Servir a la Iglesia como la Iglesia desea ser servida

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Por Spiderman, 29.10.2007


Parto de una idea de Emevé en su reciente artículo:

Lo que puedo rescatar es que a mi entender, y para muchas personas, el paso por el opus dei nos aleja de la Iglesia Católica. Y entonces viene la pregunta ¿es así como sirven a la Iglesia? ¿La Iglesia quiere ser servida alejando de su seno a personas que hubieran dado sus vidas a su servicio?

San Josemaría gustaba de afirmar que la Obra había venido a "Servir a la Iglesia como la Iglesia quería ser servida" (San Josermaría Escrivá de Balaguer, Discursos sobre la Universidad, "Valor educativo y pedagógico de la libertad " Punto 5). A mí siempre me maravilló esta sentencia. Al principio, en mis años de ardor juvenil, me autoconfirmaba en mi Amor por la Iglesia pensando que todo aquello que hacía en el Opus Dei era, al fin y al cabo, el mejor servicio que podía ofrecer a la Iglesia de Cristo. Con el tiempo, y al entrar en contacto directo con otras realidades eclesiales y poder conversar con sacerdotes diocesanos e incluso con el mismo Obispo me di cuenta de que el Opus Dei no sólo no sabía cómo la Iglesia quería ser servida, sino que además en muchas ocasiones iba en la dirección contraria a la que marcaban los autoridades eclesiásticas...

Servirme de la Iglesia siempre que pueda servirme

Esa es una de las conclusiones que uno saca de un viaje al Univ, por ejemplo. El carisma de Juan Pablo II y sus palabras a los jóvenes eran utilizadas para arengar a los pitables y fomentar en ellos un deseo de entrega. Además, al presentarse la Obra como una "partecica de la Iglesia" y poder uno comprobar en Roma los dos mil años de historia del cristianismo escritos en piedra, se conseguía la sensación de que hacerse de la Obra fuera realmente la mejor manera de contribuir a esa Historia, llena de luces y sombras pero, ante todo, admirable.

Al regresar al día a día, en lo que se podía llamar la Iglesia de proximidad, la Comunidad Parroquial, la implicación de los miembros de la Obra era mínima. Yo recuerdo con exactitud (allá por el 2003) en la insistencia en mantenernos al margen de las celebraciones dominicales de las parroquias, para que quedara patente "nuestra mentalidad laical". Recuerdo las molestias que ocasionaba mi participación (aunque pasiva) en las actividades de la Pastoral Universitaria, malestar únicamente aplacado bajo la "excusa" de búsqueda de nuevas vocaciones. Recuerdo la absoluta indiferencia ante las decisiones de amigos míos que decidían entrar al seminario. Ninguna de sus fascinantes historias de discernimiento vocacional tenía cabida en las tertulias, en las que se perdía el tiempo comentando cómo un par de preadolescentes habían decidido hacer cada día cinco minutos de oración con Camino.

Recuerdo la insistencia en que los agregados fuéramos a la misa dominical al centro, para apoyar la iniciativa (marginándonos más de nuestra vida parroquial) y, en concreto, siempre fueron notables los esfuerzos de los colegios para lograr el permiso episcopal para la celebración de la Eucaristía dominical en los oratorios propios, separando a las "famílias encajadas" de sus respectivas comunidades cristianas. El Obispo se resistió a conceder este privilegio durante un tiempo y recuerdo la falta de respeto a su decisión, manifestada de manera sonora y evidente ante los demás del centro por parte de sacerdotes y directores. Una actitud que jamás se toleraría si la decisión hubiera procedido de Roma, Comisión o Delegación.

En mis años en el centro no recuerdo nunca que me animaran a rezar por los sacerdotes diocesanos ni por las nuevas vocaciones para el seminario. Antes al contrario, en conversaciones privadas se manifestaba el deseo de que cuantos más jóvenes mejor marchasen a Navarra o a seminarios de otras diócesis para lograr cuanto antes el fracaso del propio seminario diocesano. Una manifestación de desunión tan notórea que me asusta el recordarla ahora y ponerla por escrito.

Servir a la Iglesia como yo creo que debe ser servida

Realmente ésta debería ser la frase del Santo de Barbastro. Él tiene una idea de lo que la Iglesia debe ser y pone su empeño en que su Obra trabaje siempre en esa dirección. Es muy farisaico cómo ahora se expone a San Josemaría como precursor del Vaticano II cuando está bien documentada su reacción ante las iniciativas de Juan XXIII y Pablo VI, cuando se sabe que él no dejó de utilizar el rito tridentino para la celebración de la Eucaristía, cuando los libros del activo Joseph Ratzinger eran sistemáticamente introducidos en el índex, cuando jamás se le oyó decir ni escribir absolutamente nada de la opción preferencial por los pobres (podéis comprobarlo vosotros mismos en http://www.escribaobras.org). Si el Vaticano II quita el índice, el Fundador lo pone. Si el Concilio propone celebraciones con el altar hacia el pueblo, la Prelatura insiste en seguir construyendo nuevos altares de espaldas. Si se insiste en la importancia del diálogo con el mundo contemporáneo, en la Prelatura se insiste en encerrar a sus propios miembros en círculos y asociaciones cada vez más cerradas donde la endogamia alcanza unos niveles tan endémicos que condena a las iniciativas a la marginación y a la esterilidad.

Juan Pablo II, en su carta apostólica Novo Millenio ineunte, expresa con suma claridad que el "Duc in altum" que Cristo dirige a sus discípulos del tercer milenio, debe estar fundamentado en la primacía de la Gracia. Qué lejos está de esta actitud propuesta por el Papa la contabilización y fiscalización de la vida espiritual a la que los Directores someten a los fieles de la Prelatura. Qué lejos de la primacía de la Gracia está el fundamentar las nuevas labores apostólicas en los recursos económicos, en impresionantes edificios, en elegantes inmuebles... No sólo no se vive la primacía de la Gracia (la Gracia de Dios es la base del mensaje y el actuar cristiano) sino que en ocasiones se actúa directamente contra ella. Cuando son promocionados a la dirección de almas miembros numerarios distinguidos por su nula capacidad de discernimiento y su total adhesión a las indicaciones "de arriba". Rígidos supervisores que ahogan toda iniciativa apostólica individual que no revierta en un beneficio directo para la Prelatura. Una primacía de la Gracia que brilla por su ausencia en todo lo referente a la sexualidad. Se desconfía de todo el mundo, hasta de Dios, cuando el sexto o el noveno mandamiento entran por medio. Dios queda como un recurso al que acudir, pero nunca como un Padre compasivo que nos acompaña y enseña en nuestro proceso personal de maduración sexual. Una sexualidad ignorada que sale a flote de manera inesperada, en ocasiones violentamente y, por desgracia, no rara vez en forma de filias intolerables. Niños demasiado "sobados" por sus solitarios preceptores que buscan en ellos algo del calor humano que les niega su propia "familia espirtual", donde no caben las "familiaridades". Níños confundidos por su propia sexualidad, incapaces de recibir una ayuda eficaz porque sus asesores son los primeros que no tienen el problema bien resuelto.

Dañar a la Iglesia pensado que la sirvo como ella quisiera ser servida

Al salir de la Obra hay mucha gente que siente con eso un alivio suficiente y que son capaces de continuar su singladura espiritual sin cuestionarse mucho sus años en el Opus Dei, aunque estos se cuenten por decenas. Muchos tratan de olvidar cuanto antes pensando que así ganan tiempo. Y con sus prisas, y expecialmente si socialmente les conviene, olvidan pensar en los motivos de fondo del fracaso de su vocación. Incluso algunos reconocen que no quieren pensar porque no quieren dejar de amar a la Iglesia, ya que intuyen que si lo piensan mucho ello será un auténtico problema para su fe. Otros incluso se molestan con opuslibros (como si todavía fuesen miembros de la Prelatura) pese a reconocerse en muchos de los testimonios: el cuestionamiento de su paso por la Obra hace tambalear todo su edificio espiritual y eso no es del agrado de nadie.

Los que, pese a todo, siguen adelante con sus reflexiones sin temer el rumbo que puedan adoptar, confiados en la promesa de Cristo (La verdad os hará libres) en numerosas ocasiones pierden por el camino lo que algunos denominan "fe eclesiástica". Al descubrir el fraude de la Institución se pierde la fe en la Institución Mayor que la cobija. Toda su construcción espiritual queda en estado ruinoso y se debe volver a levantar. Estas almas deben buscarse nuevos pilares sobre los que cimentar la vida interior. Todo este proceso es al que nos referimos usualmente en estas páginas como reconstrucción.

Por último, y no por ello menos importantes, están los que, por simple intuición o por pura supervivencia vital, deciden instalarse en un cómodo agnosticismo. Para la Prelatura son personas que han traicionado a su Vocación y que, como consecuencia de ello, han ido alejándose de Dios hasta no reconocerlo. Por mi parte, los casos que conozco, más bien se trata de personas traicionadas por su Vocación (mejor no sigas, no sirves) que, como consecuencia de ello, han ido perdiendo la imagen de Dios que el Opus Dei había esculpido en sus conciencias (que no en sus corazones).

Realmente el Opus Dei, por un motivo o por otro, nos ha dificultado el acceso hacia un Dios Padre Misericordioso, nos ha enturbiando las diáfanas enseñanzas de Cristo referentes especialmente a la caridad, la hipocresía, la soberbia y la pobreza y ha ido enfriando nuestros deseos de servicio a la Iglesia (a base de callar la voz del Espíritu que resonaba en nuestros corazones) hasta acabar apagándolos por completo. Almas que ya no dan más de sí porque, tal como quiso San Josemaría, han quedado exprimidas como un limón. Almas en las que acaba cumpliéndose fatídicamente aquél punto de Camino (247). "Concreta. —Que no sean tus propósitos luces de bengala que brillan un instante para dejar como realidad amarga un palitroque negro e inútil que se tira con desprecio."

Monseñor, nosotros ya concretamos, tanto, tanto, tanto que nos quedamos sin oxígeno y el fuego se apagó. Pero usted tranquilo, nuestras almas, realidades amargas, negras e inútiles, ya fueron arrojadas con desprecio en su dia por sus fieles sucesores.



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