Fernando Quiroz: "Es un lavado de cerebro"

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Fernando Quiroz cuenta que a los 16 años usaba silicio y se daba látigo en la espalda. Era miembro del Opus Dei, grupo católico fundado por José María Escrivá de Balaguer, y obedecía las normas que le imponían. De esta vivencia, que duró un año, quedaron marcas que sanó con el tiempo y dieron origen, más de 20 años después, a Justos por pecadores, una novela que fue finalista en el Premio Iberoamericano Planeta Casa de América de Narrativa 2008 y que ha causado polémica.

¿Por qué fue vetado el libro en México? La editorial me dice que hay gente del Opus Dei entre los directivos de Sanborns, que es la que distribuye el libro. Para dar una dimensión del hecho, es como si hubiera sido la Librería Nacional aquí...

¿Qué es eso tan terrible que cuenta sobre el Opus Dei? Los secretos que quieren conservar. La única vez que han dado la cara públicamente respecto a este libro fue en una entrevista en la que me enfrentaron con el jefe de prensa del Opus Dei en Colombia. Al tipo lo que más le preocupaba era que la novela hablara del uso del silicio y del uso de las disciplinas. Disciplinas le dicen ellos a una especie de látigo con el que los numerarios se tienen que cascar todos los sábados durante 10 u 8 minutos, antes de un baño con agua helada, cuando la novela cuenta cosas con las que quedan peor parados ¿Usted vivió todo eso? Sí, todo. Mientras yo estuve en el Opus Dei, yo tenía 16 años, nunca conté en la casa. El lavado de cerebro es perfecto. No sé cómo logran que uno sea tan huevón, que uno haga todo lo que le dicen y no le cuente a nadie.

Primero, uno no cuenta esas cosas porque se lo prohíben. Después, porque uno sale tan asustado que no habla; más adelante, porque uno dice: cómo voy a contar eso, quedo como un imbécil.

¿Pero uno cree firmemente en lo que está haciendo? Sí y no. Creo que hay mucha gente que vive convencida; de lo contrario no me explico cómo dura tanto. Pero yo siempre tuve dudas. Uno no sabe dónde entró. Yo pensaba, por ejemplo, los que se meten de curas saben a qué renuncian, supongo. Yo tuve familiares curas y ellos supieron a qué se metían. En cambio, uno entra a esto y las cosas, el grueso de las prácticas, como la mortificación corporal, lo van revelando después.

¿Por qué entró? Me fueron llevando. Cuando uno está en un colegio del Opus Dei es más fácil, porque atacan desde diferentes frentes. Yo me acuerdo que en el colegio existía una figura que era el preceptor, una especie de consejero; también estaban los profesores jóvenes metidos en eso y compañeros que ya habían entrado. En mi caso, no soy deportista pero el fútbol me ha gustado siempre, organizaron un campeonato los sábados y me invitaron. Y de vez en cuando, después del juego, una cerveza, que a los 15, 16 años sonaba interesante. Yo vengo de una familia muy católica, que no tiene nada que ver con el Opus Dei, y no me parecía raro después de los partidos de fútbol y de las charlas de rock, hacer un rato de oración o ir misa. Pero poco a poco, ellos tienen muy bien aceitado ese mecanismo, empieza a crecer el tema espiritual y el tema de ciertas prácticas. De pronto lo hacen ver a uno como un elegido.

¿Hoy siente odio? No, durante mucho tiempo lo sentí. Odio, temor al comienzo, muchísimo temor.

¿A qué? Al infierno, por ejemplo. Yo hoy me ‘juago’ de la risa con eso, pero a uno se lo van metiendo de a poquitos.

¿Cómo salió? Hubo una cosa que a mí me marcó mucho. Uno no podía hacer nada de vida social, de vida pública. Un día, desobedeciendo las normas, me fui con mis primos a jugar bolos. Había unas amigas de ellos, una me pareció simpática y le pedí el teléfono. Cuando volví a mi casa me sentí muy mal. Al otro día busqué a mi director espiritual y le conté lo que había hecho. Y me preguntó: “¿Tienes ahí el teléfono?”. Y saqué el papelito del bolsillo, lo cogió y empezó a destruirlo como su fuera quién sabe qué. Obviamente, a confesarme, a pedir perdón, a amarrarme más el silicio. Y lo que yo sentí después de eso fue como si hubiera violado a alguien.

¿Qué pasó después? Comencé a decir yo no quiero esto, no me quiero ganar el cielo con todas estas cosas. En mi familia, que son católicos, no hacen cosas raras y la gente tiene novios o novias, se casa y va a cine. Uno no podía ir a nada público, me prohibieron ir al matrimonio de mi hermana.

¿Y no fue? Fui, ese fue otro acto de desobediencia. La teoría de ellos, y por eso se meten con chinos muy jóvenes, desde los 14 años y medio, es encerrarlo a uno en una burbuja, para no ver qué existe en el mundo. Al periódico le arrancan las páginas en las que aparecen mujeres en situaciones o poses insinuantes y para ellos son casi todas. No puedes ver novelas ni películas, a menos que sea Jesús de Nazaret. Es espantoso. Jamás es una elección libre como lo dicen ellos. No al menos en mi caso ni en el de decenas de personas que he conocido. Yo estaba muy a disgusto con lo que vivía, pero cuando intenté irme de ahí, la primera vez que dije yo creo que me equivoqué, esto no es lo mío, empezaron las amenazas con el infierno, que uno en ese momento se las cree. Y me hicieron otra amenaza terrible. Allá todo se sabe, todo se informa, el secreto de confesión, lo que se habla con el director espiritual, porque cuando alguien hace crisis lo atacan por todas partes. El doctor Fernández, en el cual está inspirado un personaje del libro que se llama el doctor González, me encierra en un cuarto y me dice: “¿Con que te quieres salir? Pues mira lo que le pasó a Pepe Pérez que se salió, ahora tiene cáncer, y su familia sufre mucho. Si quieres correr con la misma suerte, anda, salte”. Hasta que llegó un momento en el que para mí todo era muy difícil, me levantaba pensando en eso, me acostaba pensando eso, me amarraba esa vaina, pero no me la quería amarrar; entraba al oratorio, pero no quería. Hasta que ellos hacen una ecuación matemática, entre perder uno o dejar que contagie a los demás de sus dudas, prefieren dejarlo ir. El día que uno se va es con patadón en el culo. Lo último que le dicen es: “Acuérdate que nuestro padre (José María Escrivá de Balaguer) no da ni cinco centavos por el alma de alguien que abandona el Opus Dei”.

¿Cómo encuentra el mundo afuera? Al principio lleno de temores, de culpas, como desadaptado. Después vino otra etapa de mi vida, la universidad, el contacto real con las mujeres. Las dudas se empezaron a resolver con el tiempo. Pero conozco gente que pasó muchos años en el Opus Dei y tuvo momentos difíciles. Un profesor mío que duró como 15 años –en una parte de la experiencia de él está basado algo del personaje–, no sabía cómo hablar con una mujer, tomarse un café con alguna era un complique, no sabía si mirarla a lo ojos, y me decía que cuando llegó el momento de responder sexualmente fue imposible, le tomó terapias, ayuda.

Y él me contó de otros que, por el contrario, salían a llevarse por delante lo que fuera, a llevar vida de burdeles, de excesos.

¿Hay satisfacción en que algunos de sus personasjes le nombren la madre al Opus Dei? Sí, sí. Creo que muchas de las cosas que los personajes les dicen a los del Opus Dei seguramente se las quise gritar hace más de 20 años.

¿Le molesta que en este momento lo puedan identificar como el escritor que publicó un libro sobre el Opus Dei? Es más o menos inevitable, lo que pasa es que no me pienso quedar ahí. Es una coyuntura y es un tema que genera polémica.

¿Ha recibido más presiones o censuras además de la de México? Sé, por ejemplo, de un artículo que tenían listo en una revista en Colombia y que a última hora echaron para atrás por presiones. En Chile, un periodista de un diario de derecha, muy importante, me contó que antes de mi entrevista había recibido dos llamadas: una de la Universidad de Navarra, que es uno de los fortines del Opus Dei en España, y otra de Alemania, no sé por qué.

¿Hoy en día cree en algo? Yo hoy soy esa palabra buenísima que se inventaron y que lo saca a uno de todos los aprietos: agnóstico.

¿Fue muy difícil para usted revaluar toda su creencia espiritual? Muy difícil. Eso (el Opus Dei) era como un cáncer, como un tumor ubicado en cierto punto que para sacarlo tocaba llevarse parte del órgano. Eso fue lo que me pasó a mí con la religión, para quitar el tumor se fue también parte del órgano.