La cabeza del Opus Dei no puede considerarse un oráculo

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Por Doserra, 4.10.2006


No me resisto a transcribir unas palabras que pronunció Benedicto XVI como preámbulo a sus respuestas a las 5 preguntas que se le habían formulado para el encuentro que mantuvo este verano, el 31 de agosto, con los sacerdotes de la diócesis de Albano, donde se encuentra la residencia pontificia de Castel Gandolfo:

«No pretendo ser aquí ahora como un "oráculo", que podría responder de modo satisfactorio a todas las cuestiones. Las palabras de san Gregorio Magno que ha citado usted, excelencia, "que cada uno conozca infirmitatem suam", valen también para el Papa. También el Papa, día tras día, debe conocer y reconocer "infirmitatem suam", sus límites. Debe reconocer que sólo colaborando todos, en el diálogo, en la cooperación común, en la fe, como "cooperatores veritatis", de la Verdad que es una Persona, Jesús, podemos cumplir juntos nuestro servicio, cada uno en la parte que le corresponde. En este sentido, mis respuestas no serán exhaustivas, sino fragmentarias. Sin embargo, aceptamos precisamente esto: que sólo juntos podemos componer el "mosaico" de un trabajo pastoral que responda a la magnitud de los desafíos».

Por el contrario, los dirigentes del Opus Dei se consideran una especie de oráculo siempre infalible: por tanto, con una asistencia del Espíritu Santo muy superior a la del Papa, quien sólo la posee en contadas ocasiones; y, en consecuencia, no han asumido que Dios abandona a quienes en su autosuficiencia descuidan la comunión eclesial. Piensan que la Obra está llamada a sostener a la Iglesia y no al revés; y que su carisma no necesita someterse al discernimiento de la Jerarquía eclesiástica aunque, para funcionar, hayan necesitado su aprobación jurídica.

Un católico sabe que “corresponde a la autoridad competente de la Iglesia interpretar los consejos evangélicos, regular con leyes su práctica y determinar mediante la aprobación canónica las formas estables de vivirlos, así como también cuidar por su parte de que los institutos crezcan y florezcan según el espíritu de sus fundadores y las sanas tradiciones” (CIC, c. 576). En cambio, los dirigentes de la Obra sostienen que el papel de la Jerarquía de la Iglesia respecto del carisma recibido por el Fundador del Opus Dei no era discernir su autenticidad y validez eclesial, sino limitarse a erigir «en prelatura una realidad ya existente, que tiene su origen en un querer de Dios y que ha desarrollado su fisonomía espiritual, bien determinada, con una fidelidad a ese querer divino, garantizada por el discernimiento de nuestro Padre, la única persona que recibió ese encargo de Dios y las luces y gracias específicas para esa misión fundacional» (Guión orientativo para las clases de Catecismo de la Obra en las Convivencias de Supernumerarios de 2006, nota 23).

Esto explica que los dirigentes de la Obra traten el Magisterio eclesiástico a beneficio de inventario, como puso tan pedagógicamente de manifiesto Claire Fischer en su magnífico artículo del 20 de septiembre pasado, sobre la utilización que han hecho en la Obra de unas palabras de Juan Pablo II, a los asistentes a "unas jornadas de reflexión", para ignorar la legislación canónica sobre las prelaturas personales.

Estamos ante un tema muy de fondo, que proviene del mismo Fundador. Mons. Escrivá vivió su fundación liberándose de toda orientación ajena, incluida la Santa Sede, de la que arrancó aprobaciones sin ser transparente sobre sus praxis. Por eso, fue siempre tan opaco en relación al 2.X.1928 -nunca dio explicaciones convincentes sobre lo que vio o dejó de ver aquel día-, respecto de los diez años de barruntos –llegando al extremo de destruir la parte de sus Apuntes íntimos correspondientes a ese periodo-, y en relación a los doce primeros años fundacionales.

Dicho sea con todos los respetos, no es ése el tipo de “comunión” de los verdaderos santos que transmiten carismas, sin sentido de propiedad ni de exclusividad: pues, si se transmite, no tiene sentido ninguna suna o tradición “fundada” en su persona —¡éste es el absurdo del Opus Dei!—, en la que lo accesorio se convierte entonces en algo principal.

Aquí está en germen la ruptura de la unidad eclesial, con un obrar análogo al de una “iglesia paralela”. Y por eso les interesa tanto ser considerados “estructura jerárquica” de la Iglesia, para entonces poder no ser tachados de “iglesia paralela”, sino una instancia de gobierno que puede permitirse prohibir a los demás meter las narices en lo propio, como ajeno a ellos; y, con la excusa del pluralismo eclesial…, continuar obrando por libre, siguiendo la interpretación de Escrivá como primera regla “divina”.



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