De la docilidad a la renuncia del entendimiento

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(Cap. 2 de Lo que pasó a ser el Opus Dei)


El proceso de formación de los nuevos miembros da por entendido que la persona que entra asimila un cierto canon de convicciones comunes que le van a permitir gozar plenamente de la espiritualidad que se le propone. Este proceso es sano en tanto en cuanto no conduce a la negación de las creencias personales y deja un cierto margen para la libertad de pensamiento. La absolutización del proceso de formación llega a que no se trata de que cada persona sea cada vez más consciente y responsable; se trata de que se apropie de determinadas opiniones. Para lograr esto, la Obra recurre a argumentos ascéticos:

La soberbia, frecuentemente disfrazada de humildad, es el obstáculo más fuerte, si se presenta; normalmente, suele aparecer al cabo del tiempo. Tiene manifestaciones de susceptibilidad, de espíritu crítico, de falta de docilidad, etc. En estos casos, es preciso ayudar al interesado a ver claramente que esas ideas o reacciones son tapujos de su soberbia. Para vencerla, debe (...) dejarse llevar dócilmente.[1]

Si un miembro de la Obra manifiesta cualquier duda, el Opus Dei le convence de que su duda es el fruto de su soberbia. Para sanarse, tiene que dejarse guiar como un nino:

La infancia espiritual exige la sumisión del entendimiento, más difícil que la sumisión de la voluntad. —Para sujetar el entendimiento se precisa, además de la gracia de Dios, un continuo ejercicio de la voluntad, que niega, como niega a la carne, una y otra vez y siempre.[2]

Según san Josemaría el entendimiento es algo malo (como malo es la carne) y hay que sujetarlo con la fuerza de la voluntad.

Es particularmente importante la mortificación interior: guarda del corazón, de la imaginación y de los sentidos, de la memoria, de la inteligencia y de la voluntad.[3]

Difícilmente se podría imaginar un programa más anti-humanista: hay que refrenar el amor (los movimientos del corazón), la fantasía (los movimientos de la imaginación), la carne (los movimientos del cuerpo), el entendimiento (la memoria, la inteligencia y la voluntad). Además se hace aquí patente el intento de anular la autoestima y la fe en uno mismo:

El espíritu propio es mal consejero, mal piloto, para dirigir el alma en las borrascas y tempestades, entre los escollos de la vida interior.[4]

Ese espíritu crítico —te concedo que no es susurración— no debes ejercitarlo con vuestro apostolado, ni con tus hermanos. [5]

Mira —te tranquilizaré—, toma una pluma y una cuartilla: escribe sencilla y confiadamente —!ah!, y brevemente— los motivos que te torturan, entrega la nota al superior, y no pienses más en ella. —El, que hace cabeza —tiene gracia de estado—, archivará la nota... o la echará en el cesto de los papeles.[6]

Resignación del entendimiento, apoyarse únicamente en la opinión del director espiritual – éste es el único camino en el Opus Dei-:

No os fiéis fácilmente del propio juicio: como el metal precioso se pone a prueba —necesita la piedra de toque—, nosotros hemos de ver si nuestro juicio es oro fino —en lo humano y en lo sobrenatural— teniendo en cuenta el parecer de los demás, especialmente de quienes tienen gracia de estado para ayudarnos. Por eso hemos de tener la buena disposición de rectificar lo que antes hayamos afirmado.[7]

Hay que advertir que san Josemaría ensancha las competencias de cada director espiritual a las cosas humanas, es decir, también a los temas laborales, científicos, sociales, etc. Pero la tarea de cuidar de la ortodoxia de cada miembro es de todos:

Es deber de todos preocuparse por la perseverancia de los demás, cuidar de la salud espiritual y doctrinal de la Obra. Auxiliaos para huir de las ocasiones, para guardar los sentidos, para mortificar la curiosidad de la razón.[8]

Yo creía que la curiosidad de la razón es un don de Dios y un rasgo característico de la humanidad. San Josemaría nos libera de este accidente. Para defender a "sus hijos" de la curiosidad de la razón elaboró una lista de libros peligrosos:

Una medida concreta de prudencia, para rechazar y oponerse a la disolución de la fe y de las costumbres, es sujetarse humilde y gustosamente al condicionamiento que supone evitar determinadas lecturas. (...)No debemos leer libros de mala doctrina o literatura que disuelve las costumbres.[9]

Un miembro del Opus Dei para poder leer cualquier libro tiene la obligación de pedir el permiso de su director. El director verifica si este libro no está en la lista interna de los libros peligrosos y da el permiso. Tuve, por ejemplo, que esperar más de 3 meses para obtener el permiso de leer La peste de Albert Camus porque la única persona competente para darme este derecho era el Prelado del Opus Dei.
El número de libros incluidos en el Índice del Opus Dei alcanza actualmente más de 23.000 títulos. ?Es esto mucho? Tomando en consideración que la lista abarca obras de literatura, filosofía, teología, psicología, etc., es lo suficientemente grande como para dificultar considerablemente el estudio de las ciencias humanistas. Los miembros del Opus Dei se ven obligados a hacer muchas piruetas para estudiar, por ejemplo, literatura. En efecto, es difícil pasar un examen no habiendo leído una obra maestra de la literatura universal por el simple hecho de que este libro "disuelve las costumbres"...
En la lista de libros prohibidos hay obras de pensadores como Hans Urs von Balthasar, Thomas Merton, Henri de Lubac, Yves-Marie Congar, Alfons Auer y Karl Rahner. Joseph Ratzinger también tenía libros "de mala doctrina", pero esos libros desaparecieron de la lista cuando fue nombrado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Nuestra única salvación viene del fiel seguimiento de las ensenanzas de santo Tomás de Aquino:

Si, para combatir eficazmente los males del modernismo, San Pío X —como de modo análogo había hecho antes León XIII— senalaba, entre los más importantes remedios que urgía poner, el fiel seguimiento de la filosofía y de la teología de Santo Tomás, es patente que ahora se impone como nunca el estricto cumplimiento de esa disposición.[10]




  1. Vademécum del gobierno local, 19.03.2002, p. 62
  2. San Josemaría, Camino, n. 856
  3. Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas, 19.03.2001, p. 34
  4. San Josemaría, Camino, n. 59
  5. San Josemaría, carta 28.03.1973, n. 16
  6. San Josemaría, Camino, n. 53
  7. San Josemaría, carta Videns eos, 24.03.1931, n. 50
  8. San Josemaría, carta 28.03.1973, n. 15
  9. San Josemaría, carta 28.03.1973, n. 16
  10. San Josemaría, carta 14.02.1974, n. 26



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