El escándalo de la pobreza

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Por E.B.E., 18 de mayo de 2015


El gobierno de las conciencias tiene muchos objetivos que se pueden resumir en una sola palabra: control. Ahora bien, esa palabra puede tener muchas interpretaciones o consecuencias. Una de ellas es lograr la mansedumbre de la muchedumbre sometida a dicho gobierno.

Luego de leer el escrito de Gervasio, donde una vez más habla del tema de la pobreza, queda más claro aún lo escandaloso que puede resultar lo obrado por el Opus Dei.

El día de mañana -por qué no hoy- podría ser titular del New York Times: «Durante décadas el Opus Dei se apropió de los salarios de miles de personas». También podría decir «robó» pero más elegante quedaría «apropiarse»...

¿Por qué no sucede ello?

No es que solamente el NYTimes no sea consciente de lo sucedido. Muchas veces las mismas personas que sufrieron dicha apropiación no son conscientes de lo sucedido, por lo cual ni siquiera reclaman.

La noticia no se genera porque, entre otras cosas, la realidad que le antecede no se ha producido.

Se produjo, sí, la recaudación de salarios por parte de la prelatura. Pero pocos parecen haberlo advertido, salvo Gervasio y algunas otras personas más (sin hablar de los que siguen adentro y mansamente continúan entregando sus salarios).

Gracias al gobierno de las conciencias se logra la mansedumbre necesaria para que, cosas escandalosas que indignarían al más inadvertido, resulten inocuas.

¿Qué habría sucedido si en los Estatutos de 1982 hubiera figurado que el celibato de los laicos agregados y numerarios era optativo, mientras que el Catecismo siguiera diciendo que era obligatorio?

Si a unos laicos se los hace vivir como religiosos y luego se les dice que no son religiosos y que tienen todas las libertades de los laicos, y luego que no, y luego que sí, pues en algún momento se producirá un gran desconcierto.

En el principio no fue así

La entrega -en el caso de los agregados y numerarios- fue presentada desde los comienzos como entrega total, la cual implicaba cuerpo, bienes, salarios, etc., e incluso hasta el día de hoy se la ha percibido -dentro del Opus Dei- como “moralmente superior” a la de los religiosos, pues, entre otras cosas, los religiosos tiene peculio y los del Opus Dei no. La idea era –es- no ser religiosos, y al mismo tiempo, ser más que los religiosos.

Por eso, hubiera sido desconcertante que los Estatutos dijeran que el celibato era optativo. Y en algún aspecto es desconcertante actualmente –desde 1982- que los Estatutos no obliguen a la entrega del salario, pues desde 1941 –al menos- Escrivá venía enseñando que la entrega personal al Opus Dei era como la de los religiosos:

«Los socios del Opus Dei no son religiosos, pero tienen un modo de vivir -entregados a Jesús Cristo- que, en lo esencial, no es distinto de la vida religiosa» (Reglamento de la Pía Unión Opus Dei, Ap. V, nro. 1, 1941)

Por eso, en cierta medida, vivir como religiosos es “lo natural” para cualquier agregado o numerario, aunque sea –al mismo tiempo- antinatural aceptar que alguien del Opus Dei pueda ser considerado religioso.

Por lo cual, en cierta forma, la no entrega del salario es tan desconcertante como hacer optativo el celibato. Es probable que, por ello, más de uno no se anime a “reclamar su derecho” a no entregar el salario, del mismo modo que no reclamaría la libertad para disfrutar del sexo por temporadas. Y ese mismo argumento –el de la entrega total- sea el que se imponga –e impongan los directores- por encima de lo que manda el régimen jurídico.

Pues los Estatutos no prohíben entregar todo el salario, simplemente no obliga a ello. El Opus Dei entonces es probable que aliente a excederse, a dar más, y en definitiva a ser más generosos que lo que ordenan los Estatutos.

El asunto es que esa vocación de entrega total promocionada por el Opus Dei –ser religiosos sin llamarse religiosos- no tiene respaldo jurídico: la pobreza que establecen los Estatutos no es la que exigía Escrivá y actualmente sigue figurando el Catecismo.

Lo que reconoció la Iglesia –al otorgar los Estatutos de 1982- no es –en muchos aspectos- lo que Escrivá predicó y ordenó que se viviera (vida de religiosos). Acá hay un problema.

La entrega que los superiores les hacen vivir a los laicos no tiene –en puntos centrales- respaldo canónico (el celibato es una excepción, pues sí figura en los Estatutos, pero no así la pobreza ni la obediencia como las estableció e impuso Escrivá).




En varios aspectos, el cambio en los Estatutos vino a satisfacer lo siempre solicitado: reconocer que los laicos del Opus Dei no son en manera alguna religiosos, y por lo tanto, no deberían cumplir con ninguna obligación propia de los religiosos. Por eso desapareció de los Estatutos la pobreza propia de los religiosos.

Lo que se concluye, a primera vista, de todo esto, es que en realidad Escrivá no quería laicos de verdad para su organización, sino religiosos disfrazados de laicos. Pero para ello tuvo que confundir a los laicos -de tal manera- que terminaran identificándose –sin saberlo- con las formas de vida de los religiosos. Por eso los Estatutos –en lo relativo a la pobreza- desconciertan a los laicos del Opus Dei, como desconcertarían si afirmaran la no obligatoriedad del celibato.

Lo que Escrivá quería, al aparecer, era que no le impusieran a los laicos del Opus Dei ninguna obligación propia de religiosos sino que la Iglesia le dejara al fundador la libertad necesaria para imponer él mismo dichas obligaciones –propias de religiosos- a sus laicos, de manera tal que, hacia afuera, siguieran siendo jurídicamente laicos, pero hacia dentro funcionaran como religiosos de la más estricta disciplina, aunque sin la misma responsabilidad para su fundador, como sucedería si canónicamente fueran religiosos (cfr. Laicos indocumentados). El resultado es el desamparo jurídico de los laicos.

Esto es lo que hoy sigue haciendo el prelado con sus decretos secretos: legislar hacia adentro cosas muy distintas a la legislación de la Iglesia.

Contradicción y confusión

No pocas personas habrían quedado en una mejor posición al abandonar la prelatura –sin necesidad de vivir de la caridad, en algunos casos- e incluso podrían haber tenido su propia casa, con el paso de los años, pero debido a ese oscuro proceder del Opus Dei –impedir el acceso a los Estatutos y, en cambio, entregar un Catecismo engañoso- se quedaron sin un centavo. Lo cual permite preguntarse cuán amantes de la pobreza son los superiores del Opus Dei, es decir, amantes del dinero ajeno, donado mediante el recurso a la confusión. Como bien decía Gervasio:

«El invento de “la virtud de la pobreza” no consiste en otra cosa —no nos engañemos— que en considerar virtud dar dinero a la Obra de Dios.»

Pero lo más importante es el aspecto moral –el dolo- y el religioso -el fraude vocacional-, más que el material –el dinero-: la alteración de los Estatutos mediante otro texto sustituto, llamado Catecismo, junto con los demás documentos de gobierno que repiten y enseñan la misma doctrina contraria a los Estatutos, cuyo objetivo –en este caso concreto- es quedarse con el dinero ajeno.

El Opus Dei podría argumentar razones muy santas y nobles para actuar por encima de los Estatutos: exigir una mayor entrega y generosidad entre los laicos célibes. Ese argumento bien podría ser aceptado con una condición: que dichos laicos hubieran sido advertidos (en relación a sus derechos) y ellos mismos libremente donaran sus salarios (para ser libre, primero hay que conocer la verdad y el Opus Dei la ocultó por décadas). Eso no sucedió. Jamás se dijo –al menos durante mis más de veinte años allí dentro- que los Estatutos no exigían la entrega todos los ingresos. Por lo tanto, el Opus Dei no puede decir –como enuncia el Catecismo- que la entrega del salario se trata de una donación libre.

Por lo cual, resulta muy difícil de demostrar la ausencia de dolo en todo ese proceder a espaldas de la ley canónica. Esto es lo más grave.




Si el Opus Dei se hubiera quedado con todos esos salarios de manera errónea–difícil imaginar cómo-, entonces se entendería que la cosa fuera seria pero no tan grave. En ese caso, los decretos secretos del prelado podrían sanar dicho error y compensar daños.

Pero es al revés: el decreto 6/99 viene a confirmar y a justificar una práctica que se pasa por alto los Estatutos, con la excusa de que la donación es libre, según se desprende del texto del siguiente documento de gobierno:

«Desde que hacen la Oblación, los Numerarios y los Agregados asumen libremente la obligación de destinar todos los frutos del propio trabajo profesional a cubrir sus gastos personales y a sostener las necesidades de las labores apostólicas de la Obra (cfr. Decr. Gen. 6/99, art. 2 § 1, 1°)». (cfr. Experiencias de las labores apostólicas, Roma, 2003/Obra de San Miguel)

Pero la donación no es nada libre, es imperativa:

160. (…) Los Numerarios y Agregados destinan todos los ingresos del propio trabajo profesional a cubrir sus gastos personales y a colaborar en el sostenimiento económico de los apostolados de la Prelatura. (Catecismo, 2010)

En ese sentido, se entiende que dichos decretos no sean públicos y esté restringida su circulación, a pesar de que el Opus Dei diga lo contrario. Si el Opus Dei no hace públicos sus Estatutos –permitiendo su acceso en español- menos aún hará accesibles dichos decretos secretos.

Conclusión: confundir para ganar

Tanto al Opus Dei como al mismo Escrivá les gusta usar -en sus textos- términos contradictorios, con ese hábito de conceder sin ceder, de modo que –en este caso de la pobreza- la afirmación «asumen libremente la obligación» resulta una formulación del tipo «son libres» de dar todo su sueldo y, al mismo tiempo, «están obligados» a ello.

Esto, en términos llanos, es una contradicción: o son libres o están obligados. Y lo contradictorio está asociado a la falta de lógica, pero también a la falta de claridad, y en definitiva, al engaño.

Lo mismo puede decirse del contrato que genera un vínculo no contractual (cfr. Sobre contratos y vínculos).

En el caso del Opus Dei, la contradicción no es un error lógico ni producto de una simple mentira oculta que es puesta al descubierto. Quien miente abiertamente comete –en algún momento- el error de contradecirse.

Con el Opus Dei sucede al revés: comienza por la contradicción para terminar consolidando una falsedad. Esto es mucho peor que una abierta mentira (cfr. No mentía pero tampoco decía la verdad).

Lo cual me recuerda a ese juego de trile, donde se esconde la bolita y el movimiento rápido de unas manos habilidosas termina imponiéndose sobre la percepción de los observadores. Pues en el Opus Dei sucede algo semejante (cfr. Con más banderas que un barco pirata): el binomio libre/obligado empieza a dar vueltas y siempre termina saliendo ganador «obligado», que se impone sobre «libre». El Opus Dei invita a participar en dicho juego con gran entusiasmo, pero siempre gana la banca.

La contradicción –como recurso habitual en el discurso de Escrivá y del Opus Dei institución- parece un efecto buscado para –a mar revuelto ganancia de pescadores- lograr la confusión y, con ello, obtener una pesca abundante.

Así parece haberse fundado y construido el Opus Dei: a base de un lenguaje contradictorio con el fin de consolidad una falsedad de grandes dimensiones.



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