Crecer para adentro/Fiat, adimpleatur...

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FIAT, ADIMPLEATUR... (24-VIII-1937)

J. M. Escrivá, fundador del Opus Dei


Durante su estancia en la tierra, Jesucristo nos da ejemplo constantemente de cómo debemos comportarnos. Jesús refiere todas sus obras a su Padre Dios. Con una mirada al cielo, con una acción de gracias en la boca, con una imploración de misericordia o de auxilio, comienza o corona todas sus acciones. Y nosotros, en estos momentos, nos preguntamos: ¿hasta qué punto hacemos sobrenatural nuestra vida, refiriendo a Dios todos nuestros actos?

Ahora mismo, en este encierro semivoluntario –nada más que semivoluntario- en que nos hallamos y del que tratamos de salir, ¿no actuamos a veces demasiado humanamente; no dejamos, en ocasiones, que nuestros sentimientos se rebelen, faltos de un dominio sobrenatural? Llevamos algunos meses ensayando distintos medios para alcanzar más libertad de movimientos, sin conseguirlo. Porque he de advertiros que, en este tiempo, donde mejor se sirve a la Obra es en el otro lado; después, en la calle; y finalmente, aquí y en la cárcel (238).

Hemos trabajado para abandonar este lugar y no lo hemos logrado; uno a uno han ido fracasando todos los recursos que hemos utilizado. ¿Cómo reaccionaremos? No perder la paz; continuar poniendo, desde luego, todos los medios que se nos ocurran; esperar en Dios llenos de confianza. Ante esta situación, ¿cabe acaso enrabietarnos, o llenarnos de impaciencia o de malhumor? ¿Por qué? Si todo esto representa una mortificación para nosotros, ¿acaso no lo merecemos como castigo a nuestros pecados y flaquezas? Pero Tú, Señor, no castigas; Tú no sabes más que amar. Además, ¿acaso yo no merezco que -como a un niño malcriado- se me meta algún rato en el cuarto oscuro? ¿Me pondré a patalear y a protestar? No; desde el fondo de esta oscuridad, confiaré al Señor: Dios mío, que se cumpla lo que Tú quieras. Tú sabes lo que más me conviene. Yo deseo exclusivamente cumplir tu Voluntad. Sacándome de este encierro o dejándome aquí, yo me quedo contento, porque te estoy obedeciendo.

El Señor me librará. O quizá decida, porque me conoce mejor que nadie, que permanezca aquí más tiempo, hasta que me purifique de todas esas manchas que me afean y me llene su Voluntad de fortaleza. En cualquier caso, yo he de confiar en Dios, esperar en Él, sufrir con paz todas las pruebas que me depare, trabajar con diligencia..., pero siempre tranquilos, para alcanzar nuestra libertad: en esto consiste ahora nuestro papel.

Insisto: hay que poner, sí, todos los medios razonables para salir de aquí. Si fracasa uno, se ensaya otro, y así siempre, con una insistencia incansable. Pero no nos alteremos, si no logramos lo que nos proponemos. ¿Qué significa este atasco? ¿Un año de inacción? ¿Qué es un año en la vida de una Obra que ha de durar hasta el fin del mundo? Además, ¿no nos resarcirá el Señor de este tiempo aparentemente perdido, si nuestra buena voluntad persiste?

La revolución nos sorprendió absortos en nuestro trabajo, preocupados únicamente por el anhelo de servirle; después, quizá ha habido desorientaciones; pero falta de rectitud, no: de esto estoy seguro. Si permanecemos fieles, ¿no nos preparará el Señor un porvenir fecundo, y más si hemos cubierto el terreno, donde ha de nacer la cosecha, con el abono de nuestros sufrimientos? Ya sabemos que ése es nuestro papel: nosotros, que somos estiércol miserable, tierra vil y sucia, hemos de agruparnos en torno a las plantas que el Señor ha plantado para llenarlas de savia nueva, de lozanía, de vigor. Que el Señor nos lleve adonde quiera y como quiera.

Así, creyendo y esperando en Él, amándole con todas nuestras fuerzas, viviremos contentos y llenos de paz, cualesquiera que sean las circunstancias que nos rodeen. No nos faltará la alegría ni en medio del hambre, ni sufriendo tantas desconsideraciones, ni careciendo de libertad. Yo, debo confesarlo, he sufrido aquí horriblemente; pero debo decir también que he experimentado alegrías muy hondas en este encierro (239). Con este abandono absoluto en manos de Dios, con esta entrega plena a su Voluntad, no perdamos nunca la paz. ¡Dios mío, que nunca nos abandone esta paz, ni aun en los momentos en que los pensamientos, agolpándose en la cabeza, parece que la van a hacer estallar como un triquitraque!

Formemos para hoy un propósito concreto: no enrabiarnos por nada, no enfadarnos nunca, pase lo que pase. Pondré siempre todos los medios y, sobre todo, el más importante: la oración. Cuentan los de Levante que, cuando Paco y su primo realizaban una gestión, mientras uno hacía una visita, el otro se quedaba rezando (240). Ése es el camino. Pero si nuestra oración y nuestra actividad no dan fruto aparente, nada de impacientarnos. Sepamos esperar y buscar siempre nuestra alegría en aquella jaculatoria, que tantas veces nos ha procurado la paz: Fiat, adimpleatur, laudetur et in aeternum superexaltetur iustissima atque amabilissima voluntas Dei super omnia. Amen. Amen.


(238). El Beato Josemaría concreta que donde más puede desarrollarse la Obra es en la otra zona de España (donde había libertad religiosa); luego, en medio de la calle, incluso entre los peligros que se corrían en la zona dominada por los comunistas; y, en último término, en el refugio donde se hallaban o en las prisiones. Como queda de, manifiesto en esta colección de meditaciones y en las cartas de la época, el Fundador de la Obra concedía una importancia enorme, fundamental, a la oración y mortificación por el apostolado. Pero juzga llegado el momento de salir a la calle, para reanudar la labor.

(239). Es una velada alusión a las purificaciones y consuelos espirituales de que Dios le llenó durante esos meses en el Consulado de Honduras.

(240). Se refiere a las laboriosas gestiones que Francisco Botella y un primo suyo, que residían en Valencia, llevaron a cabo por encargo del Fundador, ante el gobierno republicano, para tratar de obtener el justo resarcimiento de daños por la confiscación del edificio al que se estaba trasladando la Residencia de la calle Ferraz, en Madrid, en vísperas del conflicto bélico.