Hasta dónde hacer la herida

Por Flowers, 15.01.2007


Fui numerario durante 17 años. Los primeros años, los debo describir como felices. Los últimos como una verdadera tortura. Mientras fui un instrumento "que no molestaba", los chicos pitaban en el club, me llevaba a la gente de calle, los números crecían y crecían, a nadie pareció importarle que yo dijera que había cosas que me hacían sufrir. Me hacía sufrir cuando alguien se marchaba de la obra, y no nos decían nada. Yo quería a esas personas, y no me resistía a verlas desaparecer sin siquiera despedirme, ayudarles a recoger sus cosas si aquella no era su vocación y preferían partir, desearles suerte, saber sus datos para estar en contacto, etc. Me hacía sufrir cuando tras el verano cambiaban a medio centro y no tenías tiempo ni de decir adiós a los que se iban, porque no debía estar apegado a nadie. Y como estas, tantas otras cosas que creo que ya se han expuesto suficientemente en esta web...

Sin darme cuenta, comencé a enfermar. Primero unos dolores de cabeza, mareos, debilidad, cansancio. Al final, una depresión encubierta, con incapacidad para trabajar, para seguir el ritmo del centro, etc. Ahí ya no resultaba tan útil. Empecé a tener una presión muy fuerte por parte de los directores para que hiciera la vida normal de un numerario. Pero no podía.

La descripción de las brutalidades que sufrí entonces, no merece la pena ser contada. Como muestra un par de botones: me volcaban el colchón para que me levantase, una noche que llegué un poco tarde de un viaje a casa de mi madre me cerraron la puerta del centro y me dejaron de noche en la calle desconectando el tiembre de la puerta.

De todo esto, muy poca gente sabía algo. Los demás del centro se desvivían por mi. Solo el director que tenía instrucciones de la delegación de meter "presión", hacía esas cosas faltas de la más mínima caridad cristiana. Querían que me fuera, que dejara de ser numerario. Durante dos años, no fueron claros. Al final, el vocal de San Miguel de la Delegación, "como amigo", un día me dijo que era mejor que lo dejara, que podía rehacer mi vida... No me podían "echar". Había hecho la Fidelidad, e iba en contra de todo lo que está escrito, y publicado en esta web. Yo no estaba haciendo nada malo. Sólo estaba enfermo.

Al final, cedí. Y me marché. Hice un viaje por europa, américa y asia en verano, sin permiso, para pensar, y decidir. Ni que decir tiene que cuando lo anuncié, me dijeron que no podía hacerlo, que tenía fechas para el curso anual, que iba a venir el Padre ese verano. Les dije que ya me habían puesto contra la pared. Que ahora decidía yo como, cuando y dónde. Y que lo tenía que pensar teniendo a la gente del opus a por lo menos 3.000 millas de distancia.

Conocí a gente maravillosa en ese viaje. Chicos y chicas de mi edad que recorrían mundo, que querían compartir su visión de la vida, y su vida. A la vuelta, regresé con mi carta de dimisión escrita. Me dijeron que tenía que esperar la contestación. Dije que no la necesitaba. Que yo había pitado porque pensaba que Dios me lo pedía, y que ahora me iba porque pensaba que Dios no me pedía soportar aquello. Que dónde no hay paz y alegría, no está Dios. Y que allí había tortura. Se lo tomaron muy mal. Me dijeron que el contenido de la carta era inaceptable y que al padre le dolería mucho. Contesté que el contenido de la carta era cierto, y que al padre le dolería, porque el hecho de que ellos hicieran lo que habían hecho, era muy doloroso para cualquier persona sensible.

Me fui. Tuve tratamiento médico dos años. Las pesadillas eran insoportables. Creí que nunca me recuperaría. Gracias a Dios la gente que me quería me apoyó mucho. Los del opus, de los que conservo grandes amigos, con miedo a que hiciera algo de lo que ellos consideraran una locura, pero con un cariño, que -siento decepcionar a algunos de los que aquí escribís- fue, y es indescriptible. Me ayudaron a encontrar trabajo; alguno me prestó dinero que era de sus padres -que luego no me permitió devolverle-; otros me dejaron un apartamento de su familia en otra ciudad, dónde poder "rehacer" mi vida como me dijo aquel estulto. Han pasado cinco años. Tengo un buen trabajo, un sueldo honorable, la cabeza en su sitio, y conservo a mis amigos. No han dejado de apoyarme, de alegrarse cuando me enamoro, de sufrir cuando rompo con una chica. Nunca quedo con mis amigos en un centro, ni cerca. Me marea. Siempre nos tomamos algo por ahí. Conocen a mi novia. Y vendrán a mi boda.

Ahora tengo decenas de amigos que no son del opus, pero creo, que como los que conservo de allí, no tengo ninguno. Concluyo. En el opus hay auténticos animales, psicópatas para los que la institución o lo que les mandan sus jefes, es lo único que existe. Alguno de ellos, escribe a veces en esta web, lo siento decirlo. Cuando se han marchado, no sé como serán. Cuando estaban allí, eran de los peores y más retorcidos seres humanos que he visto.

¿Es el opus una organización perversa? Lamento decir que no lo creo. Durante esos 22 años he conocido muchísima más gente adorable que perversa. Incluso entre los directores. Gente que ha luchado por ser cariñosa, exigente pero amable, positiva. Gente que te ve por la calle y se para a hablar contigo, que te llama, que te escribe, y que te habla de todo menos del opus, a no ser que tú saques el tema. Que no te borran. Hay otros que son abominables. Muchos escalan puestos porque los escalarían en una empresa, o en cualquier organización. Y en el opus, se equivocan pensando que esos son los más fieles. No se dan cuenta de que son mercenarios, ávidos de poder, seducidos por la erótica del mando. ¿Pero no pasa eso también en la Iglesia? Hay sólo unas decenas de santos entre miles de curas y frailes obsesionados con dirigir las mentes, con mandar hasta en la cocina. Ha pasado, pasa y pasará. Entonces, ¿también la Iglesia es mala? Bien. Quedémonos con Jesucristo a secas. Pasemos de Iglesia, de curas y de Papas. Pero pasemos también de Dios Padre, de ese ser indiferente y cruel, que dejó sufrir a su hijo hasta la agonía más brutal. Y que no le quiso pasar el trago de beber aquel cáliz amargo, aunque él se lo pidió, que no era, a todas luces humanas, imprescindible. Podía haber redimido con un gesto. Con una sonrisa. Con un milagro. Pero tuvo que redimir así.

¿Sabe alguien responder a estos interrogantes? Negar la realidad del opus es un absurdo. Mis amigos del opus no la niegan, porque la ven y la han sufrido a diario. Gracias a Dios hablan sin utilizar fórmulitas como las que cuenta el tipico aspirante a director máximo del opus, sin recetas hechas? Tratan de meterse hasta los huesos en que nuestra propia historia de salvación es muy cruel y tienen que admitir que no encuentran explicación.

Así que interpelo a los que no estan aquí, pero no ya rallados de opus, dios y el sursum corda. Interpelo a los que tenéis fe, a los que os dirigís cada día a Dios, allí donde esté, y procuráis encontrarle. No vaya a ser que la respuesta es que el opus, es un instrumento más de ese Dios incomprensible, a veces detestable, con el que hace el bien y el mal a la vez, nadie sabe por qué. A los que parece que domináis la teología y el derecho canónico. Me gustaría encontrar explicaciones sobre el misterio del bien y del mal. Hechos ya tengo bastantes. Nos va la vida en ello, ¡no?

Gracias a los que escribís aquí. Hemos estado en el mismo barco, alguna vez hemos sentido las ganas de hacer el bien, y a fe que lo hemos intentado y conseguido. Al insulso que al fin recogió mi carta, y me preguntó si pensaba que había perdido los mejores años de mi vida, no pude por menos que decirle, que se los había dado a Dios, no a él. Y que por tanto lo único que había perdido era el tiempo que había dedicado en atenderle a él en aquella salita tan típica.



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