, tanto en la forma de actuar como de pensar, hablaremos en el capítulo tercero. Cesión de libertad que podemos comprender si, al preguntarnos por los individuos que acceden a participar de este tipo de instituciones, acudimos al sistema caracterológico de Erich Fromm y nos centramos en lo que este autor define como individuos con un carácter social receptivo.


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Introducción Hijos del Opus Por una superación de la dicotomía secta-iglesia