Experiencias de las labores apostólicas, Roma, 2003/Presentación
Experiencias de las labores apostólicas, ROMA, 6-X-2003
PRESENTACIÓN
Se ha preparado la nueva edición del Vademécum del gobierno local (19-III-2002), y ahora este volumen de Experiencias de las labores apostólicas, para orientar a los Consejos locales en el desarrollo de las obras de San Miguel, de San Gabriel y de San Rafael, que —como aseguraba nuestro queridísimo Padre— son como tres ramas del Opus Dei, tres manifestaciones apostólicas que vienen a recoger y a ordenar todas las fuentes de nuestro trabajo sobrenatural, en servicio de Dios Nuestro Señor, de la Iglesia Santa y de todas las almas[1].
El 2 de octubre de 1928, fecha fundacional del Opus Dei, nuestro Padre vio claramente que el Señor quería en su Obra a personas de todos los ambientes de la sociedad —laicos y sacerdotes, solteros, casados y viudos, en unidad de vocación—, dedicadas a la búsqueda de la santidad y al ejercicio del apostolado en medio de las actividades humanas. El 6 de octubre de 1932, mientras hacía un curso de retiro espiritual en Segovia, nuestro Fundador recibió una nueva luz divina que le llevó a invocar con segura piedad, como Patronos de la Obra y de sus diversos apostolados, a los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, y también a los Santos Apóstoles Pedro, Pablo y Juan.
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Desde el primer momento, y a medida que se desarrollaba el trabajo apostólico, nuestro Fundador fue poniendo por escrito orientaciones que eran fruto de la luz de Dios, de su experiencia de almas y también de las sacadas en la expansión apostólica. El 6 de octubre de 2002, cientos de miles de personas procedentes de todos los países y situaciones sociales, se daban cita en la Plaza de San Pedro, en Roma, para asistir a la canonización de quien había sido instrumento dócil en las manos de Dios para abrir los caminos divinos de la tierra. Había allí fieles del Opus Dei, Cooperadores, muchachos de San Rafael, amigos y personas devotas de San Josemaría, de todas las edades. Aquella muchedumbre, y la que seguía el acontecimiento a través de los medios de comunicación, aparecía a los ojos de la Iglesia y del mundo como una gozosa confirmación de lo que nuestro Padre había visto en 1928, repetidamente reafirmado por el Señor, de modos diversos, en los años sucesivos.
Todos los fieles de la Prelatura debemos esforzarnos, con la ayuda de Dios, por ser como una brasa encendida en los lugares de trabajo y en los apostolados que la Obra nos encomienda. Por la movilidad y disponibilidad habituales —en cuanto al trabajo y a la residencia— de los Numerarios y los Agregados, la obra de San Miguel (...) es el fundamento — la fuerza — que sostiene toda nuestra familia (...). Tiende a dar formación a los Numerarios y a los Agregados (...), dándoles todos los medios espirituales y doctrinales, que necesitan, para que logre toda su eficacia la dedicación personal que han hecho — por Amor de Dios —, buscando la perfección cristiana y ejerciendo el apostolado en el trabajo de la propia profesión u oficio[2]. La obra de San Miguel constituye una silenciosa y operativa misión de servicio, sin relumbre humano pero con luces divinas, porque transforma las almas en dóciles y humildes instrumentos de la gracia de Dios.
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En la obra de San Gabriel se manifiesta con relieve la fecundidad espiritual de la doctrina vieja como el Evangelio, y como el Evangelio nueva, que predicó nuestro Fundador. Porque entre los Supernumerarios, hay toda la gama de condiciones sociales, de profesiones y de oficios. Todas las circunstancias y las situaciones de la vida son santificadas por esos hijos míos —hombres y mujeres—, que dentro de su estado y de su situación en el mundo, se dedican a buscar la perfección cristiana con plenitud de vocación[3].
Desde los comienzos del Opus Dei, nuestro Padre se rodeó de gente joven —estudiantes, obreros, empleados— que, con el idealismo propio de sus años, abrían el corazón a las maravillas del Amor divino y se disponían a responder con generosidad a sus requerimientos. Nació así la obra de San Rafael, una tarea sobrenatural de formación que, impregnada del respeto a la libertad característico del espíritu del Opus Dei, mira a despertar entre los jóvenes el ideal de un compromiso cristiano vivido de lleno. Nuestro Fundador consideraba esta labor como la niña de los ojos, porque en la juventud reside la esperanza de un mañana mejor, para la Iglesia y para la humanidad, y porque nada hay comparable con el arte de plasmar, para Dios, las almas de los jóvenes. Y así, todos los fieles de la Prelatura colaboran de algún modo con este apostolado, y sienten vivamente el ansia de infundir el espíritu cristiano en las nuevas generaciones: invitan a esas personas a recorrer el camino de la santidad, a compartir el altísimo ideal de poner a Cristo en la entraña de todas las actividades humanas, y a lanzarse a un apostolado decidido, para ser testigos veraces de Cristo en medio de las realidades terrenas.
Estas Experiencias no tienen por sí mismas carácter jurídico. Además de recordar aspectos esenciales del espíritu de la Obra y normas establecidas en los documentos que configuran jurídicamente
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la Prelatura, recogen orientaciones útiles para la aplicación de esas disposiciones; criterios técnicos para la promoción de obras apostólicas, etc.
Pido a los Santos Arcángeles y Apóstoles Patronos nuestros, a San José y a la Santísima Virgen, que intercedan ante Jesús para que estas orientaciones y experiencias, nacidas de los desvelos pastorales de nuestro santo Fundador, sigan produciendo, en el mundo entero, abundantes frutos de santidad en servicio de la Iglesia y de las almas.
vuestro Padre
+ Javier
Roma, 6 de octubre de 2003.
Primer aniversario de la Canonización
de San Josemaría Escrivá de Balaguer.
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