Desde 1942 Escrivá intentó ser obispo

Por Guillaume, 28/09/2012


¿Quería Escriba ser obispo? Muy buena pregunta. Tanto que, movido por el dolor de comprobar una vez más –con la muerte de Víctor- el daño que han hecho las mentiras de esta institución, voy a adelantar algunos datos que se publicarán en su momento debidamente acreditados.

El problema es que esta respuesta echa por tierra la imagen oficial que han construido en la Obra sobre el fundador, de persona a quien sólo le interesaba la fundación, cuando los datos históricos demuestran paladinamente que Escrivá persiguió obsesivamente ser nombrado obispo, sin que le importara tener que abandonar para ello la Obra: como en cierto modo anunció a los del Consejo y de la Asesoría en 1950, poniéndoles la excusa de la fundación de una sociedad para los sacerdotes diocesanos, cuando lo que se barajaba era su posible designación para la recién creada Archidiócesis de Vitoria o para la diócesis de San Sebastián, sufragánea de aquélla...

Y comprendo que descubrir esto pueda resultar más que irritante a quienes se nos ha contado otra historia, como me pasó a mí cuando llegaron a mis manos los documentos que lo acreditan. Cuestión que mosquea más aún cuando la Congregación para la Causa de los Santos acaba de declarar las virtudes heroicas de Álvaro Portillo, que fue quien sabía todo esto y lo ocultó siempre a los miembros de la Obra.

Los datos de las hagiografías, que no biografías, oficiales de Escrivá, tan extraños, que recoge el escrito de Sperpento, ya ponen sobre aviso respecto de que en este tema puede haber gato encerrado. Pues suena muy raro eso de hacer voto de no aceptar nombramientos episcopales. Y es que, según ha explicado muy ampliamente Marcus Tank en Opuslibros, los narcisistas hablan continuamente de sí mismos, aunque su alteración de la percepción les lleve a deformar la interpretación de los acontecimientos. Y, por eso, con ellos es fácil averiguar lo que realmente sucedió en sus vidas con sólo escuchar atentamente sus afirmaciones y, a continuación, aplicar el principio de contrariedad a sus asertos.

Por ejemplo, Escrivá decía que de ordinario no se había de hablar de vocación a los muchachos que se acercaran a los medios de formación de su Obra y que ya se lo plantearían ellos si el Señor se la daba: pero siempre mandó hacer lo contrario durante sus años al frente de la Obra. O se vanagloriaba de haber sido el paladín de la libertad, mientras creaba una de las organizaciones eclesiales más controladoras de la historia.

Pues bien, hoy podemos afirmar que esto mismo sucede en este tema, del que nunca nos hablaron cuando estábamos en la Obra: el de la aspiración al episcopado de José María Escrivá. Esos textos de Escrivá que cita [http://opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=20260 Sperpento y otros, en que afirma que siempre había vivido con el convencimiento de no estar en la tierra más que para hacer su Obra, se ven patéticamente desmentidos por sus intentos –tan reiterados como deliberadamente ocultados a sus hijos- de ser designado obispo.


Consta que en 1942 consiguió que el ministro Ibáñez Martín, que entonces era como lo que hoy denominaríamos un Supernumerario, incluyera a Escrivá en una lista de episcopables dirigida a Franco (que era quien elegía entonces a los obispos en España, entre la terna que le enviaba el Vaticano como respuesta a la seisena que proponía a Roma su gobierno), en la que aparecen como únicos méritos ser Rector de Santa Isabel y muy adepto al régimen.

Consta que en 1945, cuando el Gobierno de Franco se planteaba reinstaurar el Vicariato General Castrense, consiguió que el mismo Ibáñez Martín señalara a Franco que Escrivá “sería un magnífico Vicario General Castrense”.

Consta el enfado del Embajador de España ante la santa Sede, en noviembre de 1946, cuando al tratar con el Secretario de Estado Vaticano, mons. Tardini, sobre la posibilidad de la reinstauración del susodicho Vicariato General Castrense, se entera de que Álvaro Portillo había estado hablando antes con Tardini a espaldas del gobierno español, insinuando que éste tenía pensado a Mons. Escrivá para ese cargo.

Consta que algo debió de salirle mal cuando el 27 de mayo de 1947 lo nombraron Prelado Doméstico, distinción que hacen en el Vaticano, como premio de consolación, a los que quieren distinguir pero que no van a ser designados para el episcopado.

Consta que, a pesar de que el Nuncio en España indicara que no era episcopable, en abril de 1950 Franco lo propuso en último lugar, después de cinco obispos más, en la seisena que se envió al Vaticano para cubrir el cargo de Arzobispo del recién creado Arzobispado de Vitoria, y poco después para el episcopado de san Sebastián.


Giancarlo Rocca ha señalado en su artículo sobre los estudios de Escrivá, que le consta que la razón por la que el Nuncio en España dijo en 1950 que Escrivá no era episcopable y por la que fue rechazada su propuesta como obispo para Vitoria y San Sebastián fueron causas de naturaleza psíquica.

Todo esto permite formular tres hipótesis. En primer lugar, que Portillo pidiera a Escrivá que viajase a Roma en septiembre de 1946 a pesar de su delicado estado de salud, no sólo para la tramitación de la aprobación del Opus, sino sobre todo para desmentir el rumor sobre su desequilibrio psíquico, en orden a su postulación como candidato a Vicario General Castrense. Pues, de hecho, al pasar por Barcelona, Escrivá estuvo en la consulta del prestigioso psiquiatra Juan Rof Carballo, probablemente para que le hiciera un informe de buena salud.

En segundo lugar, que la verdadera razón por la que en 1951 se planteó en Roma quitarlo como Presidente general de la Obra, fuera el informe sobre sus trastornos psicológicos. Informe que debía de proceder de su archidiócesis de origen, Zaragoza, donde Escrivá había abandonado, sin razón hasta hoy conocida, su encargo de Regente Auxiliar en Perdiguera al mes de su nombramiento, quedando insólitamente dos años sin oficio ni beneficio eclesiástico, hasta que se trasladó a Madrid en 1927 para hacer la tesis en Derecho civil. Y esto explica que en su viaje a Chile, al final de su vida, Escrivá revelara en el Colegio Tabancura que decían de él que estaba loco.

Asimismo, la comprobación de que no iba a conseguir el episcopado por esta vía, permite formular la hipótesis de que su aspiración al episcopado fue la razón por la que Escrivá, que se había mostrado feliz como pionero de los Institutos seculares, cambiara de actitud y se desmarcara de esa ubicación canónica de su Obra (que, al estar asimilada a los institutos religiosos, no requería que su Presidente fuera obispo), para intentar que se convirtiera primero en prelatura nullius dioecesis y, posteriormente, en prelatura personal.



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