Cuadernos 11: Familia y milicia/Confianza

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CONFIANZA


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Repetidas veces nos dijo nuestro Padre que la confianza es uno de los rasgos característicos de nuestro espíritu, una actitud fundamental que determina el proceder de un hijo de Dios en su Obra. No olvidéis esa insistencia mía en la confianza: sólo así se puede ir adelante. Nuestra labor se desarrolla a base de confianza: cum fide, con fe 1.

Esta confianza es, más que una virtud, el fruto de varias virtudes. Es una actitud del alma que tiene como fundamento la fe; como término —porque es un modo de relacionarnos con alguien—, una persona, un ser libre, sobre cuya conducta futura no podemos alcanzar una certeza física; y como contenido, algo importante para nosotros: se confía por un motivo, se confía en alguien y se confía algo de valor.


Cum fide

El motivo de la confianza es siempre la fe: confianza, cum fide. Creer es una palabra maravillosa, divina. Yo la escribiría siempre con mayúscula. Creo en Dios Padre, en Dios Hijo, en

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Dios Espíritu Santo. Creo en todo cuanto la Santa Iglesia manda creer. Y de otra manera, creo también en vosotros. Sobre los hechos, sobre las cosas, sé o no sé, o tengo una opinión, pero no creo2. Siendo la fe su fundamento, la confianza es tanto más plena e incondicionada cuanto más se ejercita la fe en su sentido más propio y directo, como virtud teologal.

Por eso, la confianza es una nota característica de nuestro modo de tratar a Dios, es algo consiguiente al sentido profundo de nuestra filiación divina. Dios Nuestro Señor juega con nosotros. Estoy seguro de que pasa por encima de nuestras miserias: porque conoce nuestra flaqueza, porque conoce nuestro amor y nuestra fe y nuestra esperanza. Todo esto lo resumo en una palabra: confianza. Pero una confianza que, como está fundamentada en Cristo, tiene que ser delante de Dios una oración urgente, bien sentida, bien recibida: más, si llega a la Trinidad Beatísima por las manos de nuestra Madre, que es la Madre de Dios 3.

Es justamente la confianza en Dios lo que nos lleva a la oración —penetrándola— como al remedio más seguro; lo que nos hace vivir serenamente abandonados a la Providencia divina, y es causa permanente de un gozo íntimo y seguro en cualquier circunstancia: porque Dios «es todo misericordioso y Padre benéfico, tiene entrañas de misericordia..., y amorosamente reparte sus gracias a todos los que se acercan a El con mente sencilla» 4.

Con mente sencilla, porque —lo mismo que de la fe— la soberbia es el mayor enemigo de la confianza, y la causa del recelo, de la duda inquietante, de la suspicacia, del desasosiego profundo, de la insinceridad, de la actitud reservada y esquiva. Sólo el humilde confía: ¡oh, Dios mío: cada día estoy menos se-

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guro de mí y más seguro de Ti! 5. El soberbio confía en sí mismo: en sus propias fuerzas; en lo que él mismo ve, entiende, quiere y puede. Si alguna vez sintiésemos en el alma esa presunción, ese afán de rebelde independencia —de mente y de voluntad— sería también entonces el momento de decir: confige timore tuo carnes meas! —¡dame, Dios mío, un temor filial, que me haga reaccionar! 6; porque el que en sí mismo confía es un necio7.

Cuando el temor es filial —amoroso y realmente humilde— no se opone a la confianza, porque «por él no tememos que nos falte lo que esperamos alcanzar por el auxilio divino, sino que tememos que nosotros mismos nos retraigamos de ese auxilio. Y así, el temor filial y la esperanza se compenetran y perfeccionan mutuamente» 8. Pero no nos retraeremos de ese auxilio si somos humildes, si luchamos por ser fieles, poniendo en Dios nuestra confianza. Yo iré delante de ti —nos dice el Señor— y te allanaré los caminos montuosos. Yo romperé las puertas de bronce y arrancaré los cerrojos de hierro; yo te entregaré los tesoros escondidos y las riquezas enterradas, para que sepas que Yo soy Yavé, el Dios de Israel, que te llamó por tu nombre 9. A partir de esa vocación generosa y gratuita que hemos recibido, nuestra confianza en Dios viene exigida por un título nuevo: el que ha empezado en vosotros la buena obra, la llevará a cabo 10.

Y de otra manera, creo también en vosotros, añadía nuestro Padre. No se trata ya aquí propiamente de la virtud teologal de la fe —creemos en Dios porque no puede engañarse ni engañarnos—, sino más bien de una fe humana por la que damos crédito a los demás, confiamos en su palabra, en su lealtad, en

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sus dotes, en el ejercicio recto y noble de su libertad. Sin embargo, también aquí influye de algún modo la fe sobrenatural. «Porque las criaturas se asemejan a Dios en dos cosas: en ser buenas, como Dios es bueno; y en hacerse mutuamente el bien, como Dios es causa de bondad» 11. Como dice San Pablo, considerad las cosas tal como son. Si alguno confía ser de Cristo, considere igualmente para sí mismo que así como él es de Cristo, también lo somos nosotros 12. El último fundamento de la confianza en los demás, está también en Dios. Te escribí, y te decía: me apoyo en ti: ¡tú verás qué hacemos...! ¡Qué íbamos a hacer, sino apoyarnos en el Otro! 13.

Derecho de todos

Sin confianza mutua no hay posibilidad de convivencia, y mucho menos de afanes comunes. «Si no admitimos la buena voluntad de los otros, porque no puede penetrar en ellos nuestra mirada, de tal manera se perturban las relaciones sociales entre los hombres, que se hace imposible la convivencia» 14. Toda persona, en la medida en que es responsable de sus actos, tiene la presunción a su favor y tiene derecho a que se le trate con confianza: prefiero exponerme a que un desaprensivo abuse de esa confianza —decía nuestro Fundador—, antes de despojar a nadie del crédito que merece como persona y como hijo de Dios. Os aseguro que nunca me han defraudado los resultados de este modo de proceder 1S. Y es precisamente ese trato confiado lo que estimula la responsabilidad de los otros y les mueve a obrar con lealtad, a corresponder con obras al crédito que se les da.

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Por otra parte, «todos necesitan primero del auxilio divino, y después también del auxilio humano, porque el hombre es por naturaleza un animal social. Y así, en cuanto que necesita de los demás, es propio del que tiene grandeza de ánimo confiar en los demás, e incluso es una manifestación de excelencia contar con quienes pueden ayudarle a uno» 16. Y como la confianza en los demás tiene el mismo enemigo que la confianza en Dios —la soberbia, el creerse autosuficiente—, nuestro Padre nos daba este consejo: mucha confianza en Dios, confianza en los demás, y desconfianza en nosotros mismos 17. Sólo con humildad, con un real conocimiento de nuestras limitaciones y, a la vez, de la capacidad de bien que hay en toda alma, podremos fiarnos de los demás, dándoles un crédito justo, sin ser tontamente crédulos. Sed prudentes como las serpientes— dice el Señor— y sencillos como las palomas 18. Sencillez confiada que excluye el recelo injusto, la actitud cautelosa, lo político —en su acepción peyorativa, de camino tortuoso, de engaño, de hipócrita falsía—; y prudencia que excluye la candidez irresponsable, pero sin despojar a nadie de su propia solvencia moral.

En todos podemos encontrar siempre un motivo de confianza. Y si todos tienen el deber de ser leales, todos tienen también inicialmente el derecho a que pensemos que lo serán. Prefiero que me engañe un canalla a que a noventa y nueve personas les haga yo una ofensa. Me he dejado engañar muchas veces, siempre que con eso no perjudicara a nadie. Es preferible eso a mostrar desconfianza a quien no la merece 19. En la mayor parte de los casos esa confianza no es sólo un acto de benevolencia, sino de la más estricta justicia.

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Mil notarios juntos y unánimes

Recibiendo esa confianza humana, aquel influjo de la fe divina, se sigue también de esto un orden: confianza hay que tener con todos los de la Obra, y especialmente con los Directores 20, porque tienen gracia de estado, porque tienen una particular asistencia de Dios para procurar nuestro bien, para conducirnos a Dios y para dirigir nuestra labor apostólica. Todo el gobierno y toda la dirección espiritual en la Obra tiene como premisa esa confianza. Por eso, hay dos manifestaciones tremendas de mal espíritu: tener miedo a los que mandan en Casa, y tener vergüenza para hablar en la Confidencia 2l. Si alguna vez se insinuase en el alma de alguien esta tentación diabólica habría que ayudarle con una sobreabundancia de cariño leal y sincero, porque ese temor es una tentación tremenda que desune, y que quita la posibilidad de defensa a las almas que lo admiten 22.

Fraternalmente unidos, hemos de vivir una confianza sin límites entre nosotros. Debéis tener mucha confianza unos con otros: confianza mutua. Dejadme que insista, porque toda nuestra vida en Casa es a base de confianza, de no creer que nadie pueda hacer nada con mala voluntad. Yo creo a ojos cerrados lo que me dicen mis hijos. Así, creo: cum fide 23. En otras ocasiones, nuestro Padre añadía que depositaba más confianza en la afirmación de uno de sus hijos, que en la de mil notarios juntos y unánimes 24.

Confianza en el ambiente puramente ascético: sólo así se puede vivir la corrección fraterna, que es un medio colosal; sólo así tiene su verdadero sentido, que nos hace humildes, ale-

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gres, agradeciendo el cariño de los hermanos y la caridad de los Directores, que es fruto de la confianza mutua 25. La corrección fraterna, como cualquier indicación que se nos pueda hacer, tiene siempre como fundamento la seguridad de que será bien recibida, de que hay en nosotros un deseo firme de obrar con rectitud, de amor a Dios con eficacia, de que sabremos rectificar si nos hemos equivocado.

Un gobierno que se fundase en la desconfianza andaría mal. En cambio, el que confía trabaja contento, hace las cosas con gusto. El tirano cree siempre que él es el mejor, el más limpio, el más desinteresado. Por eso no se fía de nadie 26. En otra ocasión, decía nuestro Fundador: una muestra de mi confianza es que el Presidente General sea Padre. ¡Ahora y siempre! Los que confunden la paternidad con el paternalismo no saben lo que es corazón, ni lo que es cariño; no saben lo que es responsabilidad, ni lo que es obedecer. No saben tampoco lo que es jerarquía, como opuesto a anarquía 27. Por eso también, el gobierno en Casa es colegial, y todos procuramos no tomar nunca una decisión importante sin pedir consejo. Confiad en vuestros hermanos, confiad también en los talentos que Dios les ha dado, y en su amor a Dios y a la Obra. Y desconfiad un poquito de vuestro propio juicio: esto os llevará a tener siempre en cuenta la opinión de los demás, y a ser más eficaces 28.

Manifestación de humildad

El Señor nos dará su gracia si vivimos delicadamente esa manifestación de humildad, si sabemos contar con la inteligencia y la rectitud de nuestros hermanos, si tenemos en

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cuenta la experiencia de los que nos precedieron en una determinada labor. La confianza da continuidad a la labor, porque no vienen Pedro, Roque y Juan y hacen lo contrario del anterior. Las cosas evolucionan, pero dentro de la integridad de la doctrina. Evolución es diferente de cataclismo y de terremoto, que es lo que destruye todo lo anterior; cataclismo absurdo, en el orden de las ideas y de la conducta cristianas 29. Sólo la exasperación del criticismo, de una soberbia actitud ante todo lo que han hecho y pensado quienes nos precedieron, hace posible ese cataclismo, esa ruptura, que se podría traducir así: ¡menos mal que he venido yo —y los que piensan como yo— al mundo!

Es condición propia del hombre esa dependencia de los demás, esa necesidad de contar con otros —también con los de antes, con lo que tiene una solidez de siglos— precisamente porque el hombre es un ser histórico y no puede hacer tabla rasa del juicio de los demás. No os fiéis fácilmente del propio juicio: como el metal precioso se pone a prueba —necesita la piedra de toque—, nosotros hemos de ver si nuestro juicio es oro fino —en lo humano y en lo sobrenatural— teniendo en cuenta el parecer de los demás, especialmente de quienes tienen gracia de estado para ayudarnos 30.

La confianza hace también que amemos y respetemos la libertad de los demás, y que sepamos confiarles responsabilidades, sin pretender abarcarlo todo. «Por eso, cierto sabio amonesta discretamente diciendo: Hijo, no quieras abarcar muchos negocios (Eccli. XI, 10), porque, claro está, nunca se reflexiona plenamente en cada una de las obras, cuando la mente está dividida entre muchas» 31. Dar esa libertad, confiar en la responsabilidad ajena —además de multiplicar la eficacia— suscita

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siempre en los demás un deseo de corresponder, de hacerse dignos de la confianza recibida. En tanto que la desconfianza disminuye el sentido de responsabilidad e inhibe, engendra recelos, actitudes de defensa, y hace imposible la cooperación.

Así tenemos que tratar —que formar— a todos los que se acercan a nuestro apostolado. A los chicos de San Rafael —contaba nuestro Padre— desde el principio les creía todo. Y esa confianza es prudente, porque son almas que se quieren acercar a Dios, que quieren luchar, y, por tanto, tienen vida interior. Sólo por ese arranque primero los que se acercan a nosotros merecen nuestra confianza, nuestra caridad; y muchas veces no es sólo un deber de caridad, sino de justicia 32.

Pero, sin candideces propias de un menor de edad —que no son virtud, sino falta de entendimiento o al menos de experiencia—, hemos de confiar de algún modo en todos los hombres. No pienso que sea malo nadie —decía en cierta ocasión nuestro Fundador—; lo que pasa a veces es que, por soberbia, por respetos humanos, si se les habla delante de otra gente, reaccionan mal. Pero si se les toca el corazón, si se les trata con cariño y comprensión a solas, pueden cambiar 33. Todo apostolado tiene como premisa esa confianza: que no hay una sola alma que no sea capaz de bien, aunque de momento haga el mal.

La humildad hace posible la confianza, pero la fe teologal —con el amor y la esperanza— la hace efectiva y universal. Comienza por ese abandono filial y sereno en la Providencia divina, lleva después a la obediencia sincera, a la fraternidad bien sentida, al apostolado eficaz, al respeto por todos, al amor a la libertad, a la convivencia. Y se llena así la propia alma —y todo el ambiente que nos rodea: las almas de los demás— de paz y de alegría, de sosiego sereno y operativo, de firmeza y de vigor en el obrar.

1. De nuestro Padre, Crónica, VIII-66, p. 6.
2. Ibid.
3. De nuestro Padre, Meditación Que se vea que eres Tú, l-IV-1962; En diálogo con el Señor, p. 49.
4. San Clemente Romano, Epístola ad Corintios, 23, 1.
5. Camino, n. 729.
6. Ibid. n. 326.
7. Prov. XXVIII, 26.
8. Santo Tomás, S. Th. II-II, q. 19, a. 9 ad 1.
9. Isai. XLV, 2-3.
10. Philip. I, 6.
11. Santo Tomás, S. Th. I, q. 103, a. 4 c.
12. II Cor. X, 7.
13. Camino, n. 314
14. San Agustín, De fide rebus, 2, 4.
15. Amigos de Dios, n. 159
16. Santo Tomás, S. Th. II-II, q. 129, a. 6 ad 1.
17. De nuestro Padre, Carta 24-III-1931, n. 50.
18. Matth. X, 16.
19. De nuestro Padre, Crónica, VIII-66, p. 9.
20. Ibid.
21. De nuestro Padre, Instrucción, 31-V-1936, nota 130.
22. Ibid. n. 92.
23. De nuestro Padre, Crónica, VIII-66, p. 9.
24. De nuestro Padre, Instrucción, 9-1-1935, nota 23.
25. De nuestro Padre, Crónica, VIII-66, p. 10.
26. De nuestro Padre, Tertulia, 6-IV-1960.
27. De nuestro Padre, Crónica, VIII-66, p. 10.
28. De nuestro Padre, A solas con Dios, n. 156.
29. De nuestro Padre, Crónica, VIII-66, p. 10.
30. Ibid. p. 11.
31. San Gregorio Magno, Regula pastoralis, 1, 4.
32. De nuestro Padre, Crónica, VIII-66, p. 11.
33. Ibid.