Cuadernos 11: Familia y milicia/El centro de nuestro hogar

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EL CENTRO DE NUESTRO HOGAR


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La grandeza de la fe y del amor de nuestro queridísimo Padre a Jesucristo realmente presente en la Eucaristía, constituye para todos sus hijos una herencia preciosa, que ha de fructificar más y más en nuestra vida y en la de las personas que tratamos.

No me cansaré de repetirlo, ahora que atacan tanto la presencia de Cristo en las especies sacramentales. Está en el Tabernáculo, Jesucristo, el Hijo de Santa María siempre Virgen. El que nació de sus entrañas. El que trabajó calladamente en Nazaret, después de nacer pobre en Belén. El que predicó, el que padeció la pasión y la muerte en la Cruz. El que resucitó y subió a los cielos 1.

Es toda nuestra fe —afirmaba nuestro Padre— la que se pone en acto cuando creemos en Jesús, en su presencia real bajo los accidentes del pan y del vino 2. Y añadía: si el Señor se hubiera quedado físicamente en la tierra y lo viéramos ahora ocultando su divinidad, pero no la humanidad, no saldríamos de nuestra maravilla. Pues su amor ha sido más grande: ha querido quedarse de tal modo que oculta no sólo la divinidad sino la humanidad también; está en la Eucaristía como una cosa, para ventaja nuestra 3.

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Entraña eucarística

El espíritu de la Obra tiene una entraña eminentemente eucarística 4. Y por eso, nunca podremos darnos por satisfechos en nuestras muestras de amor a Jesús, encerrado en el tabernáculo: todas y todos, nos decía el Padre en una de sus cartas, hemos de procurar que nuestra piedad eucarística sea cada vez más intensa: ¡es cuestión de correspondencia! Recordemos el dicho popular: es de bien nacidos ser agradecidos. Miremos detenidamente a Jesucristo en la Sagrada Forma, inerme, esperándonos...; y, ante este prodigio de amor, ¿cómo no vamos a corresponder con todo el cariño y la delicadeza que podamos?5.

Una de las grandes alegrías de nuestro Fundador era precisamente abrir muchos Sagrarios, para que allí sea Jesús... contemplado; ésa es la palabra adecuada: una persona contemplada es una persona querida 6. ¡Con qué amor preparó todo lo necesario para el primer tabernáculo que hubo en el Opus Dei! ¡Qué desvelos, para que el Señor se encontrase a gusto entre nosotros! Luego, a lo largo de los años, renovó innumerables veces ese gozo, cuando recibía la noticia de que acababa de instalarse un nuevo sagrario en algún lugar de la tierra. Durante años, contaba los Centros de la Obra según el número de sagrarios. Más que la materialidad de disponer de otro Centro, le importaba que Jesús Sacramentado estuviera presente y fuese venerado en un nuevo tabernáculo 7. Por eso, a pesar de las estrecheces que la labor apostólica lleva consigo, a Él le hemos destinado siempre, con una bendita tradición, la mejor habitación de la casa (...); lo mejor que teníamos —y aún lo que no teníamos— lo hemos dedicado siempre a su culto8.

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Sentirse amado y amar

La presencia de Jesús Sacramentado en los Centros de la Obra da fuerza y empuje a la vida de piedad y garantiza la fecundidad en el apostolado. Cuando —por los motivos que sean— no se puede reservar al Señor en el sagrario, lo echamos de menos como el aire para respirar, el alimento para vivir, el sueño para el descanso. Y si esa ausencia se prolongara durante mucho tiempo, pronto se resentiría la vida interior y la labor apostólica. En cambio, cuando el centro de los pensamientos y esperanzas de una casa es el Sagrario, ¡qué abundantes los frutos de santidad y de apostolado! 9.

Como en el hogar de Nazaret, Jesucristo, realmente presente en la Eucaristía, ha de ser el centro de nuestros hogares. Así nos lo recuerda el Padre: la fuente de toda la eficacia apostólica es Jesús en el tabernáculo. Al instalar un Centro, lo primero y más importante es el Sagrario, donde Nuestro Señor—realmente presente bajo las Especies eucarísticas— alienta y preside toda la labor apostólica. ¡Cuidadme mucho a Jesús sacramentado, hijas e hijos míos! Acompañadlo con vuestras visitas frecuentes, para darle gracias por todos sus beneficios, para adorarle, para reparar las ofensas que recibe, para pedirle. Si sois almas de Eucaristía, seréis necesariamente muy apostólicos 10. Nuestro Fundador insistía en que el Sagrario ha de ser un imán. Hemos de sentir la necesidad de acudir allí, muchas veces al día, aunque sea un instante 11, porque allí nos espera el Señor, a que volvamos del trabajo, como Lázaro, y le abramos el corazón, .y le contemos: me ha pasado esto y lo otro; y tengo un amigo al que le ocurre tal cosa... 12.

Especialmente en aquellas ocasiones en que más necesitados estamos de ánimo y consuelo, hemos de acudir a desahogarnos

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con Jesús. Hay días en que parece que la cabeza no puede contener más cosas: aquello que está sin hacer; aquello otro que está hecho, pero que hay que rehacer... Y se llena el alma, no de falta de paz, pero sí de intranquilidad, de inquietud. Entonces es la hora de acercarse al Señor, y de decirle: «Tú harás las cosas antes, más y mejor», y vuelve la tranquilidad y relucen en nuestra vida la alegría y la paz 13.

Con su ejemplo y con sus palabras, nuestro Padre nos encarecía que acudiéramos a sacar del Sagrario la fortaleza necesaria para cumplir siempre y en todo la Voluntad de Dios, o, como solía decir, para sentirse seguro, para sentirse sereno; pero también para sentirse amado, y para amar 14.

Lo primero, el Señor

¡Cuántas horas de vela pasó nuestro Fundador junto al tabernáculo! Con alegría y agradecimiento al Señor, comentaba que las grandes noticias de la historia de la Obra las he dado siempre pegado al sagrario 1S. En medio de las situaciones más ásperas y difíciles, siempre se mantuvo fiel a su lema: lo primero, el Señor. Así nos lo repetía después, centrándonos con estas palabras el criterio con el que habíamos de conducirnos en nuestra tarea personal, en nuestra vida de familia y hasta en la instalación material de los Centros 16.

Especialmente en los últimos años de su vida terrena, repitió con insistencia que nosotros estamos más obligados a cuidar de Jesús, que se queda escondido en el Sagrario, ahora que muchos le olvidan 17. Fue por delante con obras, desagraviando conti-

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nuamente por las ofensas que el Corazón de Jesús recibe en todo el mundo. Ante innumerables sucesos que denotan falta de fe y de amor, cuando no verdadero odio a Jesucristo, nos urgía: antes había personas muy santas que se pasaban el día delante del Señor expuesto en la Custodia rezando, pidiendo, reparando. Ahora no hay tantas. Vamos nosotros a llenar de cariño esas escapadas al oratorio —aunque sean muy breves— para decirle al Señor: te amamos, nos apena muy de veras que se hayan olvidado de Ti. Adoro te devote, latens Deitas: Dios mío, escondido en las especies sacramentales por amor, yo te adoro 18. E insistía: hijos, ¡tratádmelo bien! No me lo dejéis solo en el Sagrario. Hacedle toda la compañía que os sea posible, materialmente, y luego con el corazón, cuando estéis trabajando, id al Sagrario y decidle piropos: que os vea entregados, fieles, enamorados, con deseos sinceros de llenaros de Dios 19.

Es natural que nuestros compromisos profesionales, que hemos de cumplir y santificar, no nos permitan visitar a Jesús Sacramentado con la frecuencia y la duración que desearíamos. Cobra por eso especial importancia el consejo de nuestro Fundador: cuando tengáis un trabajo que no podéis dejar, acercaos con el pensamiento al oratorio; acercaos al Sagrario y ofreced al Señor esa pequeña contrariedad, esa cosa que os cuesta. Le ofrecéis aquello y seréis felices, con una felicidad que se manifestará por la caridad que tendréis con vuestros hermanos 20.

Para corresponder

Hemos de poner empeño por conseguir intimidad con Jesucristo en la Eucaristía mediante el espíritu de examen, la lu-

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cha en detalles concretos, el afán por cumplir mejor cada vez las Normas y Costumbres de la Obra. Y así será realidad aquella consideración que nos hacía nuestro Padre: ¿ves, hijo mío, cómo saludas siempre al Señor al entrar y salir de casa; cómo sientes esa preocupación —casi instintiva— por el Sagrario, aunque estés lejos de casa; cómo saludas a los Sagrarios de las iglesias que encuentras en tu camino habitual? 21.

Son tres puntos concretos para hacer examen. Además, don Álvaro nos señalaba otros detalles de amor a Jesús Sacramentado: ¿y cómo le trato yo ahora? ¿Realizo todo contando con Él? ¿Le acompaño con cariño y con sosiego en el Sagrario? ¿Acudo a buscar en el tabernáculo la caridad que necesito, para servir fielmente a toda la Iglesia y a mis hermanos? Meditad, hijas e hijos, porque de ahí deriva y ahí se fomenta el calor de hogar que ha de crecer en el corazón de cada uno 22.

Cumpliremos este programa con nuestra lucha concreta y perseverante, y sobre todo ayudados por la Santísima Virgen y por la intercesión de nuestro queridísimo Padre. Y así corresponderemos un poquito al inmenso cariño de Jesucristo, que se ha quedado en el centro de nuestros hogares, día y noche, para iluminarlos con su luz y protegerlos con su presencia.

Amor con amor se paga. Yo le acompaño cuando vengo a visitarle, cuando le rondo con mi amor desde lejos y al pasarle cerca... No comprendo a los que se quedan indiferentes, y pienso que está cargada de sentido la piedad popular al representar, rodeando la custodia, una miríada de ángeles, que se tapan la cara con sus alas, porque se consideran indignos de estar en su presencia. Y le pido a la Virgen, Madre suya y mía, recibirle, tratarle, como Ella lo hizo: con pureza, con humil­dad, con amor 23.

1. De nuestro Padre, Dos meses de catequesis, II, p. 683.
2. De nuestro Padre, Crónica, 1974, p. 1311.
3. De nuestro Padre, Tertulia, 22-V-1970.
4. De nuestro Padre, Crónica, VI-65, p. 12.
5. Del Padre, Carta 1-VI-1997.
6. De nuestro Padre, Crónica, VI-65, p. 11
7. Don Álvaro, Homilía, 1-III-1977.
8. Don Álvaro, Cartas de familia (2), n. 270.
9. De nuestro Padre, Crónica, VI-65, p. 12.
10. Del Padre, Carta I-IV-1997.
11. De nuestro Padre, Tertulia, 25-VIII-1973.
12. De nuestro Padre, Crónica, VI-65, p. 11.
13. De nuestro Padre, Círculo breve, 11-II-1962.
14. De nuestro Padre, Crónica, VI-65, p. 11.
15. De nuestro Padre, Tertulia, 3-V-1968.
16. Don Álvaro, Cartas de familia (2), n. 270.
17. De nuestro Padre, Crónica, 1973, p. 812.
18. De nuestro Padre, Tertulia, 3-X-1971.
19. De nuestro Padre, Crónica, 1973, p. 812.
20. De nuestro Padre, Crónica, 1970, p. 496.