El libro de E.B.E. sobre el Opus Dei

Por Gervasio, 29/10/2012


El lunes pasado me llegó el libro El Opus Dei como revelación divina, de E.B.E. Y desde entonces no he podido parar de leerlo. No se me cae de las manos. Sabía que iba a aparecer de un momento a otro; y la idea que tenía sobre lo que iba a aparecer, ha resultado falsa. Esperaba una recopilación de sus artículos ya publicados en Opuslibros, algo similar al libro de Ramón Rosal, Naufragio y rescate de un proyecto vital o al de Satur sobre La recomposición de la crisma. Pero no es así. En los mencionados libros de Satur y de Ramón Rosal cada artículo constituye una pieza independiente; una pieza muy valiosa, pero independiente. El libro de E.B.E., en cambio, constituye un todo trabado que forma una unidad. Al encajar las diversas piezas de un puzle, aparece algo nuevo y sorprendente, distinto de cada una de las piezas de que se compone. Lo propio sucede con el libro de E.B.E. en relación con sus anteriores artículos publicados en Opuslibros...

Como decía, el libro está muy trabado. Tiene frecuentes remisiones a otros capítulos y notas porque no cabe entender el Opus Dei como un conjunto de realidades que están yuxtapuestas sin más, sino que sólo se entiende como conjunto, como un entramado. Eso hace que resulte un libro denso, que no se puede leer de un tirón como quien lee una narración o una novela. Con frecuencia me veo obligado a releer páginas que ya había leído, para poner en relación una cosa con otra. Por eso voy lento. Sólo he llegado hasta la página 198, a pesar del tiempo que le dedico.

Los artículos están rehechos; no en el sentido de “enmendados”, sino en el sentido de adaptados a los condicionantes de una exposición extensa, de 570 páginas. Carece de las entradillas y finales propios de los artículos sueltos. Algunas cosas aparecen más resumidas; otras más ampliamente desarrolladas. Tiene varios prefacios, introducciones y advertencias acerca del método utilizado. Sobre todo aparecen notas, muchas notas, algunas muy largas. Con frecuencia en una página las notas ocupan más espacio que el texto anotado. Esas notas nos aportan una visión más panorámica y amplia que la del mero texto. En fin, cultiva un género literario muy distinto al de “post” para Opuslibros. Como consecuencia, el lenguaje resulta menos periodístico y ligero que el que utiliza en Opuslibros. No se permite expresiones como “la Opus” u otras parecidas, ni desahogos viscerales.

A lo largo del libro uno se encuentra con expresiones particularmente felices. Me ha encantado una que se lee en la página 118: el Opus Dei se define a sí mismo a partir de su oposición al mundo de los religiosos. ¡Qué bien dicho está! No es que se haya propuesto hacer una frase feliz, pero le salen muchas frases felices. Cada lector tendrá sus preferencias. Pero no se queda en la frase feliz. Las desarrolla amplia, fundada y razonadamente. Desenvuelve la idea de que el Opus Dei tiene una definición negativa. No se sabe lo que es, sino lo que no es. Y lo ilustra con ejemplos y consideraciones a propósito de diferentes temas.

Otro “dogma” muy bien tratado es el de “aparentar” lo que no se es, que es casi lo mismo que ocultar. Alega textos cuidadosamente seleccionados y los conecta con hechos, para efectuar interpretaciones convincentes.

Con puede comprenderse, el libro resulta muy sugerente. Hace pensar. A mí me sugiere, por ejemplo, que es difícil comprender lo que el Opus Dei es, porque, como la nada, carece de contenido. La nada consiste por definición en carecer de contenido. Es la negación de ser algo. Al explicar su obra, el fundador se decanta por conceptos negativos: el Opus Dei —decía—, es eminentemente laical. Laico es quien no es clérigo ni es religioso. Laico es un concepto negativo. También se decanta, como modo de vinculación al Opus Dei, por un concepto también negativo, que es el de no voto, sin que se sepa muy bien en qué consiste. El fundador nunca aclaró en qué pudieran consistir esos no votos. Se limitaba a decir que habrían de ser algo laical, que es de nuevo una calificación negativa, o bien civil en el sentido de no eclesiástico. Y al día de hoy seguimos sin saber si se trata de un contrato, de un vínculo originado por un contrato —a tenor de las últimas ediciones del catecismo de la Obra— o más bien una cooperación orgánica basada en unos convenios, que tampoco queda claro si son individuales —cada laico un convenio— o colectivos.

Escrivá nunca se quedaba satisfecho con las sucesivas aprobaciones —por lo demás obtenidas sin mayor dificultad— que iba recibiendo: primero como pía unión, luego como sociedad de vida común sin votos públicos, posteriormente como instituto secular. Dos papas le denegaron convertir el Opus Dei en prelatura territorial. Con una petición tan absurda era de esperar la negativa. Yo creo que, aunque a lo masoquista, disfrutó bastante con la negativa. Como La Zarzamora ya tenía motivo para andar llora que llora por los rincones. Decía Oscar Wilde que no hay cosa peor que desear una cosa y conseguirla. Es mucho más satisfactorio el estado de esperanza en conseguir. Del Portillo, lo tuvo fácil. Las problemas inexistentes son las más fáciles de resolver. Uno se levanta un buen día y anuncia:

— ¡Entonemos un Te Deum! Te Deum laudamus… ¡La gran problema ya esta resuelta! El sueño se ha hecho realidad.
— ¿Y qué es lo ha pasado, qué ha cambiado?
— Nada. No hay que alarmarse. Todo sigue como antes.

Pidieron una prelatura de verdad, les dieron una prelatura de juguete y tan contentos. ¡Viva Vita, viva Cilibia! Idiota, que de idiota no tiene nada, lo narra muy bien en La tragedia secreta del Opus Dei. La jugada consistió en acceder a la petición, pero desactivando lo que por prelatura personal se entendía entonces. En 1980, en el canon 335§ 2 del Schema Codicis Iuris Canonici —el proyecto de código que se dio a conocer a todo bicho viviente— decía con rotundidad: La prelatura personal se equipara en Derecho a las iglesias particulares. Y se legislaba en consecuencia. Pero lo que se les otorgó ya no era eso.

Me estoy divirtiendo demasiado. Lo que me había propuesto era hablar del libro de E.B.E. Es tan sugerente que no pude evitar divertirme. Es sugerente porque contiene un arsenal de ideas, muchas de ellas —como es lógico— del autor, por lo general agudas y profundas. Pero el arsenal no se limita a las ideas del autor, sino que contiene cientos de citas textuales y de datos. Es un libro muy útil como fondo bibliográfico y de material de trabajo. Allí se encuentran multitud de referencias y textos literales correctamente citados. Hace amplio uso y cita mucho lo publicado en Opuslibros, cuyo nacimiento y desarrollo describe con cariño y detalle en las páginas preliminares. Agustina efectúa incluso una pequeña presentación.

Lo que llevo leído hasta el momento está expuesto desde la perspectiva de la oposición entre lo que llama “el Opus Dei histórico” y el “Opus Dei revelado”. Explica previamente ambos conceptos, especialmente lo que deba entenderse por Opus Dei revelado, y va señalando cómo la historia oficial del Opus Dei padece mutilaciones y adulteraciones para que se adapte al “dogma revelado” —en ese peculiar sentido en que utiliza las palabras “dogma” y “revelación”—, que como ya señalé consiste en unos axiomas de contenido negativo. No pretende hacer historia —así lo afirma expresamente—, sino mostrar algunas de las negaciones de la realidad histórica. Quien sufre con ello es la verdad histórica, que ha de ceder ante las exigencias de “la verdad revelada”. Pero esa negación de lo evidente, el fraude histórico, acaba siendo la prueba de la patraña que es esa “revelación Se centra, para ello, especialmente en los tres o cuatro momentos —cuyas fechas y circunstancias consigna— en que el fundador se plantea si realmente no fue él mismo quien se inventó las supuestas revelaciones. Lo plantea no de paso, sino expresamente y en profundidad, sin ahorrar páginas. Pone esa actitud en relación con esa necesidad que el fundador sentía de solicitar la aprobación de la autoridad eclesiástica una y otra vez.

Pedía de todo, desde figuras jurídicas nuevas o insólitas hasta indulgencias, cuya concesión envuelve siempre una cierta aprobación hacia quien la pide o hacia lo que pide o hacia la causa petendi. Lo resaltable es que nunca ha quedado claro qué es lo que quería que se aprobase, quizá porque tampoco lo sabía él mismo. Se accedía a sus peticiones, pero al poco tiempo mostraba descontento. O él no acertaba en el pedir o las autoridades no atinaban a conceder lo que pedía. La culpa de la asimilación a los religiosos, que continúa existiendo —como no puede ser menos—, nunca la tuvo ni la Santa Sede, ni los jesuitas, ni ninguna mano negra, sino el propio Escrivá que impone a troche y moche criterios de vida religiosa sobre todo a los agregados y más aun a los numerarios, y dota al Opus Dei de una estructura organizativa en modo alguno típica de una iglesia particular, con sus dos ramas masculina y femenina y sus instancias centrales —con sede en Roma—, intermedias y locales.

En tema de aprobaciones la más peculiar es el papel que se atribuye al Concilio Vaticano II. Escrivá aseguraba que ese concilio había acogido lo que él había venido predicando desde muchos años antes relativo a los laicos. El había sido el pionero y mentor del concilio. Además, en ese río revuelto propio de los concilios ecuménicos, sus hijos habían sabido colar: …pueden establecerse diócesis peculiares, prelaturas personales y providencias de este estilo… (Presbyterorum Ordinis, n. 10). Lo que más les gustó no fueron “las providencias por el estilo”, sino las “prelaturas personales”. El obispo de Cilibia en su carta pastoral de marzo de 2011 dice que los del Opus han de tener la conciencia de que el Espíritu Santo ha querido esta figura —se refiere a la figura de la prelatura personal— en el Concilio Vaticano II. Al parecer no fue Próspero Lambertini y otros canonistas y papas los que fueron dando forma a la figura conocida como prelatura personal, sino que fue nada menos que el Espíritu Santo en el Concilio Vaticano II. Es, en suma, el Opus Dei el que se aprueba a sí mismo.

Es curioso cómo la institución comienza como realidad laical y acaba muy de otra manera. En los estatutos de 1941 está previsto que incluso “el padre” pueda ser un laico (Cfr. Régimen, artículo 14), y acaba como un conjunto de sacerdotes con los que los laicos pueden cooperar. La clase rectora está constituida por sacerdotes, en cuya sociedad se mete algún laico sin tonsura para disimular.

Veo que me divierto una y otra vez y que dejo de cumplir mi propósito, que es hablar del libro de E.B.E. Renuncio a continuar. Lo mejor es que leáis el libro y no lo que a mi se me ocurre con ocasión de leerlo. Y lo dicho: la lectura de todo lo que hasta el momento ha publicado E.B.E. en Opuslibros es algo muy distinto que la lectura de este libro.



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