Experiencias de las labores apostólicas, Roma, 2003/Obra de San Rafael

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Experiencias de las labores apostólicas, ROMA, 6-X-2003

Parte III. OBRA DE SAN RAFAEL


Naturaleza y objetivos de la labor de San Rafael

La obra de San Rafael ofrece una formación sobrenatural y humana, según el espíritu del Opus Dei, a universitarios y estudiantes de escuelas secundarias, y a jóvenes de diversas profesiones y condiciones sociales, sin distinción alguna. Por lo tanto, con el nombre de obra de San Rafael se denomina el apostolado que los fieles del Opus Dei hacen con la juventud, sin que pueda nunca entenderse o considerarse como una asociación o agrupación, porque no lo es.

La doctrina de la Iglesia llega a muchas personas a través de esta labor, con el espíritu de la Obra. El celo apostólico mueve a cada fiel de la Prelatura a ampliar constantemente el número de los que participan en la labor de San Rafael, con el fin de formar a muchos jóvenes, para que sean cristianos consecuentes en su vida profesional y social, y se comporten como hijos fieles de la Iglesia y ciudadanos ejemplares.

Al mismo tiempo, esta profunda formación espiritual y humana pone a muchas personas jóvenes —con edad suficiente para saber bien qué hacen— en condiciones de recibir la llamada divina a la Obra: es el medio ordinario con que cuenta Dios —descuidarlo sería desoírle, obligarle a conceder gracias extraordinarias— para preparar las futuras vocaciones, que serán así instrumentos apostólicos eficaces desde el pri-

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mer momento, y asimilarán el Programa de formación inicial con el máximo provecho.

Comienzo, desarrollo y continuidad

En cuanto hay un Centro en una ciudad, o incluso antes, se puede y se debe iniciar la obra de San Rafael. Basta comenzar con un grupo pequeñísimo. Nuestro Padre dirigió el primer Círculo con tres estudiantes. No es difícil lograr que frecuenten el Centro tres o cuatro muchachos, y que acudan a la dirección espiritual. Muchas veces, serán compañeros de estudio o de trabajo de algún miembro del Opus Dei. Después, estos chicos invitarán a sus amigos, colegas o parientes, y se irá ampliando y multiplicando la labor. Por su parte, los Supernumerarios que viven en una ciudad en la que no existe aún Centro, si realizan un intenso apostolado personal, facilitarán el comienzo de las clases de San Rafael, en cuanto puedan ser atendidas desde un Centro de Numerarios o Agregados.

Para impulsar esta labor, es necesario rezar con perseverancia, ser constantes y tratar a muchas almas, abriéndose en abanico. De este modo, va adquiriendo poco a poco madurez, la gracia de Dios provoca verdaderas conversiones en los chicos, y muchas personas jóvenes llegan a pedir la admisión: la obra de San Rafael se pone así en marcha, y será cada vez más abundante, más amplia, más profunda. Además, esta tarea apostólica de los fieles de la Prelatura, empujados por el amor a Dios y a las almas, mantiene siempre vibrante su vida espiritual y aleja innecesarias preocupaciones personales.

Con una amistad honda y sincera —y con una santa desvergüenza para hablar de Dios—, acercarán al Señor a esos muchachos, y les contagiarán el fuego del amor de Dios. Esa amistad surge con más naturalidad, si se emplean los medios sobrenaturales —oración, mortificación—, y si se dedica tiempo, con generosidad y espíritu de sacrificio, para estar con los compañeros de estudio o de trabajo, sin descuidar la propia preparación profesional. El apostolado no se limita nunca a meras invita-

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ciones a los medios de formación. Tampoco se puede esperar que los muchachos vayan solos a un Centro: hay que buscar las almas allí donde están, compartiendo sus mismos afanes, y participando en actividades culturales y deportivas, reuniones de curso, etc.

Buena parte de la formación se encauza a través del apostolado de amistad y de confidencia, sabiendo escuchar, comprender, disculpar, ayudar con una exigencia llena de cariño y de paciencia, fruto de un ejemplo que arrastra, porque no se reduce a dar lecciones, sino que se afana en servir con alegría y sacrificio. Sin amistad y confidencia, no habría labor de San Rafael, ya que cada miembro de la Obra recibe gracia específica de Dios para hacer el apostolado de este modo.

En cuanto hay tres o cuatro chicos que lo deseen y reúnan condiciones, se ponen en marcha las clases del Curso Preparatorio —parte esencial de la obra de San Rafael—, que facilitan la intensificación del apostolado personal con ellos: les resultará natural hablar espontánea y confiadamente con el director del Círculo o con otro seglar, y acudir, si no la tienen todavía, a la dirección espiritual con el sacerdote. Las visitas a los pobres de la Virgen, que se iniciarán cuanto antes, sirven también para mejorar su formación.

Desde el principio, se enseña a los chicos de modo práctico a hacer apostolado, animándoles a presentar a sus amigos, y orientándoles sobre las actividades que mejor podrían servir a esos compañeros: por ejemplo, la posibilidad de frecuentar la sala de estudio, participar en una visita a los pobres de la Virgen, asistir a una meditación, a una actividad cultural o deportiva, etc. Los chicos han de darse cuenta de que su tarea en la obra de San Rafael exige sacrificio, esfuerzos por ser buenos estudiantes o trabajadores competentes, deseo de progresar en la vida espiritual y de ayudar a los demás, y propósitos de ser mejores hijos de sus padres y mejores hermanos de sus hermanos.

Lo primero que se busca es la formación cristiana de todos los que se acercan con buena voluntad. Por este espíritu de caridad cristiana, jamás se deja de lado a ninguno porque no dé esperanza de vocación. También se evita, como es natural, que se aparten muchachos de valía,

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por no haber tenido paciencia para formarles poco a poco, o por haberles planteado la posibilidad de su vocación a la Obra antes de estar preparados. En consecuencia, se les inculca las exigencias de una vida coherentemente apostólica, al ritmo que permitan sus circunstancias personales, dándoles con calma y en pequeñas dosis el espíritu del Opus Dei.

El empeño sobrenatural y humano por el mejoramiento espiritual de esos muchachos lleva a atenderlos con cariño y delicadeza, para que se formen bien y ahonden progresivamente en el trato con Dios. Se les facilita cada avance, sin brusquedades, con comprensión y, a la vez, pidiéndoles siempre algo más de lo que piensan que pueden dar: en su lucha interior, en el apostolado, en la colaboración material y económica. Notarán así el espíritu de filiación divina y de fraternidad, vivido por motivos sobrenaturales, y lo irán haciendo suyo.

Cuando alguno no responde, o parece incluso que retrocede, es indispensable tener más paciencia todavía, ayudarle con la oración y con el trato personal, aunque sea menos intenso durante una temporada: así se demuestra también la rectitud de intención de una amistad sincera. Entonces y siempre, es necesario prevenirles de los peligros, enseñarles a superar los obstáculos —sin excluir los que pueden derivarse de situaciones extremas que quizá, por desgracia, surgen en su propio hogar—, y ponerles en guardia frente a la tentación del desaliento. Es decir, se prestará especial atención a cuanto pueda hacer más difícil la continuidad en el apostolado.

Para servirles en su vida cristiana, es necesario conocer muy bien a los chicos: sus disposiciones, sus circunstancias. De este modo se puede tratar a cada uno según lo ha hecho Dios y según lo lleva Dios (...), dedicar a cada alma el tiempo que necesite, con la paciencia de un monje del medioevo para miniar —hoja a hoja— un códice (Carta 8-VIII-1956, n. 38). En la vida espiritual no caben soluciones "en serie", ni tampoco otros modos de actuación contrarios a la prudencia sobrenatural: la precipitación, el miedo a exigir, el afán exagerado de seguridad que impide avanzar al paso de Dios, etc.

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Al ir desarrollando este apostolado, es posible que, de diez que se han tratado, se marchen seis o siete sin haber podido proporcionarles toda la formación deseada. No hay que preocuparse: es una consecuencia del espíritu de sacrificio y de la exigencia que comporta una vida auténticamente cristiana, a la que la criatura se resiste; y no se puede olvidar que siempre se les habrá transmitido algún bien. Si se sigue adelante con el mismo empeño, y con fe en Dios, acudirán otros en su lugar, y habrá un buen núcleo de verdaderos chicos de San Rafael, que aprovechan con regularidad su plan de formación.

La labor apostólica no se interrumpe en ninguna época del año. Para conseguir continuidad durante los períodos de vacaciones, se adaptan las actividades a las circunstancias de la vida de los muchachos, que suelen ser distintas de las habituales en épocas de clases o de trabajo. Se mantiene el trato apostólico con los que se quedan en la ciudad, y se les ofrece la posibilidad de frecuentar más el Centro, promoviendo actividades de verano, pidiéndoles que colaboren en el cuidado material de la casa, etc. Hay que seguir en contacto también con los que se marchan a otros sitios: escribirles, organizar Convivencias, visitarlos, ponerlos en relación con otros Centros de la Obra. Este esfuerzo para atenderles, precisamente cuando suelen estar expuestos a más dificultades, es una muestra de verdadera caridad cristiana, que les estimulará a ser más responsables y a sentir el deber de formarse con constancia. En consecuencia, se atiende a todos para que no abandonen su lucha espiritual, para que no pierdan el tiempo y, naturalmente, para que también ellos hagan apostolado.

De modo semejante, cuando pasan una temporada en otra ciudad o en otro país, se procura que no descuiden la formación que empezaron a recibir: es muy útil que el Consejo local avise al Centro correspondiente —si es en otro país, a través de la Comisión Regional—, sobre los viajes de aquéllos que desean seguir en relación con la Obra.

La labor de San Rafael no está encorsetada: presenta múltiples manifestaciones, de acuerdo con las características de cada lugar. Lo que no debe suceder jamás es que se apague o se detenga, porque los fieles

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de la Obra promoverán iniciativas apostólicas o, en pocas palabras, demostrarán con hechos que han escogido lo mejor —el Amor de Dios— y que el Señor les ha impuesto la bendita obligación de darlo a conocer. Los fines de esta tarea apostólica se consiguen con visión sobrenatural y con constancia, y no abandonando los medios tradicionales: de este modo, mucha gente se beneficia del espíritu de la Obra, y hay abundantes vocaciones, que vienen ya maduras y con su perseverancia en gran parte asegurada.

Además, se pueden nombrar muchos Cooperadores entre los chicos que no puedan seguir recibiendo esta formación. Se facilita también así que se pongan en relación con la labor de San Gabriel, inmediatamente o más adelante.

Algunos aspectos de la tarea formativa

A través del apostolado personal y de los medios de formación, se atiende a los chicos de San Rafael en los siguientes puntos:

  • en el aspecto humano: en ocasiones, se debe empezar por mostrarles, incluso, detalles elementales de educación en el trato o de corrección en el vestir. Con ejemplos prácticos, hay que explicarles el modo de vivir las virtudes —sinceridad, reciedumbre, generosidad, valentía, etc.—, comprobando, en el clima de confianza con que se les trata, que aprenden a administrar su libertad responsablemente y a respetar la de los demás, siendo leales y nobles;
  • en la profesión: es importante exigir mucho en el estudio o en el trabajo, y enseñarles a ejercitar la justicia y la caridad en el ejercicio de estos deberes. Interesa cuidar de modo especial el ambiente de estudio en el Centro; todos se ilusionarán con planteamientos profesionales elevados, fomentando su inquietud cultural y alentándoles a organizar, ellos mismos, actividades que completen su preparación: estudio de idiomas, clases de oratoria y redacción, etc.;
  • en la doctrina: frecuentemente, por desgracia, no consiste sólo en llenar un vacío, sino en sanar conciencias quizá deformadas. Es preciso

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hablar con cada uno —sin dar nada por supuesto y descendiendo a puntos concretos— acerca de lo que oyen en las meditaciones y en las clases, con el fin de aclararles posibles dudas o inquietudes, ayudarles a aplicar los principios morales a su propia conducta, y orientarles positivamente en sus lecturas y diversiones;

  • en la vida espiritual: aunque a veces hay que comenzar con las oraciones vocales más elementales, enseguida se les abren los horizontes de la vida interior, sin beaterías. Se procura que sigan cuanto antes un plan personal, en el que no falte la Confesión sacramental frecuente; que aprendan a rezar con la piedad de los hijos de Dios; que recurran a la intercesión de la Santísima Virgen y de los Ángeles Custodios; que entiendan y practiquen la mortificación, para conservar limpia el alma, para luchar contra corriente y ser sobrios, desprendidos, dóciles;
  • en el apostolado: la formación suscita, en cada uno, ideales altos de servicio a la Iglesia y a la sociedad; fomenta el sentido auténtico de la amistad, plena de comprensión, de solidaridad y compañerismo, porque no es cristiano encerrarse en un círculo reducido, despreocupándose del prójimo. De este modo, se decidirán a ofrecer pequeños sacrificios por los demás; y a vencer respetos humanos, para interesarse por la situación cristiana y humana de sus compañeros y amigos, y para tratar de acercarles a los medios de formación, invitándoles —por ejemplo— a las visitas a los pobres de la Virgen.

Virtudes humanas e ilusión profesional

Para que un muchacho se incorpore a la obra de San Rafael y asista a los Cursos de Formación, es necesario que tenga la preocupación de formarse también en el plano profesional. Por eso, hay que fomentar en su comportamiento las virtudes humanas y las ambiciones nobles, descubriéndoles la posibilidad de sobrenaturalizarlas. Concretamente, se les recuerda con frecuencia el valor humano y sobrenatural del estudio y del aprovechamiento del tiempo, y se les repite que, para ellos, estudiar o trabajar es obligación grave. Se les impulsa a considerar, al mismo

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tiempo, su responsabilidad de adquirir una sólida formación profesional, con el fin de llegar a ser buenos profesionales, e incluso a destacar en su ambiente.

Para alcanzar ese objetivo —tan íntimamente unido a la necesidad de una profunda formación doctrinal—, es imprescindible que quienes se dediquen a esta labor apostólica den ejemplo y, en consecuencia, cuiden personalmente su propia formación profesional —el estudio, el trabajo—, a la que han de dedicar horas de ocupación intensa y seria. En resumen: han de ser laboriosos, para que prenda también en los muchachos el deseo de aprovechar bien el tiempo. Este es el modo de lograr que se sientan especialmente atraídos los chicos estudiosos, los buenos trabajadores. Este espíritu de laboriosidad les ayuda a comprender que, viviendo con orden e intensidad los ratos de estudio o de trabajo, pueden perfectamente asistir —sin perjuicio de su rendimiento profesional— a los medios que completan su formación en un plano más importante que el de sus estudios profesionales, y también a otras actividades e iniciativas culturales, deportivas, etc.

Como resultado práctico del espíritu de santificación a través del trabajo ordinario, en los Centros hay un serio ambiente de laboriosidad y de aprovechamiento del tiempo. Así se fomenta también en los muchachos la responsabilidad de adquirir una sólida preparación profesional. Para facilitar esta realidad, el horario de los Cursos de Formación, actividades culturales, etc., permitirá a todos obtener el mayor rendimiento de las horas de estudio o de trabajo. Si no son estudiantes, se mantendrá siempre el oportuno ambiente, con modos apropiados de no perder espacios de la jornada.

Caridad fraterna y ambiente de familia

El estudio o el trabajo son ocasión de apostolado. Muchas veces se estudia con los compañeros, repasando materias comunes, o preparando juntos algún examen. Este trabajo en equipo es otra forma eficaz para formar a los jóvenes en el espíritu de generosidad. En todo caso, se

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les inculca un hondo sentido de caridad, para que vivan —entre sí y con los demás— detalles prácticos de fraternidad: así aprenden, como una característica muy peculiar de la ascética de la Obra, a comprender a todos, a disculpar, a unir, a convivir; y nace en ellos, de modo natural, el deseo eficaz de hacer apostolado con sus amigos y compañeros.

En las Residencias y en los otros Centros de San Rafael se celebran las fiestas propias de la Obra, con algunos actos litúrgicos y de familia, en compañía de los residentes y de los chicos de San Rafael. Por ejemplo, en las fechas acostumbradas, se puede tener Misa de medianoche; aunque será preferible que no se celebre a esa hora si —por cualquier motivo lógico— pudiese causar algún tipo de molestia en el horario, trabajo, etc. Con naturalidad y con prudencia, se pueden aprovechar las tertulias de esos días para hablar más de la Obra: los muchachos se compenetran más con la labor, y aprecian el sentido familiar de esas fiestas.

No hay inconveniente en que, en las Residencias y en los Centros de San Rafael, los chicos se queden alguna vez a comer o a cenar —de ordinario, abonando el importe de la comida—, siempre que no suponga mucho aumento de trabajo para la Administración.

En los Centros de San Rafael suele instalarse todos los años el belén: de esta manera surge espontáneamente un amable ambiente de familia, y los chicos ayudan y se encariñan más con la labor apostólica. Se debe evitar, no obstante, que, si emplean materiales como el yeso, se estropee la casa o los muebles; y se les enseña también a no ensuciar, y a limpiar lo que se manche.

Vida de piedad

Como primer fruto de la formación, se consigue, generalmente desde el comienzo, que los chicos frecuenten los sacramentos. Y, con el buen aprovechamiento de los diversos medios —dirección espiritual, colectiva y personal, libremente deseada—, reciben una profunda preparación doctrinal, aprenden a ser almas de oración, a estar en la presencia de Dios a lo largo de los quehaceres ordinarios de cada día, y a

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apreciar el espíritu de sacrificio. En una palabra, se les impulsa a conseguir una vida de piedad recia y honda, y a amar de modo singular a la Trinidad Beatísima, a la Santísima Virgen, a la Santa Iglesia, al Papa y al apostolado de la Obra.

Como consecuencia del amor y respeto que se tiene en el Opus Dei a la libertad de las conciencias, no se imponen a nadie unas prácticas de piedad: se recomiendan a cada uno aquellas devociones tradicionales de la Iglesia, que parecen más provechosas a las necesidades del alma, para que libremente las adopten o no. De acuerdo con este criterio, en el apostolado personal, y en los medios de formación, se recuerda con frecuencia el valor y la necesidad del sacramento de la Confesión, y se fomenta la Comunión frecuente y la piedad eucarística.

Una manifestación —entre otras— es la vela al Santísimo, durante la noche anterior a los primeros viernes de mes. Si, con los que frecuentan o residen en el Centro, se logra un número suficiente para que la vela dure toda la noche, se procura, al elaborar los turnos, que las primeras horas de la noche y las de la mañana siguiente correspondan a quienes vengan de fuera, de manera que no tengan que salir o volver a sus casas a horas intempestivas; los demás tiempos se reservan para los que viven en el Centro. Cuando no resulta posible organizaría de este modo, es preferible hacer solamente un cuarto de hora de oración ante el Santísimo expuesto, a última hora del jueves.

Formación doctrinal

La tarea de dar una formación profunda se hace más necesaria en tiempos de confusión doctrinal, porque a muchos chicos les falta, incluso, la preparación cristiana más elemental: hay que multiplicar el número de los que participan en los cursos básicos de formación humana y cristiana, en las clases de Catecismo de la doctrina cristiana, en otros cursos doctrinales y en la labor de catequesis.

Pueden recibir las clases de Doctrina Católica que se organicen para los que han pedido la admisión, de acuerdo con el Programa de formación inicial.

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Estas lecciones se prestan particularmente para que muchos Numerarios con años en la Obra colaboren, con naturalidad y eficacia, en esta labor, ya que los temas de las lecciones —excepto los de Teología Moral— los explican laicos.

Como complemento fundamental de la formación, se establece un plan para repasar o dar a conocer los elementos básicos de la fe cristiana, siguiendo el Catecismo de la Iglesia Católica o alguna de sus adaptaciones, de modo que se fije claramente el contenido de la catequesis cristiana en fórmulas sencillas e inequívocas. Suele venir bien organizar sesiones semanales o quincenales, e incluso Convivencias, para el estudio del catecismo o para preguntar a los chicos sobre lo que han estudiado; sin embargo, esas clases no se incluyen entre las señaladas en los Cursos de Formación. En el caso de que coincidan con el día de este medio de formación, se imparten antes o después, y si es posible en otra habitación, para que se note claramente que son dos actividades distintas.

A través de los Círculos de San Rafael y en las meditaciones, se recuerdan, con el detalle oportuno en cada caso, los fundamentos doctrinales (de fe y moral) de los correspondientes temas ascéticos.

Durante los cursos de retiro, se dan dos pláticas cada día, sobre aspectos doctrinales de importancia para la vida cristiana, con sus aplicaciones prácticas (por ejemplo, sacramento de la Penitencia; cómo hacer una buena confesión; el espíritu de mortificación; la santa pureza). Se tienen también clases o charlas de doctrina cristiana: al menos, una cada día.

En general, los sacerdotes y los seglares realizan una gran catequesis a través de los medios de dirección espiritual personal —sin convertirlos en clases—, completando particularmente la formación doctrinal de quienes charlan con ellos.

Otro aspecto de la formación consiste en aconsejar sobre las asociaciones y los clubes a que pertenecen, en lo que tenga relación con la fe y con las costumbres. También se les orienta en las lecturas, sugiriéndoles obras de criterio sano o desaconsejando otras; y se les habla —breve,

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pero claramente— sobre la doctrina de la Iglesia en materia de lecturas. Como es natural, se les recomienda asimismo que no lean revistas ni periódicos que puedan causarles daño espiritual.

Igualmente, es cada vez más necesario facilitarles orientación oportuna acerca del uso de internet y sobre las películas o los programa de televisión que no son adecuados para cristianos que desean ser coherentes con su fe, ni para las personas honradas.

En bastantes lugares, se debe dedicar una atención especial al problema de la droga y también del alcohol —que muchas veces es un paso previo al consumo de estupefacientes—, incluso en la labor con gente muy joven, ya que cada vez proliferan más los modos de diversión —fiestas, discotecas, etc.— donde se difunden. Además, habrá que ayudar a los padres a adelantarse en la formación de sus hijos en aspectos importantes de la virtud de la castidad, ya que por desgracia se ha extendido una mentalidad que juzga normales algunos comportamientos que, por el contrario, son gravemente inmorales. Sin alarmismos, es preciso no dar nada por supuesto y saber preguntar con delicadeza en la dirección espiritual personal, para hacerse cargo de si tienen suficientemente formada la conciencia, si saben discernir las manifestaciones de afecto que resultarían improcedentes con personas de distinto o incluso del mismo sexo, etc. Resulta muy necesario impartir doctrina clara y precisa sobre estos temas, y proporcionar a los jóvenes los ordinarios medios ascéticos para prevenirles de posibles influencias de ambientes, amistades, lecturas, etc. A la vez, se ha de tener mucho cuidado, tomando —excepcionalmente— medidas enérgicas y radicales para evitar que alguno cause daño a otros.

Con la labor de San Rafael, en resumen, se cuida muy especialmente de la gente joven, nutriendo sus almas con doctrina, para que puedan también defenderse y contrarrestar el mal ambiente en el que muchas veces se desenvuelven; y se les ayuda a vivir con limpieza los años de la adolescencia y de la juventud —como preparación para la recta conducta cristiana que habrán de llevar en el celibato o en el matrimonio—, enseñándoles a poner los medios necesarios para la lucha cotidiana.

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Algunos apostolados

Labor con universitarios y con estudiantes de bachillerato superior

Los fieles de la Obra y los chicos de San Rafael que estudian en la universidad o el bachillerato superior, realizan su principal y primer apostolado —de amistad y de confidencia— con sus propios compañeros. Descuidar esta labor podría encubrir comodidad, o ser consecuencia de rehuir el esfuerzo de un estudio o de un trabajo intensos, que permiten alcanzar el prestigio profesional indispensable para el apostolado con los colegas. Por eso, cada uno sabe sacar tiempo para tratar a esos estudiantes, sin dedicarse exclusivamente a otras tareas apostólicas, en apariencia más fáciles o más fecundas.

Si todo cristiano debe llevar la luz de Cristo a los diversos ámbitos de la sociedad, es muy necesaria su presencia activa en la vida universitaria, especialmente en las iniciativas de más categoría —asociaciones, clubes, sociedades, etc.— que atraen a los mejores alumnos: ahí se encuentran ocasiones propicias para dar buena doctrina y hacer apostolado.

El atractivo humano de las actividades realizadas en los Centros de la Obra, también facilita y sirve de apoyo para el apostolado personal. El buen estudiante presenta un dinamismo grande, un noble interés y un ansia de compromiso en tareas humanas de altura; por lo tanto, esas actividades —cursos, congresos, conferencias, etc.—, se preparan con la seriedad debida, como respuesta auténtica a las inquietudes y necesidades de los mejores universitarios.

Presenta particular interés dirigirse a estudiantes de primeros años de universidad, especialmente si frecuentan centros docentes prestigiosos. Además de promover actividades como las tutorías, seminarios de asignaturas más difíciles, etc., se sentirán atraídos si se consigue dar a conocer el Centro como un lugar propicio para estudiar, gracias a sus buenas instalaciones, a la biblioteca y, sobre todo, al ambiente de trabajo.

Por eso, el Consejo local de un Centro donde se realiza labor con universitarios, conviene que revise con frecuencia cómo fomentar la iniciativa de los fieles de la Prelatura —también profesores universitarios— y que

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sugiera a la Comisión Regional o a la Delegación los nombres de quienes podrían colaborar con talento y capacidad en la promoción de actividades. Así se facilita también a los profesores el trato con sus alumnos.

La formación humana y cristiana impartida en los colegios —obras corporativas o labores personales—, aporta una energía apostólica que no se puede perder cuando los alumnos se incorporan a la universidad: es preciso poner particular empeño para mantener la relación con todos esos estudiantes.

En las ciudades donde hay un solo Centro de San Rafael, el particular esmero en la atención de la labor con universitarios se manifestará —entre otras cosas— en el empeño por conseguir que no haya interferencias con las demás actividades. Esto es aún más necesario, cuando no es posible que los más jóvenes dispongan de un local separado, o cuando no se cuente con un lugar idóneo para atender la labor de San Gabriel

El trabajo apostólico se extiende también, con características propias, a muchachos de edad comprendida entre los diez y quince años aproximadamente. Con medios adaptados a sus circunstancias, se les ayuda a tener vida de piedad, a conocer el dogma y la moral, y a servir a las almas: se les pone en condiciones de luchar y vencer ascéticamente. De este modo, se van formando y, a su debido tiempo, podrán participar, libremente, porque les da la gana, en las actividades de la labor de San Rafael. Aunque los frutos de este apostolado no se recojan inmediatamente, con el tiempo serán abundantes, sobre todo si muchos reciben esa formación.

En el Anexo 12 se recogen algunas experiencias sobre la labor apostólica con estos chicos más jóvenes.

Labor con muchachos de otros países

Los miembros del Opus Dei sienten la necesidad de extender la labor apostólica a los distintos grupos étnicos, también a los estudiantes

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de otros países. Es una manifestación más de la universalidad del espíritu de la Obra, del deseo de hacer el bien a todas las almas, sin distinción de raza, lengua ni condición social. Pensando en el servicio a la Iglesia, interesa que muchos de esos chicos participen en la labor de San Rafael: sobre todo, los que provienen de países donde el trabajo apostólico está menos desarrollado o todavía no se ha iniciado de manera estable. Aunque no reciban la llamada de Dios a la Obra, al volver a sus lugares de origen, serán sin duda una ayuda eficaz, y podrán constituir el buen fermento para comenzar la tarea apostólica en esas tierras. Importa especialmente hacer apostolado y proselitismo entre los católicos y no católicos que han huido de los países en los que la Iglesia esté perseguida.

Por todo esto, donde haya personas de la Obra que hablen otros idiomas, merece la pena organizar medios de formación en esas lenguas — Círculos, retiros, Convivencias, etc.— para los ciudadanos de esos países o nacionalidades, siempre que resulte natural. Se estimula a quienes participan en esas actividades a no perder su propio idioma, identidad y cultura: que lean, escriban o hablen frecuentemente en su lengua nativa. Se fomenta, en fin su afán cristiano de trabajar apostólicamente con las personas de su país.

Las traducciones de Camino y de otras obras de nuestro Fundador, la difusión de estampas de nuestro Padre en las distintas lenguas, etc., son medios muy eficaces para este apostolado.

Apostolado "ad fidem"

Una labor que constituye un gran servicio a la Iglesia es el apostolado ad fidem, informado siempre por un gran aprecio y respeto a la libertad de las personas y a la acción de Dios en las almas.

Lo natural es que el interés por la fe católica se despierte y se desarrolle sobre todo a través de la amistad: hay que ser pacientes, interesarse por los problemas prácticos de las personas y facilitar que se abran al diálogo. También por el ejemplo que intentamos dar con la vida de pie-

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dad, la coherencia en el trabajo o en el estudio, la apertura a todos los que nos rodean.

Una vez iniciada la amistad, es importante buscar cauces para dar doctrina a quienes libremente lo deseen: la ignorancia no se vence con el simple anuncio de unas verdades. Para preparar el terreno, hay que conocer bien a las personas y asegurar algunas nociones básicas, según el ámbito cultural y religioso en el que se encuentran. No es lo mismo el apostolado ad fidem en países de larga tradición cristiana, pero no católica, que entre personas que no han oído el mensaje cristiano, sino que provienen de culturas más bien paganas, pero con un hondo sentido de religiosidad. Gracias a Dios, la labor de la Obra va llegando cada vez más capilarmente a personas de tradiciones y mentalidades muy distintas y hemos de procurar hacer llegar el anuncio de la fe a todas estas circunstancias.

Cuando surgen preguntas y dudas sobre un tema doctrinal, importa realmente que se responda con argumentos claros y evitar la polémica, sin atosigar ni pretender que entiendan todo desde el primer momento. Es preferible intensificar la amistad y el trato cordial con estas personas —que vean que se respeta con gran delicadeza la libertad de las conciencias—, procurando aprovechar tantos aspectos positivos: virtudes humanas, inquietudes interiores, etc.

Cuando un chico o varios se acercan a recibir formación, es frecuente que experimenten un cierto temor sobre lo que deberían dejar de su modo de vivir o de su antigua religión. Conviene procurar que este tema salga en las conversaciones —adelantándose incluso—, en el contexto de la amistad, para poder orientarles y aclararles dudas. También puede ser oportuno, cuando ya han adquirido más conocimiento de la fe, facilitar alguna conversación con el sacerdote, para que se vayan habituando a la dirección espiritual.

Aunque la conversión sea un hecho personal, suele afectar a toda la familia y también a las amistades. Esto puede llevar consigo algunas dificultades o temor a dar el paso. Conviene entonces recordar que, con su conversión, les harán un grandísimo bien y que podrán rezar por ellos y acercarlos a la fe, con la prudencia oportuna.

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Puede ayudar mucho saber que rezamos por su conversión, a la vez que suele ser prudente preguntarles si podemos pedir a otros que recen por esta intención. De este modo comprueban que nos interesan sus problemas y los encomendamos al Señor: así ven que no están solos.

Supone una gran ayuda darles a leer obras que traten de conversiones, ya sean relatos individuales o colecciones de testimonios: perciben con más claridad problemas que no saben cómo resolver y que otros han logrado superar. Cuando se trata de autores que suelen considerarse apologéticos, la experiencia indica que es muy oportuno comentar esas lecturas en conversaciones personales.

Otro medio de comprobada eficacia en el apostolado ad fidem es la asistencia a los actos de culto en nuestros oratorios, sin dar demasiadas facilidades, haciéndoselo desear, para subrayar la libertad personal.

Responsabilidad del Consejo local

El Consejo local tiene la responsabilidad inmediata de la labor de San Rafael que realizan las personas de la Obra, y ha de tomar las medidas necesarias para intensificarla, de acuerdo con las orientaciones de la Comisión Regional.

Una parte importante de esa responsabilidad consiste en lograr un verdadero entrelazamiento con la labor de San Gabriel, de modo que desde los Centros de Supernumerarios colaboren eficazmente en el desarrollo de la labor de San Rafael. A su vez, los que se ocupan más directamente de la labor de San Rafael han de esforzarse por poner en contacto con la de San Gabriel a los padres de los muchachos que frecuentan el Centro. En este sentido, tiene mucha importancia que el Consejo local, y quienes colaboran más directamente con los Directores, conozcan y apliquen bien todo lo que se dice en las páginas 162 y siguientes de estas Experiencias, sobre el entrelazamiento entre las dos labores.

La eficacia del apostolado depende, en gran parte, de que los miembros del Consejo local vibren espiritualmente y sepan transmitir esa vibración a los demás. En primer lugar, necesitan ser muy exigentes con-

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sigo mismos, y apoyarse en los medios sobrenaturales: con su ejemplo constante, insistirán a todos en que, sin oración y mortificación, y sin el deseo operativo de entregarse sin condiciones, no puede salir ninguna labor apostólica. Con este espíritu, animarán y orientarán a los demás en su labor personal de apostolado y proselitismo.

En esta tarea, podrán ayudarles otros fieles de la Prelatura que atiendan charlas fraternas, o que se ocupen de algún aspecto determinado de la labor de San Rafael, de los Cursos de Formación, de organizar catequesis, de estar al frente de la labor con chicos más jóvenes, etc.

La responsabilidad de la labor recae directamente sobre el Consejo local, y también sobre los demás del Centro, distribuida por los Directores en la forma oportuna. Por eso, no hay en los Centros encargados de proselitismo o encargados de San Rafael.

Como son varias las personas que componen el Consejo local, resulta fácil conocer a todos los muchachos que frecuentan el Centro, y orientar con sentido práctico a los fieles de la Obra en su apostolado personal, sin limitarse a exhortar o a urgir con palabras genéricas: han de sugerir modos de tratar a sus amigos, abrir caminos, enseñar —a quien lo necesite— a hacer amistad, a llegar a la confidencia humana y sobrenatural con quienes traten con mayor intensidad.

Aunque la obra de San Rafael no constituye ninguna asociación, ni ningún grupo —es un apostolado abierto, sin confines ni orillas—, conviene que el Consejo local disponga un mínimo de organización, para saber en todo momento cómo marcha la labor apostólica. Con este fin, se puede tener una relación o elenco, con los datos personales imprescindibles: por ejemplo, la dirección o el teléfono de los chicos, cuándo celebran su fiesta, etc.

Los Directores locales impulsan constantemente el apostolado a través de los medios de formación, personales y colectivos, de modo especial en las charlas fraternas. Además, determinan bien los encargos apostólicos concretos de cada uno, animándoles a cumplirlos con sacrificio, madurez espiritual y una adecuada dedicación diaria. Su impulso

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no consiste en promover campañas y, menos aún, en organizar actividades especiales —que restan energías—, sino en utilizar los medios tradicionales, sin interrupción, con tozudez humana y sobrenatural, al paso de Dios: es decir, poniendo con rectitud de intención —sin precipitarse, aunque urge la salvación de las almas— los cimientos de una sólida vida interior en los amigos que se tratan, y haciendo de los chicos hombres de oración (Instrucción, 9-1-1935, n. 133), porque, si no, se ha perdido el tiempo.

En este sentido, es conveniente examinar de cuando en cuando cómo se están empleando todos los medios tradicionales. Por ejemplo, cuando nuestro Fundador, en la Instrucción para la obra de San Rafael, señala cómo se deben hacer las visitas a los pobres de la Virgen, deja perfectamente definidas las características que han de tener siempre esas obras de misericordia. Con el paso del tiempo y la extensión de la labor, esas visitas han adoptado —y adoptarán— modalidades muy variadas, pero los rasgos esenciales que nuestro Padre señaló —querer honrar a la Virgen eligiendo especialmente sus fiestas, cuando es posible; llevar a cabo aquellos detalles que nuestro Padre llamaba finuras de caridad, etc.—, deben cumplirse siempre, ya que garantizan la eficacia del apostolado.

Cuando se preparan bien y se convierten en algo propio, a través de la oración y del sacrificio, todos los medios tradicionales adquieren una constante actualidad y una dilatada utilidad. Con iniciativa, con ilusión y, sobre todo, con fe, los Directores toman las medidas oportunas para que los retiros, cursos de retiro, Convivencias, catequesis y visitas a los pobres de la Virgen, se desarrollen con continuidad y sean vivos, llenos de optimismo.

Es muy oportuno que los Directores locales presten también especial atención a los períodos de vacaciones escolares —no sólo a los correspondientes al verano— para impulsar otras actividades; por ejemplo, en torno al estudio o iniciativas de ayuda social, evitando en todo caso montajes excesivos y gastos innecesarios.

De modo particular, después del verano o del período largo de vacaciones que suele haber en todos los lugares, los Directores pueden exa-

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minar cómo se ha procurado ampliar la base en ese tiempo, cómo aprovechar los distintos planes para llegar a la amistad con los asistentes e incorporarlos a la labor del Centro: lo lógico será que las Convivencias y actividades realizadas hayan sido también ocasión de ahondar en la doctrina y de despertar el interés por formarse cristianamente y, por tanto, que muchos chicos —también nuevos conocidos— deseen participar en algún medio tradicional de la labor de San Rafael.

Además, fijan objetivos y plazos para reanudar el trato con los que ya frecuentaban el Centro, especialmente con los que se ha tenido poco contacto durante las vacaciones, y los estimulan y responsabilizan en el nuevo curso, planteándoles metas concretas en su vida espiritual y en su apostolado personal. Se ha demostrado eficaz la organización en cada Centro de una breve Convivencia —basta un día o medio día, en la propia sede del Centro— con el fin de transmitir a todos los de la Obra, y también a los muchachos de San Rafael, el impulso y las orientaciones necesarias para comenzar con brío el apostolado del nuevo curso. Es útil insistir en la primacía de los medios sobrenaturales, en el apostolado personal de amistad y confidencia, en la necesaria selección y ambiente de estudio del Centro, en la responsabilidad de sacar adelante el encargo apostólico concreto y en la importancia de incorporar a otras personas a los medios tradicionales de la labor de San Rafael.

Si se actúa de este modo —con mucho sentido sobrenatural y con sentido común—, la labor se extiende y, con la gracia de Dios, muchos solicitarán la admisión en la Obra. Después, habrá que formarles, ayudarles a ser fieles, con la amorosa vigilancia del buen pastor: nadie puede olvidar que el principal y mejor proselitismo es cuidar a quienes el Señor envía a la Obra, para que no se pierdan.

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Medios tradicionales de la labor de San Rafael

Los Cursos de Formación, las catequesis y las visitas a los pobres de la Virgen, tienen una importancia fundamental en la obra de San Rafael. Mientras no se atiendan estas tres actividades, no se puede decir que hay labor de San Rafael. Resulta, por tanto, imprescindible impulsarlas constantemente.

Cursos de Formación

Los fieles del Opus Dei meditan continuamente la vida de San Jose-maría, que durante largos años, además de su intensa labor sacerdotal, organizó y dirigió personalmente varios Círculos diarios. Con su vibración, empujaba a cada muchacho a buscar nuevos amigos, con el fin de aumentar el número de asistentes y desdoblar una y otra vez los Círculos comenzados. Todos los fieles de la Obra, movidos por el ejemplo de nuestro Padre, sienten la urgencia de extender la labor, a través de este medio fundamental, con perseverancia, con oración y mortificación. Como los Cursos de Formación son la esencia de la obra de San Rafael, los Directores los cuidan con especial empeño.

Las expresiones Círculo o clase de San Rafael, o Cursos de Formación, incluyen tanto el Curso Preparatorio como los Cursos Profesionales y

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los Cursos de Moral Profesional. En la conversación corriente basta llamarles sencillamente clases o Círculos, o de la manera más adecuada en cada país: conferencias, coloquios, jornadas de estudio, tiempos de reflexión, seminarios, etc.: lo importante es mantener el modo tradicional y la sustancia espiritual de la tarea; aunque tampoco es necesario cambiar el nombre.

Curso Preparatorio

El Curso Preparatorio tiene un carácter marcadamente práctico y presenta una especial eficacia para iniciar a los chicos en piedad y darles a conocer el espíritu de la Obra. Con un rico contenido doctrinal, estas clases van dirigidas —aunque no exclusivamente— al corazón de los muchachos, para ayudarles a ser almas de vida interior con una piedad ilustrada.

Aun cuando se procura que muchas personas reciban estas clases, es necesario cuidar la selección previa de los alumnos: nadie debe asistir a las clases si no ha sido tratado apostólicamente antes. Para eso están los apostolados auxiliares y la gran variedad de actividades —culturales, deportivas, etc.—, que se pueden y se deben organizar.

El Curso Preparatorio requiere un mínimo de formación doctrinal-religiosa. En las circunstancias actuales, es muy aconsejable asegurarse de que esa formación no falte realmente al interesado, ya que, si no fuera así, habría que impartir antes —a los que desean asistir a los Círculos— clases de doctrina católica, con el fin de que adquieran los conocimientos básicos de la fe y de la moral, e incluso el vocabulario cristiano tradicional, que tanto facilita la asimilación del Curso Preparatorio. A veces, puede ser incluso necesario dar primero unas charlas de formación humana —deteniéndose especialmente en las virtudes—, que preparen para recibir con aprovechamiento las clases del curso básico de doctrina católica.

Es responsabilidad del Consejo local decidir quiénes se encuentran en condiciones de incorporarse a los Círculos. La asistencia ha de supo-

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ner en los chicos un deseo de mejorar su conducta, y una toma de conciencia del empeño que han de poner para llevar a la práctica lo que se les recomienda, pues únicamente se busca ayudarles a vencer en su lucha ascética y animarles a un apostolado leal con sus amigos y compañeros. No hay que perder de vista que la intensificación del apostolado, y del proselitismo, no implica nunca falta de selección: al contrario, es motivo para cuidarla más.

Antes de que un muchacho se incorpore al Curso Preparatorio, quien dirija las clases le explicará la necesidad de asistir con seriedad y regularidad, la conveniencia de practicar lo que oye, etc. Así, si decide participar, lo hace libremente y sabiendo a qué va. Este modo de conducirse con cada uno es otra consecuencia del amor a la libertad personal, que se manifiesta siempre en los apostolados de la Obra. Naturalmente, esta preparación previa no exige esperar mucho tiempo, para poner en marcha las clases. Con algunos, esta fase puede ser muy breve.

Es aconsejable empezar las clases del Curso Preparatorio, cuando va dirigido a estudiantes, al poco tiempo de comenzar el curso académico, reuniendo a los participantes en uno o varios grupos, aunque en alguno el número sea muy pequeño: no importa que al principio sean solamente de dos o tres alumnos. Luego, pueden ir incorporándose otros que necesiten una preparación más prolongada, pero se debe tender a que cada grupo tenga una cierta homogeneidad.

Los grupos son siempre pequeños: en ningún caso más de ocho o nueve asistentes. Acude también como alumno algún miembro de la Obra, que, entre otras cosas, ayuda al director a mantener el trato personal con los demás. De este modo, se asegura también la parte humana de calor de familia: con un grupo numeroso, las clases se reducirían a unas simples conferencias de religión, y restarían mucha eficacia a la labor. Si es necesario, una misma persona —como se ha hecho desde los comienzos— da varias clases al día, a distintos grupos. Incluso, conviene dividir los grupos cuando se llega al máximo número previsto: se fomenta así el afán de apostolado de los participantes, que irán presentando amigos y compañeros suyos, para incorporarse, después de la de-

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bida preparación, al grupo respectivo, y llegar otra vez al número previsto. Esta división de los grupos no exige volver a empezar el ciclo de charlas.

En la clase, se sigue fielmente el orden establecido, sin introducir modificaciones. En el Anexo 73 se recoge un temario, detallado en los guiones correspondientes. Se deben tratar siempre esos temas tradicionales, para asegurar la eficacia de esta labor que, desde hace muchos años, ha producido tantos frutos en bien de las almas.

El Curso Preparatorio constituye como el eje de la labor: quienes dirigen las clases han de prepararlas muy bien, con oración y con mortificación; y, aunque dispongan de guiones elaborados, dedican siempre el tiempo y el esfuerzo necesarios para exponer la doctrina de forma clara y asequible, con dominio y seguridad, realzando los puntos que más pueden ayudar a los alumnos. Buscarán ejemplos y anécdotas apropiados a la mentalidad de los asistentes, y emplearán los giros y términos de uso corriente en cada sitio, sin olvidar que los guiones recogen el tono coloquial —de familia—, e incluso recurrirán a ejemplos que solía usar nuestro Padre. Estas características han de mantenerse siempre: la clase se desarrolla en un tono de sencillez y de confianza.

La parte dedicada a lectura se hace, de ordinario, con algún libro más doctrinal que ascético. Es oportuno prever un plan de lecturas, sin improvisaciones.

En cada clase, al hablar de los asuntos de la semana, las personas de la Obra que asisten prestan una colaboración eficaz, animando la conversación, para que no falte el lógico tono apostólico; por eso, viene bien pensar —con antelación— algún detalle sobre las visitas a los pobres de la Virgen, las catequesis, las actividades organizadas —cursos de retiro, Convivencias, etc.—, y sobre otros chicos que podrían incorporarse a la labor. Se habla siempre con la espontaneidad propia de quien se desenvuelve con visión sobrenatural.

El director sabrá exigir a los asistentes, planteándoles metas concretas en su vida espiritual, y también en su apostolado personal: amigos

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que pueden llevar al curso, a la dirección espiritual, a las meditaciones, a visitas a los pobres, a la catequesis, etc.; se logra así que cada uno se sienta responsable de la buena marcha de la labor. En ocasiones, un comentario, hecho con don de lenguas, facilita a los que escuchan la comprensión del sentido de algunas de las preguntas del examen, o de algunos términos que se usan; o les ayuda a ir más lejos, sobre todo en las primeras clases.

Para asegurar la eficacia de esas clases, el director procura hablar personalmente con cada uno de los asistentes, aunque sea brevemente —bastan pocos minutos—, para orientarles y animarles en su vida cristiana y resolver sus posibles dudas.

El Consejo local del Centro encarga a Numerarios, con la Oblación, que dirijan las clases del Curso Preparatorio. También se puede pedir a algunos Agregados que dirijan Círculos a los que asistan jóvenes de semejante condición personal, intelectual, social o profesional. En ocasiones, suele ser oportuno que previamente desarrolle una o varias charlas delante de un Numerario mayor, para que le oriente sobre cómo mejorar el fondo y la forma de la exposición.

Los miembros del Consejo local dedican particular atención a las clases de San Rafael, y procuran encender el afán de almas en quienes los dirigen, ayudándoles a mejorar el modo de exponer y animándoles a que recen y se mortifiquen. En todo caso, les proporcionan el material pertinente y orientaciones concretas. Con mayor motivo, prestan esta ayuda si expresamente se ocupa de esas clases—consultando antes a la Comisión Regional— un Numerario que no haya hecho aún la Oblación.

Por razón de orden, los guiones orientativos impresos se facilitan en su momento al director del Círculo, que los utiliza durante el tiempo necesario para prepararlo. Es razonable que no se lleven a la clase, ni se saquen del Centro, con el fin de que los puedan usar otros y no se extravíen.

El Curso Preparatorio no se repite en años sucesivos a los mismos asistentes: únicamente acudirán de nuevo quienes, por haber faltado a clase varias veces, o por tratarse de chicos más jóvenes o con menos for-

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mación, no hayan recibido con fruto el contenido del Curso. En estos casos, se vuelven a tratar los mismos temas. Como es natural, se cuidará una cierta variedad en la exposición, explicando algún punto con mayor profundidad, modificando los ejemplos y anécdotas, etc.

Si se continúan las clases durante las vacaciones —en el caso de estudiantes, se suelen interrumpir al comienzo del periodo de exámenes—, es aconsejable pensar un ciclo especial de charlas, seleccionando aquellos temas que mejor se acomoden a las circunstancias de los chicos en esa época.

Una pequeña dificultad puede presentarse, al comenzar la labor en un sitio, por la tendencia de la gente joven a discutir: no es raro que personas sin la cultura indispensable, que guardarían silencio, por ejemplo, en una clase de Medicina o de Física, pretendan tratar de la doctrina firme de la fe —no ya de lo que es opinable— como si contaran con esa preparación, polemizando acaloradamente. De esa manera, acaban disparatando, aunque salgan convencidos de que han intervenido magistralmente en una discusión de altura. En el Curso Preparatorio se ofrece la formación básica de la piedad cristiana, con el espíritu peculiar de la Obra: se expone doctrina firme y, en consecuencia, carece de sentido la discusión; de otra parte, los asistentes no interrumpen durante la charla con preguntas, para no gastar el tiempo en explicaciones que generalmente sólo interesan a quienes las piden. Es necesario comentar a los chicos en la charla personal, antes de comenzar las clases, que, si encuentran alguna dificultad o duda, consulten personalmente con el director después de la clase, o la expongan por escrito, depositando una nota, con la fecha y su firma, en el buzón instalado para este fin.

Aunque con los tiempos cambian las circunstancias y las formas, los medios de santificación son los de siempre, y no varían las prácticas para alcanzar una auténtica vida cristiana y una honda piedad: frecuencia de sacramentos, oración y mortificación, conocimiento profundo de la doctrina cristiana, etc. Y así se superan también los obstáculos para el apostolado.

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Los medios tradicionales de la labor apostólica con la juventud —Cursos de Formación, meditaciones, etc.— conservan permanente actualidad. No se puede pretender, en algunos ambientes, que los muchachos acepten enseguida ese modo de formarse; pero con paciencia y, sobre todo, con visión sobrenatural y audacia, llegarán a admitir que necesitan escuchar para aprender —como sucede en las ciencias humanas—, oyendo y madurando las enseñanzas de quienes están ya preparados.

Cursos Profesionales

Al acabar el Curso Preparatorio, los chicos pasan, si lo desean, a los Cursos Profesionales, que tienen por objeto profundizar en la formación doctrinal: proporcionan una orientación firme sobre temas de Doctrina Católica, sobre cuestiones de actualidad, sobre problemas morales, etc., que ayuda a su propia alma y aporta luces claras para su actuación profesional, social o pública, recalcando siempre la libertad de que gozan los católicos en estas materias, dentro de la enseñanza de la Iglesia.

Antes de incorporarse, se explica a cada uno en qué consisten estos Cursos. Entre otras cosas, se les comenta que no se queden sólo con la parte especulativa, y se les anima a aprovechar la doctrina que reciben, para alimentar y fortalecer su piedad. Con este fin, al comentar el Evangelio o al leer determinadas preguntas del examen, se recuerdan —siempre brevemente— puntos de ascética tratados en el Curso Preparatorio.

De ordinario, durante una primera etapa de esos Cursos, se explican cuestiones de interés general. Concretamente, pueden servir los guiones de las lecciones de Doctrina Católica incluidas en el Programa de formación inicial. Se distribuyen esas lecciones, por ejemplo, de modo que haya temas aproximadamente para dos Cursos de unas 20 clases cada uno, que se desarrollarían entonces a lo largo de dos años académicos. Las clases pueden ser semanales o quincenales, y los temas de Moral Católica los dirige siempre un sacerdote.

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Como orientación, en el Anexo 14 se facilita una relación de temas. El Consejo local elige los más idóneos, que puede ampliar o acomodar, informando previamente a la Comisión Regional, por si desea hacer alguna observación. En cada clase, el director se detiene especialmente en los puntos de mayor interés para los asistentes, y sólo menciona o explica brevemente el resto del guión. Incluso cabe seleccionar un número limitado de temas, y tratarlos con más amplitud. En todo caso, expone siempre la doctrina, adaptándola a las circunstancias de los alumnos: universitarios, empleados, obreros, campesinos, etc.

En las charlas, se expone primero la doctrina de la Iglesia, y luego las dificultades que hayan surgido a lo largo de la historia o los aspectos no dirimidos por el Magisterio. Sobre esto último, puede abrirse a continuación un cambio de impresiones, si está presente un moderador con suficiente autoridad y criterio, con el fin de que sea una labor provechosa y constructiva, que ayude a la formación de todos. Si se enciende la discusión, se les aconseja estudiar el asunto —es mucho más que discutirlo—, aportando después las razones por escrito.

Durante una segunda etapa de los Cursos Profesionales, cabe dedicar las charlas a temas especializados de Deontología Profesional, por ejemplo, en los que se aborden cuestiones más frecuentes en el ejercicio de los distintos trabajos, agrupando a los asistentes según las profesiones respectivas o afines: además, en el caso de estudiantes, deben ser de últimos cursos o graduados, con el fin de que obtengan el mayor fruto de las clases.

Para cada grupo de alumnos se designa un director, que preside las clases, hace el comentario del Evangelio y lee el examen. Expone la charla el director del Curso, o bien otro Numerario, con la formación científico-religiosa necesaria para tratar adecuadamente el tema: de ordinario, debe haber cursado ya, en el Studium Generale de la Región, el tratado correspondiente a la materia en cuestión. Cuando se encarga una charla —en particular si se refiere a nociones acerca de la Revelación, Eclesiología o Moral— a un sacerdote, será él quien presida la clase. Las charlas sobre temas de actualidad y doctrina social de la Iglesia se encomiendan —según a quien se dirijan— a Numerarios o Agregados de más

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edad que conozcan bien las materias. Las clases sobre temas especializados, por ejemplo, los de Deontología Profesional, pueden estar también a cargo de algunos Supernumerarios.

De ordinario, el Consejo local da el encargo de director de estos Cursos a Numerarios; pero también algunos Agregados, con la Fidelidad hecha, pueden ser directores de Cursos Profesionales en la labor de San Rafael que realizan los Centros de Agregados.

Otros medios de formación

Además de los Cursos de Formación, se han puesto en práctica siempre y en todas las circunstancias otros medios tradicionales: meditaciones, retiros espirituales, etc. No se dejan nunca estos medios perennes, por su probada eficacia en bien de las almas desde los comienzos de la Obra, aunque existan dificultades ambientales para iniciarlos: además de contribuir a completar y a profundizar en la formación, doctrinal y ascética, de los que ya asisten al Curso de Formación, sirven también para acercar nuevos chicos a la labor.

El número de asistentes a estos medios tradicionales guarda proporción con el de personas que cada uno trata apostólicamente.

Catequesis

La catequesis es una gran obra de misericordia espiritual —enseñar al que no sabe— y un medio muy eficaz para tratar a los muchachos, antes de ponerlos en contacto con la obra de San Rafael. Además de ser muy propio del espíritu de la Obra, este apostolado proporciona una oportunidad más de servir a la Iglesia, ofreciendo esta ayuda a las Diócesis. Por esto, se procura preparar grupos numerosos y selectos de catequistas, que faltan en casi todos los sitios. Dentro de la obra de San Rafael se forman muchos catequistas, chicos dispuestos a hablar de Dios con don de lenguas, con ansias de proporcionar luz a las almas: serán ellos los primeros que se beneficiarán de ese empeño.

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El primer grupo de catequistas puede salir de entre los chicos que asisten a los Cursos y reúnen más condiciones por su afán apostólico, por su formación y por su posible experiencia en esta labor. En las ciudades donde hay colegios promovidos por padres de familia, obras corporativas o labores personales, suele ser también positivo contar con alumnos para estas clases, planteándoles su participación como una manera de transmitir a otros la formación que ellos reciben en el colegio. De este modo, si aún no lo hacen, los que tienen condiciones empiezan a ir por el Centro.

Sin embargo, no es necesario que todos participen en las catequesis: supone un medio más, que pueden aprovechar algunos —los que demuestren una cierta aptitud— para mejorar su formación y su espíritu apostólico.

Se encomienda esta tarea a chicos con formación doctrinal suficiente. Si se trata de dar explicaciones muy elementales a niños —como preparación para la Primera Comunión, por ejemplo—, basta el conocimiento de la doctrina católica que ya tiene quien ha recibido, seria y regularmente, clases de religión en un colegio de garantía. En cambio, para las lecciones a chicos mayores o a adultos, hace falta una buena formación apologética: de ordinario, conviene que hayan asistido o asistan a las clases de los Cursos Profesionales.

Es importante que aprendan las normas fundamentales de pedagogía catequística, como parte de su preparación previa: entre otras cosas, se les facilita la bibliografía aconsejada por la Comisión Regional. Los mismos chicos compran con su dinero los libros, y se les propone que los dejen después en las bibliotecas de los Centros, para facilitar la formación de futuros catequistas.

Cuando los encargados de la catequesis son muy jóvenes, es prudente asistir alguna vez a la clase, para ver cómo se desenvuelven y comprobar si saben transmitir la doctrina. En cualquier caso, se les ayuda en su preparación, se resuelven sus dudas y se aportan sugerencias para mejorar su modo de enseñar, con algunas lecciones prácticas sobre métodos pedagógicos.

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Si en ocasiones se plantean dificultades para conseguir grupos de catequesis formados sólo por niños, tal y como lo dispuso nuestro Padre, es prudente pedir orientación a la Comisión Regional. Además de ser el modo tradicional de vivir este medio de formación, hay también otros motivos que recomiendan seguir esta costumbre. Concretamente, las clases por separado para niños y niñas presentan ventajas para la formación apostólica de los muchachos que las dan —van aprendiendo a tratar a los que asisten a las clases, a preocuparse por su vida cristiana, a llevarles al sacramento de la Penitencia, a resolver sus dudas, etc.— y evita las dificultades que se presentan, por ejemplo, al explicar determinados temas morales.

No hay que olvidar, además, que este modo de actuar responde a la libertad de que gozan los padres de elegir las formas de educación para sus hijos (cfr. p.ej., Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2229). Por otra parte, ahora en muchos lugares vuelve a valorarse más la enseñanza separada a niños y a niñas, también desde un punto de vista pedagógico.

Visitas a los pobres de la Virgen

La Obra ha nacido —o mejor— se ha consolidado en los hospitales y entre los pobres de Madrid (Instrucción, 8-XII-1941, nota 86), repitió nuestro Padre. Y en la Prelatura se ha seguido siempre este camino apostólico, sirviendo a los pobres, a los niños y a los enfermos, y poniendo a los chicos en contacto con las personas más necesitadas de la sociedad, para llevarles el alivio y el consuelo cristianos. Este apostolado es, en pocas palabras, un gran medio de formación y de santificación, que estará siempre en el primer plano de la labor de San Rafael.

Con las visitas a casas de familias pobres —y a hospitales, asilos o instituciones análogas—, los chicos se ejercitan en la caridad cristiana, aprenden a sentirse solidarios con los problemas y necesidades ajenas, y se estimula la generosidad de su limosna.

Este apostolado de caridad es, y será siempre, un cauce eficacísimo, tanto para conocer y preparar a los muchachos, que luego podrán incorporarse a los Cursos de Formación, como para complementar la la-

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bor con los que ya asisten a estos Cursos; por eso, ha de ponerse en práctica en todos los países, sin excepción: aun donde existe un mayor desarrollo, hay gente necesitada. Además, las visitas pueden dirigirse a personas que, sin padecer mucho agobio económico, están enfermas o solas, sin nadie que las atienda.

Cosa distinta, que no supone ninguna evolución de las visitas a los pobres de la Virgen, ni las reemplazan, son algunas actividades auxiliares que coinciden con lo que nuestro Padre llama en la Carta 24-X-42, n. 50, "grupos de trabajo", y que promueven una acción de índole asistencial o benéfica concreta.

No se realizan las visitas a los pobres —ni desde el Centro, ni durante las Convivencias— a instituciones llevadas por religiosos, pues ya se ocupan ellos muy bien de atender a los necesitados. El espíritu de la Obra nos impulsa a acudir a ambientes seculares, a los que no suelen llegar los religiosos.

Por eso, de ordinario, se piden los nombres al párroco del barrio, o a la dirección de las Conferencias de San Vicente o de otra Asociación diocesana de caridad. En todo caso, se les hace presente, al solicitar esos datos, que no se trata de proporcionar una ayuda constante —supera las posibilidades de los chicos—, sino un servicio extraordinario o esporádico en la asistencia de las familias o a los enfermos.

Es importante explicar bien a los chicos lo que se pretende con las visitas: no remediar un mal social —ya existen organizaciones que tienen como fin socorrer a los indigentes, en las que también participan libremente fieles de la Prelatura—, sino sólo facilitar a los pobres —con el cariño de un pequeño regalo que les haga ilusión— un poco de alegría y de consuelo cristiano y humano. Por esta razón, se procura que no haya continuidad en las visitas: conviene tener una lista con nombres suficientes, para no repetirlas a una misma familia.

Para conseguir el mayor provecho apostólico de estas visitas, acuden dos o tres chicos—nunca un grupo numeroso—, uno de ellos de la Obra. Además de entregar la limosna —siempre, como es natural, una canti-

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dad modesta— y unos dulces, pastas, etc., se detienen durante un tiempo prudente para conversar con los necesitados e, incluso, para prestarles algún pequeño servicio.

Cuando resulta posible, se organizan visitas en fiestas de la Santísima Virgen, pues uno de los fines de este apostolado es honrar a Nuestra Señora.

La frecuencia con que los chicos participan en estas visitas depende de las circunstancias de cada uno. Basta, de ordinario, con unas pocas a lo largo del curso.

Pero habrá siempre la debida proporción entre el número de asistentes a los Cursos de Formación y el de las visitas a los pobres. En muchos Centros, las visitas pueden ser semanales.

También se pone en práctica esta tradición en la labor apostólica con chicos de ambiente social modesto; sin embargo, es preferible acudir a hospitales o asilos de ancianos con un ambiente moral sano.

Por otra parte, no hay inconveniente en visitar orfelinatos, penales, etc.; pero esta actividad formativa no es el apostolado de las visitas a los pobres de la Virgen, tradicional en la Obra.

Dirección espiritual

Está en la entraña de nuestro espíritu la dirección de almas. Que los demás colaboren, llevando a sus amigos —mis hijas, sus amigas— a nuestros sacerdotes: es labor hermosísima, sacrificada, sin brillo, pero muy grata a Dios y muy fecunda. Con esa labor de dirección espiritual se comenzó y se hizo la Obra; y con esa labor principalmente hay que darle continuidad. Siento una gran alegría, en mi corazón de sacerdote, cuando sé que unos y otros —laicos y sacerdotes—ponéis empeño en esa tarea tan propia de almas sacerdotales. Así promoveréis nuevas vocaciones y las sabréis atender y formar (Carta 8-VIII-1956, n. 35).

Efectivamente, para que los chicos lleguen a asimilar y a vivir el espíritu sobrenatural de la Obra, son indispensables la dirección espiritual

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con el sacerdote y la charla con el seglar. La labor apostólica del Opus Dei ha sido siempre un empeño conjunto de los sacerdotes y de los laicos: la tarea del laico se complementa con la del sacerdote.

Los sacerdotes de la Prelatura dedican, por tanto, muchas horas a su ministerio, y ejercitan una intensísima labor de dirección espiritual personal con muchas almas y, como es lógico, también con quienes asisten a los Cursos de Formación. Aparte de tener muchas iniciativas individuales, los sacerdotes estimulan constantemente a los demás miembros de la Obra, para que acerquen almas a este medio de formación espiritual. Y, de modo semejante, animan a los muchachos a que hagan este apostolado con sus amigos.

Cuando la labor está desarrollada, a los sacerdotes les falta generalmente tiempo para atender a tantos chicos como les llevan los demás. Pero en alguna circunstancia, por ejemplo, al empezar el trabajo en una ciudad, y siempre que les sea posible, ellos mismos tendrán que buscar a la gente. En determinados casos, les será fácil ponerse en relación con universitarios o bachilleres, como fruto de su labor personal —predicación, confesiones— o bien, obtenido el oportuno permiso de su Ordinario en la Obra, con ocasión del desempeño de una tarea docente. Su celo apostólico les impulsará a poner los medios adecuados para comenzar, o para reforzar en los distintos ambientes, la labor de San Rafael.

Los chicos suelen hablar con el sacerdote periódicamente, por ejemplo, cada quince días. En los lugares donde es poco conocido el gran valor ascético de este medio de formación, tradicionalmente recomendado en la Iglesia, hay que explicarlo con gracia, dándole otro nombre, si es preciso, para que se entienda su necesidad y utilidad.

Naturalmente, también en esta labor se respeta —como se ha hecho siempre— la libertad de las conciencias. No se impone a nadie una dirección espiritual, y menos aún con un sacerdote determinado: se ofrece una ayuda eficaz para su vida interior, a los que libremente lo desean.

La dirección espiritual se imparte, de ordinario, en los Centros dedi-

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cados a la labor de San Rafael, ya que es ahí donde suelen acudir los muchachos. Pero también se les puede atender en una iglesia, en la capellanía de una universidad, en un colegio promovido por amigos o fieles de la Prelatura, etc.

Meditaciones, retiros y cursos de retiro

En cada Centro de San Rafael, se predica al menos una meditación semanal. Como una manifestación de amor a la Virgen, se suele tener una de las meditaciones el sábado; y, de ordinario, va seguida de la exposición y bendición con el Santísimo y el canto de la Salve o del Regina Coeli. Si, por algún motivo, resulta difícil reunir ese día a los asistentes, se escoge otro de la semana.

Se procura también que los muchachos participen mensualmente en un día de retiro espiritual, pues es muy importante para su formación: les ayuda mucho a ahondar en su vida interior y les impulsa a ser constantes en su lucha ascética.

Con este objeto, al anunciar los días de retiro en las clases de formación, el director del Círculo explica que el provecho que pueden sacar de los Cursos depende en gran parte también de su constancia en acudir a los retiros, porque así profundizarán y asimilarán mejor lo que oyen en las clases. También en el trato personal se subrayará la importancia de este medio de formación.

En el horario del retiro —además de las meditaciones y pláticas que dirija el sacerdote—, se incluye una charla dada por un seglar. Cuando parezca oportuno, se aprovecha también esta charla para exponer la doctrina de la Iglesia sobre alguna cuestión de actualidad.

A lo largo del año se organizan, además, cursos de retiro. Aunque nadie tiene obligación de asistir —no podemos ni queremos presentar como un deber algo que la Iglesia no impone—, se invita cada año, a los muchachos que frecuentan el Centro, a participar en uno de estos cursos, si libremente lo desean.

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Se han de organizar estos cursos con frecuencia, y no sólo desde los Centros de San Rafael, sino desde colegios, universidades obras corporativas, etc., de modo que se ofrezca a muchas personas la posibilidad de asistir a alguno. En ocasiones, será útil contar con un calendario impreso en el que figuren las fechas de los cursos de retiro programados a lo largo del año.

Para personas con escasa formación doctrinal-religiosa, que no están en condiciones de aprovechar bien un curso de retiro desarrollado del modo habitual, pueden preverse también actividades intermedias entre un curso de retiro y una Convivencia, con un plan doctrinal más intenso, con un menor número de pláticas y meditaciones, y sin necesidad de guardar un silencio total. Se piensan bien las clases —casi siempre, rudimentos de doctrina católica, repaso del catecismo, etc.—, de modo que se asienten los fundamentos que les faltan, explicando las verdades elementales de la fe y algunos principios de moral, con las correspondientes aplicaciones prácticas. En años sucesivos, cuando esas personas han adquirido más preparación, asisten a los cursos de retiro planteados del modo habitual.

Los primeros cursos de retiro se planean inmediatamente después de las vacaciones, porque el impulso y las buenas disposiciones, que sacan los muchachos, les preparan para aprovechar mejor los demás medios de formación, que recibirán en los meses sucesivos. Además, los cursos de retiro son ocasión para que los que asisten por primera vez se decidan, por ejemplo, a seguir una dirección espiritual personal o a frecuentar las meditaciones semanales, de modo que luego se les podrá invitar a las clases del Curso Preparatorio.

La eficacia de un curso de retiro depende mucho de que comprenda al menos tres días completos. Además, al planearlos, se estudian bien las fechas, de manera que no haya interferencias con actividades académicas, o con otras circunstancias, que limiten el número de asistentes. Sin embargo, como es muy grande el provecho que obtienen las almas de este medio de formación, se atenderán siempre esos cursos aunque los asistentes sean pocos, incluso sólo una o dos personas; y el mismo

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criterio vale para los retiros, como ya se ha dicho, y las meditaciones. Así se ha trabajado desde la fundación de la Obra, y éste es el espíritu que se ha de mantener.

Puede suceder que algunos chicos, al asistir a un retiro o a un curso de retiro, pidan copia de los guiones que se utilizan para hacer el examen de conciencia, diciendo, por ejemplo, que así aprenderán a examinarse, que sacarán más fruto del retiro o del curso, que lo utilizarán como tema de meditación durante el mes, etc. Nunca conviene acceder a esa petición, para evitar que esas personas, quizá llevadas por una exigencia desproporcionada, caigan en escrúpulos e intranquilidades de conciencia o, a veces, en una crítica poco sobrenatural. Si se ve conveniente para su alma, se les aconsejará que tomen algún apunte concreto —acomodado a su necesidad personal, sin copiar nunca del guión escrito—, y así lograrán efectivamente obtener los frutos deseados.

No se introducen modificaciones ni se adaptan las preguntas del examen. En todo caso, si parece conveniente, se envían las oportunas sugerencias a la Comisión Regional o al Consejo de la Delegación.

Suele ser oportuno recomendar a los asistentes que utilicen el libro Santo Rosario para su meditación privada: que lo lean, meditándolo, para que puedan rezar mejor los misterios. El Vía Crucis se puede hacer con el texto de nuestro Padre, que tanto ayuda a adentrarse en la Pasión de Nuestro Señor.

A causa de la ignorancia religiosa, en determinados ambientes puede suceder con relativa frecuencia que algunos, de los que acuden por primera vez a un curso de retiro, no tengan ideas claras sobre las condiciones necesarias para recibir la Sagrada Comunión. Hay que poner los medios para evitar que —al ver que otros se acercan a comulgar el primer día de retiro— lo hagan también ellos, sin la debida preparación.

Por esto, al invitar a los amigos, conviene comentarles, en una conversación personal bien razonada, que uno de los frutos más importantes de esos días de retiro puede ser una buena Confesión sacramental,

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inicio de una conversión profunda y de una lucha ascética seria; y se les animará a disponerse con hondura para acudir a este sacramento, aconsejándoles —si es el caso— que, mientras tanto, no se acerquen a comulgar, aunque vean que otros lo hacen, porque nadie juzgará su comportamiento.

Especialmente el sacerdote está siempre muy disponible para atender a los asistentes al curso de retiro, desde su llegada: así se comunica a todos, entre las indicaciones generales que suelen darse al comienzo. No hay inconveniente en que se celebre más tarde la Misa del primer día, si se piensa que bastantes querrán acercarse antes al sacramento de la penitencia.

Interesa que el sacerdote dedique unos minutos de la meditación preparatoria —quizá hacia el final— a tratar de la reconciliación con el Señor: el curso de retiro ha de ser un paso adelante en el amor a Dios, y un medio muy eficaz para conseguirlo es una buena confesión. Con delicadeza y con claridad, hará referencia también a la relación entre Confesión y Comunión.

Durante los cursos de retiro, no es oportuno proyectar filmaciones de tertulias con nuestro Fundador o sus sucesores.

Romería de mayo

Para honrar a nuestra Madre Santa María, se difunde entre los chicos la Costumbre de hacer una romería, en el mes de mayo, a un santuario o a una imagen de la Santísima Virgen.

Desde las últimas semanas de abril, en las clases de formación —entre las demás advertencias y asuntos de la semana— se habla también de la romería: y se invita a los chicos a participar y a llevar a algún amigo; así, esta Costumbre mariana será también una oportunidad de conocer a más gente.

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Colaboración en la instalación y mantenimiento del Centro

Siguiendo los modos establecidos por nuestro Padre, hay que procurar que sobre los muchachos de San Rafael y sus padres recaigan en buena parte la instalación y el sostenimiento de la sede del Centro. Además de que esta colaboración ayuda los chicos a formarse y a encajar mejor en el ambiente de la casa, constituye una ocasión excelente para tratar a las familias y nombrar muchos Cooperadores.

Conviene moverles a prestar su ayuda personal en la instalación y decoración del Centro, aportando muebles y objetos de decoración; si no están bien conservados, ellos mismos pueden encargarse de arreglarlos, junto con otros muchachos, de modo que resulten funcionales y estén de acuerdo con el resto de la decoración.

Además, los muchachos han de tener encargos materiales y ayudar con arreglos, sugerencias, etc., de manera que sientan la casa como propia. Sería deformador para ellos descuidar este aspecto y que no valorasen lo que cuestan las cosas.

Siempre se han de realizar, con sentido de responsabilidad y fomentando la generosidad de los participantes, las tradicionales colectas de los Centros de San Rafael: son un medio más para mejorar la formación de los chicos, porque fomentan su generosidad y su espíritu de sacrificio. Además, les vincula más intensamente a la labor apostólica.

Ninguna colecta tiene un fin exclusivo: todas contribuyen, en parte, a sostener el instrumento donde se realiza esa tarea apostólica en beneficio de los chicos, que consideran como algo suyo: es lógico que sientan la responsabilidad de ayudar, en la medida de sus posibilidades, al esfuerzo que supone mantener esos locales.

Es una Costumbre en la Obra que, en los Centros de San Rafael, se haga una colecta en honor de la Virgen, todos los sábados. Naturalmente, no hay inconveniente en escoger otro día de la semana, si por algún motivo especial los muchachos no se reúnen el sábado. Parte del dinero se emplea en comprar flores para la imagen de la Virgen, y parte para las visitas a los pobres.

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Otra colecta —también destinada en parte a los pobres de la Virgen— se fija el día 19 de cada mes, en honor de San José. Se explica este detalle a los muchachos, para ayudarles a comprender el sentido y el fin de este apostolado, pues nos interesan todas las almas y San José es Maestro y Patrono de la vida interior.

El dinero que se recoge en la bolsa, al terminar las clases de San Rafael, es principalmente una limosna para las labores apostólicas de la Obra. Se insistirá a los muchachos en que no deben sentirse obligados a contribuir siempre en esta colecta, ni a colaborar con una cantidad fija, pues no hay una cuota; aparte de que, si lo desean, pueden dar esta limosna al Director del Centro.

Además, en los Centros de San Rafael se coloca una hucha en la que los chicos depositan libremente sus limosnas. La hucha puede estar dentro del oratorio, si la sede del Centro es pequeña. En cambio, en Centros con sedes materiales grandes, como las Residencias, se instala fuera del oratorio, en la zona destinada a las actividades de San Rafael.

Es de sentido común que no se pretende agobiar a los chicos con colectas, sino estimular su generosidad. Por ejemplo, si tienen una clase de San Rafael el día 19 o el sábado, basta con hacer una sola colecta, y no una en la clase y otra después.

Cuando se lleven a la práctica, como apostolado auxiliar de la obra de San Rafael, las actividades en favor de las misiones —por ejemplo, en el trabajo apostólico con bachilleres de los primeros cursos—, es natural encauzar la generosidad de los chicos hacia las labores apostólicas confiadas a la Prelatura, en países que la Iglesia considera territorios de misión, precisando que los fieles de la Obra no son ni se llaman misioneros en ninguno de los lugares donde trabajan. De otra parte, se les sugerirá que no las destinen a labores concretas, sino a la tarea general; y se les explicará que el donativo más útil es el dinero, para evitar el riesgo de que entreguen objetos de poca o ninguna utilidad.

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Actividades auxiliares

La base del apostolado se irá ampliando también mediante muchas otras actividades —de innumerables tipos: culturales, docentes, sociales, deportivas, etc.—, que facilitan la ocasión de conocer a nuevos chicos. En cada país, en cada región y ambiente, se encontrarán —con espíritu de iniciativa— aquellas que mejor se adapten a las circunstancias concretas del lugar y de los muchachos. Lo importante es que, junto a su contenido formativo, estén siempre encaminadas a permitir que la amistad crezca y se robustezca.

Al promover o al participar en estas iniciativas, se presta una ayuda generosa a todos, completando su formación humana, cultural, profesional y religiosa. Además, constituyen efectivamente un medio para ampliar la base de la labor de San Rafael; facilitan el apostolado de amistad y confidencia; y se desarrollan siempre en la debida proporción, de modo que su atención no deja en segundo término los medios perennes: si no produjeran frutos apostólicos, serían hojarasca.

Estas iniciativas ofrecen una oportunidad magnífica para que colaboren, como profesores, como preceptores, como consejeros, otros miembros de la Obra, Cooperadores y amigos de prestigio: personas profesionalmente bien preparadas. Como es lógico, también pueden y deben ayudar los muchachos que llevan más tiempo en contacto con la obra de San Rafael: es un modo de concretar encargos apostólicos para

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quienes han pasado por el Curso Preparatorio, procurando que todos tengan uno.

Anualmente, se establece un plan global de actividades: si se proyectan con la antelación y la altura debidas, serán eficaces en el aspecto intelectual o profesional, y alcanzarán el adecuado número de asistentes.

Naturalmente, además de cubrir por sí mismas todos los gastos que originen, estas actividades pueden aportar una ayuda al sostenimiento del Centro. Si el tipo de iniciativa lo aconseja, puede crearse un club o agrupación, y los chicos abonarán una cuota por su participación. Cuando se trata de un curso, los alumnos pagarán una cantidad, aunque sea pequeña, en concepto de matrícula. Muchas veces, por su carácter de servicio a la sociedad, se conseguirán subvenciones de organismos oficiales y privados.

Cursos básicos de formación humana y cristiana

Los medios tradicionales de las labores de San Gabriel y de San Rafael están informados por una sólida doctrina, imprescindible —según las circunstancias de cada persona— para avanzar en la piedad auténtica y para realizar la misión apostólica del cristiano, pero presuponen una cierta formación. Por esto, cuando personas sin esa base se acercan a las labores, se ha procurado siempre que la adquieran antes de incorporarse a los Círculos.

Como el apostolado no se puede limitar a quienes ya poseen una buena formación cristiana, los fieles de la Prelatura sienten la preocupación constante de ayudar a sus amigos y compañeros a reforzar, o a adquirir, los conocimientos fundamentales de la fe y de la moral cristiana. Este afán les lleva a descubrir las deficiencias en la formación de las personas que tratan; a procurar suplir esas lagunas —en primer lugar, a través de una amistad sincera—, y a fomentar su deseo de recibir la necesaria instrucción.

Por esto, deben organizarse muchos cursos básicos de formación humana y cristiana. Estos cursos son también una ocasión óptima para di-

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fundir un profundo sentido cristiano, que se manifiesta, por ejemplo, en el esfuerzo por utilizar términos doctrinales y ascéticos con gran riqueza de contenido, que se han transmitido en la Iglesia hasta nuestros días, y que no deberían perderse. Basta recordar, por ejemplo, cómo nuestro Padre hablaba en sus catequesis con millares de personas de "transustanciación", o utilizaba otras expresiones como "vida interior", "dirección espiritual", "mortificación", etc., que quizá ahora necesiten más explicación. De ahí que sea importante utilizarlas sin sustituirlas por palabras distintas, quizá novedosas pero menos precisas, y explicar su significado oportunamente.

En el Anexo 8 se recogen algunos temas que se pueden desarrollar en estos cursos.

Como es lógico, a juicio del Consejo local, algunos podrán incorporarse a los Círculos sin pasar por ese curso básico; otros quizá puedan asistir a la vez a Círculos y a esas sesiones de formación fundamental; convendrá que otros, aunque se incorporen directamente a los Círculos, reciban algunos temas del curso básico; etc. Determinadas cuestiones pueden explicarse en retiros, en Convivencias, o en cursos de retiro a los que acudan estas personas. Lo importante es facilitar que todos adquieran cuanto antes —por el camino más oportuno— esa formación cristiana elemental y práctica.

Para que esta actividad formativa tenga mayor eficacia, es importante fomentar el clima de familia cristiana, tan propio del espíritu de la Obra; exponer los temas con sencillez, de modo vivo y adecuado a los asistentes; hablar con vibración y calor humano; y tratar apostólicamente a cada uno.

Al mismo tiempo, conviene considerar que la necesaria adaptación al nivel de formación de los asistentes, no ha de referirse al contenido sino a los modos de explicar la doctrina, a las anécdotas con que se ilustra, etc. Como en los demás medios de formación, las posibles dudas se resuelven en privado: no es conveniente que se entablen discusiones, menos aún en temas que forman parte de la enseñanza de la Iglesia.

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Esta labor constante, fruto de una amistad humana y sobrenatural, facilita la asistencia regular a este medio de formación; permite recordar o ampliar personalmente a cada uno los temas de las clases a las que no hayan podido acudir; ayuda a fijar las ideas principales; da ocasión para hablar individualmente con los interesados, para empujarles a sacar conclusiones prácticas y propósitos de lucha.

Siempre es preciso conocer bien a las personas y explicar con orden el temario. Además, hay que comprobar periódicamente que van asimilando la doctrina.

Resulta preferible organizar este apostolado en varios grupos reducidos, que vayan dividiéndose, de modo análogo a los Círculos. Sin embargo, cuando parezca oportuno, no hay inconveniente en hacerlo de otra manera: por ejemplo, desarrollando algunos temas en forma de conferencias para un mayor número de asistentes.

De las clases o charlas pueden encargarse quienes reúnan las condiciones requeridas para dirigir Círculos de San Rafael, también de las relativas a moral, pues no son clases de teología, sino de doctrina cristiana elemental. Habitualmente, una misma persona se encargará de cada grupo; no obstante, puede ser muy aconsejable que algún tema lo desarrolle el sacerdote, para facilitar también que algunos de los asistentes inicien la dirección espiritual.

Estos cursos básicos o elementales, como es evidente, no suplen en ningún caso las clases de doctrina católica del Programa de formación inicial, aunque a éstas puedan asistir —y, con frecuencia, será aconsejable que asistan— también los chicos de San Rafael.

Además de este curso elemental de formación humana y cristiana, conviene incrementar los conocimientos doctrinales de todos, a través de los medios tradicionales de formación. Concretamente, en los Círculos de San Rafael y en las meditaciones, se debe recordar siempre, con el detalle oportuno, los fundamentos doctrinales (de fe y moral) de los correspondientes temas ascéticos. En los diversos medios de dirección espiritual personal —sin convertirlos en clases—, sacerdotes y seglares rea-

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lizarán una continua catequesis, valorando prudentemente y completando, en aspectos concretos, la formación doctrinal de los chicos.

Convivencias

Las Convivencias tienen siempre una finalidad formativa, por las actividades que incluyen, y porque permiten profundizar en la amistad y en el conocimiento mutuo de los asistentes. Además, son un buen instrumento para que descubran, con más claridad, el ambiente de familia de la Obra, y otros aspectos que quizá ignoraban o no habían captado.

Cuando el Consejo local las promueve, tiene siempre en cuenta que el apostolado personal se intensifica sobre todo a través de los medios ordinarios, y que la formación apostólica que se imparte a los miembros de la Obra se consolida en su labor diaria, sin que el recurso a actividades auxiliares como "fines de semana", Convivencias, etc., se convierta en algo indispensable. Lo normal será, por tanto, ayudar a cada uno a ser amigo de sus amigos y a realizar con ellos la labor de apostolado en las circunstancias corrientes de la vida diaria: estudio, trabajo, relaciones familiares, etc.

Al organizar las Convivencias de corta duración —normalmente, de fin de semana—, el Consejo local designa las personas que han de dirigirlas. Cuando participen muchachos de diversos Centros o ciudades, las planeará, ordinariamente, la Comisión Regional o el Consejo de la Delegación. Siempre que sea posible, atenderá la Convivencia un sacerdote.

Como es natural, entre los participantes habrá una buena proporción de personas de la Prelatura.

De ordinario, no se llevan a cabo Convivencias excesivamente numerosas —menos aún, masivas—, ya que no son necesarias para hacer bien la labor. De esta forma, se evita también causar la impresión equivocada de que actuamos en grupo.

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Se deben tener algunas con los chicos que llevan más tiempo en contacto con la labor, asisten a los Círculos, se dirigen con el sacerdote, y conocen más la Obra. Pueden celebrarse durante las épocas de vacaciones o cuando se disponga de unos días libres. De modo especial, interesa organizarías durante los periodos de vacaciones más largas, para facilitar la continuidad de la formación y ayudarles a aprovechar el tiempo.

Puesto que se trata principalmente de intensificar la formación, conviene incluir un plan de charlas y meditaciones sobre aquellos temas que se consideren más adecuados, con el fin de que los asistentes profundicen en su vida de piedad, y conozcan mejor el espíritu de la Obra. Se incluyen también clases o charlas de doctrina cristiana: al menos una cada día, durante toda la Convivencia.

Interesa que los grupos sean bastante homogéneos, para fomentar la amistad entre los participantes, y para lograr un ambiente acogedor, de familia, que les facilite vivir muchos detalles de delicadeza y de servicio. Manifestaciones de ese ambiente son: la buena preparación de las tertulias y el espíritu de iniciativa para que todos intervengan; confiar a cada uno un encargo concreto; el cuidado de los detalles materiales de la casa; ocuparse de pequeños arreglos, etc.

Se organizan también para personas con menos contacto con los apostolados de la Obra. De este modo, surgen oportunidades para llegar a la amistad, y para que acudan luego a los otros medios de formación espiritual. En estos casos, se incluyen menos actos de piedad en el horario.

A veces, se originan por un motivo cultural o deportivo: por ejemplo, un seminario sobre algún tema de actualidad, un curso de orientación profesional, unos días de estudio intensivo, un campamento de promoción rural, un curso de esquí, una excursión arqueológica o geográfica, etc. Cuando parezca oportuno, y con el visto bueno de la Comisión Regional o del Consejo de la Delegación, se editan impresos de estas actividades.

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No obstante, vale la pena advertir a los participantes, claramente y con don de lenguas, que no van a satisfacer exclusivamente intereses puramente culturales o sociales, a hacer turismo, a divertirse o a practicar un deporte: van principalmente a mejorar su formación humana y espiritual, y su vida de piedad, en un ambiente cristiano.

Nunca deben suponer una carga económica para el Centro que las promueva. Por eso, hay que fijar en cada caso las cuotas que pagan los participantes, para cubrir todos los gastos, incluidos los del Director y los del sacerdote.

Muchas veces se llevarán a cabo en sitios relativamente cercanos, con medios de transporte baratos, utilizando la casa o finca de un amigo, un campamento, un campo de trabajo, etc. En cualquier caso, resulta aconsejable que no requieran un gasto exagerado a los asistentes, para evitar discriminaciones de tipo económico, y para habituar a todos a vivir en un clima cristiano de sobriedad. En algunas ocasiones, explicándolo con claridad, algunos chicos —que disponen de más medios— abonan una cantidad mayor, con el fin de completar lo que otros no puedan pagar. También se buscan subvenciones de entidades oficiales y privadas. Sin embargo, la asistencia nunca ha de ser gratuita para ninguno: es muy importante el apostolado de no dar.

Actividades culturales

Merecen especial atención las actividades culturales, que contribuyen de modo más directo a mejorar la formación intelectual y doctrinal de los chicos: por ejemplo, los ciclos sobre materias de actualidad, o los cursos monográficos sobre cuestiones sociales y económicas, sirven para divulgar los principios de la Doctrina Social de la Iglesia y del Derecho público eclesiástico, o para dar a conocer los derechos y deberes de los católicos en la vida pública. A través de conferencias o sesiones sobre temas históricos, filosóficos, etc., se presenta una interpretación cristiana de los distintos problemas, y se resaltan los aspectos donde más inadvertidamente pueden introducirse ideas erróneas.

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Con estas iniciativas, se completa la formación que los alumnos reciben en el colegio o en la universidad. No se pretende hacer competencia a la enseñanza oficial o privada, sino suplir posibles lagunas de sus planes de estudios.

Para los chicos de los últimos años de bachillerato, suelen interesar los cursos de preparación para el ingreso en la universidad: técnicas de estudio, orientación profesional, ciclos especiales sobre literatura, idiomas, historia, etc. Se plantean en el momento más conveniente. Unos se imparten durante el año escolar; otros pueden desarrollarse como cursos intensivos, durante los periodos cortos de vacaciones, dándoles el carácter de una Convivencia; finalmente, durante el verano, se pueden organizar algunos dirigidos especialmente a los que están a punto de comenzar la carrera universitaria.

Como los muchachos están formando su personalidad, es apropiada la promoción de clubes culturales: de música, de periodismo, de idiomas, de literatura, de debate, etc.; o, sencillamente, tener periódicamente tertulias culturales, sin necesidad de ningún club.

En los clubes de debate, se recomienda el criterio que se practica siempre: los temas no se discuten, se estudian. Los participantes, por un sentido elemental de responsabilidad, se preparan previamente en la materia que se desarrollará, y escuchan luego con atención opiniones contrarias o distintas a las suyas. Esta actividad busca como finalidad favorecer la agilidad mental, la facilidad de palabra, la claridad y rigor de exposición y, sobre todo, la delicadeza para aprender a exponer y defender con serenidad un punto de vista o una teoría, sin herir a nadie y, siempre, con el respeto debido a la libertad de los demás en las materias opinables. Para eso, se elegirán temas que no predispongan a juicios apasionados.

Un criterio semejante se aplica en las conferencias y charlas. Cuando se trata una materia no opinable —dogma, moral, etc.—, el acto no se cierra nunca con una rueda de preguntas y si, al final de una reunión, se prevé un tiempo para intervenciones de los asistentes, es prudente limitar su duración, con el fin de que no se prolongue demasiado.

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Vale la pena aprovechar todas estas actividades tan diversas para fomentar —respetando siempre la libertad de los interesados— la dedicación a carreras humanísticas, tanto por su importancia doctrinal y social, como para que no falte una orientación cristiana en los diversos ámbitos de la cultura y del pensamiento.

Actividades sociales

La larga experiencia obtenida confirma que, cuando estas iniciativas se centran en impulsar ayudas concretas y bien determinadas en zonas de menos desarrollo, puede resultar una actividad muy atractiva para universitarios, especialmente los de carreras como Medicina, Educación, Arquitectura, etc., que descubren en esta colaboración un modo de formarse también desde el punto de vista profesional. Gracias a estos programas, se llega a ambientes nuevos y a chicos interesados en servir a los demás, aunque se encuentren lejos de la práctica religiosa.

La eficacia apostólica depende mucho de la preparación y de la seriedad con que se plantea y de que haya ocasión de tratar a los muchachos con continuidad.

Si se organizan para colaborar en proyectos sociales en los que trabajan fieles de la Prelatura, los participantes tienen la posibilidad de conocer aspectos distintos de la labor de la Obra y, si no tienen contacto con ambientes católicos, produce en ellos un descubrimiento de la vida cristiana. Por eso, es importante estudiar bien, considerando quiénes serán los asistentes, qué medios de formación se impartirán durante la actividad, si ésta tiene lugar como una Convivencia.

Son interesantes las promociones urbanas o proyectos sociales en barrios marginales, ya que permiten la colaboración de chicos que quizá no pueden trasladarse a una actividad en lugares lejanos, y suelen requerir menos dedicación de tiempo y de energías para sacarlas adelante. En ocasiones, estas promociones urbanas han permitido una ulterior labor de catequesis en las zonas escogidas, logrando así continuidad en el trabajo realizado.

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Si se trata de viajes a otros países, hay que cuidar el apostolado de no dar: que los chicos trabajen para conseguir subvenciones; no facilitarles demasiado las cosas, etc. Se enseña a los fieles de la Obra a ser exigentes con quienes deseen participar, para que asistan regularmente a las actividades preparatorias, de modo que haya tiempo suficiente para tratarlos.

Donde sea posible, es muy eficaz elegir lugares en los que sacerdotes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz desempeñen su ministerio sacerdotal. En cualquier caso, para estas iniciativas u otras análogas, es prudente informar siempre a los párrocos de los sitios elegidos, para contar con su colaboración, sin perder de vista el carácter propio de nuestras actividades. Conviene que todos los trámites se lleven a cabo a través de la Comisión Regional.

Actividades deportivas

En este aspecto, es natural centrarse en la práctica de los deportes corrientes en cada país, en consonancia con el ambiente general.

Lógicamente, se extremará la prudencia en los deportes que accidentalmente se prestan a manifestaciones de violencia, como el rugby o el fútbol; o que exponen a peligros considerables, como el alpinismo o, en menor medida, el esquí. Por esto, es aconsejable que alguna persona con experiencia —uno de los Directores del club o del Centro Cultural— acompañe a los chicos en las excursiones y en las competiciones deportivas o en los ejercicios. No se practican en absoluto deportes que, por su naturaleza —boxeo, lucha libre, etc.—, no sólo causan perjuicio de la salud, sino que además son ocasión de reacciones incontroladas de faltas de caridad.

De modo análogo, se extrema la prudencia en los entretenimientos y ejercicios que, por sus riesgos o por el desconocimiento de quienes los practican, pueden ser peligrosos: manejo de fuegos artificiales, hogueras, piñatas, etc.

Hemos de llevar el espíritu cristiano a estas actividades, aprovechando todos los detalles, pues se prestan —sin ñoñerías ni mojigaterías— para en-

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señar a cuidar, con naturalidad, una serie de puntos prácticos de caridad, de delicadeza en el modo de comportarse, de modestia, etc. Evidentemente, no se acude a lugares mundanos. Por ejemplo, sólo se va de excursión a una playa si es seguro que se trata de lugares muy poco frecuentados, y con la prudencia de asegurarse que, en aquella zona, el mar no ofrece peligro, pues éste puede ser el motivo para que la zona esté desierta.

Otras actividades

Todas las actividades que se organicen en un Centro de San Rafael han de estar impregnadas de un hondo sentido cristiano, más aún cuando pretenden responder a inquietudes, temas, etc., que se ponen más o menos de moda. Esto es perfectamente compatible con otro rasgo común que deben presentar: son labores laicales y seculares, realizadas con un alto sentido profesional y, a la vez, con ambiente de familia.

Es muy positivo, por tanto, fomentar la responsabilidad de los de fieles de la Prelatura y de los de San Rafael para promover actividades de carácter literario o musical, y de otras manifestaciones artísticas, para tratar a chicos que frecuentan esos círculos; por ejemplo, restauración de muebles, cuadros, etc.

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Residencias

Admisión de residentes

El trabajo apostólico con la juventud, en cualquier país o ciudad, empieza siempre con la obra de San Rafael. Tradicionalmente ha sido ésta la primera tarea apostólica. De ordinario, no se comienza, por tanto, una Residencia de estudiantes —ni otra labor corporativa— sin haber puesto antes en marcha la obra de San Rafael, que precede y acompaña continuamente al trabajo que se realizará en la Residencia o en la obra corporativa. De este modo, se consigue que los chicos de San Rafael ayuden a esas labores desde el principio, y que las consideren siempre como cosa suya.

Quienes dirigen una Residencia de estudiantes, han de examinar con rectitud de intención y espíritu de servicio qué residentes serán admitidos. En la primera etapa, es preferible empezar con un número reducido de personas, que sepan comprender el espíritu que se respira en la Residencia y ayuden a crear el ambiente de familia y de estudio, base indispensable para la labor que se debe desarrollar en y desde la Residencia. Sería un desacierto —por un mal entendido afán de llenar muy rápidamente las plazas disponibles, o de resolver problemas económicos— aceptar a cualquier candidato, sin asegurarse previamente de que lleva buena conducta y de que reúne condiciones: el fin apostólico es lo que impulsa a cubrir las plazas; por eso, lo fundamental es intensificar al máximo la labor de San Rafael.

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Se procura, por tanto, que muchos de los primeros residentes sean chicos conocidos y tratados en la labor de San Rafael, aunque no se descarta la posibilidad de entablar relaciones con algunas asociaciones —católicas o no—, para que sugieran y proporcionen residentes, con un mínimo de condiciones, y siempre que los interesados lo deseen libremente.

Con el tiempo, la tarea de seleccionar a los residentes se prepara, poniendo empeño y esfuerzo, en la labor con bachilleres en los colegios y en los clubes de otras ciudades donde hay labor estable o se atiende mediante viajes. Cuando llega el momento de que empiecen sus estudios universitarios, se orienta a los que reúnan condiciones a que se trasladen a poblaciones donde hay Residencia, para continuar e intensificar la formación que han recibido.

Además, como es necesario contar con un buen número de peticiones de plaza para poder encontrar las personas idóneas, interesa mantener contacto con aquellos colegios de segunda enseñanza que, por ofrecer una recta formación a los bachilleres, estarán interesados en orientar a los alumnos hacia una Residencia que sea obra corporativa. Esta exigencia en la selección comporta, al principio, un mayor esfuerzo, incluso una considerable dedicación de tiempo, en la que colaboran también Supernumerarios y Cooperadores, a quienes el Consejo local ha de dirigir: pero este cuidado es y ha sido siempre lo que consolida y asegura la eficacia de la labor. Entre los criterios para proceder así, se revelan de capital importancia la disposición y los hábitos de estudio de los candidatos: cuando los residentes son buenos estudiantes, la Residencia funciona adecuadamente y cumple su fin.

No hay inconveniente en invitar a los que carecen de relación previa con la labor apostólica de la Obra, y piden plaza, a que pasen un día en la Residencia, de modo que se les pueda conocer y charlar con ellos. Incluso, se puede organizar una pequeña tertulia con algunos de la Obra y residentes antiguos, a la que asista ese estudiante.

También resulta muy eficaz organizar una breve Convivencia anterior a la admisión, en la que —a través de actividades bien programadas:

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cursos de técnicas de estudio, de preparación para el ingreso en la Universidad, etc.— se tiene la ocasión de tratar a los muchachos, con el fin de apreciar sus cualidades humanas, su formación religiosa, su propio ambiente familiar y su posible adaptación a la Residencia.

En ese día o en esas jornadas se explican, entre otros, los siguientes aspectos:

  • espíritu que anima las actividades. Libertad y responsabilidad personal;
  • ambiente de familia cristiana y cumplimiento del Reglamento de la Residencia;
  • delicadeza y corrección en el trato y en el comportamiento. Virtudes humanas;
  • exigencia en el estudio y en la laboriosidad;
  • cuidado material de la casa;
  • aspectos de la moral cristiana;
  • vida de piedad: medios de formación que se proporcionan;
  • actividades culturales, artísticas y deportivas.

De este modo, se facilita que comprendan antes, con amplitud, la labor de la Residencia. En esta primera etapa, es de gran importancia contar también con la colaboración de los residentes antiguos, pues constituyen una gran ayuda para el Consejo local.

La Residencia está abierta a todos, también a los no católicos, a quienes se recibe siempre con afecto y estima; y, cuando libremente lo desean, se les invita a participar en la labor cultural y en la instrucción religiosa que se proporciona en la Residencia. Pero, lógicamente, para lograr un ambiente mejor y conseguir una mayor eficacia apostólica, es conveniente que la proporción de residentes católicos sea elevada.

Al comenzar una Residencia —especialmente si es de las primeras de una Región—, pueden surgir algunas dificultades: de un modo o de otro, no faltan nunca en cualquier tarea apostólica. Pero esas contradic-

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ciones —ordinariamente pequeñas— se superan con vida de fe, con oración y mortificación, con vibración apostólica y sentido de responsabilidad, con trabajo perseverante y buen humor, con la fidelidad más plena al espíritu que Dios ha querido para la labor apostólica de la Obra. En cambio, no se resuelven —por el contrario, se agravan— a base de transigencias y acomodaciones al ambiente: aunque en un primer momento pareciesen facilitar la labor, al cabo de no mucho tiempo se comprobaría que sus frutos son amargos.

Reglamento de la Residencia

Para la buena marcha de la Residencia, es muy importante que los residentes tengan conocimiento previo del ambiente en el que van a desenvolverse, y sepan que se comprometen libremente a conducirse de acuerdo con el espíritu y las costumbres de la Residencia: si no, pueden elegir otro sitio.

Por su parte, los Directores de la Residencia están al tanto de las disposiciones legales aplicables, y especialmente de las que regulan las relaciones entre la dirección y los residentes. Por eso, es muy importante que unos y otros entiendan claramente el carácter, naturaleza y fines del Reglamento, para explicarlo con precisión y aplicarlo de modo congruente. También los demás fieles del Opus Dei que viven en la Residencia conocen bien esas normas y evitan causar —por ignorancia— mal ejemplo en alguna ocasión.

Existe efectivamente un contrato, en virtud del cual ambas partes, la Residencia y los residentes, asumen derechos y deberes. La Residencia proporciona unos medios de formación —cultural, humana, espiritual—; alojamiento en un ambiente de familia, de estudio, de buen humor, y limpio; comida sana; etc. Los residentes, por su parte, tienen que cumplir las condiciones del Reglamento, que son bien pocas: respetar el horario de la casa, sobre todo en lo que se refiere al tiempo de limpieza; puntualidad en las comidas y a la hora de regreso por la noche; cuidar la corrección en el modo de vestir, especialmente en el oratorio y en el co-

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medor, etc. Sin embargo, es mejor no enviar el Reglamento de modo habitual a los que solicitan plaza, ni que cada residente guarde un ejemplar, aunque se les entrega, si lo desean.

El Reglamento, muy breve, se envía a la Comisión Regional para recibir las observaciones que sean del caso, antes de su aprobación.

El Director u otro miembro del Consejo local explica a cada residente —a su tiempo— el contenido del Reglamento y los deberes que se obliga a cumplir, haciéndole ver con gracia su carácter positivo: son detalles para asegurar un ambiente agradable y la buena marcha de la Residencia.

No se ha de transigir en los puntos del Reglamento, que son fundamentales para mantener el característico espíritu de hogar de esas sedes que son obras corporativas: corrección en el modo de vestir, cumplimiento de los horarios, delicadeza en el trato mutuo, etc. No sería lógico permitir, por un falso concepto de la comprensión o de la adaptación a los usos del momento, comportamientos contrarios a las normas de la moral cristiana o de la corrección humana.

Conservar esta disciplina sin acomodaciones erróneas puede llevar consigo, en algunas ocasiones, dificultades para ocupar todas las plazas de la Residencia, con perjuicio del sostenimiento económico, e incluso producir incomprensiones y críticas entre determinadas personas. En su caso, se estudian los problemas para resolverlos, pero sin extrañarse de que aparezcan dificultades.

Este modo lógico de actuación —en virtud del recíproco respeto— puede hacer necesario que, en algún caso, se aconseje a alguno a cambiar de alojamiento: el bien que difícilmente se haría a esa persona, permitiendo que continuara en la Residencia, no compensaría el daño que causaría a los demás residentes y a la labor que se realiza allí y desde allí.

También puede suceder alguna vez que un residente lea o retenga libros perniciosos. Es deber del Consejo local comentarle, con delicadeza y caridad, el criterio del Magisterio de la Iglesia sobre el uso de libros peligrosos para la fe y la moral cristianas; advirtiéndole, al mismo tiempo,

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sobre la obligación de un católico de abstenerse de esas lecturas o de pedir consejo en la forma debida, si ha de leerlos por motivo de estudios, investigación, etc.; en todo caso, se le explica el sentido positivo y maternal de esas disposiciones. Además, para evitar el riesgo de que lleven esos libros a la sala de estudio o los den a leer a otros residentes, se les aconseja con seriedad que los guarden convenientemente, para que no caigan en manos de otros.

A una persona que, a pesar de recordárselo, no tomara las precauciones exigidas por la moral, habría que aconsejarle que abandonase la Residencia, porque su actitud tan poco respetuosa podría causar un grave daño a los demás.

En las Residencias está prohibido guardar armas. Si algún residente, por estar haciendo el servicio militar o porque es militar de profesión, ha de conservar un arma, se guarda en un armario bajo llave, que custodia el Director; y no se permite jamás que se manejen o limpien dentro de la casa. En el Reglamento se hará constar esta disposición, si es oportuno: es una de las pocas condiciones exigidas para conceder la admisión, y su incumplimiento constituye motivo suficiente para que una persona deje inmediatamente la casa, con pérdida de todos sus derechos.

Cuando sea necesario hacer alguna advertencia a un residente, el Director considerará quién es la persona más adecuada: a veces, será más prudente efectuarla a través de un miembro de la Obra que no forme parte del Consejo local, o de un residente antiguo y de confianza. No se encarga nunca este tipo de gestiones al sacerdote, aunque, si lo ve conveniente, el Director le pedirá consejo, y actuará después con plena responsabilidad, de acuerdo con el resto de los miembros del Consejo local.

Si un residente cometiera actos graves contra las buenas costumbres, se procederá con extrema delicadeza: toda la diligencia deberá ir encaminada a salvar aquella alma, guardando prudente silencio, pero tomando las precauciones necesarias para evitar daños a los demás. No se adoptarán precipitadamente medidas severas: se ha de actuar con calma y serenidad, poniendo los medios sobrenaturales y humanos para

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ayudar a esa persona. Solamente después de agotar esos medios sin resultado, se indica al interesado que abandone la Residencia. En cambio, si hay peligro de escándalo, se adoptan con urgencia las medidas necesarias.

Si algún residente no se adapta a la vida de la Residencia, es inevitable invitarle a que se marche, asegurándole al mismo tiempo que puede contar siempre con una amistad leal y con la ayuda espiritual que desee. Quienes dirigen la Residencia respetan la libertad personal de todos, y los residentes, en justa correspondencia, han de respetar la libertad de los Directores para que puedan llevar la Residencia como, en conciencia, les parece mejor.

En todos estos casos, se procede delicadamente, para que nadie se sienta herido. De ordinario, se actúa de forma que el mismo residente entienda que su ambiente es otro, y decida marcharse espontáneamente.

Ambiente de familia

La vida en la Residencia se caracteriza por su tono familiar, y por un ambiente de alegría, optimismo y comprensión, en el que los estudiantes se tratan con naturalidad, delicadeza y cariño. La convivencia les lleva a practicar las virtudes humanas, y contribuye decisivamente a su formación.

Importa mucho que todos consideren la Residencia como su propio hogar, se sientan en familia, y ayuden a cuidar la casa, los muebles y las diversas instalaciones.

Es cada vez más frecuente que algunos residentes no hayan experimentado antes una verdadera vida de familia. Por eso resulta de especial interés que, desde el comienzo, descubran el valor de las tertulias, tanto para mejorar su formación como para aprender a convivir en un ambiente agradable y cordial. De ahí que siempre, pero especialmente a comienzos de curso y en épocas de exámenes, interese prepararlas muy bien, con antelación, sin improvisaciones, para que resulten atractivas y facilitar que los residentes asistan de modo habitual. Hay que tener en

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cuenta que muchos no sabrán en qué consiste ese rato de convivencia familiar, ni cómo transcurre; el mejor modo de que lo entiendan será que participen en tertulias bien preparadas.

Asimismo se les enseña a conducirse con espíritu de comprensión recíproca, de respeto a la libertad personal y a las legítimas opiniones de los demás. Esto resulta fácil, si se fomenta un tono humano alto en el trato que, de por sí, ayuda a evitar toda polémica. No obstante, si alguien suscita enfrentamientos que pudieran desembocar en una falta de caridad o de desunión, habría que cortar la discusión con autoridad y delicadeza.

Si un residente propugna ideas ciertamente erróneas sobre materias de fe o de moral, alguno del Consejo local debe hacer la oportuna clarificación con calma, serenamente, en el momento oportuno; después, habla en privado con el interesado, le ayuda a ver su equivocación con autoridad, y le aconseja que, en adelante, no promueva incidentes de este estilo. Generalmente, lo agradece y se corrige; de lo contrario, hay que llevarle a comprender que es preferible que no continúe en la Residencia. En el caso de residentes no católicos, se les ayudará siempre a que comprendan y respeten el criterio católico en la materia correspondiente: es una manera de vivir el apostolado ad fidem.

La televisión se usa de manera que no perjudique la vida en familia, ni el ambiente de la Residencia. Es muy aconsejable establecer un horario, con el fin de no perturbar el trabajo y el descanso. Para elegir los programas, una comisión de residentes, formada por personas de criterio, se encarga de elaborar las propuestas, pero decide siempre el Consejo local, extremando la prudencia ante la desorientación grande que, por desgracia, existe en la producción de programas. En las Residencias grandes, donde suele haber una instalación fija, el televisor está cerrado con llave, como en tantas familias cristianas.

Si existe un aula informática o algún ordenador con acceso a internet, se siguen los criterios señalados en Vademécum, 19-III-2002, pág. 205.

Como en cualquier hogar, los residentes llegan a casa por la noche no más tarde de una hora fijada por razones de orden y de convivencia: será

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la hora corriente entre las personas de buena conducta. Excepcionalmente, alguno puede tener que regresar más tarde de lo acostumbrado, pero siempre a una hora prudente y nunca de modo habitual. Como una manifestación más del ambiente de familia, le esperará un miembro del Consejo local.

Si se explican bien las cosas, esta costumbre no será entendida como falta de confianza o de libertad. Por el contrario, los residentes valorarán este detalle como una manifestación de delicadeza, de la que no se puede abusar, y advertirán así que un retraso en el horario de regreso constituye verdaderamente una excepción.

Cuando se admiten en la Residencia graduados que siguen cursos de especialización, conviene aclarar bien este punto antes de aceptarlos. Si, por sus compromisos, les resulta gravosa esta situación, será mejor que busquen otro lugar.

Si queda tiempo libre después de cenar, el Consejo local procurará aprovechar esas horas para desarrollar algunas tareas formativas o culturales —clases, audiciones de música, conferencias—, que sean atractivas para los residentes y para sus amigos y compañeros.

Para contribuir al ambiente de familia, los Directores están al tanto de que el tono y la calidad de la comida correspondan a lo habitual entre la gente joven, con algún extraordinario sencillo los domingos y días de fiesta. Lógicamente, la media de cocina se fija de acuerdo con la pensión que pagan los residentes, y con lo usual en los comedores de estudiantes.

Para vivir el apostolado de no dar, se establece un procedimiento por el que los residentes abonen el importe, cuando invitan a algún amigo a comer o a cenar, avisando antes; por ejemplo, pueden comprar previamente en Secretaría unos vales, con un precio fijado de antemano, para la cena o para la comida.

El horario del comedor establece una hora límite, que todos conocen y se esmeran por respetar. Cuando un residente prevé que llegará tarde a comer o a cenar, avisa al Consejo local con la suficiente antelación: si el retraso fuera grande, terminado el almuerzo o la cena, le dejan una co-

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mida en el antecomedor. Evidentemente, cuando no advierte y llega fuera de esa hora límite, no se preparará comida: es otro punto, que todos deben saber, cuando solicitan la admisión en la Residencia.

El sistema de autoservicio en el comedor lleva consigo cierta dispersión en el momento de la sobremesa, con la imposibilidad quizá de hacer la visita al Santísimo todos juntos y con la dificultad de formar las tertulias. Estos inconvenientes pueden obviarse poco a poco, mediante la labor personal de los fieles de la Prelatura y de los residentes más encajados, acudiendo a la visita al Santísimo en pequeños grupos, a medida que terminan de comer.

Las circunstancias de cada país determinan algunas costumbres que pueden seguirse habitualmente, siempre que no desdigan del tono sobrenatural y humano de la Residencia. Por esto, no se permiten nunca las llamadas novatadas. Aunque esa práctica de mal gusto esté muy extendida en los medios universitarios de algunas naciones, no debe ser tolerada —ni muchos menos fomentada— en ninguna Residencia. Y esto aun cuando se pretendiera hacerla so pretexto de conseguir algún bien: porque entonces, además de indicar pésimo gusto, supone una pérdida de espíritu, que vuelve ineficaces otros medios. Si se pusiera por excusa la alegría de los jóvenes, hay que pensar en la experiencia de muchos años, que demuestra que se logra ese ambiente habitual de alegría y juventud, sin acudir a provocarlo artificialmente con procedimientos que no son precisamente formativos.

La celebración del santo o del cumpleaños de los residentes es una manera más de crear ambiente de familia. Muchas veces, por el elevado número de alumnos, no será posible ofrecer al festejado un pequeño agasajo. Pero, si lo desea, puede invitar a los demás —costeando él los gastos— a tomar café, unos dulces, etc. En todo caso, nunca deben faltar ese día detalles que le lleven a sentirse en la Residencia como en su casa; sobre todo, en la tertulia, los residentes colaborarán para manifestar una especial alegría y cariño.

Además, hay que enseñarles a dar a estas fechas un sentido sobrenatural. Se puede sugerir al que celebra su santo, por ejemplo, que asista a

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la Santa Misa —si no acude habitualmente—, y a los demás, que le encomienden de un modo especial.

Cuando un residente celebra el santo o el cumpleaños en un día en que, por ser época de vacaciones o por otra causa, está fuera de la Residencia, no ha de faltar la felicitación del Director. De la misma forma se procede con los que pertenecen a la asociación de antiguos residentes.

El día del santo o cumpleaños del Director o del sacerdote de la Residencia, se puede tener para todos algún extraordinario en la comida. Como es natural, la fiesta de otras personas de la Obra se celebra como la de un residente más.

Por un motivo lógico de desprendimiento, y también por ejemplaridad, los miembros del Consejo local, incluido el sacerdote, no admiten regalos personales de los residentes en esas ocasiones o con motivo de otra celebración: si lo desean, los residentes pueden entregar algo para completar la decoración de la Residencia, para mejorar algún vaso sagrado, para la biblioteca, etc.

El Consejo local debe estar al tanto, para enterarse enseguida de si algún residente está enfermo y ha de guardar cama. Se procurará atenderlo con cariño, y se encargará a otro residente de cuidarlo, limpiar el cuarto, llevarle la comida, etc. En la puerta de la habitación se pondrá un cartel digno, advirtiendo que hay un enfermo, para que no le molesten y para que no entre la Administración.

Si se trata de una enfermedad de alguna importancia, hay que avisar cuanto antes a su familia, extremando la delicadeza en el modo de dar la noticia, para no alarmarles innecesariamente.

En el caso de enfermedades que exigen atenciones extraordinarias, se aconsejará a los parientes que tomen la decisión de trasladar al enfermo a una clínica o a su propia casa: una Residencia no reúne las condiciones adecuadas para proporcionar esas atenciones.

Si los padres van a ver a su hijo enfermo, hay que cuidar que la visita resulte agradable, y que sea una ocasión en la que puedan comprobar

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la caridad y el cariño humano que se cultiva en la Residencia; y, en especial, el cuidado con que se atiende a los enfermos.

Para facilitar el descanso del enfermo, se tenderá a evitar que reciba visitas de personas que no sean los padres o parientes muy próximos. Y, en caso de que vayan otras personas, será oportuno que un Numerario esté presente, para conseguir —con la mayor delicadeza— que ese tiempo sea breve.

Si un residente o un antiguo residente, movido por su cariño, desea contraer matrimonio en el oratorio de una Residencia, se procura hacerle ver que es preferible que la boda se celebre en una parroquia o santuario.

Orden y cuidado material

El Consejo local, y los demás fieles de la Obra que viven o están adscritos al Centro, se preocupan del cuidado material del edificio y de las diversas instalaciones, de los muebles, de los objetos de decoración, etc., prestando atención a las cosas pequeñas: es un rasgo muy característico del espíritu de la Obra, fundamental para conseguir el ambiente agradable de los Centros.

En este sentido, es preciso enseñar a los residentes, con paciencia y constancia, los detalles que hacen más agradable la convivencia y contribuyen a que la Residencia sea un hogar acogedor: tener ordenada la propia habitación, ventilar cuando sea necesario, estar dispuestos a ayudar en el arreglo de pequeños desperfectos, etc.

Reviste particular importancia el cuidado de la puntualidad en los horarios de limpieza: se asegura que pueda atenderse bien y en las necesarias condiciones de independencia; y también que la Administración encuentre las habitaciones limpias, ventiladas y ordenadas.

Por eso, los residentes abandonarán todos los días sus habitaciones a la hora prevista. Antes de que la Administración pase a la limpieza, un miembro del Consejo local comprobará que la zona correspondiente está completamente libre y en las debidas condiciones, con un recorrido previo de todos los locales.

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Para facilitar el trabajo de la Administración, cada residente ha de tener dos bolsas para la ropa que ha de mandar a lavar; se establecerá así en el Reglamento, cuando se considere oportuno. La Administración de la Residencia puede encargarse de confeccionar estas bolsas, para venderlas a quienes las necesiten.

Vida de piedad

Ante la formación espiritual, como en todo, los residentes gozan de una completa libertad. La Residencia les ofrece medios para mejorar su conducta cristiana y humana, que pueden aprovechar, si así lo desean. Por eso, en el Reglamento no se establece la obligación de asistir a ningún acto de piedad. A cada residente, en cambio, se le puede recomendar personalmente que, por ejemplo, rece diariamente el Santo Rosario y que haga la visita al Santísimo. También se le puede invitar a que, si quiere, asista a la Santa Misa en el oratorio de la Residencia, o que participe en la vela al Santísimo de los primeros viernes de mes. Sin que suponga la más mínima coacción, a todos los residentes se les debe tratar apostólicamente, para que maduren como personas de bien y para que enriquezcan su formación: ni ellos, ni los miembros de la Prelatura, pueden caer en la idea equivocada de confundir la Residencia con una pensión.

Se respeta también la libertad de los estudiantes para asistir a medios de formación cristiana donde libremente deseen, y para acudir a los sacerdotes que quieran en busca de dirección espiritual. Nunca será incompatible —ni en lo más mínimo— el hecho de pertenecer o frecuentar alguna asociación de fieles, movimiento de apostolado, etc., para participar activamente en la labor de los Centros de la Obra.

Se procura siempre fomentar en los residentes la piedad, y se les enseña —en primer lugar, con el ejemplo— a comportarse de un modo digno y consciente en el oratorio, especialmente en las acciones litúrgicas. Entre otros detalles de urbanidad de la piedad, están las genuflexiones o inclinaciones de cabeza, el modo de signarse, las posturas —de pie, de rodillas, sentados— durante la Misa; cómo recibir la Sagrada Comu-

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nión, etc.: cuando se cuidan bien, contribuyen eficazmente a completar la formación espiritual de los residentes.

La homilía de la Misa, en los domingos y demás días festivos, es un medio eficaz de formación y un modo para que los estudiantes se incorporen, cada vez más, a la labor de San Rafael que se lleva a cabo en la Residencia.

Con la ayuda del comportamiento y de la amistad de los residentes antiguos y de las personas de la Obra, los nuevos irán acudiendo a los distintos actos de piedad, aprenderán costumbres como la de saludar al Señor en el sagrario, al entrar o al salir de casa, y muchos llegarán a participar plenamente en los medios específicos de la obra de San Rafael.

Labor apostólica con los residentes

Por el ambiente en que se vive y por la doctrina que se imparte, los residentes aprenden a acercarse a Dios, a querer a la Iglesia y a la Obra, a participar en los medios de formación. Esta es la finalidad de la Residencia, y no sería suficiente, por tanto, conformarse con que los residentes estén sólo humanamente contentos.

Como es natural, si el comportamiento honrado y digno se demuestra una base lógica en la selección, para admitir residentes y para que permanezcan en la Residencia, sostenerlo doctrinal y prácticamente constituye un deber primordial del Consejo local y de todas las demás personas de la Obra que se encuentran o trabajan allí. Por ejemplo, mediante las conversaciones apostólicas personales; con la conducta y las indicaciones o advertencias oportunas; con los medios colectivos de formación —meditaciones, charlas, clases de doctrina cristiana, etc.—; animando a los residentes a la práctica frecuente de los sacramentos; poniendo un gran cuidado en los libros y en las publicaciones periódicas que se reciban; fomentando un austero ambiente de estudio y laboriosidad, junto con un clima de hogar cristiano, etc.

Los fieles de la Prelatura se comportan en la Residencia como uno más, con naturalidad, sin distinciones ni privilegios. Este modo de pro-

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ceder se ha de manifestar también al realizar el apostolado personal —con los residentes y con otros estudiantes de fuera— que cada uno debe practicar; apostolado personal, que será consecuencia de su vibración interior, de su ascendiente sobre los demás. No por ser conocidos como miembros de la Obra, sino por su recto y constante modo de conducirse en la vida profesional, en el estudio, en la delicadeza en el trato, etc. Y, siempre, por haber puesto los medios oportunos para lograr una verdadera amistad con los chicos.

Los miembros del Consejo local han de acomodarse —dentro de las exigencias propias de su cargo— a ese modo de proceder lleno de naturalidad, procurando no aislarse de los residentes ni de los chicos que frecuentan la Residencia, siendo verdaderamente amigos suyos. De esta forma, la labor apostólica personal resultará más eficaz, y el ambiente de la casa conservará el tono familiar característico.

Por lo tanto, se cuida con particular ahínco el clima de trabajo y estudio, exigencia fundamental del espíritu del Opus Dei. Además de medio para adquirir una sólida preparación profesional, el estudio intenso es ocasión de apostolado y permite ir formando a los universitarios en el sentido de la verdadera fraternidad. En consecuencia, desde el principio se enseña a todos a facilitar el trabajo de los demás, y a comprender el valor humano y sobrenatural del estudio.

Se ha de prestar una especial atención a la formación espiritual y humana de los residentes. Concretamente, el Director —ayudado por los otros miembros del Consejo local, si es preciso— hablará personalmente con ellos con una cierta frecuencia, con naturalidad, buscando el momento más oportuno para cada uno, sin un orden riguroso y preestablecido.

Estas conversaciones son especialmente aconsejables durante el primer periodo de estancia en la Residencia, para ayudarles —con comprensión y con paciencia— a superar las pequeñas dificultades que puedan encontrar para ambientarse en la Residencia o en la universidad. Son, además, un complemento imprescindible —junto a la dirección espiritual con el sacerdote— de los medios colectivos de formación.

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Labor que se realiza desde la Residencia

La formación de los chicos constituye sólo una parte de la labor: la Residencia ha de ser, además, instrumento para extender el apostolado a otros muchos estudiantes. De ordinario, por cada residente, frecuentan las actividades por lo menos otros diez muchachos.

Conviene organizar actividades culturales y artísticas, con una finalidad formativa y apostólica, dirigidas exclusivamente a estudiantes varones, a las que los residentes también invitarán a sus amigos, teniendo en cuenta los debidos criterios de selección. Muchas veces, además, los propios residentes se encargarán de sacarlas adelante —incluso en la parte económica—, de acuerdo con la Dirección de la Residencia.

Periódicamente, como en los colegios y clubes juveniles, se planearán actos públicos —conferencias, inauguración o clausura de curso, etc.— a los que tienen acceso toda clase de personas. En este caso, pueden asistir mujeres, pero no se hacen invitaciones oficiales u oficiosas a las Residencias femeninas.

En cualquier caso, no se organizan actos que, por alguna razón, puedan dar lugar a críticas; ni los que favorecen un clima o tienen una significación poco acordes con la doctrina de la Iglesia o con el espíritu de la Obra. Y en las inauguraciones o actos semejantes no se celebran nunca bailes.

En las Residencias se procura delimitar claramente una zona interna, formada por locales que habitualmente utilizan sólo las personas que viven en la casa, y una zona externa, donde se hace labor apostólica con los residentes y con personas de fuera. Ordinariamente, los no residentes no pasan a la zona interna; de modo particular al núcleo que contiene las habitaciones. Esto se facilita mucho si la Residencia se ha construido de nueva planta o se ha adaptado adecuadamente.

La atención esmerada de los detalles en el trato con los medios de comunicación, y en las relaciones públicas y sociales, es una ocasión de apostolado y un factor importante para el prestigio de las obras corporativas. Por tanto, la edición y distribución de impresos, las invitaciones,

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las visitas, la correspondencia, el modo de formalizar la reserva de las plazas y los cobros, etc., tendrán siempre la altura y el tono —sobrenaturales y humanos— adecuados.

Con este fin, es muy útil que exista un fichero, donde se recojan las experiencias sobre todos los detalles que interesa especialmente no perder de vista: por ejemplo, algunos modelos de cartas; indicaciones sobre la periodicidad con que ha de escribirse a las familias; datos que conviene difundir sobre los Cursos Internacionales de verano o las distintas actividades de la Residencia, y medios informativos a los que se envían, etc.

Al final de cada curso, por ejemplo, conviene mandar a la Comisión Regional las nuevas experiencias que se consideren de interés, y que pueden ser útiles para otras Residencias.

Asociaciones de antiguos residentes

Los antiguos residentes suelen guardar un cariño grande a la Residencia. Por eso, es un deber de caridad mantener vivo el trato con ellos: en cuanto hay un número suficiente de antiguos colegiales, se constituye algún tipo de asociación con los ex-residentes, de modo que se cuente con un medio concreto para facilitar que sigan vinculados a la labor apostólica y conservar y mejorar la formación que recibieron. Además, serán un instrumento eficaz para la obra de San Gabriel. En muchos casos, los mismos Supernumerarios que se alojan en la Residencia se encargarán de promoverlas, organizarías y darles vida. De este modo, muchos podrán recibir la vocación como Supernumerarios; otros llegarán a ser Cooperadores, o sencillamente buenos amigos que ayudan, con sus oraciones y con sus limosnas, a los apostolados de la Obra.

Mientras no se pueda organizar una asociación, se busca el modo de que siga llegando a todas estas personas, de alguna manera, el ambiente de vida cristiana que conocieron en la Residencia.

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