Crecer para adentro/Virtud de la obediencia

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VIRTUD DE LA OBEDIENCIA (8-VI-1937)

J. M. Escrivá, fundador del Opus Dei


En la presencia de Dios Nuestro Señor vamos a meditar acerca de una virtud completamente necesaria en nuestra vida de apostolado: la obediencia. Recuerdo la divisa de un prelado, que en tiempos hube de cantar en malos versos y con la que me entusiasmé: obedientia tutior (104). Me hice entonces un enamorado de esta virtud, y también para mí mismo quise labrarme ese lema. Obedientia tutior: lo más seguro es obedecer.

¿Acaso el que obedece no es el que alcanza paz, el que logra dominar su carne, el que conserva desasido su corazón, el que vence al enemigo en todas las batallas de la soberbia, de la pereza, de la sensualidad, de la tibieza, de la ambición?¿No me habré olvidado alguna vez de los frutos maravillosos de la obediencia? ¿No habré menospreciado estos tesoros de paz, de seguridad, de santidad, en mi conducta habitual?

Porque tú y yo ¿qué hacemos por obedecer? ¿Cómo obedecemos? Me enfrentaré, Dios mío, conmigo mismo. Tú sabes que no deseo buscar excusas; hay dos seres a quienes nunca podría engañar: Tú y yo. Me interesa, al contrario, conocerme como realmente soy, por mucho que me apene y me humille la vista de mi deformidad y de mis miserias.

¡Obedecer! ¿Cómo obedeces? ¡Cuánta rebeldía hay en tu vida, cuánta soberbia en tus actuaciones! ¿Qué impulso es el que te lleva a considerarte indispensable, a ser salsa de todos los guisos? En todas partes se pone tu yo en primer plano. ¡Qué dificultad para aceptar el camino llano, natural, humilde! ¿No es cierto que a menudo rehuyes el sacrificio callado, y buscas el alarde llamativo, el gesto heroico? Pero los motivos que me guían -dices- son grandes y nobles... Sí, pero son como un pabellón que encubre contrabando de egoísmo. ¿No te estarás engañando a ti mismo, sin darte cuenta? Tu gesto tiene un desprendimiento aparente, pero lo cierto es que bajo la bandera del sacrificio, de la abnegación, hay soberbia, hay egoísmo. El fin es noble; pero no te decides a doblegar tu voluntad, ni apegarte a las observaciones que recibes. Quizá argumentas: ¿por qué he de ser yo, precisamente yo, el que haya de realizar tal o cual misión? ¿Soy, quizá, necesario a Dios? ¿No podrá pasarse Él sin mí? ¿Ves? Siempre el yo, en todas partes el yo.

Mal camino es ése. ¿Por qué no trato de humillar ese carácter indómito? Cualquier sacrificio, por pequeño que sea, ¡cuánto me cuesta! ¡Qué obstáculos, para realizar la más pequeña mortificación! Pienso media hora en el cumplimiento de cualquier nimiedad y, al fin, por comodidad, hago lo que me da la gana. ¡Qué cuesta arriba todo! ¡Qué rebelión contra la obediencia! ¡Qué voluntad tan dura!

Hijos míos, estoy manifestando en voz alta mi oración; cada uno que arrime el ascua a su sardina, si es que tiene ascua y sardina; que si no las tiene, estará perdiendo el tiempo. Hablo de mí y bendito sea Dios si dispone que estas palabras aprovechen a otros.

Sigo haciendo mi examen. ¿Qué presencia de Dios vivo? ¿Qué trato con mi Madre la Virgen, qué conversaciones mantengo con mi Ángel Custodio? ¿Qué preocupaciones por la Obra, por sus empresas apostólicas, por mis hermanos? ¿Qué deseo, qué interés en cumplir la Voluntad de Dios? ¡Señor, cuánta miseria! ¡Qué mal, qué mal todo! ¿Dónde están mis mortificaciones, mi paciencia ante las contrariedades? ¿Podré seguir engañándome a mí mismo? ¿Por qué no raspar cuando es necesario? Tú sabes, Señor, que no pretendo engañarme: concédeme luz para que me vea tal como soy. No permitas que mi egoísmo enturbie el juicio de mí mismo. Que me conozca y que, conociéndome, me ponga en tus manos y obedezca plenamente para que Tú, Dios mío, me cures.

¡Obedecer, obedecer! ¡Dejar mi voluntad para entrar de lleno en el perfecto cumplimiento de la Voluntad de Dios! ¡SerIe fiel en todos los detalles, no resistirme como ahora, que parece que presto un favor cuando a medias me mortifico en una pequeñez! Pero no quiero que esta oración sea o parezca una oración de desesperado. Por eso me dirijo a ti, Madre mía, Spes, Auxilium. Colócame en las manos del Señor y que Él me otorgue el perdón por todas mis culpas. Y a rectificar. A cuidar de los detalles en que me salgo de la Voluntad de Dios. A humillarme, a obedecer. A pensar en la Obra, a pensar en mis hermanos, pero con preocupación sobrenatural, sin desazones, sin excesos. A dejar de lado mi propia voluntad, a ser instrumento dócil en los brazos de Dios, para que realice plenamente sus designios. A corregir este carácter indómito, a doblegar su aspereza, a rendirlo, a humillarlo. Madre mía, en ti confío. Dios mío, ten piedad de mí, perdóname y cúrame.


(104). Se refiere a don Miguel de los Santos Díaz Gómara, Obispo auxiliar del Cardenal Soldevila y Presidente del Seminario de San Carlos (Zaragoza). Con ocasión de una fiesta que se celebraba en el Seminario, el Beato Josemaría le dedicó una poesía escrita en latín, comentando precisamente su lema episcopal: obedientia tutior.