Cuadernos 12: Apostolado de la opinión pública/En los medios de comunicación

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EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN


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Durante un viaje en automóvil por Castilla, en 1989, don Álvaro cruzó en varios momentos un río llamado Sequillo, que hacía honor a su nombre -comentaría después-, porque prácticamente no llevaba agua. Esa imagen le trajo a la memoria una metáfora de nuestro Padre: el alma enamorada de Dios es como un río fuera de madre que inunda los campos y los fecunda con su limo. No podíamos ser como ese río Sequillo, concluía don Álvaro; debíamos llegar con ímpetu a todos los rincones del mundo, a todas las almas.

Nuestro Fundador decía que nuestro afán apostólico consiste en conocer a Jesucristo, hacerlo conocer, llevarlo a todos los sitios 1. El Padre nos lo recordaba en una de sus cartas: ¡Jesucristo! Con sólo pronunciar este nombre santo, se nos llena el alma de alegría, de un gozo sereno y profundo, que deseamos sembrar a nuestro alrededor, en círculos concéntricos cada vez más amplios, llevando a todo el mundo el conocimiento de Cristo, en quien tenemos el Camino, la Verdad y la Vida (cfr. Ioann. XIV, 6) 2.

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Cristo en la cumbre

Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum 3: al redimir el mundo muriendo en la Cruz, Jesucristo atrae todo hacia Sí. Nada humano queda en una zona neutral, indiferente al orden sobrenatural. La eficacia del Sacrificio redentor alcanza a toda la naturaleza humana y, a través de cada persona, debe penetrar en las estructuras de la sociedad, para transformarlas con la doctrina y el amor de Cristo.

Nuestro Padre nos impulsaba a procurar con empeño que las personas que tratamos frecuenten los medios de formación. Pero -añadía- no os podéis detener ahí. No os podéis quedar satisfechos, cuando ya habéis llevado a algunos de vuestros parientes o amistades a un retiro espiritual, o cuando los habéis puesto en contacto con algún sacerdote de la Obra. No se acaba ahí vuestro trabajo apostólico. Porque es preciso también que os deis perfecta cuenta de que hacéis un apostolado fecundísimo, cuando os esforzáis por orientar con sentido cristiano las profesiones, las instituciones y las estructuras humanas, en las que trabajáis y os movéis.

Procurar que esas instituciones y esas estructuras se conformen con los principios que rigen una concepción cristiana de la vida, es realizar un apostolado de base muy amplia, porque -al encarnar de ese modo el espíritu de justicia- aseguráis a los hombres los medios para vivir de acuerdo con su dignidad, y facilitáis a muchas almas que, con la gracia de Dios, puedan responder personalmente a la vocación cristiana 4.

Nos aguijonea la responsabilidad de llevar la doctrina de Cristo al mundo entero, a los hombres y mujeres de cualquier raza, lengua y condición social. Ante todo -lo sabemos bien-

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hemos de rezar mucho, porque ese mensaje de salvación da fruto con la gracia de Dios y nuestro esfuerzo personal. El alma sacerdotal nos hace conscientes de que somos corredentores y de que nada puede resultarnos indiferente, ni en la vida de cada persona singular, ni en los planteamientos sociales; la mentalidad laical nos impulsa a emplear los medios humanos más eficaces para sembrar y difundir por el mundo la palabra de Dios. Queremos llegar a todas las almas. La caridad de Cristo nos urge 5.

Santidad personal, santificación del mundo

Para sembrar por todas partes la semilla de Cristo, repetía siempre nuestro Padre, hemos de luchar por ser santos. Al final de una carta dedicada al apostolado de la opinión pública, escribió: Yo no tengo otra receta, para ser eficaz -y eficacia necesitamos en el ejercicio de este apostolado de la opinión pública-, que la que tenían los primeros cristianos. No hay otra, mis hijos.

El mundo ha adelantado tanto, en todas las actividades de los hombres. Es una maravilla cómo Dios ayuda a la inteligencia humana en esas investigaciones que necesariamente le tienen que llevar a Dios, porque si son verdad a Dios llevan. Todo cambia. Tenemos medios -habéis contemplado el panorama de esos medios de comunicación colectiva- que no tenían nuestros padres a principio del siglo, nuestros abuelos en el siglo pasado. Desde aquellas circunstancias de pobreza de medios, hasta las actuales, hay un abismo.

Sin embargo, en la vida espiritual, ayer, hoy y mañana existen y existirán siempre los mismos medios. No hay posibili-

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dad de adelantar. La misma receta: ¡santidad personal! No hay otra cosa: lucha ascética, poniendo en actividad la fe, que algunos creen que es teoría, para escribir, y no vida de nuestra vida, para practicarla; poniendo en actividad la fe en Cristo, la esperanza: la esperanza de eficacia -a pesar de nuestras personales miserias- y la esperanza del amor que nos aguarda en el cielo. Todas las virtudes teologales no son tampoco en nosotros una teoría, porque se ejercitan activamente, en la vida contemplativa de un hijo de Dios en su Opus Dei 6.

Doctrina para la multitud

En esa carta, nuestro Fundador nos hacía ver una vez más que el mayor enemigo que tiene Dios en el mundo es la ignorancia, e insistía en que tenemos el deber de difundir la enseñanza de Cristo: Tengamos compasión de ese pueblo hambriento de doctrina, de verdad, de libertad. Hoc enim sentite in vobis, quod et in Christo lesu (Philip. II, 5): debéis tener los mismos sentimientos que había en el corazón de Jesucristo. El Señor, al ver la muchedumbre que le seguía, dijo: misereor super turbam, quia ecce iam triduo sustinent me nec habent quod manducent (Marc. VIII, 2); me da compasión esta multitud de gentes, porque hace ya tres días que está conmigo, y no tienen qué comer.

Tres días, hijos míos, remueven las entrañas misericordiosas de Cristo. Hemos de cumplir -llenos de celo apostólico, con las almas del mundo entero- esa gran obra de caridad de darles el pan de buen trigo, el pan de la doctrina que Jesús multiplicará en nuestras manos, si somos fieles y obedecemos 7.

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El apostolado de la opinión pública consiste en empapar el trabajo de los medios de comunicación con el espíritu cristiano, para que su luz vivifique las mentalidades. Nuestro Padre mostraba la necesidad de ejercitar ese apostolado, a través de los diversos medios que existen en cada época, al servicio de las almas: Omnis quicumque confessus fuerit me coram hominibus, et Filius hominis confitebitur illum coram angelis Dei (Luc. XII, 8); cualquiera que me confesare delante de los hombres, también el Hijo del hombre le confesará delante de los ángeles de Dios. Hemos de confesar a Dios, llenando el mundo -como suelo repetiros a menudo- de papel impreso, porque es un modo de manifestar esa pasión dominante de mis hijos: dar doctrina 8.

Ante este amplísimo panorama, hacía ver a las personas de la Obra que trabajan o colaboran en los medios de comunicación el alcance de su tarea: dais doctrina, no ya a un grupo pequeño de personas -como hacéis cuando dirigís un Círculo o pronunciáis una conferencia- sino que, como el Señor, predicáis a la multitud, al aire libre 9.

Al referirse a esta labor, nuestro Padre se dirigía no sólo a los hijos suyos que trabajaban o trabajarían como directores de periódicos, guionistas de cine o televisión, novelistas o actores... También aludía a quienes se dedicarían profesionalmente a un amplio abanico de tareas que ejercen influjo en la opinión pública. Pienso con ilusión en aquellos hijos míos, que atienden puestos y quioscos de diarios y revistas, en los que trabajan en editoriales o en redacciones de periódicos y en las empresas de las artes gráficas; y en aquellos otros que, por su trabajo -aunque sea modesto, en apariencia-, tienen ocasión cada día de tratar mucha gente 10.

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Los horizontes que presentaba eran altos, pero no inasequibles. Por ejemplo, junto a los grandes medios de comunicación de ámbito nacional e internacional, resaltaba el interés de trabajar también en publicaciones y emisoras provinciales y lo­cales, que muchas veces llevan una vida lánguida por falta de personal especializado. No olvidéis, además, que lo mejor es enemigo de lo bueno; y, en este caso, es mejor empezar por algo que no esperar oportunidades extraordinarias.

Si consideráis la situación actual de estos medios de información en el mundo, llegaréis conmigo a la conclusión de que no es difícil, si se ponen todos los medios sobrenaturales y humanos, que esas publicaciones -por su nueva orientación, contenido, presentación, etc.- tengan personalidad propia y respondan a las exigencias del momento, de forma que pueda decirse con verdad que vienen a llenar un hueco 11.

El apostolado de la opinión pública no es una tarea reservada a unas pocas personas brillantemente dotadas. Es una labor a la que es posible contribuir de muchos modos. Y hoy es urgente que un gran número de cristianos, con sólida formación y audacia apostólica, empleen sus talentos y posibilidades, en infundir alma cristiana a esas actividades que dan su aire y su tono a la sociedad. Yo he aplicado a nuestro modo de trabajar aquellas palabras de la Escritura: ubicumque fuerit corpus, illic congregabuntur et aquilae (Matth. XXIV, 28), porque Dios Nuestro Señor nos pediría cuenta estrecha, si, por dejadez o comodidad, cada uno de vosotros, libremente, no procurara intervenir en las obras y en las decisiones humanas, de las que dependen el presente y el futuro de la sociedad 12.

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La parábola de la cizaña

Este trabajo es indispensable también para superar la in fluencia negativa de aquellos medios de comunicación que difunden ideas erróneas y ejemplos degradantes. Estáis viendo, alertaba con realismo nuestro Padre, ya en 1946, cómo se produce este fenómeno: falsos maestros de moral van socavando directa o indirectamente el principio de autoridad -en la Iglesia, en la familia, en la escuela-, o la validez de los preceptos de la ley natural y de la ley divina, preparando así el terreno para el abandono de toda norma objetiva, y difundiendo una mentalidad basada en los falsos presupuestos del relativismo, del historicismo y del inmanentismo. Y no hay casi modo de contrarrestar esta ola destructora, porque determinados públicos sólo beben en estas fuentes pestilentes 13.

La presencia activa del mal es patente en la vida social, en el arte y en la cultura, como en la economía y la política, en el mundo laboral o en la familia. Las armas son muy variadas, como múltiples son los vehículos por los que la enfermedad se transmite; muchas veces, la más mortal es la que parece más inofensiva: por eso utilizan también la risa, que nada tiene que ver con la alegría, sana y santa, de los hijos de Dios.

Pero con la ironía con ribetes de intelectualidad barata, o con la burla grosera y soez, se han ido ridiculizando las cosas más dignas de aprecio y veneración: el matrimonio, la procreación y educación de los hijos, el ministerio sacerdotal y la vida religiosa 14.

La enorme influencia que ejercen los medios de comunicación en la sociedad debe aguzar nuestra inquietud apostólica. Hace años que nuestro Fundador nos invitaba a mirar de fren-

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te, con fortaleza, a la situación real, y a preguntarnos cómo es posible que unas cosas queridas por Dios, para el bien de los individuos y de la sociedad, tan evidentemente ordenadas por su misma naturaleza hacia este fin, estén tan torcidamente empleadas 15.

Para encontrar la respuesta, nos sugería meditar la parábola del trigo y la cizaña: el reino de los cielos es semejante a un hombre, que sembró buena simiente en su campo; pero, al tiempo de dormir los hombres, vino cierto enemigo suyo, y sembró cizaña en medio del trigo, y se fue 16. Está claro: el campo es fértil y la simiente es buena; el Señor del campo ha sembrado la semilla en el momento propicio y con arte consumada; además, ha dispuesto una vigilancia para proteger la siembra reciente. Si después aparece la cizaña, es porque no ha habido correspondencia, porque los hombres -los cristianos especialmente- se han dormido, y han dejado que viniera el enemigo: cum autem dormirent homines, venit inimicus.

Cuando los servidores irresponsables preguntan al Señor por qué hay cizaña en su campo, la explicación es clarísima: inimicus homo hoc fecit (Matth. XIII, 28), ¡ha sido el enemigo! Nosotros, los que debíamos estar vigilantes, para que las cosas buenas puestas por Dios en el mundo se desarrollaran en servicio de la verdad y del bien, los cristianos nos hemos dormido -¡mala cosa ese sueño!-, mientras el enemigo y todos los que le sirven se movían sin cesar. Ya veis cómo ha crecido la cizaña: ¡qué siembra tan abundante y en todas partes!... (...)

Cum autem dormirent homines... Este sueño malo, de la irresponsabilidad de los que debían vigilar, ha permitido que el enemigo sembrara tanta cizaña. Especialmente responsables son los católicos laicos, a quienes compete más directamente lo temporal, las cosas de la tierra, las estructuras humanas.

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Allí debían estar presentes y activos, y no dejar que dominaran los que no conocen a Dios o le combaten. La situación actual -la que os acabo de dibujar- es la señal de un tremendo fracaso de los laicos en la tarea de la consecratio mundi. Es el pecado de la poltronería, del absentismo suicida 17.

Vacunar a las almas

Estas palabras de nuestro Padre han de ser un aguijón que estimule y que impida toda cesión al conformismo. Hemos de meditarlas con valentía, y han de llevarnos a pelear por amor -convencidos de que es posible vencer el mal con el bien- para responder a la exigencia divina que transmiten. Exigencia de santidad personal, de oración y de mortificación -armas invencibles-, de coherencia en nuestra actuación profesional y social, de descaro y determinación apostólica.

Hijos míos, con nuestra labor apostólica hemos de prevenir a todas las almas -mejor todavía si logramos vacunarlas-, contra el peligro de contaminación de estas aguas, recordándoles las palabras con que el Señor nos aconsejaba la vigilancia constante: attendite a falsis prophetis, qui veniunt ad vos in vestimentis ovium, intrinsecus autem sunt lupi rapaces (Matth. VII, 15); estad alerta, para combatir esta peste, estos falsos profetas, que se acercan a vosotros con piel de oveja, y por dentro son lobos rapaces 18.

Para ayudar a muchas almas a no dejarse condicionar por esos mensajes que se lanzan a la opinión pública desde planteamientos tan ajenos a la fe, es necesario que nosotros mismos estemos bien prevenidos. Sería temerario pensar que la formación cristiana que recibimos nos hace impermeables a la pre-

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sión -al martilleo- de esos mensajes negativos que difunden no pocos medios de comunicación. No podemos olvidar que la repetición constante da lugar a la costumbre, rompiendo todos los moldes: gutta cavat lapidem saepe cadendo, la gota agujerea la piedra a fuerza de caer, reza un conocido adagio latino.

Lo que chocaba la primera vez que se leía u oía, la segunda llama menos la atención, no parece tan absurdo. Así, progresivamente, llega un día en el que el sentido moral está prácticamente embotado, incapaz de reaccionar, anulado por completo. Es la consabida técnica -psicológica- de los anuncios, que se utiliza en muchas más ocasiones que en la publicidad propiamente dicha, o en la propaganda tradicional 19.

Ese peligro puede evitarse, con la gracia de Dios, si procuramos tamizar con una especie de filtro cristiano las informaciones o mensajes que recibimos. No se trata de ver detrás de todo una intención doble o una voluntad manipuladora, sino de fomentar un sano espíritu crítico, en nosotros y en los demás. Este hábito intelectual es como una gimnasia que nos mantiene alerta y con capacidad de reacción ante lo que no podemos ni queremos aceptar.

Participar en los medios de comunicación

A la vez, hemos de considerar que a través del trabajo o la colaboración en los medios de comunicación podemos contribuir a edificar cristianamente la sociedad con una eficacia que es difícil imaginar o medir. Un libro, un artículo en una publicación periódica, un programa audiovisual, alcanzan cierta autonomía respecto del autor: cuando despiertan interés, llegan a correr de mano en mano, y a influir en personas a las que nun-

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ca se conocerá personalmente. Lo publicado o grabado permanece: puede releerse o volverse a ver y a escuchar. Basta comprobar lo que sucede con los libros de nuestro Padre o las películas de sus catequesis.

Las empresas y los medios de comunicación necesitan el trabajo, la sal y la luz de cristianos con conciencia limpia y activa, que juzguen con verdad y rectitud los hechos que ocurren en el mundo y las claves que los interpretan. Ningún hijo de la Iglesia Santa puede vivir tranquilo, sin experimentar inquietud ante las masas despersonalizadas 20. No puedes vivir de espaldas a la muchedumbre: es menester que tengas ansias de hacerla feliz 21.

La persona magnánima, cuando piensa en la comunicación social, se plantea, a la luz de las necesidades de las almas, iniciativas de amplio alcance en la cultura y la comunicación: agencias informativas, emisoras de televisión, centros de estudio e investigación, editoriales, productoras audiovisuales, medios electrónicos. Parte de la virtud de la magnanimidad es tener visión de futuro, trabajar a largo plazo: en definitiva, complicarse la vida por amor de Dios.

Los hijos de Dios en su Obra hemos de sentir esa comezón y colaborar, según nuestras posibilidades, en iluminar con la luz de Cristo a muchas almas a través de la prensa, la radio, el cine, la televisión... Con la ayuda de la gracia, Dios será glorificado en la sociedad, recibirán el debido eco el Magisterio y la doctrina social de la Iglesia, se promoverá la dignidad de la persona humana, la paz y la justicia en el mundo, hasta borrar la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio 22, y anular la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia 23.

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Deseamos influir profundamente en el ambiente, dar tono a la sociedad en que vivimos, como hicieron los primeros cristianos 24, con la seguridad de que ese clima favorecerá el desarrollo de los diversos apostolados y, de modo particular, la labor de San Rafael. Para conseguirlo, no dejamos de imitar el ejemplo de nuestro Padre y de recurrir asiduamente a su intercesión poderosa.

1. De nuestro Padre, Crónica, 1997, p. 590.
2. Del Padre, Carta, 14-II-1997, n. 1.
3. Ioann. XII, 32 (Vg).
4. De nuestro Padre, Carta 9-I-1959, n. 17.
5. II Cor. V, 14.
6. De nuestro Padre, Carta 30-IV-1946, n. 73.
7. Ibid. n. 43.
8. Ibid. n. 49.
9. De nuestro Padre, Carta 9-I-1959, n. 44.
10. Ibid. n.46.
11. De nuestro Padre, Carta 30-IV-1946, n. 50.
12. De nuestro Padre, Carta 9-I-1959, n. 20.
13. De nuestro Padre, Carta 30-IV-1946, n. 23.
14. Ibid. n. 24.
15. Ibid. n. 31.
16. Matth. XIII, 24-25.
17. De nuestro Padre, Carta 30-IV-1946, nn. 31-32,37.
18. Ibid. n. 23.
19. Ibid. n. 25.
20. Forja, n. 901.
21. Camino, n. 32.
22. Ibid. n. 1.
23. Ibid. n. 121.
24. Cfr. Ibid. n. 376.