Como un cuadro de estilo puntillista

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Por Naranjasrosas, 8.12.2008


Alejarse del Opus Dei te provoca una sensación similar a la del espectador de un cuadro puntillista. Vas tomando distancia y ese revoltijo de puntos se va convirtiendo en figuras: una casa, una niña a la orilla del mar… un árbol.

Cuando estabas cerca veías colores, formas y puntos, cuando estabas dentro, eras un punto.

Te alejas y empiezas a ver. Yo esta mañana me desperté, me puse a mirar el cuadro, ya alejada, y descubrí una escena que me llamó la atención por lo insólita, y que yo en ese momento viví, y permití, con la naturalidad de un punto que forma parte de un paisaje...

Como somos personas que se mueven dentro del mundo yo intentaba moverme dentro del mío, sin rarezas. Mi mundo era una ciudad pequeña donde todo el mundo se conoce y las relaciones interpersonales son muy particulares. Aquí no hay ningún centro de la obra, ni casas de retiros, por lo que el obispo del lugar, ahora jubilado, tenía la amabilidad de prestarnos un ala del obispado para hacer retiros. Cobraba el alojamiento y la comida, claro, pero a un módico precio, propio de las instalaciones eclesiásticas.

Yo conocía al obispo, un salesiano mayor, muy simpático, inteligente, con el que yo mantenía una amistad de feligresa normal, y hablábamos de muchas cosas, porque me llevaba muy bien con él. Lo visitaba de vez en cuando, y tomábamos mate, como se hace en Argentina, y hablábamos de cosas, cualquiera, del lugar, de alguna noticia, de sus tiempos, no se, conversaciones normales de las personas que se conocen.

Cuando el grupo de sn y cooperadoras de la zona fuimos al retiro yo lo primero que hice fue ir a saludarlo, no como miembro de la obra en comisión de servicio, sino como amigos que éramos.

El obispo tenía y tiene una enfermedad, Parkinson creo, que le hace temblar las manos todo el tiempo. Come muy despacio y está limitado en algunas cosas, aunque nunca ví una cabeza más clara, y me encantaba hablar con él, adaptándome a sus tiempos, claro. O sea, si me quería mostrar algo en su computadora tenía que hacerlo muy despacio, para dar en el teclado sin equivocarse etc. Pasé con el ratos muy agradables.

En esa ocasión me preguntó sobre el plan y los horarios del retiro. Terminaba un domingo por la tarde, y el transporte mas temprano para volver a mi casa era bastante tarde esa noche. El resto del grupo volvía en avión y se iba al mediodía. El obispo me dijo que si no tenía que trabajar el lunes me quedara esa noche a dormir allí, así me iba por la mañana y viajaba de día. El obispado no estaba en la ciudad donde yo vivo sino en otra ciudad de la diócesis.

Me dijo que si me quedaba a dormir en el obispado podría pasear un rato por la tarde, ver la ciudad y descansar. Me invitó a cenar con él en su comedor particular, donde él cenaba todos los días con los curas que querían acompañarlo. Me dijo, riéndose, normalmente ceno solo, porque todos son más rápidos que yo.

Le agradecí y le dije que sí, que después de la Misa, a las ocho de la noche, lo acompañaba a cenar.

Se lo conté a la numeraria con la mayor naturalidad. Le dije que me quedaba esa noche, que iba a acompañar al obispo a cenar y que me iba temprano el lunes por la mañana. La numeraria montó en cólera, y me dijo que una supernumeraria no cena con un obispo, que para esas relaciones con el clero están los sacerdotes de la obra. Yo le dije que esto no tenía nada que ver con la obra, que lo que el obispo me propuso era un plan lógico para que no viajara sola de noche, y que me invitó a cenar con él, como un gesto de amabilidad, seguramente para que no cenara sola. Y que al obispo le resultaría muy raro que yo no fuera. Por tanto iba a ir.

La furia de esta mujer era indescriptible. Una supernumeraria sola, cenando con un obispo, y con la posibilidad de que fueran otros sacerdotes, y yo allí, sola con ellos. Yo le decía que sola no, que la cocinera del obispo andaba por allí sirviendo la mesa, es más, en una ocasión yo había ido a la cocina a enseñar a esa mujer a hacer tortilla de patatas.

Ella no salía de su asombro, en qué momento del retiro yo me había escapado hacia esos lugares sin permiso, qué tenía yo que hablar con el obispo, con la cocinera del obispo, en fin, era tanta su perplejidad, su furia y su asombro porque yo le decía que iba a ir le gustara a ella o no, que terminó dándome risa. Era tan absurdo lo que me decía que yo o me reia o le pegaba un tortazo por estúpida, así que elegí tomarlo con sentido del humor. Mira, le dije, voy a ir. Ella me dijo furiosa, como siempre, haces lo que te da la gana. Y yo le dije, lo raro sería que hiciera lo que te da la gana a ti.

Ese fue mi primer NO a la obra, y me sentí muy bien.

Ellas se fueron, yo fui a la Misa del obispo y luego lo acompañé a cenar. Por supuesto, despacio, porque le temblaba mucho la mano. De vez en cuando caía un cura, saludaba, comía y se iba, y el obispo y yo seguíamos comiendo en amistosa charla. En medio de la conversación me dijo, te agradezco mucho que me acompañes, siempre como solo, porque todos tienen prisa, y se sonreía. Me dijo, me llama mucho la atención que el sacerdote que viene a atenderos nunca me visite ni venga a comer conmigo, yo siempre digo que lo inviten, pero me imagino que viene pocos días y con muchas cosas que hacer. Y no le dio más importancia. Es un hombre mayor, italiano, con mucho sentido del humor.

A los postres llegaron dos curas, conocidos por mí porque en varias ocasiones habían pasado por la parroquia, y se quedaron charlando con nosotros. Después del café el obispo dijo que estaba cansado y que se iba a dormir, y le pidió a los curas si no me daban un paseo en coche por la ciudad, para que viera la ría de noche, que es muy bonita. Dijeron que con mucho gusto, y nos fuimos.

Paseamos por la ciudad, luego me llevaron al seminario, me acosté, me levanté al día siguiente, desayuné con el obispo, me despedí, le agradecí y volví a mi casa tan contenta.

Al día siguiente recibí la llamada de la numeraria para que le relatara con pelos y señales mi noche en el obispado. Le conté todo y se ponía furiosa, cada vez mas, y cuando llegué al paseo con los curas en coche ya le pareció el colmo de la falta de espíritu.

El tema es que cuando tuve ocasión le comenté al sacerdote del Opus Dei que el obispo estaba extrañado de que nunca cenara con él, cuando el siempre lo invitaba. Y con mucho asombro me dijo: yo lo hacía por delicadeza, como tiembla tanto, pensé que se sentía incómodo de cenar con otra persona.

En fín, son esas delicadezas de la obra que a veces son una falta de caridad.

Esto lo cuento, más que por lo anecdótico, por lo rara que resulta a veces la conducta de las personas del Opus Dei, convencidas de que actúan como personas normales en medio del mundo, y a veces, es que es un comportamiento tan extraño, tan anormal….

Y es una pena dar esa impresión a personas normales, como un obispo, o quien sea, personas que se comportan como ciudadanos y seres humanos normales y que sonríen “comprensivos” ante esas rarezas antisociales en las que, al menos yo, he caído tantas veces cuando era un punto mas del cuadro, y no me daba cuenta. Yo ya estoy fuera, porque un día me hice un planteo: Quiero empezar por ser normal. Cuando lo logre, será el momento de plantearme seriamente ser santa. Pero primero quiero alcanzar un nivel de normalidad que me permita convivir en sociedad con el resto de las personas normales.

Un abrazo a todos, y lo mando como experiencia, anécdota, testimonio o “sin clasificar”, me da igual, es algo que tenía ganas de contar.

Naranjas


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