El Opus no me parece cristiano

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Por Carmen Gil Toledo, Del libro titulado Escrivá de Balaguer - ¿Mito o Santo?


A mí me parece que el Opus no es cristiano, esto lo he visto siempre.

Sí, hablaban de Jesús, pero siempre a continuación del padre. El verdadero seguidor de Jesús era él. Yo era una mujer piadosísima. Ahora soy menos, pero era una mujer de un amor a Cristo, muchísimo. Entonces a mí se me llenaba el alma con Jesús y tenía un deseo enorme de que me hablaran de él. Pero siempre me venían con "el padre".

¿Pero aparte de todo esto, cómo se comentaba el Evangelio?

Por ejemplo, el Evangelio de la Magdalena en el que le daba al Señor todos sus perfumes:

-Aquí según este Evangelio, todos los bienes son para la Obra. Hay que darlo todo. Absolutamente todo.

El Señor era amigo de los ricos, nos decían, pues iba a comer con José de Arimatea, que era rico, e iba a comer con Nicodemo, también rico.

Él tenía amigos ricos. Entonces las riquezas no son malas, ni muchísimo menos. El dinero es un medio de apostolado. Por ejemplo, a las supernumerarias se les decía que vivieran según el espíritu del Evangelio, cada uno según la posición social que le corresponde: las sirvientas, como sirvientas, el rico, como rico, las señoras como señoras, e igualmente los marqueses. Y, después, el apostolado desde arriba. "A los peces siempre se les pesca por la cabeza".

Como dice Jesús, desde lo alto atraeré hacia mí todas las cosas. O sea, cuanto más alto estemos, más podremos atraer.

La altura, el poder, es el lugar propio para el apostolado. Bueno, esa manipulación era constante. Entras, pues, porque te parece que estás llevando una vida frívola, que no haces suficiente. A mí, el Evangelio me ha llamado poderosamente la atención desde pequeña, en el colegio nos obligaban a estudiarlo de memoria, y me lo sé de memoria.

Pues un buen día dije a mis compañeras del Opus:

-"Ya llevamos aquí bastante tiempo. Para mí hay un Evangelio que es como un mazazo en la cabeza, aquel que dice: 'tuve hambre y me disteis de comer, venid benditos de mi padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, y tuve sed y me disteis de beber'. Y eso no lo hacemos. O "estuve preso y me vinisteis a ver". No un preso político, que son casta aparte, sino un preso delincuente. Y nosotras tendríamos que estar yendo a ver a los delincuentes".

-De ninguna de las maneras puedes tú hacer interpretación del Evangelio. La interpretación viene dada por la Obra, tú te atienes a lo que "el padre" y nosotros decimos del Evangelio. Tú no hagas lecturas del Evangelio.

O sea que sí, era obligatorio leer el Evangelio todos los días, pero como si no lo leyeras. El otro día me lo discutía un catequista:

-"Sí que se lee el Evangelio, le dije, pero no para llevarlo a la práctica, sino como oración, como obligación de leer un cuadrito todos los días, pero lo de la vida es otra cosa, no tiene nada que ver.

En unas conversaciones en Molino Viejo, una numeraria nos habló un día de la caridad. Yo fui a decirle, que me había parecido que era la primera vez desde que estaba allí, que oía hablar de la caridad como correspondía. Porque esta persona llegó a meterse con los abrigos de piel, de visón, de tanto lujo, considerando que aquello era un insulto. Entonces yo dije: esta es la mía, por fin oigo hablar de algo que tiene alguna coherencia y fui a decirle:

-"Enhorabuena, me ha parecido estupenda tu charla, por lo menos es la primera vez que oigo algo de esto".

-¿Sí?, pues me acaban de hacer una amonestación: que no vuelva a nombrar más los abrigos de visón, ni cosas parecidas.

Esta mujer, me acuerdo perfectamente, estaba abrumada.

-¿Tú crees que he estado bien?

-Has estado estupendamente, además, eso no lo oímos "nunca" en el Opus, en ninguna charla, y me parece que es por ahí, por donde hay que empezar, y hay que llevarlo a la práctica.

Yo llevaba un tiempo, diciéndome: no estoy haciendo nada en este mundo, mi vida es un poco frívola. Hay que hacer algo por los demás. Entonces caí en manos de una amiga del Opus y ésta empezó a hablarme.

-Sí, sí, yo quiero hacer algo, pero creo que el Opus no es mi camino. No me gusta.

-Oye, tú te estás evadiendo de la voluntad de Dios.

Entonces, te llegan a hacer un lavado de cerebro, diciendo que estás queriendo pasar por encima de la voluntad de Dios, que Dios te ha hecho tropezar con el Opus. que te está pidiendo una cosa, y que tú no se la quieres dar. Esto te hace una coacción tremenda, y así un día y otro, y otro.

Yo soy una persona que me considero bastante libre, pero llega un momento, en que esto es una pesadumbre. Eso de escuchar que te estás evadiendo de la voluntad de Dios, y acabas aceptándolo, porque "tú siempre puedes marcharte cuando quieras".

Y así, un buen día le dije:

-Bueno, ¿qué es lo que hay que hacer?

-Pues escribir una carta al padre.

-Pero tú ya sabes, que a mí, el padre me cae mal, que Camino no me gusta, como no me ha gustado nunca. (La figura del padre me ha resultado siempre enormemente antipática, incluso por las cosas que contaban mis amigas, que, dicho sea de paso, me las contaban creyendo que me hacían un favor enorme, y no).

A este señor yo no lo conocía de nada.

-Mirad, lo que me estáis contando de este señor, a mí me da tres patadas en la boca del estómago, a mí me cae gordísimo, y vosotras no sabéis el poco favor que le hacéis con vuestros comentarios. Os parece una maravilla, pero es detestable. Absolutamente impresentable.

-"Bueno, pero tú a pesar de todo, adelante, porque la voluntad de Dios está por encima de la tuya".

Un día asumí que podía ser que la voluntad de Dios estuviera por encima de la mía, es cierto que en mi vida hubo una serie de circunstancias que eran signos en contra de mi entrada en el Opus, pero en ese momento yo estaba en otra línea. Entonces, me fui a ver una señorita que me asignaron, que se llamaba Josefina Figueras, y que yo no conocía de nada. Llamo a la puerta, entro y me atiende. Yo iba con mi carta escrita pidiendo la admisión.

-Estupendo, ya verás. El espíritu de la obra te va a encantar. Y me saca un talonario.

-Mira, esto es para tu aportación mensual, aquí pones tú lo que vas a dar cada mes.

Sin más preámbulos. Entonces, yo que siempre he sido clara, y que en aquella época estaba bastante mal económicamente, y que además me había metido a ayudar a unas señoras mayores, y me había comprometido, le digo:

-Mira Josefina, yo tengo estas señoras mayores, y no las puedo dejar. Yo no puedo aportar más cantidad.

-Bueno, bueno, es que tú a esas señoras las tienes que dejar.

-Pero, ¿cómo voy a dejar a estas señoras en la estacada habiéndome comprometido?

-No, mira, de eso ya se cuidarán tu madre, tus tías, a las que les encanta ese tipo de caridad. Tú no tienes que hacer nada de eso en la Obra.

Era un signo para haberme levantado y marcharme, pero como vas con esa cosa de que la voluntad de Dios... Esto fue el primer día. Salí de allí con una tensión enorme. No era lo mío, y no obstante, estuve cinco años dentro.

Estuve incómoda todo el tiempo. Estaba interpretando que la voluntad de Dios estaba por encima de mi incomodidad. La primera vez que nos reunimos, nos tocó ir a una casa fabulosa de una supernumeraria. Éramos un grupo de unas diez con una directora espiritual, con la que teníamos que hacer una confidencia. Toda tu vida tenías que ponérsela delante: lo que leías, lo que hacías, todo. Así, conocían cómo mangonear a tus hijos, a tu marido, a tus amigos. Y había que tener 45 hijos. Todo me sentaba mal. Una vez por semana nos reuníamos el grupo en "círculo de estudios", pero no estudiábamos nada. Todo se reducía a recibir dos charlas: una sobre el evangelio, y otra sobre la caridad. Pero una caridad que no tenía nada que ver con la práctica, de una caridad celestial, vaporosa.

Otra vez, fui a un curso de retiros de la Pililla, a una finca de La Adrada, fantástica, en la que todo eran mármoles. Nos daba el curso D. Jorge Salinas. De entrada yo estaba molesta, pues había una señora que me estaba contando que tenía nueve hijos, que el niño pequeño tenía seis meses, y que lo había dejado con el marido y una asistenta, y que... lo había dejado todo para pasar allí tres días. A mi, me daba lo mismo pasar tres, que siete, pues tenía "servicio", y mis hijos eran ya mayores. Me tocó escuchar esta cantinela.

En esa ocasión, D. Jorge Salinas nos dio una charla fundamentalmente para convencernos de que no había que cerrar las fuentes de la vida, que había que tener todos los hijos que Dios quisiera -uno cada nueve meses-. Y para ello nos daba toda suerte de argumentos, los más peregrinos, que nada tenían que ver con la situación económica, sociológica o psicológica de cada señora. El tema hijos, hijos, hijos, llenó la charla de arriba a abajo.

.Entonces, comentó que "el Padre" había llegado a decir que si él hubiera sabido que sus padres no habían deseado tener hijos, habría ido a escupir a su misma tumba.

Llega un momento en que te das cuenta de que en todas estas reuniones, la finalidad es meditar, rezar y finalmente sacar dinero:

-Mirad, necesitamos medio millón de pesetas, este grupo tiene que traer medio millón de pesetas en diez días.

-Pero, ¿cómo?

-Tendréis algún tío rico, algún tío banquero, tíos de esa clase social, seguro que los tenéis.

Entonces, cada grupo tenía que reunir ese medio millón de pesetas. Y lo conseguía, estas señoras se ponían todas a buscar el dinero, al tío banquero, al amigo rico, a quien fuera, a pedir, venga a pedir. Yo no pedía nunca, porque a mi me da mucha vergüenza pedir dinero y no lo hice. En eso actuaba a mi aire. Estas señoras se dedicaban a hacer tómbolas, me acuerdo de una que tenía el marido que era importador y le quitaba manteles que traía de China o de no se dónde, y los vendía a unas amigas. Iban de puerta en puerta, llegaban a hacer las cosas más peregrinas. Cuando terminaba el plazo, aquellos grupos traían el medio millón de pesetas, y algunos muy por encima.

-Fíjate, el grupo de fulanita, ha conseguido más de medio millón y nosotras aquí estamos sin más que el medio millón.

Unas tonterías tremendas para señoras que peinábamos ya canas, con casi cuarenta años; además, no teníamos ni idea de la finalidad de ese dinero. Porque tú, cuando sacas dinero y sabes que es para el pobre de la esquina o para alguien que está poco menos que muriéndose, vas y vendes lo que sea. Aquí no. Recaudado el medio millón, empezaba otra campaña. Total que no hacíamos más que traer dinero y más dinero.

Entonces, te sentabas un buen día y decías, aquí la única finalidad es el dinero, no estoy haciendo nada por nadie, por ningún pobre, ni siquiera por los pobres que yo tenía. Había que ayudar sólo a la Obra. Todo lo demás había que olvidarlo. El lavado de cerebro era completo. De modo que gente que habías conocido que querían hacer cosas por los demás se volvían en contra pero, en contra furiosamente, en contra de todo lo que fuera caridad con personas ajenas a la Obra. Recuerdo, la mujer de limpieza del sitio donde yo trabajaba. La dueña era una amiga mía supernumeraria y el marido era también supernumerario. A esta señora terminaron por ponerla a fregar, después no les bastó eso, terminaron echándola a patadas, la mandaron con el cielo arriba y la tierra abajo. Hasta que no la pusieron en la calle, no pararon, con el paro y sin familia, van al degüello con quien no es de la Obra.

Entonces llega un momento en que dices:

-Aquí, ¿para qué estoy yo? ¿Para traer dinero? ¿Para la lista de San José?

La lista de San José es la puesta en práctica del proselitismo más feroz. Cada persona está obligada a llevar tres personas al año. Yo, que no sabía lo que era la lista de San José, recibo un día una llamada telefónica de mi Directora:

-Oye, que hay lista de San José.

-Y eso, ¿qué es?

-Pues ya te enterarás, ;te va a gustar, ¡te va a encantar!

Llegamos a una casa y se reunían tres o cuatro grupos. Las Directoras sacan una lista: La lista de San José. Mucho rezo, todo en latín y empiezan: fulanita de tal. Expectación... Ella saca su papel.

-Ay, pues me ha "pitado" Carmencita.

Asombrada, yo pensaba, ¿qué es eso de "ha pitado"?

-Que sí, que me ha pitado Carmencita, que me ha pitado Pepita. pero en cambio no Merceditas ni Rosario.

-Pues ya sabes, tienes que seguir, y si ves que con estas no puedes, pues con otras. ¿No tienes ninguna otra? Si estas no han pitado, a lo mejor no se puede con ellas.

-¡Ah! pues mira. quítame a ésta, que voy a poner a esta otra, una sobrina mía que la tengo muy a punto.

-Bien, pasamos a la siguiente, a la siguiente.

-Pues a mí me han pitado dos.

Una niñería, un insulto a la inteligencia. Cuando llegaron a mí, ya me había enterado de que el pitado era que habían escrito la carta para pedir la admisión en la Obra, estaba entendiendo que yo había estado en una lista con nombre y apellidos, en la boca de un montón de señoras que no me conocían para nada. Y me estaba subiendo una indignación tal, que deseaba salir corriendo y no volver más. Y llegan a mí:

-Yo no tengo a nadie.

-¡Ah! tú es el primer año. Bueno, pues nos tienes que dar tres nombres.

-Yo no tengo a nadie.

-Pero, ¡cómo! ¿No tienes hijas?

-No, tengo hijos.

-¿Y alguna sobrina? Porque éstas son las mejores. Si no tienes, ya te pondremos nosotras a tres.

-Poned lo que queráis.

-Entonces, tú te vas a limitar a rezar por esas tres, pero las tienes que encomendar a todas horas, con sacrificios, oraciones, en la consagración.

Allí había que llevar a tres señoras como fuera, a rastras, por los pelos, como fuera.

Siempre que nos veíamos las supernumerarias, nos teníamos que saludar y en vez de decir hola, teníamos que decir "Pax" y la otra respondía "In aeternum". Había otras frases de familia: "es de casa", que quiere decir "es del Opus, de los nuestros, vamos, de casa".

La lista de San José fue para mi un choque tremendo y no volví a ninguna otra, ni llamé a nadie.

En otra reunión, llegamos un día a la casa de una señora con título, que ahora no recuerdo, una casa espléndida, con una cantidad de salones tremendos. Éramos varios grupos. Un sacerdote nos dio una charla y había que arrodillarse. Yo ya no me arrodillaba jamás, y allí en la alfombra de la marquesa, que era así de gorda, todo el mundo de rodillas. Yo miraba de reojo, estaba molestísima, me parecía un ridículo tremendo. Al salir, la señora que me había invitado me dice:

-Te habrá encantado, ¿qué te ha parecido?

-Horrible.

-Bueno, ya irás entrando poco a poco, ahora pones "camino" en la mesilla de noche.

-No, ¡por favor!. Camino lo leí una vez hace muchos años, no me gustó nada, no lo puedo soportar. Y además, tengo que decirte que a mi el padre Escrivá no me gusta.

-Bueno, pero poco a poco lo irás conociendo porque eso es porque no lo conoces.

-Yo le conozco de requetesobras.

Total, que cuando la cosa se estaba subiendo de tono, me pasaron a otra amiga que era Directora, y, entonces, para nuestras confidencias nos cogíamos el coche y nos marchábamos a tomar un café a la Cuesta de las Perdices o adonde fuera.

Hablábamos de todo menos de las confidencias. Cuando esta amiga se marchó, me tocó a Carmen Mora, con ella fui cuatro veces y a la cuarta le dije que me quería marchar, que a mi aquello no, que además estaba como muy deprimida (yo no tenía ninguna depresión, pero bueno).

-Pues mira haz lo que te parezca.

Yo no escribí ninguna carta para decir que me iba, salí por la puerta y no volví.

Me di cuenta de que allí no hacíamos nada.

Yo, tenía dos chicos, y por el temor a que los chicos se te desviaran los metí a los dos en un club que ellos tenían. Aprendieron a tocar la guitarra, pero me daba cuenta que les estaban haciendo un lavado de cerebro, por lo que yo en casa les hacía un contra-lavado.

-Mirad, cuando os empiecen con que pecados por aquí, pecados por allá, vosotros ni caso. Aprovechaos de las cosas buenas que tienen.

Los chicos lo pasaban bien, tenían buenos amigos, unas excursiones estupendas. Cuando llegó el momento de pasar a otro club a los 16 años, me escribieron una carta, diciendo que el tipo de personalidad de los chicos no respondía al de la Obra, es decir, que me los podía llevar tranquilamente a casa, porque no tenían nada que hacer con ellos.

Ya antes de morirse "el padre", tenían todo preparado para la beatificación. Yo les había dicho más de una vez que no me creía que "el padre" fuese un santo. Ellos me insistían para que le pidiera cosas y repartiera sus estampas por toda mi familia y les comunicara cualquier cosa que hiciera.

En estas, cuando ya no era del Opus, una amiga me llama y me dice:

-Oye, que se ha producido un milagro del Padre en el Escorial y como tú tienes una hermana monja... A mí, me acaba de hacer un milagro el Padre. Mi hijo que venía en coche de no se dónde, ha tenido un accidente, pero ha pasado por entre dos árboles y los dos árboles le han frenado la caída por no se dónde, y en ese momento yo estaba rezando con esta estampa del Padre. Y ahora lo estoy escribiendo porque todo esto lo tenemos que mandar a no se donde, hay que escribirlo. Y a ti el padre ¿no te ha hecho nada?

-Pero, ¿cómo?, si yo al Pudre no le rezo, déjame en paz.

Personalmente nunca he visto al Padre. Un día prepararon una entrevista a la que iba un grupo.

¿Por qué no vienes?

-Porque yo no lo quiero ver. Para mí era impresentable.

Una vez una prima, me vino con eso de las Comunidades de Base, y le dije:

-¡Cuánto lo siento! pero es que me he metido en el Opus, yo no doy para tanto, nos hacen rezar muchas cosas y tal.

Entonces ella me dice:

-Pero, oye ¿has visto a tu jefe en la televisión? ¿pero es que es posible eso?

-Calla, calla, que estoy avergonzada.

Y así me llamaron varios de la familia. Es que eso hay que verlo Pero, mira, como ahora ya no lo ponen. No lo ponen porque es impresentable.