De la santidad al perfeccionismo

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(Cap. 10 de Lo que pasó a ser el Opus Dei)


Hemos tenido ya la oportunidad de convencernos de que para san Josemaría la santidad es en gran parte el cumplimiento de un elaborado plan de devociones. La absolutización de la perfección cristiana lleva a intentar conseguir el cumplimiento ideal de todo tipo de mandamientos, prescripciones y obligaciones. La búsqueda de la santidad se simplifica en la búsqueda de la perfección humana.La búsqueda de la perfección está por su parte íntimamente vinculada con los escrúpulos de conciencia, con la minuciosa contabilidad de los errores y defecciones, y, en consecuencia, con el remordimiento. La tensión psíquica queda aumentada por el hecho de que la más mínima defección de un miembro del Opus Dei genera danos incalculables:

?Qué diríais de uno que guarda el dinero y no da cuenta, aunque no sean más que diez liras? Mal espíritu. Va mal esa criatura, va mal. Está corrompiendo la Obra, destruyendo la santidad corporativa; haciendo mal a todos sus hermanos, mientras se hace mal principalmente a sí mismo.[1]

Para justificar tal razonamiento, san Josemaría usa de la doctrina de la comunión de los santos:

Tú conoces la doctrina del Cuerpo Místico, de la Comunión de los Santos. Pues estarías haciendo dano a tus hermanos, y a los que están por venir, y a ti mismo, al cuerpo entero de la Obra.[2]

Se inculca a los miembros la obsesión por las cosas pequenas. El universo entero se derrumbará por el hecho de que alguien dedicó 10 céntimos a su placer personal... En consecuencia uno es rehén. No tiene ya otra posibilidad: tiene que ser perfecto. Si no, !haría a los demás tantos danos!

Estamos obligados a buscar la perfección cristiana, a ser santos, a no defraudar, no sólo a Dios por la elección de que nos ha hecho objeto, sino también a todas esas criaturas que tanto esperan de nuestra labor apostólica. Por motivos humanos también: incluso por lealtad luchamos por dar buen ejemplo.[3]

!Ay del hombre encerrado en esta lógica!

Si sois fieles, nuestro servicio a las almas y a la Santa Iglesia se llenará de abundantes frutos espirituales.[4]

Si sois sinceros, pase lo que pase seréis fieles y seréis felices.[5]

Los sacerdotes del Opus Dei en su predicación razonan muy a menudo en el sentido inverso: si alguien no consigue frutos espirituales, es senal de que no es fiel. Si Dios no recompensa a alguien, es porque no es humilde. Si alguien no es feliz, es senal de que no es sincero, etc. En consecuencia, si algo no va como los directores quieren, hay que empezar la caza y descubrir qué ley no ha sido respetada. Porque la esterilidad es senal de que no se hacen las cosas "como está previsto". La solución del problema se encuentra mediante la autocrítica. Y la raíz de cualquier problema es siempre el orgullo, el egoísmo o la pereza.

Cuando de la lucha ascética sacamos desaliento, es que somos soberbios. Hemos de ser humildes, con deseos de ser fieles.[6]




  1. San Josemaría, meditación 7-III-1962
  2. San Josemaría, meditación El buen pastor, 12.03.1961
  3. San Josemaría, carta Videns eos, 24.03.1931, n. 57
  4. San Josemaría, carta Videns eos, 24.03.1931, n. 46
  5. San Josemaría, apuntes tomados en una tertulia 2-X-1969, en Meditaciones, IV, n. 134
  6. San Josemaría, carta Videns eos, 24.03.1931, n. 24


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