El dulcisimo precepto en la realidad

Por Cimarrón, 4.12.2006


En la década de los ochenta, recién salido del opus, conocí casualmente a una chica, ex numeraria, con la que, por afinidad de experiencias vividas, hicimos una bonita amistad y se incorporó a nuestro grupo de ex numerarios, asistiendo a las reuniones que celebramos.

Al cabo de un tiempo, fui a visitarla a su casa por motivos de trabajo, y cual no sería mi sorpresa al comprobar que no vivía en una modesta casa de una colonia construida para maestros, sino en el jardín de atrás, en un cuarto de 30 metros cuadrados que bien podría haber servido de bodega para los cachivaches que ya no había donde ponerlos en la casa.

Si madre había fallecido años antes, y ella vivía allí con su anciano padre, de 82 años en esa época, maestro jubilado, y su pequeña hija de unos 12 años. Su esposo la había abandonado desde hacía varios años. La exigua pensión de su padre no alcanzaba para nada, con lo que tenía que tener dos trabajos para sacar adelante a todos.

Ante tal situación me indigné, recordando lo que yo mismo había predicado estando todavía dentro, sobre el cuarto mandamiento, el dulcísimo precepto como decía Escrivá, y porque conocía a su hermano, sacerdote numerario, que vivía en aquel entonces, también en la ciudad de Guatemala.

Tuvieron que pasar varios meses antes de que se decidiera a solicitar formalmente ayuda al opus para salir adelante. Su hermano, sacerdote numerario, jamás se había hecho cargo de la situación económica en la que vivía, y cuando, rara vez los visitaba, no era sino para echarle en cara que su marido la había abandonado. Aunque siempre le pidió apoyo económico, ya que la carga era toda de ella, jamás movió un dedo.

La copia de la carta que yo redacté y que ella firmó estará por allí, perdida entre mis papeles, pero la reproducción de esta segunda carta habla por sí sola.

A continuación la carta que le enviamos al entonces Prelado, con copia al Arzobispo Metropolitano de Guatemala

Su Excelencia
Monseñor Alvaro del Portillo
Prelado de la
Prelatura personal de la Santa Cruz y Opus Dei
Bruno Buozzi 73,
Roma 00197, ITALIA.

Guatemala, 13 de diciembre de 1992.


Su Excelencia:

Con fecha 12 de octubre del presente año cursé al Reverendo Padre Antonio Rodríguez Pedrazuela, Vicario General del Opus Dei para Centro América la carta cuya fotocopia acompaño a la presente.

En respuesta a mi súplica, el padre Rodríguez tuvo el gesto de enviar, dos semanas después, a un numerario acompañado de un albañil para que comprobara la precaria situación en que vivimos mi padre, mi hija y yo.

Efectivamente, vieron que hace falta terminar el cuarto de 30 metros cuadrados que tuvimos que construir improvisadamente en el jardín para poder alquilar la casa y tener unos ingresos para poder subsistir.

Con el informe que esta persona dio, sus superiores le dijeron a mi hermano xxxx, sacerdote numerario del Opus Dei, que viniera a decirnos que nos podrían ayudar con la terminación del cuarto en las condiciones que ellos consideraran suficientes y darle mensualmente a mi padre el equivalente de cincuenta y seis dólares de Estados Unidos, y no la cantidad solicitada.

Quiero hacer notar a su Excelencia que, semejante ofrecimiento es a todas luces, una grave falta a la justicia y a la caridad, Al juzgar innecesario que él habite en su propia casa con adecuada dignidad, y que tenga que vivir en un cuarto en su propio jardín y, además, negarle los doscientos cincuenta dólares mensuales que había solicitado para él.

Como punto de comparación, quiero informarle que un estudiante que vive en el Centro Universitario Ciudad Vieja, la residencia de estudiantes obra corporativa del Opus Dei, que está en esta ciudad, debe pagar mensualmente el equivalente de doscientos cincuenta y seis dólares, cantidad que le cubre únicamente su hospedaje, alimentación y lavado de ropa. Y no hay que olvidar, como ellos dicen, que es un precio subvencionado por los donativos que reciben de la iniciativa privada para este fin.

Pienso que la respuesta recibida no atiende con un verdadero sentido cristiano, y ni siquiera filial, las necesidades de mi anciano padre.

Respetuosamente solicito a usted tenga a bien reexaminar esta situación, e indicar, a donde corresponda, que por lo menos se satisfaga la solicitud hecha, que no solo es acorde con las necesidades materiales de mi anciano padre, sino con su dignidad de hombre y de cristiano, sin olvidar que es padre de un sacerdote numerario del Opus Dei.

En espera de una solicitud favorable a mi petición, le saluda atentamente,

(f) ..............................

CC: Mons. Próspero Penados del Barrio
Arzobispo Metropolitano de Guatemala

No hay que pensar que esta carta tuvo respuesta positiva. Lo único que el entonces Vicario de la región de América Central hizo, fue hacerle unas mejoras al baño. Durante 2 meses enviaron una ayuda equivalente a cincuenta dólares y después nada. El padre de ella murió a los noventa y cinco años de edad, padeciendo del mal de Alzheimer durante diez años, sin haber recibido nunca ayuda para su cuidado, por lo que estuvo que quedarse en su casa, y no en una institución especializada, al cuidado de su hija, quien por tener que atenderlo, ya no pudo trabajar. Tampoco recibió ayuda alguna para el funeral. Su hermano llegó a rezar el responso. Nada más...

Ella continúa viviendo en el mismo lugar...


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