Experiencias para los encargados de grupo/Labor apostólica

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LABOR APOSTÓLICA


No olvidéis —recordaba nuestro Padre— que la esencia de nuestro apostolado es dar doctrina, porque, como os he dicho una y mil veces, la ignorancia es el mayor enemigo de la fe (Carta 9-1-1959, n. 44). Los encargados de Grupo impulsan con constancia el apostolado personal de los Supernumerarios del Grupo, y promueven para sus amigos un número cada vez mayor de medios tradicionales de apostolado: cursos de retiro, Círculos de Cooperadores, retiros mensuales, etc.

Desde el comienzo de su vocación, se les encargará una tarea apostólica que sea una ayuda para algunas labores de la Obra, y un medio eficaz para la propia formación. Este trabajo ha de ser proporcionado a las posibilidades y circunstancias personales, sociales, profesionales y familiares de cada uno y, además, muy concreto. De este modo, se sienten más animados a realizarlo y son útiles; al mismo tiempo, se evita la dispersión en muchas actividades, que restaría eficacia a su labor. Por ejemplo, un profesor universitario se puede encargar de organizar un ciclo de conferencias en una Residencia; un periodista, participar en alguna actividad apostólica relacionada con la opinión pública; un hombre de negocios, gestionar ayuda económica para una labor de almas; un obrero, organizar una iniciativa deportiva o cultural con sus compañeros de trabajo, o hacer entre ellos una tarea de difusión doctrinal, etc. Así, se les ayuda a tomar como propia la

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labor apostólica y, mediante sugerencias y consejos, se les enseña de modo práctico a hacer apostolado personal.

Donde sea costumbre, los Supernumerarios pueden promover tertulias y reuniones de amigos, en las que se traten temas de actualidad —literarios, culturales, periodísticos, etc.— que pueden servir de cauce para hacer llegar a muchas personas criterios cristianos. Como es lógico, los encargados de Grupo estarán al tanto de estas iniciativas, para orientar a todos, también a los Cooperadores, con sugerencias precisas que les ayuden a aprovechar estas y otras ocasiones con un hondo apostolado personal.

Es preciso recordar con la frecuencia oportuna el deber del proselitismo, propio de todos los fieles de la Prelatura, que en todos se concreta también en el afán de buscar personas que puedan pedir la admisión como Numerarios.

Para completar la formación y ampliar la base apostólica, se organizan también otras actividades doctrinales de altura — ciclos de conferencias, charlas sobre la familia y sobre temas de actualidad—. Los encargados de Grupo recuerdan que estas iniciativas deben servir para el trato personal con los participantes y, como fruto del apostolado personal, para procurar que se incorporen a los medios tradicionales de formación, porque son lo esencial de la labor.

La obra de San Gabriel es un apostolado, un instrumento de apostolado, una fuente de vocaciones, y también es un medio para conseguir los recursos materiales necesarios en servicio de Dios y de las almas. Por tanto, es natural que los Supernumerarios enseñen a sus amigos a vivir, de modo práctico, el espíritu de pobreza cristiana, el desprendimiento de los bienes materiales, fomentando la doctrina cristiana del sacrificio y de la alegría de dar, de servir. Evidentemente, tratarán de modo asiduo a los Cooperadores, con el fin de impulsarles a mejorar su vida espiritual, a que sientan las labores apostólicas de la Obra como algo propio y a lograr que colaboren eficazmente con ellos. En este punto, como en todos, el mejor estímulo para los demás es el ejemplo que se les ofrece: así conseguirán atraer a otros muchos al apostolado, y

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aumentará —como es necesario— el número de los Cooperadores, en servicio de la Iglesia.

Santificación del propio hogar

Se ha de ayudar a los Supernumerarios a que sean conscientes de que están llamados a santificarse santificando, de que están llamados a ser apóstoles, y de que su primer apostolado está en el hogar. Deben comprender la obra sobrenatural que implica la fundación de una familia, la educación de los hijos, la irradiación cristiana en la sociedad (Conversaciones, n. 91, 5).

La santificación y la labor apostólica de los Supernumerarios comienzan en su propio hogar, en el trato con su mujer y con sus hijos.

Es muy importante que cuenten con la colaboración de la esposa en su proyecto de vida cristiana familiar. Con garbo humano y con los medios sobrenaturales, han de conseguir que también ella participe de su afán de santificarse en el matrimonio, y esto comporta la necesidad de renovar constantemente el amor que le condujo a ese estado, con toda su carga de sacrificio y de renuncia gustosa al propio yo. Un buen Supernumerario no olvida nunca que —como enseñaba nuestro Padre— su camino al cielo tiene un nombre, el de su mujer; por tanto, se esfuerza para que ella sea feliz y cuida con esmero todos los aspectos propios de la vida conyugal, desde los más importantes hasta los que parecen más pequeños, de los que nuestro Fundador habló con mucha frecuencia en sus conversaciones con personas casadas. Es muy importante que, sin descender a detalles innecesarios, hablen en la dirección espiritual personal de cómo procuran santificar sus deberes matrimoniales y familiares, qué dificultades encuentran, qué medios ponen para superarlas, etc. Teniendo en cuenta, como es natural, que en la dirección espiritual han de tratar de su propia vida interior, no de la de su mujer.

Con relación a los aspectos doctrinales de la moral conyugal, conviene que quienes reciben charlas sepan discernir cuándo una cuestión que se plantea sobre estos temas aconseja el recurso del interesado al sacerdote del Centro.

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Los Supernumerarios han de intentar imprimir un tono profundamente humano y cristiano en sus hogares y en la educación de los hijos. El marido, con espíritu de servicio y olvido de sí mismo, procurará colaborar con su mujer en los trabajos del hogar, en la atención de los hijos pequeños y en el cuidado material de la casa. Suele ser muy eficaz que los hijos, a medida que crecen, vayan recibiendo algunos encargos, aunque sean pequeños, que impliquen sacar adelante aspectos de la vida de la casa adecuados a su edad. Así se sienten colaboradores de sus padres, asumen responsabilidad y se les fomenta la preocupación por los demás, evitando el riesgo de que todo les venga dado.

Sin temor a ir contracorriente, conviene animarles a ser generosos, para que reciban con sentido sobrenatural y valentía los hijos que Dios les mande, pues “las familias numerosas son un signo de la bendición divina y de la generosidad de los padres” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2373), al mismo tiempo que constituyen un estupendo testimonio de vida cristiana, sobre todo cuando en muchos países impera un hedonismo agresivo.

El amor humano y sobrenatural al propio cónyuge va inseparablemente unido a la educación cristiana de la prole. En este terreno, la misión apostólica de estos fieles de la Prelatura consiste en formarles bien, con el ejemplo de su vida cristiana y garantizando siempre su libertad, dentro de las circunstancias de edad, salud y desarrollo de cada hijo. Para esto, como repitió siempre nuestro Padre, es decisivo que se ganen su amistad.

Se debe recordar con frecuencia que esta educación constituye una parte esencial del camino de santidad de los padres y, por tanto —en el caso de los Supernumerarios con hijos a su cargo— ha de ser materia habitual de la oración personal y de la charla fraterna. Se ha de insistir en que cada uno —con la luz de Dios y el oportuno consejo— descubra las soluciones prácticas adecuadas a su caso y el modo concreto de ponerlas por obra. Es preciso transmitir ilusión y optimismo en esta tarea, para que se enamoren aún más de su vocación de padres: padres responsables, como corresponde a su vocación divina en el Opus Dei. Nadie puede

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conformarse con “ir tirando” y que no haya demasiados problemas. Dios pide más: padres ejemplares, familias ejemplares, hijos ejemplares, que contagien su vida cristiana a otras familias.

Es necesario tener en cuenta que, en las actuales circunstancias, los padres encuentran mayores dificultades objetivas para formar cristianamente a los suyos; otras veces no perciben con rapidez los interrogantes y problemas que se plantean, o no les conceden importancia y, cuando la descubren, no saben cómo actuar. De modo oportuno, con prudencia, los encargados de Grupo han de interesarse por esta cuestión, sin olvidar, además, que algunos pueden no haber recibido buen ejemplo y formación cristiana en su hogar paterno, con carencia de pautas concretas de conducta para su tarea de padres cristianos. Si se ve oportuno, como una medida práctica para ayudarles a cumplir con “profesionalidad” sus obligaciones, se les puede aconsejar que piensen en la posibilidad de participar en cursos de orientación familiar u otras iniciativas similares, invitando a otros matrimonios jóvenes amigos.

Los padres tienen la responsabilidad de velar muy especialmente por la formación doctrinal-religiosa de sus hijos, y la obligación de proporcionarles los medios necesarios para adquirirla. Desde luego, han de estar informados de los libros —catecismos, textos de religión, de historia, etc. — que se usan en los centros de enseñanza a los que asisten; y los encargados de Grupo les orientan para que cumplan responsablemente la obligación de ser los primeros educadores de sus hijos.

Con frecuencia, será no sólo aconsejable, sino necesario, que ellos mismos expliquen la doctrina cristiana a sus hijos, para asegurarse de que la aprenden sin errores. Lógicamente, conviene que pidan antes consejo en la dirección espiritual, para utilizar catecismos y libros de absoluta confianza. El Catecismo de la Iglesia Católica es un punto de referencia fundamental para los padres.

También en algunos casos, como labor apostólica personal, se ocupan de reunir a sus hijos y a otros niños o adolescentes, con el

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fin de transmitirles las verdades fundamentales de la fe. Ayudan así eficazmente a otros padres menos preparados a cumplir la obligación de proporcionar a sus hijos la formación doctrinal-religiosa. Con este fin, se proporcionará, también a los Cooperadores y amigos, la ayuda necesaria para que estén en condiciones de realizar eficazmente esta tarea, de modo que todos, movidos por su afán apostólico, traten amistosamente y con empeño a los asistentes que, más adelante, podrán acudir a labores apostólicas dirigidas a la juventud.

Hay que recordarles, incluyendo a los Cooperadores y a los que participan en la labor apostólica, que les compete ocuparse de que sus hijos reciban el sacramento de la Confirmación a la edad oportuna, después de la conveniente preparación, señalada por la autoridad eclesiástica.

Todos han de procurar mantener vivas en sus familias las tradiciones cristianas, enseñando a sus hijos el significado de las fiestas litúrgicas y el modo de celebrarlas. Es muy importante ser conscientes de la trascendencia, en cada país, de esas tradiciones variadas, que constituyen una expresión de la fe profunda que informa la vida familiar. Además, tienen un gran valor para la formación de los hijos; son también ejemplo de coherencia cristiana y, en muchos casos, ocasión de apostolado con parientes, amigos y conocidos.

Asimismo conviene fomentar las prácticas de piedad habituales en los hogares cristianos: rezar el Rosario en familia, ir a Misa juntos, etc. No hay inconveniente en que, si el padre y la madre son Supernumerarios, recen las Preces y hagan la visita al Santísimo juntos; pero cada uno, si lo prefiere, sigue por su cuenta otras Normas de piedad, como la lectura espiritual.

Para cumplir también su misión de educadores, orientan oportunamente las amistades de sus hijos, para que se muevan —con lealtad y libre responsabilidad— en ambientes sanos. Por esto, cuando llegan a la edad oportuna, si ven que no dan señales de que el Señor les llame al celibato apostólico, organizan algunas fiestas en sus casas para chicos y chicas, y procuran, sin imposi-

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ciones, que sus hijos inviten a sus propios amigos, y además a los hijos de otros Supernumerarios y de personas que participan en las labores de apostolado, siempre que existan relaciones familiares o profesionales. Con la ayuda de los padres y con una prudente vigilancia, es fácil mantener en esas fiestas un ambiente limpio y alegre: cristiano.

Como es lógico, no se deben planear actividades de este tipo en la sede de los colegios que son obras corporativas o labores personales de apostolado. Tampoco sería acertado contribuir a sostener un local que, por su distribución y programa de actividades, se asemejase a un Centro de San Rafael, pues cabría abrir camino a comparaciones inoportunas y a incomprensiones. En cambio, existen múltiples iniciativas sanas, que conviene que nazcan de la libre inventiva de los padres que quieren ofrecer el mejor ambiente a sus hijos.

Estas relaciones entre chicos y chicas darán lugar, con naturalidad, a noviazgos y, más tarde, a matrimonios, que estarán preparados para asumir plenamente el espíritu cristiano, como algo que les ha acompañado desde la niñez. Se formarán así familias en las que puede prender la vocación divina con especial facilidad: verdaderos hogares cristianos luminosos y alegres.

Según su formación cultural, los Supernumerarios transmiten con garbo a sus hijos el interés que sienten por todas las actividades nobles de los hombres, y les ayudan a mejorar su formación humana acercándolos progresivamente a los hechos culturales, literarios, musicales, artísticos, deportivos, etc., de mayor relieve y significación, a través de conversaciones oportunas, con el empleo adecuado de los medios de comunicación —periódicos, revistas, radio, televisión—, a través de una biblioteca familiar bien seleccionada, etc. Sin embargo, como en tantos lugares los medios informativos —especialmente la televisión— difunden doctrinas filomarxistas, materialistas, laicistas, etc., o se caracterizan por una inmoralidad agresiva o por una sensualidad o frivolidad contrarias al más mínimo sentido del pudor, y son incompatibles con el tono de una familia cristiana, sabrán adoptar las

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oportunas medidas de prudencia —con mucho sentido común y visión sobrenatural—, para evitar no sólo ocasiones de ofender a Dios, sino también que entre en su hogar el ambiente pagano o anticristiano que se difunde en buena parte de la sociedad actual.

El tono humano en el comportamiento y modos de hablar y de vestir, tiene gran influencia en la cristianización de las costumbres: los Supernumerarios fomentan que se cuiden estos aspectos en su hogar y en su ambiente profesional y social, poniendo todos los medios a su alcance para promover una moda respetuosa de la dignidad de la mujer.

Cuando llegue el momento, ayudan también a sus hijos a elegir una orientación profesional acorde con sus aptitudes y cualidades personales, siempre dentro de un gran espíritu de libertad y contando, si es preciso, con los asesoramientos adecuados. En todo caso, es importante prevenirles contra los prejuicios que, por motivos económicos o sociales, existen en algunos países o ambientes en relación con estudios humanísticos de gran trascendencia doctrinal y apostólica: filosofía, derecho, historia, literatura, periodismo, sociología, etc., y hacerles valorar y exponer el gran influjo —también apostólico— que ejercen en la sociedad, quienes se dedican profesionalmente a esas actividades si, reuniendo condiciones, adquieren la conveniente preparación y experiencia, y viven coherentemente su fe.

Los Supernumerarios comprenden que el amor a la libertad personal es parte importante del espíritu de la Obra. Por eso, no han de insistir inoportunamente a sus hijos para que acudan a las labores de la obra de San Rafael; más aún, pero sin exagerar, han de poner algunas dificultades lógicas, exigiéndoles, por ejemplo, que se acomoden al horario familiar. Actuar de otro modo podría suponer una coacción, contraria al modo tradicional de proceder en la Obra, e incluso podría originar un sentimiento de rebeldía en los muchachos.

Normalmente, lo mejor será animar a otros chicos —compañeros de sus hijos, que ya participan—, para que de un modo prudente, y respetando siempre su libertad, los acerquen a esa labor.

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Con responsabilidad santa y con consejos oportunos, pero no cargantes, procurarán ponerles en contacto con personas de la Obra de su misma edad. Han de comprender los Supernumerarios, sin embargo, que el trato con los fieles de la Prelatura —en un club, en un Centro de San Rafael, etc.— por sí solo, no es el remedio para los problemas o la conducta de sus hijos, si éstos no reaccionan libre y positivamente a esa amistad.

De este modo, serán muchos los hijos que, como fruto de la dedicación esmerada de sus padres, adquirirán una honda formación cristiana y libremente —porque lo desean— participarán en la obra de San Rafael. Muy numerosos también serán los que pidan la admisión en la Prelatura, como Numerarios y Agregados, llenando a sus padres de alegría. Alcanzarán del Señor estas bendiciones respetando la libertad de sus hijos y poniendo los medios sobrenaturales y humanos para formarlos cristianamente.

Los encargados de Grupo y los sacerdotes que colaboran en la labor de San Gabriel han de formar a sus hermanos en este sentido, para que esté siempre muy vivo en ellos el deseo de contagiar en su familia la vocación a la Obra. Conviene que les recuerden con frecuencia las ideas básicas —especialmente que los hijos son de Dios y para Dios (cfr. Camino, n. 779)—, sin dar por supuesto que ya son muy conocidas; y deben prevenirles ante la visión humana —la prudencia de la carne— que empuja a “tener miedo de que se equivoquen”, o ante el pensamiento de proporcionar principalmente comodidades a los hijos, y ante el peligro de olvidar que el celibato apostólico es un gran don de Dios, no sólo a los directamente interesados, sino también a las familias.

Si, en alguna ocasión, un Supernumerario pidiera consejo sobre la oportunidad de adoptar un niño, se le dirá claramente que goza de la más completa libertad para decidir. Se le sugiere que considere sus propias circunstancias personales y familiares —si tiene o no hijos, condiciones económicas y de trabajo, etc.—, y las del niño de que se trate, para que cuente con suficientes elementos de juicio, antes de tomar una decisión. Además, si no han llegado hijos en su matrimonio, se le explicará también que puede

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encauzar sus buenos deseos dedicándose con empeño a alguna obra corporativa de apostolado con la juventud, como un colegio, un club juvenil, etc.

Ejemplaridad en el descanso y períodos de vacaciones

Los períodos de descanso, las vacaciones, las fiestas, el empleo del tiempo libre, son en sí mismos una espléndida ocasión de apostolado y brindan a todos la oportunidad de colaborar de modo muy inmediato en la evangelización de la sociedad.

Por eso, pondrán un empeño serio para evitar personalmente —y advertir a los que les rodean: la propia familia, los amigos, etc.— las ocasiones de peligro para la salud espiritual, luchando por guardar los sentidos, para que la presión de toda una sociedad cargada de erotismo no debilite la finura de una vida casta. Por eso, antes de asistir a un espectáculo —teatro, cine, programas de televisión, etc.—, procuran tener la seguridad de que no va a ser ocasión de pecado, y se muestran siempre dispuestos a prescindir de esa distracción si hay la menor duda sobre su rectitud. Si, por estar mal informados, acuden a un lugar o reunión que desdice de la moral cristiana, la reacción inmediata será levantarse e irse.

Al planear una temporada de descanso, no pueden olvidar que, además de las posibilidades reales de seguir recibiendo la formación de la Obra en todo momento, han de considerar las condiciones morales del lugar, velando siempre por el bien personal y de su familia, especialmente de los hijos. Por desgracia, cada vez es más frecuente —y, sobre todo, hay un mayor acostumbramiento social— que en la mayoría de los países, algunos lugares más concurridos, especialmente las playas, se hayan degradado moralmente de tal modo que un cristiano digno —y aun una persona de bien, sin fe— no puede frecuentarlos si desea ser consecuente con su vida cristiana, honrada: ninguno ha de considerarse inmune, y no cabe ceder en este asunto.

Hay que ayudarles a enfrentarse claramente con las serias obligaciones morales de un cristiano, en la elección de los lugares

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de descanso. Sería triste —una incoherencia inexcusable— que alguno, después de dedicar su vida a dar testimonio de Jesucristo, aprobase con su presencia el triste espectáculo moral de esos ambientes, con grave peligro de ofender al Señor, además de que expondría a los suyos a situaciones que causan un grave daño a sus almas: cargarían sobre su conciencia los pecados propios y los de sus hijos.

Los encargados de Grupo tienen la responsabilidad de transmitir con claridad esta doctrina. Al hablar de este asunto, es preciso proceder con prudencia, conociendo bien las circunstancias —morales, familiares, de formación, etc.— que concurren en cada situación; pero hay que enfrentar a las personas con su propia responsabilidad ante Dios. Se les debe recordar la obligación de evitar el escándalo, las ocasiones próximas al pecado y la cooperación al mal; y, por tanto, han de existir causas suficientemente graves para veranear en lugares objetivamente desaconsejables; es decir, sólo irán si se pueden poner medios que eviten las ocasiones próximas de pecado. Han de tener claro que es doctrina común para todos los cristianos —no criterios especiales para los fieles de la Obra—, y no se debe diluir, aunque en algunos ambientes parezca olvidada.

Además, tienen presente que la falta de ejemplaridad en este asunto les impediría llevar a cabo la labor apostólica que un fiel de la Prelatura debe realizar en todo momento: en el apostolado “no hay vacaciones”, como tampoco en la entrega y en la tarea de padres. Por tanto, al elaborar los planes de descanso, no olvidan —entre otros puntos— las exigencias de su vida espiritual; las consecuencias positivas o negativas que la elección ofrezca a los hijos; y cómo aprovecharán el tiempo ellos y ayudarán a aprovecharlo a sus familias.

Estos períodos son una ocasión muy buena para que los padres conozcan y traten más a los hijos; para organizar planes familiares, y llenar el día de iniciativas atractivas, etc., evitando los problemas del ocio, el estar perdiendo el tiempo. Ninguno puede desentenderse: aunque el lugar de veraneo contenga cierto aire

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familiar, los chicos pueden estar metidos en un ambiente que no favorezca el crecimiento de las virtudes en su vida cristiana.

No se trata de limitar la libertad a nadie, ni de sustituirle en sus decisiones personales, sino de orientar a cada uno para que asuma su propia responsabilidad, para que afronte y resuelva las situaciones con decisión y fortaleza y, si es necesario, con más espíritu de sacrificio.

Los Supernumerarios han de considerar que vivir estos principios cristianos comporta a veces decisiones heroicas, que difícilmente pueden tomarse sin la ayuda sobrenatural. Llevan sus dificultades a la oración, y toman en la presencia de Dios las decisiones oportunas. También resulta lógico estudiar el modo de recordar estos criterios a los Cooperadores y amigos.

Como una manifestación más del ejemplo vivo que procuran ofrecer a todas las personas que les rodean, a la hora de plantearse la oportunidad de un viaje de turismo, razonan con la idea clara de que, en el descanso, deben ser también un ejemplo de unidad matrimonial. En consecuencia, carecería de sentido que emprendieran ese tipo de viajes sin su mujer, o que los realizaran por separado. Siempre que sea posible, conviene que los matrimonios vayan juntos. Por otra parte, la ejemplaridad con sus amigos y con toda la sociedad, les impulsará a no descuidar la responsabilidad de vivir con generosidad y delicadeza las exigencias de la virtud cristiana del desprendimiento, también en esas ocasiones.

Apostolado en el campo de la familia y la educación

Como los Supernumerarios y los Cooperadores han de realizar un apostolado constante en el propio ambiente, les corresponde especialísimamente la responsabilidad de influir en la orientación cristiana de la familia y de la educación. Por eso, deben esforzarse por tratar a las personas que tienen mayores responsabilidades en estas cuestiones, además de asesorar —y, cuando sea preciso, exigir— a los órganos competentes de la sociedad, para que las leyes civiles no se opongan a la Ley de Dios.

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Ante los errores doctrinales extendidos en muchos países sobre el matrimonio, la familia y la enseñanza —verdaderos abusos contra la ley natural y cristiana—, es importantísimo recordar periódicamente a todos —también a los Cooperadores— su grave obligación de difundir la doctrina católica sobre estos temas. Cada cristiano debe procurar con valentía, sin cesiones ni dejación de derechos, que se conozca y respete el contenido de la ley divino-natural y divino-positiva, y se informe la sociedad con la luz de Jesucristo.

Para llevar a cabo esta tarea, se fomentan iniciativas en todos los niveles y ámbitos: actividades que organicen las obras apostólicas de enseñanza —corporativas o no—; participación en asociaciones existentes o que se constituyan para desarrollar una labor positiva y defender la doctrina de la Iglesia, ahogando el mal en abundancia de bien, y denunciando también con claridad cualquier aberración.

Es preciso que todos los fieles de la Prelatura reciban orientaciones claras y firmes cuando surge alguna propuesta o aprobación de leyes contrarias a la moral natural y al bien común. Han de comprender que otorgar reconocimiento legal a las situaciones inmorales nada tiene que ver con la tolerancia y el respeto a la diversidad, y han de sentir la responsabilidad personal de influir positivamente —con más oración, con más penitencia, con más acción apostólica y con iniciativas de todo género— en defensa de la dignidad de la persona y de la verdadera libertad.

En estos casos, no conviene plantear el diálogo como desean los que proponen esas leyes, de modo que parezca un debate político entre posturas “progresistas” y “conservadoras”. Hay que hablar positivamente de justicia y de derecho —con un enfoque convincente, que posea la fuerza vital de arrastrar—, buscando argumentos capaces de ganar la adhesión de aquellos que —porque les falta la fe, o no la practican, o porque son ignorantes— admiten sin más los intentos de legalizar los desórdenes morales y de propagarlos, como si fueran conquistas de la libertad. De un modo atractivo, es preciso defender los derechos humanos: mos-

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trar que se fundan en la objetiva dignidad de la persona, y que no hay nada más ajeno a la verdad que intentar que cualquier pretensión subjetiva aberrante pase como auténtico avance. Los fieles de la Prelatura impulsarán especialmente a aquellas personas con mayores posibilidades de que se oiga su voz, para que intervengan en estos puntos: por su posición en la vida pública, su nivel profesional o social, o por su condición de periodistas, articulistas, gente del mundo de la comunicación, sociólogos, etc.

Al tocar estos temas en la labor de San Gabriel, se ha de hacer hincapié en la fuerza que tiene el ejemplo vivo de las familias de los Supernumerarios y Cooperadores. Hay que estimularles a plantear la lucha personal en ese terreno: manifestación de la unidad de vida, de la coherencia de nuestros amores e ideales con nuestra conducta. Por eso, es natural tratar este tema en la charla fraterna.

Como los demás buenos padres cristianos, los Supernumerarios y los Cooperadores sienten la grave e ineludible obligación de velar para que sus hijos reciban una recta formación en los centros docentes, también en la asignatura de Religión, cuando ésta figura en el plan de estudios. Adoptan una postura activa, sin limitarse a suplir en sus hogares lo que sus hijos no aprenden en el colegio, o a procurar que no les afecten posibles doctrinas erróneas que tantos difunden y difundirán siempre.

En muchos países, es cada vez más directa la intervención de las familias en esos centros, tanto privados como estatales, por ejemplo, a través de asociaciones de padres. Los Supernumerarios cumplen su deber como cabezas de familia con su presencia —personal y libre— en esas organizaciones, y animan a otros a actuar, con el fin de evitar influencias negativas en la educación de sus hijos y de sus compañeros y, sobre todo, con el fin de lograr que mejore la programación de los estudios, cambiando lo que se opone a la ley de Dios y al legitimo derecho de las familias. Resultan muy amplias las posibilidades apostólicas de esta participación: por ejemplo, cambiar la orientación de la enseñanza en un colegio o, al menos, potenciarla en aspectos decisivos. Además,

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ofrecen siempre muchas oportunidades de conocer a otros padres de alumnos y a los profesores, para tratarlos apostólicamente.

Esta tarea alcanza más eficacia si se les sugieren ideas y se les impulsa con constancia; por ejemplo, a tener buena información sobre los colegios de sus hijos: entidad que los dirige, calidad de los estudios, orientación doctrinal, textos utilizados —especialmente, en la asignatura de Religión—, prácticas de piedad, etc.; y, particularmente, funcionamiento e influencia de la asociación de padres de alumnos, si existe.

Con estos datos, resulta más fácil orientarles personalmente —de modo especial a los que presentan mayor capacidad de realizar una labor positiva— sobre las grandes posibilidades de las asociaciones de padres, sobre los libros de texto erróneos, y sobre otros manuales correctos con los que sustituirlos, etc.; también se les empuja a descubrir buenos profesores, sin olvidar los que explican la Religión y las otras materias con mayor incidencia doctrinal. En algunos casos, esos profesores saldrán de entre ellos mismos.

De todas formas, aunque se preste una atención particular a la asignatura de Religión —profesores y textos—, no resultaría lógico limitarse a ese aspecto, pues un profesor de historia, de filosofía, o de literatura, por ejemplo, puede deshacer en gran medida la labor de un buen profesor de Religión.

Cuando en una ciudad haya colegios que sean obras corporativas o labores personales de apostolado, se mencionará a los Supernumerarios y Cooperadores la posibilidad de inscribir a sus hijos a estos centros, para que adquieran una buena formación cristiana.

El desvelo por difundir doctrina sobre la familia, y por la recta formación de sus hijos, lleva a algunos a promover, con otros padres y como labor apostólica personal, cursos y actividades de orientación o de pedagogía familiar, en los que se exponen y buscan soluciones cristianas a distintos aspectos de la vida familiar, apoyadas en la argumentación de la Iglesia y también en las ense-

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ñanzas de nuestro Fundador. Estas iniciativas, realizadas con un planteamiento profesional de altura, facilitan a los demás la posibilidad de consolidar la amistad con otras familias, y proporcionan ocasiones para que los asistentes se acerquen, a través del apostolado personal, a los medios tradicionales de formación.

Trabajo profesional y relaciones sociales

En la dirección espiritual, hay que tratar con profundidad de la santificación del trabajo. Es necesario ayudar a cada Supernumerario a examinarse en este punto, eje sobre el que gira el espíritu del Opus Dei, de modo que llegue a ser día tras día mejor instrumento de santidad y de apostolado. Han de estar atentos para descubrir, si fuera el caso, los primeros síntomas de activismo; o de una ambición desmesurada, que se refleja en comportamientos concretos en el trabajo, en las relaciones sociales, etc. Entre otros asuntos, tienen presente que —como las demás actividades— el trabajo debe ser ordenado, con un horario preciso que les permite dedicar a su familia el tiempo necesario, sin retardos para llegar a casa. Se esfuerzan también por exigirse con exquisita delicadeza en el trato con mujeres, extremando las medidas de prudencia que toma cualquier persona enamorada.

A través de los medios de formación, tanto personales como colectivos, se les recuerda la importancia de adquirir una sólida formación en la moral profesional, como un aspecto integrante de la santificación del trabajo.

Las relaciones entre los Supernumerarios y los Numerarios y Agregados encargados de la labor de San Gabriel, están llenas de cariño, de visión sobrenatural y de desvelo, y tiene el objetivo esencial de dar a los Supernumerarios la formación oportuna. Para consolidar esta realidad, no es necesario que los Numerarios y los Agregados —sacerdotes y laicos— vayan de visita a las casas de los Supernumerarios, porque éstos reciben formación por los medios ordinarios: charla fraterna, Círculo de Estudios, dirección espiritual, etc. Además, así se respeta delicadamente la intimidad de esos hogares. Por su parte, si no hay otras razones — paren-

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tesco, trabajo profesional, previa amistad familiar, etc.— , los Supernumerarios se relacionan sólo con los Directores locales y con el Numerario o Agregado que recibe su charla; y, como es natural, habitualmente no tendrán ocasión ni necesidad de relacionarse con otros Numerarios o Agregados, si no hay un motivo apostólico o de formación, porque no formamos grupo: lo que importa es buscar a las almas, también entre los que no conocen a Dios o no le tratan.

En la vida familiar y social, los Supernumerarios se desenvuelven con naturalidad, como fieles corrientes que son. Por esto, habitualmente, evitan que un sacerdote de la Prelatura bautice a sus hijos, o les dé la primera Comunión, a menos que haya un motivo razonable distinto de su común pertenencia a la Obra.

A no ser que exista una relación de parentesco o de amistad, no hacen regalos personales a los Numerarios o a los Agregados, ni invitan a Numerarios o Agregados a sus fiestas familiares. Si, por ejemplo, con ocasión de un viaje, desean llevar un recuerdo, eligen algo útil para el Centro. Pero, ordinariamente, será preferible que entreguen para las labores apostólicas la cantidad que pensaban gastar.

En general, varios matrimonios de Supernumerarios no salen juntos de modo habitual, ni se reúnen a cenar ellos solos, etc.: su afán apostólico les impulsa a estar abiertos en abanico y a evitar los grupitos.

La vida de relación social —en la actividad profesional o pública— es un medio para extender el fuego de Cristo a todas las almas y, por tanto, una gran base para la labor de apostolado de los Supernumerarios. Con su conducta ejemplar, difunden el criterio cristiano por los distintos ambientes honrados de la sociedad, y especialmente procuran sanear aquellos donde se tiende a adoptar prácticas que rebajan el tono de la vocación matrimonial.

Han de sentir la urgencia de cristianizar el propio ambiente profesional y social, participando —en la medida de sus posibilidades— en la vida pública, con afán de informar la sociedad

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desde dentro. Puede ocurrir que en algunos casos no adviertan sus capacidades y sea necesario entonces descubrirles sus posibilidades para que —libremente, con su responsabilidad personal— desempeñen tareas de mayor importancia y para estimularles a que continúen en esa línea apostólica. Con este fin, conviene que los Directores animen a los que reúnan condiciones para que —siempre personalmente, y con pleno uso de su libertad— tomen parte activa en organismos locales, regionales, nacionales e internacionales, desde los que se pueden difundir las virtudes y los valores cristianos, en la profesión, en la familia o en cualquier otro ámbito de convivencia entre los hombres, con particular referencia a la doctrina social de la Iglesia, a la educación, y a la defensa de la vida humana. Y así, en la entraña de cada clase social, tiene la Iglesia testigos, testimonios, que con su vida hacen resplandecer el verdadero rostro de Jesucristo ante los ojos del mundo paganizado que les rodea, prontos para la acción, con una prontitud que no se espanta, que no se desanima, que remueve a los abstencionistas apáticos e inertes, para lograr el buen servicio de la Iglesia y del Vicario de Jesucristo, el bien temporal y el bien eterno de la humanidad (Instrucción, mayo-1935/14-IX-1950, n. 17).

Respetando siempre la decisión personal, se les impulsa a ponerse en relación con otras personas de buen criterio; y se les hace ver la importancia de apoyarse unos en otros para emprender batallas doctrinales y morales que resulta difícil librar solos: educación de los hijos, asociaciones de consumidores y de telespectadores, moralidad pública, moda.

En algunos ambientes de determinadas naciones, se organizan fiestas, reuniones, banquetes, etc., a los que va unido habitualmente un baile. Los Supernumerarios participarán con naturalidad, dentro de las normas generales de la decencia cristiana, y bailan con su mujer o con sus hijas.

De otra parte, si pueden y lo desean, intervendrán con espíritu apostólico en clubes deportivos, culturales, etc. —como las demás personas de su condición—, o en asociaciones que fomen-

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tan las relaciones sociales, mediante la organización de fiestas y reuniones. Como es lógico, evitarán los lugares desaconsejables, o incluso poco convenientes, por su ambiente demasiado mundano, o por dominar allí alguna ideología anticristiana. En caso de duda, la prudencia les llevará a plantear la oportuna consulta. Y siempre, al decidir su inscripción o permanencia en alguna de esas entidades, considerarán, muy en primer lugar, las reales posibilidades que ofrezca para hacer una honda y duradera labor apostólica.

Es evidente la especial importancia, para la recristianización de la sociedad, del trato apostólico con los intelectuales que destaquen —mayores y jóvenes, con una posición y prestigio consolidados o en los comienzos de la carrera—, trabajando para que la misma verdad científica y el progreso sirvan de camino que impregne los hombres y la cultura con el conocimiento de Dios. Los encargados de Grupo sabrán animar y orientar a los que reúnan condiciones a estar presentes en academias científicas o de humanidades, o en los llamados think-tanks; a escribir y publicar; a crear escuela, especialmente por parte de los que se dediquen a la docencia universitaria o a la investigación, etc.

Para el servicio a la Iglesia, es también capital impulsar el apostolado con personas relacionadas con los medios de comunicación social: empresarios, directivos, divulgadores, productores, guionistas, escritores, periodistas, publicistas, fotógrafos, técnicos y, en general, con profesionales que pueden difundir eficazmente la doctrina de la Iglesia y realizar así una vasta labor de almas.

También para que el espíritu cristiano se difunda ampliamente, es preciso realizar un intenso apostolado con quienes, por su oficio o profesión, están en contacto y cuentan con posibilidades de tratar a grupos numerosos de personas: asistentes sociales, médicos, pintores, escultores, músicos, literatos, empleados de agencias de viajes, etc. Por lo general, interesa relacionarse con esas personas en grupos apropiados, homogéneos por edad y ambiente social. Se organizarán para ellos cursos de retiro, retiros, Círculos, cursos de formación cristiana básica...

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Es interesante también intensificar el apostolado con quienes trabajan en editoriales de libros de texto o en la enseñanza — pública o privada, a todos los niveles—, con el fin de contribuir a la educación cristiana de la juventud.

Los que viven en pueblos pequeños, o los frecuentan, procurarán, con la gracia de Dios, promover vocaciones entre quienes se encuentran en situación de emprender un amplio apostolado en ese lugar y cooperar —con su ejemplo y con su palabra— a que se empapen de espíritu cristiano todas las actividades de esa pequeña colectividad. Por ejemplo, el farmacéutico, el juez, el médico, el secretario de ayuntamiento, el barbero, el maestro...

De modo semejante, los Supernumerarios y Cooperadores pueden colaborar en el apostolado de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, presentando a los sacerdotes diocesanos que conocen.

En todas partes hay que tener una preocupación particular por extender la labor apostólica a las personas de otros países, sin distinción de raza, lengua, condición social, etc. Interesa que muchos se incorporen a medios de formación, porque —además de las vocaciones que el Señor traerá— estas personas, al volver a sus regiones de origen, podrán ser una ayuda eficaz o servir de base para comenzar la labor apostólica.

Cuando un Cooperador, o un amigo que participa en la labor de San Gabriel, vuelve a su país de origen, se le facilita la dirección de una obra corporativa de apostolado, enviando a la Comisión Regional los datos oportunos, a través de los propios Directores. Si marcha a un sitio donde aún no ha comenzado la labor apostólica de la Prelatura, bastará informar a la propia Comisión Regional.

Los cristianos hemos de fomentar en las almas un recio afecto al culto divino. Por eso, será muy conveniente hacer apostolado con los anticuarios. Entre otros puntos doctrinales, se les ayuda a comprender que no es grato a Dios destinar a usos profanos los vasos sagrados, las imágenes, los ornamentos y otros objetos de culto, que a veces son tristemente vendidos como antigüedades. Lógicamente, para evitar causarles un perjuicio —dejando el

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campo libre a una competencia desleal que nunca faltará—, se les moverá a rescatar esos objetos para el culto. En muchas ocasiones, se podrán recuperar algunos de esos objetos, pagando siempre lo que sea justo, cuando se necesiten en los Centros, o proponiendo que se regalen a sacerdotes o a iglesias pobres.

Responsabilidad y participación en las iniciativas apostólicas

Para que todos asuman la responsabilidad que les corresponde en la promoción y en la gestión de las obras apostólicas, ha resultado un buen procedimiento la creación de grupos promotores y Patronatos de determinadas labores.

En concreto, las asociaciones o centros de ex-alumnos de Residencias y de colegios, de obras corporativas o labores personales, se han demostrado eficaces instrumentos de apostolado y proselitismo en la labor de San Gabriel. En muchos casos, los Supernumerarios toman parte activa en la promoción y organización de esas iniciativas. Podrán salir de ahí muchas vocaciones; y otros serán Cooperadores, o sencillamente buenos amigos que colaboran —con sus oraciones y sus limosnas— a los diversos apostolados.

Para que cada uno actúe en este campo con espontaneidad y responsabilidad, es necesario que todos consideren las labores como algo propio, y que participen del afán de sacar adelante la Obra, en la Región y en todo el mundo. Interesa que se asigne a cada uno un encargo adecuado, de modo que se le exija en esa tarea concreta.

Resulta necesario descubrir y formar a quienes reúnan condiciones —buen espíritu, criterio, capacidad profesional—, para que dediquen tiempo y participen en la dirección de las entidades promotoras o gestoras de instrumentos apostólicos y de las labores que fomentan. Los Supernumerarios y Cooperadores activos han de asumir gran parte del peso en las obras de apostolado, y trabajar con iniciativa en la extensión y sostenimiento económico de esas labores, así como aprovecharlas para ir más lejos en el trabajo con los Cooperadores.

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Las iniciativas serán lógicamente muy diversas, porque cada uno realizará algo de acuerdo con sus condiciones y circunstancias personales. Pero, en todos los casos, será bueno fomentar la magnanimidad para acometer objetivos o proyectos de mayor alcance, aceptando —si es preciso— un riesgo razonable y cierta inseguridad, con el fin de influir cristianamente en la sociedad. Unos tendrán, por ejemplo, posibilidades de iniciar una fundación o una entidad —de carácter nacional o internacional— capaz de secundar las innumerables labores apostólicas en todo el mundo, o participar en las que ya existen; otros dedicarán energías, con paciencia y constancia, a gestionar apoyos que algunas instituciones de países desarrollados ofrecen para iniciativas de carácter social, pastoral, etc. Otros intervendrán en la dirección y gestión de esos instrumentos apostólicos. Y todos, además de contribuir con regularidad y generosidad con sus aportaciones, sabrán marcarse metas altas a la hora de conseguir donativos.

Entrelazamiento de las labores de San Gabriel y San Rafael

Para que los apostolados de la Obra crezcan al ritmo que el Señor desea, es necesario que todas las labores —la de San Miguel, la de San Gabriel y la de San Rafael— se desarrollen armónicamente: cada una sirve de punto de apoyo y de enriquecimiento para las otras.

Así, la expansión de la obra de San Gabriel ampliará la base de la de San Rafael: si hay muchos Supernumerarios, serán más los chicos que, desde pequeños, recibirán en sus hogares el espíritu básico del Opus Dei; aprenderán a luchar en la batalla espiritual, y les será más fácil vencer en su pelea personal; y surgirán abundantes vocaciones. Por eso, es necesario ampliar constantemente la labor de San Gabriel y conseguir un entrelazamiento, cada vez más estrecho, entre los apostolados de San Rafael y de San Gabriel.

Como consecuencia inmediata de la caridad ordenada —sin apegamientos desordenados a la familia—, los primeros que se benefician de la labor apostólica de la Obra son los propios

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parientes: por esto, el apostolado personal de todos —jóvenes o mayores— y las iniciativas de cada Centro, se extienden cuanto antes a las familias.

Del mismo modo, cuando se anima a una persona a que participe en la labor de San Gabriel, se debe pensar inmediatamente cómo acercar su familia a la Obra. Si tiene hijos jóvenes, brotará con gran naturalidad la importancia de su formación, y se les explicará la labor de algún Centro de San Rafael y el modo de lograr que sus hijos —preferentemente, a través de un amigo de su misma edad— acudan a ese Centro, si lo desean.

La colaboración de los Supernumerarios y Cooperadores activos en la labor apostólica con la juventud puede consistir, entre muchas otras iniciativas que cada uno desarrolle, en presentar a los chicos que conozcan y que reúnan condiciones, respetando siempre la más absoluta libertad de los interesados. Por ejemplo, los profesores de centros de enseñanza primaria, secundaria o superior, al cumplir su deber de convertir el trabajo profesional en ocasión y medio de apostolado, aprovecharán con gracia y simpatía las oportunidades de que sus alumnos conecten con alguna labor apostólica dirigida a la juventud.

De modo semejante, cuando Supernumerarios, Cooperadores o amigos busquen profesores para dar clases particulares a sus hijos, pueden entrar en relación con algún Centro de San Rafael, donde, generalmente, habrá alguno capaz de ocuparse de esas lecciones, a la vez que realiza un apostolado personal.

Para que el entrelazamiento de las labores se desarrolle con fluidez, los encargados de Grupo sabrán qué actividades se llevan a cabo en los Centros de gente joven, con el fin de facilitar esos datos y de tratar apostólicamente a los padres de los chicos que frecuentan esos Centros.

Recíprocamente, los Consejos locales de los Centros de San Rafael, se esforzarán en aprovechar toda esa ayuda, y conocerán los cauces más adecuados para relacionar con la labor apostólica a los padres de los chicos. De entre esos padres, saldrán muchos

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Cooperadores, en los que, con la gracia de Dios, prenderá la vocación a la Obra, si se hace una buena y constante labor de apostolado personal.

Es también muy eficaz que algunos Grupos de Supernumerarios se responsabilicen especialmente de colaborar con un determinado Centro, dedicado a la labor de San Rafael, para tratar a los padres de los chicos, para ayudar a resolver las necesidades materiales de la labor, etc. Incluso, puede ser conveniente que esos Supernumerarios tengan en la sede del Centro de San Rafael algunos de sus retiros mensuales, Círculos de Cooperadores u otros medios de formación. Si se programan con tiempo, y de acuerdo con el Consejo local, no interfieren para nada con las actividades de la gente joven y son, en cambio, una buena ocasión para que vean y aprecien más esta labor.

Trabajando así, con una coordinación constante entre los Consejos locales de San Gabriel y de San Rafael, resultará lógico que a esos padres, que han demostrado con hechos una sana preocupación por sus hijos, se les abran horizontes nuevos, mostrándoles el ejemplo de tantas familias que, en muchos países, promueven y sacan adelante centros de formación: colegios, clubes, Residencias, escuelas deportivas, etc., en los que el espíritu de la Obra, unido a una sólida preparación humana, alcanza a un gran número de muchachos jóvenes, para que lleguen a ser ciudadanos ejemplares, cristianos consecuentes en su actuación profesional y social.

Además, surgirán entre estos padres nuevas iniciativas, que se encauzarán y orientarán, de acuerdo con las posibilidades reales, y con este criterio claro: no se debe nunca apagar entusiasmos, sino aprovechar para el servicio de la Iglesia, para el apostolado, todo el caudal de energías, de experiencias y de medios económicos, que esas personas están en condiciones de movilizar.

Nuestro Padre, desde el Cielo, bendecirá muy especialmente este empeño y —como lógica consecuencia— se multiplicarán esos hogares luminosos y alegres, que son auténticos semilleros de vocaciones.

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Medios tradicionales de apostolado

El trabajo apostólico de la Prelatura constituye una gran catequesis, dirigida a acercar las almas a Dios, de modo que le conozcan, le traten y le amen, y respondan con generosidad a la vocación que el Señor da a cada una. La labor de San Gabriel está bien cuajada cuando en cada Centro, junto a bastantes Supernumerarios, muchos Cooperadores participan habitualmente en los Círculos y en los demás medios de formación.

De esta manera se transmite una sólida doctrina —adaptada a las circunstancias individuales—, que resulta imprescindible para avanzar en la piedad auténtica y realizar la misión apostólica del cristiano. Por esto, cuando se acercan a la Obra personas que no tienen esa base doctrinal, se ha procurado siempre que la adquieran antes de incorporarse a los Círculos. Conviene buscar modos de facilitar la asistencia: diversidad de horarios, darlos en lugares cercanos a los puntos de trabajo, etc.

Cursos básicos de formación humana y cristiana

Como no se puede limitar el apostolado a quienes ya poseen una buena base cristiana, los fieles de la Prelatura sienten la preocupación constante de ayudar a sus amigos y compañeros a reforzar, o adquirir, los conocimientos fundamentales de la fe y de la moral. Con este afán de servicio, descubren las deficiencias en la formación de esas personas; y procuran suplir esas lagunas — en primer lugar, a través de una amistad sincera—, y fomentan su deseo de recibir la formación.

Por esto, deben organizarse muchos cursos básicos de formación humana y cristiana, partiendo de que hemos necesitado, y todos necesitan, acoger o consolidar la propia formación antes de incorporarse a los Círculos. Estos cursos básicos de ordinario se desarrollan en cualquier período del año, con el título más oportuno en cada caso (clases de doctrina cristiana, ciclo de cuestiones teológicas fundamentales, aula de teología, etc.). En el Anexo 5 se recoge un posible temario.

Como es lógico, algunos podrán —a juicio del Consejo local—

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incorporarse a los Círculos, sin pasar por ese curso básico; a otros se les ofrece la oportunidad de asistir a la vez a Círculos y a esas sesiones de formación fundamental; convendrá que otros, aunque se incorporen directamente a los Círculos, mejoren sus conocimientos de algunos temas del curso básico. También cabe que determinadas cuestiones se expliquen en retiros, en Convivencias, o en cursos de retiro a los que acudan estas personas. Lo importante es asegurar que todos adquieran cuanto antes —por el camino más oportuno— esa formación cristiana elemental y práctica, imprescindible para participar con provecho en los medios tradicionales de formación, y llevar una conducta cada vez más coherente con la fe.

Para la mayor eficacia de esta actividad formativa, se fomenta el clima de familia cristiana, tan propio del espíritu de la Obra: se exponen los temas con sencillez, de modo atractivo y adecuado a los asistentes; se habla con vibración y calor humano; y se trata apostólicamente a cada uno.

Esta labor constante, fruto de una amistad humana y sobrenatural, facilita la asistencia regular a este medio de formación; permite subrayarles personalmente los temas de las clases a las que no hayan podido acudir; ayuda a fijar las ideas principales; ofrece ocasión para hablar individualmente con cada uno, y para empujarles a sacar conclusiones prácticas y propósitos de lucha.

Pero es preciso conocer bien a las personas y explicar con orden el temario, además de comprobar periódicamente que van asimilando la doctrina.

Resulta preferible organizar este apostolado en varios grupos reducidos, que vayan dividiéndose, de modo análogo a los Círculos. Sin embargo, cuando parezca oportuno, no hay inconveniente en planearlo de otra manera: por ejemplo, desarrollando algunos temas en forma de conferencias para un mayor número de asistentes.

Se encargan las clases o charlas a quienes reúnan las condiciones requeridas para dirigir Círculos de Cooperadores, también las relativas a moral, pues no son clases de teología, sino de doc-

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trina cristiana elemental. Habitualmente, una misma persona se encargará de atender a cada grupo; no obstante, puede ser muy aconsejable que algún tema lo presente el sacerdote, para facilitar también que algunos de los asistentes inicien la dirección espiritual.

Estos cursos básicos o elementales, como es evidente, no suplen en ningún caso las clases de doctrina católica del Programa de formación inicial, aunque a éstas puedan asistir —y, con frecuencia, será aconsejable que lo hagan— también los Cooperadores; por ejemplo, para acompañar a sus amigos o como un encargo apostólico concreto.

Además de este curso elemental de formación humana y cristiana, se procurará incrementar los conocimientos doctrinales de todos, a través de los medios tradicionales de formación. Concretamente, en los Círculos de Cooperadores y en las meditaciones, se deben recordar siempre, con el detalle oportuno, los fundamentos doctrinales (de fe y moral) de los correspondientes temas ascéticos.

En los retiros mensuales, se incluye una plática del sacerdote —o una charla de un seglar, según el tema—, para profundizar en algún aspecto doctrinal.

En los cursos de retiro, se tienen dos pláticas cada día, dedicadas a puntos doctrinales de importancia y a sus aplicaciones prácticas: por ejemplo, el sacramento de la Penitencia o cómo hacer una buena Confesión. En las Convivencias se dan también clases o charlas sobre la doctrina y la moral cristianas: al menos, una cada día. Finalmente, en los diversos medios de dirección espiritual personal —sin convertirlos en clases—, sacerdotes y seglares realizarán una continua catequesis, valorando prudentemente y completando, en aspectos concretos, la formación doctrinal de quienes charlan con ellos.

Retiros y cursos de retiro

Los Consejos locales y los encargados de Grupo prestan especial atención a los cursos de retiro espiritual, que son camino muy

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eficiente para que muchas personas empiecen a participar regularmente en la labor de San Gabriel, y se decidan a llevar una dirección espiritual.

La duración de estos cursos varía según las circunstancias del ambiente y de las personas que asistan, pero su eficacia depende mucho de que abarquen tres días completos.

Los retiros y los cursos de retiro se organizan y se dan siempre, aunque haya pocos asistentes: una o dos personas. No se cierra nunca la puerta cuando vienen muchos, ni se rechaza a uno solo. Así se ha trabajado desde el comienzo, y éste es el espíritu que se debe mantener.

Sin embargo, como en cualquier otro medio de formación, nadie puede conformarse cuando la asistencia sea baja, si no se han puesto todos los medios sobrenaturales y humanos; y hay que sacar experiencia de esa realidad. Las cifras de asistentes a los medios tradicionales han de guardar proporción con el número de personas que cada uno debe tratar apostólicamente. Si no, es señal de que el apostolado personal carece de la vibración debida.

A causa de la ignorancia religiosa que hay en determinados ambientes, puede suceder con relativa frecuencia que a algunos de los que acuden por primera vez a un curso de retiro, les falten ideas claras sobre las condiciones necesarias para recibir la Sagrada Comunión. Por tanto, se pondrán los medios para evitar que —al ver que otros se acercan a comulgar el primer día de retiro— lo hagan también ellos, sin la debida preparación.

Por esto, al invitar a los amigos, se les comentará, en una conversación personal bien razonada, que uno de los frutos más importantes de esos días de retiro puede ser una buena Confesión sacramental, inicio de una conversión profunda y de una lucha ascética seria; y se les animará a disponerse con hondura para recibir este sacramento, aconsejándoles —si es el caso— que, mientras tanto, no se acerquen a comulgar, aunque vean que otros lo hacen, porque nadie juzgará su comportamiento.

También por este motivo, el sacerdote estará muy disponible

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para atender a los asistentes al curso de retiro desde su llegada: así se comunicará a todos, entre las indicaciones generales que suelen comunicarse al comienzo. No hay inconveniente, por tanto, en fijar para más tarde la Misa del primer día, si se piensa que bastantes querrán acudir antes al sacramento de la Penitencia.

El sacerdote dedicará unos minutos de la meditación preparatoria — quizá hacia el final— a tratar de la reconciliación con el Señor: el curso de retiro ha de ser un paso adelante en el amor a Dios, y un medio muy eficaz para conseguirlo es una buena Confesión. Con delicadeza y con claridad, hará referencia también a la relación entre Confesión y Comunión.

Durante esos días se pondrán los medios para que los asistentes puedan hablar con tranquilidad con el sacerdote, de modo que se les ayude a concretar los propósitos. Si fuera necesario, por el número de asistentes, podría ir otro sacerdote para ayudar.

No es oportuno proyectar, durante los cursos de retiro, filmaciones de películas de tertulias con nuestro Fundador o sus sucesores. Hay otras muchas oportunidades para dar a conocer la figura de nuestro Padre y la Obra, como las Convivencias de Cooperadores o proyecciones periódicas en los Centros para los amigos, con una buena presentación (cfr. Anexo 6).

A veces, se organizarán expresamente cursos de retiro dirigidos a personas que carecen de la formación religiosa y de la cultura necesarias. En estos casos, se programa una actividad intermedia entre un curso de retiro y una Convivencia: no se guarda silencio todo el día, se fija un menor número de pláticas y meditaciones y, sobre todo, se ponen algunas clases o charlas de formación —muy bien pensadas, casi siempre de rudimentos de doctrina católica, según las circunstancias de los asistentes — , dirigidas a la cabeza y al corazón, con don de lenguas, para darles la formación fundamental que les falta, explicando las verdades elementales de la fe, algunos principios de moral, con las aplicaciones prácticas necesarias. En años sucesivos, cuando esas personas hayan adquirido la oportuna preparación, podrán ya asistir a cursos de retiro planteados del modo habitual.

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Puede suceder que algunas personas, tras asistir a un retiro o a un curso de retiro, deseen conservar los guiones que se utilizan para el examen de conciencia, diciendo, por ejemplo, que así aprenderán a enfrentarse consigo mismos, que sacarán más fruto del retiro o del curso, o que lo utilizarán como tema de meditación durante el mes. Nunca conviene acceder a esa petición, para evitar que esas personas, quizá llevadas por una exigencia desproporcionada, caigan en escrúpulos e intranquilidades de conciencia, o, a veces, en una crítica poco sobrenatural. Si se ve oportuno para su alma, se les aconsejará que tomen algún apunte concreto —acomodado a su necesidad personal, sin copiar el guión escrito—, y así lograrán efectivamente obtener los frutos deseados.

No se organizan días de retiro mixtos, tampoco para matrimonios: sino sólo para hombres, o sólo para mujeres. Así se comunica a todos expresamente y de antemano. De este modo, se evita tener que decir que no puede asistir a quien, por equivocación, se presentara en uno organizado para personas del otro sexo.

En los cursos de retiro y en las Convivencias de Cooperadores se puede dar una charla sobre la Obra, cuando se vea conveniente. Quien se encargue, una persona con experiencia, ha de prepararla bien: con un guión suficientemente extenso y detallado, para no dejar nada a la improvisación, aunque se trate de cosas muy conocidas, previendo también posibles preguntas. Habrá de conocer lo mejor posible las entrevistas que han concedido a la prensa nuestro Padre y sus sucesores, y algunos escritos teológicos y jurídicos sobre el Opus Dei publicados por fieles de la Prelatura.

El contenido y el planteamiento de la charla serán distintos, según el tipo de personas. Normalmente, lo más adecuado será explicar bien los rasgos esenciales de la Obra, sin entrar en disquisiciones jurídicas propias de especialistas. A veces, será oportuno hablar más de las obras corporativas de apostolado, pero dejando claro que lo fundamental radica en la santificación del trabajo profesional y en el apostolado individual de cada fiel de la Prelatura.

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Es importante facilitar que todos aclaren sus posibles dudas. Por eso, conviene advertir que, una vez terminada la charla, se pueden formular todas las preguntas que se deseen.

Ha producido buenos resultados dejar algunas publicaciones sobre la Obra a la vista, e incluso entregar alguna a personas determinadas.

Obras de misericordia

La práctica de las obras de misericordia constituye un medio eficaz para conseguir más ayuda del Señor en servicio de la Iglesia, de la Obra y de todas las almas.

Los Supernumerarios ejercitan estas obras, corporales y espirituales, de mil formas distintas —llenas siempre de naturalidad—, con personas de la propia familia, con amigos y conocidos, y con otras muchas gentes, necesitadas de auxilio material o espiritual, con las que toman contacto a través de su profesión o de sus relaciones sociales.

En la sede de los Centros no se organizan esas variadísimas formas de practicar la caridad cristiana: se estimulan más y más, recordando a todos —también a los Cooperadores— los grandes bienes espirituales que se logran con ese esfuerzo: el tesoro de las oraciones y de los sufrimientos de tantas personas, en las que vemos siempre a Cristo; y el Señor, que es buen pagador, nos transforma interiormente, fortaleciendo la vida interior y el apostolado. Ese contacto con los que sufren, con los desheredados, es, además, el mejor antídoto contra uno de los peligros que más deben temer los cristianos: el aburguesamiento.

Aunque cada uno ha de seguir espontáneamente el camino que prefiera para realizar las obras de misericordia —en ocasiones, también a través de la parroquia u otras asociaciones de caridad—, los encargados de Grupo deben estar muy pendientes, para dar las orientaciones oportunas, pues esta tarea forma parte del encargo apostólico concreto y del apostolado personal dirigido.

Este modo de servir al prójimo es, además, un gran medio apostólico, no sólo porque constituye, ya de por sí, un valioso

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apostolado, sino porque ordinariamente se acude acompañado por amigos y conocidos, a quienes el contacto con el sufrimiento, con la pobreza, les mueve el corazón para que la gracia de Dios encuentre en ellos un terreno más preparado.

Esta atención, extensa y profunda, a tantas necesidades materiales y espirituales de los necesitados, trae también consigo un redoblarse de las iniciativas personales —con la colaboración de Cooperadores y amigos— para ayudar a gentes que carecen de doctrina y cultura, sufren enfermedades o no poseen medios económicos: ambulatorios, clínicas, escuelas de capacitación para obreros o campesinos, catequesis, centros para disminuidos psíquicos, iniciativas para difundir la buena doctrina, etc. Estas actividades irán adelante con mentalidad profesional, y sin que obstaculicen el cumplimiento de las obligaciones propias de cada uno.

Otros criterios sobre el apostolado

Habitualmente, los Supernumerarios realizan su labor apostólica en su propio hogar y entre sus compañeros y vecinos, sin necesidad de dirigir o participar en asociaciones piadosas. Pero, en determinadas circunstancias, y siempre que lo deseen, intervendrán en esas organizaciones. Por ejemplo, en ambientes rurales, especialmente en pueblos pequeños, quizá desedificaría que se abstuvieran de participar.

Puede revestir especial interés su colaboración en las viejas cofradías: la del Santísimo Sacramento, la de la Doctrina Cristiana, una de la Santísima Virgen que sea tradicional en el lugar, la del Santo Patrono del pueblo. En todo caso, sabrán trabajar con la humildad de no ocupar, en lo posible, puestos de dirección y, en cambio, buscar a otras personas y formarlas para el eficaz cumplimiento de esas tareas directivas.

Si a un Supernumerario, precisamente por ser fiel de la Prelatura, le piden que trabaje en una asociación de fieles —la Acción Católica, por ejemplo—, explicará que deben dirigirse al Vicario Regional, en cuanto Ordinario de la Prelatura en el país.

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En el caso de que presentaran la petición no por ser fiel de la Prelatura, sino intuitu personae, antes de dar una respuesta es lógico que busque el consejo de los Directores inmediatos; y después comunicará su personal decisión a los dirigentes de esa asociación.

Si acepta, depende —en lo que se refiere a ese trabajo— exclusivamente de la autoridad de esa Asociación; por ejemplo, del Obispo de la diócesis. Es preciso explicar este criterio a los que participen en asociaciones de fieles, especialmente si llevan poco tiempo en la Prelatura.

En su intervención no emplean ni las ideas, ni los métodos de apostolado propios de la Prelatura, sino que respetan y siguen el modo habitual de proceder en la organización correspondiente.

Ya se entiende que el trabajo de los Supernumerarios en asociaciones diocesanas de fieles no debe suponer obstáculo, en ningún caso, para que reciban su formación específica: seria poco congruente con su condición de fiel del Opus Dei que un Supernumerario se dedicase a vivificar esas asociaciones religiosas, movimientos de apostolado, etc., y descuidase la labor apostólica propia y específica de la Obra.

Cuando miembros de asociaciones diocesanas de fieles solicitan la admisión como Supernumerarios, pueden seguir trabajando en esas asociaciones. Antes de aconsejarles que abandonen esa tarea, es prudente que el encargado de Grupo consulte al Consejo local.

La labor de San Gabriel se dirige a toda clase de personas que, en medio del mundo, trabajan en los más variados oficios y profesiones, extendiendo la llamada universal a la santidad en los ambientes civiles y seculares de la sociedad: es decir, se dirige a los fieles corrientes. Por su parte, las actividades de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz están destinadas al clero diocesano y a los candidatos al sacerdocio de las diócesis. En consecuencia, no se invita a los diáconos permanentes a participar en los medios de formación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz ni de la

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obra de San Gabriel, porque no son adecuados para ellos. Cuando nuestro Padre, al tratar de los Supernumerarios, escribió que pueden ser también clérigos (cfr. Instrucción, mayo-1935/14-IX-1950, n. 18), se refería a los sacerdotes Supernumerarios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Por supuesto, si un diácono permanente lo desea, se le atiende mediante la dirección espiritual personal, preferiblemente en una iglesia.

Naturalmente, los fieles de la Obra manifiestan hacia ese ministerio el respeto que se tiene siempre en la Prelatura hacia todo lo que establece la legítima autoridad de la Iglesia. Se trata simplemente de señalar que ese camino no es adecuado para los miembros del Opus Dei, sin que el hecho de precisar esta realidad suponga un menor aprecio hacia esa manera de servir a Dios ni hacia las personas que la escogen, del mismo modo que los miembros de la Obra aman y veneran a los religiosos, pero éstos no pueden ser admitidos en la Prelatura ni en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. La Prelatura está compuesta por fieles laicos, y por los sacerdotes procedentes de estos laicos, para prestarles el servicio sacerdotal; y la Sociedad Sacerdotal está integrada por sacerdotes diocesanos y por diáconos que se preparan para recibir el sacerdocio.

En ese mismo orden de respeto y de cariño, de veneración, está la realidad de que muchas instituciones de la Iglesia organizan apostolados dirigidos simultáneamente a hombres y mujeres; y, en cambio, en el Opus Dei los apostolados de las mujeres son completamente independientes de los que llevan a cabo los varones.

Estos criterios se dan a conocer con mucha delicadeza, de forma que si oyeran la explicación los interesados o sus parientes, no se sentirían heridos en modo alguno, y comprenderían bien esta forma de proceder.

La Prelatura no promueve peregrinaciones u otras manifestaciones públicas de culto. En cambio, no hay inconveniente en que una labor personal o una iglesia organice actividades de ese tipo, pero siempre como una actividad de la iglesia o de la labor personal, no en el ámbito de la labor de San Gabriel. Los fieles de la

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Prelatura que participan en esos actos, acuden siempre a título personal. En cualquier caso, para las peregrinaciones de matrimonios, hay que evitar que asistan sacerdotes de la Prelatura —con más motivo, no deben ir Numerarios o Agregados laicos—, a no ser que se trate de un sacerdote que desarrolla su labor pastoral en la iglesia que promueve esa iniciativa, con un claro sentido apostólico.

Es lógico que deseemos que el Santuario de Nuestra Señora de Torreciudad —signo visible de la fe y de la honda devoción mariana de nuestro Padre— sea punto de atracción para gentes de todo el mundo, y se renueven en sus almas los milagros de la gracia, a través del sacramento de la Penitencia. Un modo práctico de fomentar las peregrinaciones consiste en animar a quienes piensan realizar un viaje —para celebrar un acontecimiento familiar, para agradecer a nuestro Padre algún favor, etc.— que aprovechen esa ocasión, si pueden, para ir a rezar ante la Virgen de Torreciudad, que está tan unida a la historia de la Obra.

Además, si lo ven oportuno, los Supernumerarios y Cooperadores pueden sugerir en su parroquia, en cofradías u otras instituciones de las que formen parte, que se incluya un paso por Torreciudad cuando alguna de estas entidades planea una peregrinación. Si existen en el país organizaciones dedicadas a promover la piedad mariana, también es útil dar a conocer Torreciudad, para que puedan fomentar las visitas y peregrinaciones al Santuario; así como a agencias de viajes que incluyen en su oferta este tipo de viajes.

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