El miedo

Por Rocaberti, 24.01.2007


El tema de "la inocencia de los directores" está dando para mucho. Por algo será. Tal vez, porque el castillo de naipes que es el Opus Dei se aguanta en algo muy recóndito, incluso no consciente en los corazones de sus fieles: el miedo, miedo al que manda, que no se enfade el de arriba, ya sea Dios, el Padre, o el director de turno. Por la especial naturaleza de la Obra, yo señalaría al Padre, ya que el director le representa, y el Padre representa a Dios.

Este miedo puede tener connotaciones diversas; miedo a condenarse, a no ser santo, a defraudar, a disgustar, o incluso puede tomar aspectos más terrenales, pero muy humanos: a perder el trabajo, a ser despreciado, a quedar a la intemperie de la vida sin la seguridad que ofrece la Obra.

Esto es muy humano, yo tuve miedo a alguna de estas cosas mientras estuve allí, y hoy tengo miedo a otras. La diferencia es que soy consciente de ello, y en ningún caso, el miedo que pueda sentir me lleva a actuar en contra de mi conciencia, ni a hacer daño a nadie.

Esta es la trampa de la Obra: uno se enrola para unirse a Dios y hacer el bien, y acaba siendo un engranaje en la cadena de transmisión del Padre, sin autonomía, ni juicio propio, ya que la obediencia está por encima de la propia conciencia, de la ley y de todo lo que no sean las indicaciones de los directores, que deben recibirse como procedentes del mismo Jesucristo.

¡Cuánto tragamos mientras estuvimos allí! Empezamos cediendo, pensando que si veíamos las cosas de manera distinta al Padre, estábamos equivocados, y no convertimos en seres crueles con nuestros hermanos, fríos e insensibles al dolor ajeno.

La vida de un numerario me parece similar a la que se describe en la película "El verdugo": el protagonista desea ir a Alemania para capacitarse como mecánico, pero su bondad le lleva a ceder, a decir sí a cosas que no quiere hacer, a renunciar a su forma de ser, y acaba de verdugo, por no haber sabido decir que no cuando era necesario. Yo he visto realizar injusticias manifiestas por parte de los directores, y los soldaditos no dijimos de mu. Agachamos la cabeza, y a tragar

Este tragar, la obediencia, es lo que lleva a la irresponsabilidad, a la injusticia. El miedo a desobedecer y sus consecuencias es un auténtico desastre para el alma. Por encima de la obediencia están las leyes, y nunca lo que dice un director es una ley. No deja de ser curiosa la escasa formación jurídica que da la Obra. Se fomenta el abandono en las arbitrarias manos de los directores, no el tener criterios basados en el Derecho.

Desde el momento en que escribimos la carta se nos inculcó este desprecio al derecho. Nadie nos informó con claridad, ni pudimos leer la documentación oportuna para saber dónde nos metíamos, ni recibimos una copia sellada de nuestra carta. Todo fue arbitrario.

Creo que los directores saben utilizar muy bien el miedo del rebaño y esta inseguridad jurídica en que se mueven internamente los numerarios, para hacer lo que a ellos les interesa y así tenerlo todo atado y bien atado.



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