Cuadernos 12: Apostolado de la opinión pública/Dios puede más

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DIOS PUEDE MÁS


Para la fe de un hijo de Dios no hay imposibles: ¡cuántas veces lo experimentó en su vida nuestro Padre! Sabía que la oración es omnipotente, como Cristo nos ha enseñado, y siendo sacerdote joven, fue testigo de un caso muy significativo a este respecto. Lo contaba en tercera persona, como tantos otros sucesos autobiográficos: se dirigía espiritualmente con un sacerdote, allá por los años 1927 a 1931, una pobre mujer, retrasada mental, ignorante y sin cultura, pero de una exquisita finura de alma. La llamaban Enriqueta la tonta. Tenía entonces gran fama en España un diario, rabiosamente anticatólico, dirigido por un grupo de intelectuales, que estaba causando un gran daño a las almas y a la Iglesia. Un día ese sacerdote -firme en la fe, y sin más armas- pidió a aquella pobrecilla: desde hoy, hasta que te diga, vas a rezar por una intención mía. La intención era que aquel periódico dejara de publicarse, y al poco tiempo se volvió a cumplir lo que dice la Escritura: quae stulta sunt mundi elegit Deus, ut confundat sapientes (I Cor. 1, 27); que Dios escogió a los necios según el mundo, para confundir a los sabios: aquel periódico se hundió, por la oración de una pobre tonta, que siguió rezando por la misma intención, y de la misma manera se hundieron un segundo y un tercer diario, que sucedieron al primero y que también hacían gran daño a las al-

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mas 1. A veces, decía años más tarde, esa pobre mujer se pasaba la noche entera rezando; y yo, entonces sacerdote joven, se lo permitía; hoy no lo hubiera consentido 2. La eficacia de la oración es enorme, insistía don Álvaro. Poned en el apostolado de la opinión pública todo vuestro talento, vuestra simpatía, vuestros medios humanos, y poned lo más importante, que es la oración, y Dios otorgará su eficacia 3.


Optimismo realista

Hemos de acudir una y otra vez a Dios para que nos conceda una fe grande que nos lleve, como a nuestro Fundador, a no pararnos ante el desafío de sacar adelante un imposible. Su ejemplo de entrega, lleno de fortaleza sobrenatural, es lo más ajeno a la figura del hombre apocado, medroso. La meditación de su vida deberá impulsarnos a un apostolado de la opinión pública amplio y ambicioso, sin miedo a los fracasos, aunque también sin ingenuidades. Nuestro optimismo no es un optimismo necio y presuntuoso: es realismo. Por eso no podemos ignorar la presencia del mal en el mundo, ni dejar de sentir la responsabilidad acuciante de haber sido convocados por Cristo, para batallar con El su hermosa batalla de amor y de paz 4.

Se opone al realismo un cierto acostumbramiento ante el mal, un conformismo que lleva a la inactividad escéptica. Que mis hijos abran bien los ojos, nos espoleaba nuestro Padre, que tengan el alma y la inteligencia despiertas. Sólo una conciencia cauterizada, sólo la insensibilidad producida por la rutina, sólo el atolondramiento frívolo pueden permitir que se contemple el mundo sin ver allí el mal, la ofensa de Dios, el daño a

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veces irreparable para las almas. Hemos de ser optimistas, pero con un optimismo que nace de la fe en el poder omnipotente de Dios -Dios no pierde batallas-, con un, optimismo que no procede de la atolondrada satisfacción humana, de una complacencia necia y presuntuosa 5.

Dios otorgó a nuestro Padre una fina percepción para denunciar la presencia del mal en el mundo, comprender sus causas y proponer remedios. En ocasiones se refería a las fuerzas que se oponían a la acción redentora de Cristo en el mundo hablando de tres manchas. La mancha roja del marxismo se encuentra ahora en regresión -aunque sus secuelas siguen siendo efectivas-, pero no sucede lo mismo con las otras dos. Hace todos los días un avance otra ola muy grande de sensualidad, de -perdonadme- imbecilidad, porque los hombres tienden a vivir como bestias.

Y aún se ve otro color -una ola negra- que avanza y avanza, especialmente en los países latinos, de una manera más hipócrita en otras naciones: es el ambiente anticlerical, el anticlericalismo malo, que quiere relegar a Dios y a la Iglesia al fondo de la conciencia. Aunque no es eso. Vamos a decirlo de otra manera más clara: quiere como encerrar a Dios y a la Iglesia dentro de los límites de la vida privada, sin que el hecho de tener la fe y la moral del cristiano se manifieste en la vida pública 6.

A veces, este laicismo no responde a un programa deliberado: no es consecuencia de un deseo expreso de atacar a la Iglesia, sino del olvido de Dios, de la falta de sensibilidad ante la ley moral. Es la consecuencia de la actitud de algunas personas, que persiguen el lucro como un fin en sí, prescindiendo de toda valoración moral de los medios; y en eso coinciden con los que -por otras razones- contribuyen a fomentar el hedonismo, el materialismo, la corrupción, la deshonestidad, la ola de paganismo.

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A esta gente, la sociedad -si estuviese rectamente ordenada- debería considerarla a la par de todos los otros hombres miserables, que explotan las pasiones humanas para enriquecerse, y -olvidándose de aquel vae homini illi, per quem scandalum venit (Matth. XVIII, 7)- hacen negocio con la curiosidad morbosa de los adolescentes y con los vicios de la gente adulta. Pero, de momento, su situación les da una intolerable inmunidad, no sólo frente a las leyes penales, sino también de cara a la reprobación social que merecen 7.

El ataque que sufre la fe en todo el mundo es muy fuerte, hijas e hijos míos, escribía don Álvaro; y aunque el Santo Padre no cesa de hablar a toda hora, exponiendo claramente la doctrina cristiana, sus enseñanzas se estrellan contra una muralla de indiferencia o se relegan enseguida al olvido, cuando no son silenciadas por poderosos grupos de presión que manejan los hilos de la opinión pública 8.

Nuestro Padre exponía con claridad meridiana una de las razones de esa triste coyuntura: en todas partes se han dejado preceder los católicos, decía refiriéndose a los medios de comunicación. Si los enemigos de Dios no han ocupado todos los puestos, no es porque hayan encontrado en algún sitio a los católicos trabajando ya con eficacia, sino porque no les estorba en lo más mínimo que haya otros en posiciones periféricas. Ellos han concentrado el esfuerzo en conquistar los puntos neurálgicos, y de allí lo controlan todo, dejando que los demás se muevan sólo lo imprescindible para dar una apariencia de variedad, para disimular el monopolio.

La situación ha llegado a tal extremo que, en muchos sitios, parece ya humanamente imposible no contar con ellos, y menos actuar al margen de ellos o en contra 9.

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La Redención se está haciendo

Esta descripción realista, que sigue siendo actual, no está reñida con el optimismo sobrenatural: no he deseado en ningún momento, hijas e hijos míos queridísimos, presentaros un panorama desolador, sin esperanza. Ni quiero quejarme de estos tiempos modernos, en los que vivimos por providencia de Dios, y que amamos, porque son el campo de nuestra personal santificación.

No podemos tener nostalgias ingenuas y estériles: el mundo no ha estado nunca mejor. Desde siempre, desde la cuna de la Iglesia, cuando aún vivían los Apóstoles, tuvieron ya lugar las persecuciones, comenzaron las herejías, se propaló la mentira y se desencadenó el odio 10.

Es cierto que, a la vista de un mapamundi, podría pensarse -como aquel amigo de nuestro Padre- en un fracaso de Cristo: hace veinte siglos que Cristo vino a este mundo a traer la luz, y el mundo está a oscuras. La mayor parte del mundo no es cristiana. Bastantes de los que se llaman cristianos no están unidos a la vid: son ramas sueltas que no pueden dar fruto. Y los que están unidos a la cepa, y tienen la gracia de la Fe, no viven en su mayor parte como católicos 11. Esta realidad es consecuencia de la libertad humana, un don maravilloso que incluye también la triste capacidad de descaminarnos. El hombre se encuentra pronus ad peccatum, inclinado al mal, sus pasiones están desordenadas y la actividad del demonio continúa incesante. Pero aun así, la humanidad no se puede perder, porque ha sido rescatada con la Sangre preciosa de nuestro Señor Jesucristo (cfr. I Petr. 1, 19). El, hijos, no regatea ni una gota. Quizá haya ahora muchos que se pierdan, aunque podrían ha-

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berse salvado; pero todo se arreglará. Nuestro Dios es elPa­dre de las misericordias, el Dios de toda consolación (II Cor. I, 3), y poderoso es para hacer infinitamente más que todo lo que nosotros pedimos o pensamos, según el poder que actúa ya en nosotros (Ephes. III, 20). Jesucristo no puede fracasar, no ha fracasado. La Redención se está llevando a cabo también ahora, su divino poder no se ha empequeñecido 12.

Dios está de nuestra parte, escribía don Álvaro, y si Deus pro nobis, quis contra nos? (Rom. VIII, 31); si Dios vela por su Iglesia, ¿quién podrá vencerla? Portae inferi non praevalebunt (Matth. XVI, 18), las puertas del infierno no prevalecerán 13. Decid al que se acobarde, insistía nuestro Padre, aquellas palabras de Isaías: dicite pusillanimis, confortamini et nolite timere: ecce Deus vester... veniet, et salvabit vos (Isai. XXXV, 4); decid, a los que se desanimen, que se llenen de fortaleza y que no tengan temor, porque nuestro Dios nos sacará siempre adelante 14.

Trabajar con alegría

El dolor ante el mal ha de llevar al desagravio, no a la parálisis. Para superar los obstáculos, hay que empezar trabajando, metiéndose de lleno en la tarea, de manera que el mismo esfuerzo nos lleve a abrir nuevas veredas 11. Quien se pone a tra­bajar para encontrar una solución, ha superado ya una buena parte del problema: la que proviene de esa componente subjetiva -prejuicios, malas experiencias pasadas, temores sin fundamento...- que tanto contribuye a confundir las ideas y producir desaliento. Afrontar una dificultad no equivale a resolverla, pero proporciona una visión más real de sus dimensio-

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nes que, muchas veces -siempre, cuando se trata de servir a Dios-, resulta determinante para acertar con el remedio.

El realismo optimista que nos inculcó nuestro Padre permite reconocer las dificultades, pero no exagerarlas, ni mucho menos justificar con ellas la pasividad y la inercia. Habrá dificultades, os decía. Las ha tenido Jesucristo: no le escuchaban, no le entendían. Si esto sucedió al Señor, non est discipulus super magistrum (Matth. X, 24), no tenemos por qué esperar otra cosa. Dificultades las tendremos, las hemos de tener. Pero ya sabéis que hay una panacea especial, una medicina que, junto a los medios humanos, produce siempre efectos saludables, aquel caritas mea cum omnibus vobis in Christo lesu (I Cor. XVI, 24), que decía a los de Corinto San Pablo: mi cariño -diremos a todas las almas-, para todos vosotros en Cristo Jesús 16. El ímpetu de la caridad de Cristo es irresistible: allana las dificultades y mueve a trabajar sin descanso. Caritas Christi urget nos 17: la caridad de Cristo nos urge. Con la luz siempre nueva de la caridad, con un generoso amor a Dios y al prójimo, renovaremos, a la vista del ejemplo que nos dio el Maestro, nuestras ansias de comprender, de disculpar, de no sentirnos enemigos de nadie 18.

Nuestra Madre la Obra nos quiere con el corazón grande y los brazos abiertos, dispuestos a ahogar el mal en abundancia de bien: porque el Opus Dei no es antinada: es afirmación, juventud, optimismo, victoria siempre, y caridad con todos 19 Llevamos por todas partes ese espíritu positivo, propio de quien ama al mundo y saborea la alegría de la creación y de la salvación operada por Cristo Redentor; de quien confía en la gracia, en la vida interior, en los medios sobrenaturales.

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Hemos de trabajar siempre con alegría: servite Domino in laetitia! 20, amonesta el salmista. Gaudete in Domino semper: iterum dico, gaudete 21, gozaos siempre en el Señor; de nuevo lo digo, alegraos: así exhortaba San Pablo a los filipenses, que se encontraban rodeados de tribulaciones y de un ambiente desfavorable. No os dé miedo, por tanto, la situación actual, ni penséis que no tiene remedio. No os asusten las olas embravecidas por la tempestad en el océano del mundo. No tengáis deseos de huir, porque ese mundo es nuestro: es obra de Dios y nos lo ha dado por heredad. Recitamos y meditamos todas las semanas el salmo de la realeza de Jesucristo, y dice el Señor: Filius meus es tu, ego hodie genui te. Postula a me, et dabo tibi gentes hereditatem tuam, et possessionem tuam terminos terrae (Ps. II, 7-8). Nosotros, hijos de Dios, hermanos de Jesucristo, participamos de su heredad, que es el mundo entero: si autem filii, et heredes: heredes quidem Dei, coheredes autem Christi (Rom. VIII, 17): porque si somos hijos, somos herederos: herederos de Dios, coherederos con Cristo.

Con esta fe, podemos trabajar tranquilos, sin tener miedo a las dificultades: inter medium montium pertransibunt aquae! (Ps. CIII, 10); las aguas -aguas vivas, gracia de Cristo- pasarán a través de los montes. Cuanto más mal encontremos, más sentido de responsabilidad; cuantos más inconvenientes, más afán de superación, más esfuerzo para roturar el campo y extirpar las malas hierbas que sofocan la buena semilla.

Ciertamente todos los cristianos, y en especial los que nos hemos dedicado personalmente al servicio del Señor, no podemos olvidar que regnum meum non est de hoc mundo (Ioann. XVIII, 36), el reino de Jesucristo no es de este mundo; por eso, es posible que tantas veces parezca que triunfa aquí el enemigo de Dios. Pero este pensamiento no nos ha de llevar a la inercia,

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al abstencionismo, a ese sueño malo que comentaba antes: no nos ha de retraer, refugiándonos en la inhibición, sino al contrario, nos ha de impulsar a trabajar más y a hacer el propósito firme de no adormecernos.

El Señor quiere que se le ponga de nuevo en la cumbre de todas las actividades humanas: de nosotros especialmente espera este servicio, esta cooperación, para hacer que sean en la tierra más abundantes aún los frutos de la Redención, que es la única y verdadera libertad para el hombre. Estamos trabajando con esa esperanza y con esa responsabilidad 22..

Paciencia, constancia y creatividad

Cristo ha prometido que quienes están unidos a Él darán mucho fruto 23. Pero es preciso sembrar con abundancia la semilla de la doctrina cristiana: quien siembra copiosamente, copiosamente cosechará 24. Y como sucede en las tareas de labranza, también en el apostolado de la opinión pública hace falta paciencia, constancia, insistir una y otra vez, de modo que la doctrina de Cristo -la verdad que libera- penetre en las inteligencias y empape la cultura.

Nuestro Padre hablaba de la psicología del anuncio: hay que repetir, repetir una y mil veces; a pesar de la buena voluntad y de tener la inteligencia clara, las ideas se nos olvidan y necesitan un tiempo para ser asimiladas y pasar a la ejecución (...). Hemos de repetir las mismas ideas, de cincuenta maneras distintas, con infinita paciencia 25. Es el mismo consejo que San Pablo daba a Timoteo: Predica la palabra, insiste con ocasión y sin ella, re­prende, reprocha y exhorta con toda paciencia y doctrina 26.

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Parte de la virtud de la fortaleza, en el apostolado de la opinión pública, es la perseverancia para insistir: hay cosas muy claras, muy claras, que la gente no entiende porque algunas veces nosotros tenemos malas explicaderas; pero en otras ocasiones, son ellos los que tienen malas entendederas, y se da el caso de que coincidan las dos cosas: malas explicaderas y malas entendederas.

Estamos diciendo siempre lo mismo, insistiendo en ideas que son clarísimas, pero cuando no las entienden, tenemos que repetirlas de cincuenta maneras, para que al fin, poco a poco, se vayan enterando. De cien personas, al principio cogen las cosas primero sólo tres; después, diez; al cabo de un tiempo, treinta. Hay algunos que no las entenderán nunca: sacan, de nuestra conversación o de sus lecturas -en vieja frase castellana-, lo que el negro del sermón, porque no entendía la lengua: los pies fríos y la cabeza caliente.

Vosotros, hijas e hijos míos, al trabajar con las revistas, los periódicos, los libros, las películas, haced la proporción, calculando cuántas personas os van a entender. Y decidíos a tener muchísima paciencia. Hay que repetir lo mismo, pero de modos diversos. Es la forma lo que debe ser siempre nuevo, distinto; no la doctrina, que permanece idéntica, inalterable, si toca la fe o las costumbres 27.

Es necesario un continuo esfuerzo de creatividad, para proponer soluciones, argumentos y modos de decir nuevos, sencillos -pero no superficiales-, consistentes y atractivos, que iluminen los problemas humanos con la luz cristiana. Cuando se habla de dignidad de la persona, de los derechos humanos, de la paz y la libertad, de la lucha contra la pobreza o la marginación, del cuidado del medio ambiente... hay que saber hablar de Dios. En Él se encuentra el fundamento de todo ideal noble:

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el porqué y el para qué de los ideales humanos. Sin Él, pierden su sentido último y su unidad, y es posible -como de hecho sucede- que se deformen, o que se busquen algunos de esos bienes en contra y a costa de otros. Hay que renovarse: saber decir lo mismo cada día con gracia nueva. Es el don de lenguas, parte del don de lenguas 28.

Es muy grande la tarea. Dios nos llama a llenar de amor este pobre mundo nuestro, porque es nuestro: es obra de Dios y nos lo ha dado por heredad: dabo tibi gentes hereditatem tuam et possessionem tuam terminos terrae (Ps. II, 8). Tened en cuenta que lo posible lo hace cualquiera, y Dios Nuestro Señor nos pide -y nos da su gracia para conseguirlo- que hagamos cosas que os parecerán imposibles 29.

1. De nuestro Padre, Carta 7-X-1950, n. 12.
2. De nuestro Padre, Crónica, 1993, p. 966.
3. Don Álvaro, Tertulia, 2-XII-1986.
4. De nuestro Padre, Carta 9-I-1959, n. 4.
5. De nuestro Padre, Carta 30-IV-1946, n. 42.
6. Ibid. n. 32.
7. Ibid. n. 34.
8. Don Álvaro, Cartas de familia (1), n. 143.
9. De nuestro Padre, Carta 30-IV-1946, n. 38.
10. Ibid. n. 42.
11. Ibid. n. 72.
12. En diálogo con el Señor, p. 206.
13. Don Álvaro, Cartas de familia (1), n. 143.
14. De nuestro Padre, Carta 29-IX-1957, n. 4.
15. Es Cristo que pasa, n. 160.
16. De nuestro Padre, Carta 30-IV-1946, n. 72.
17. II Cor. V, 14.
18. De nuestro Padre, Carta 16-VII-1933, n. 3.
19. De nuestro Padre, Instrucción, mayo-1935, 14-IX-1950, n. 88.
20. Ps. XCIX, 2.
21. Philip. IV, 4.
22. De nuestro Padre, Carta 30-IV-1946, n. 46.
23. Cfr. Ioann. XV, 5.
24. II Cor. IX, 6.
25. De nuestro Padre, Carta 29-IX-1957, n. 58.
26. II Tim. IV, 2.
27. De nuestro Padre, Carta 30-IV-1946, n. 71
28. A solas con Dios, n. 44
29. De nuestro Padre, Carta 9-II-1959, n.26.