Valer o no valer

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Por J. R. el 10 de octubre de 2003


Estimado Joaquín:

Hay una cosa que a ti te soprendió de la institución y que resumiste con su propia terminología divulgadora: la obsesiva preocupación por el "valer, no valer" de las personas. Pienso que este no es otro tema que el de la "moral del exito".

Es probable que mi explicación, más o menos plausible, que considero muy probable, que di aquella noche no fuera muy clara.

No pienso descubrir nada si te digo que la mayor parte de los entresijos de la institución solo encuentran una explicación en su fundador. La moral del éxito, como tantas otras cosas constitutivas de la institución nos la debe explicar la increible personalidad de ese cura aragonés.

Y esta explicación histórica contiene un elemento psicológico y otro sociológico. Como dijo Ortega "yo soy yo y mi circunstancia". Pienso que el punto primero de Camino da la clave: "que tu vida no sea una vida esteril, se útil, deja poso".


Esta fue la obsesión de Escriva: ser alguien y alguien importante, con ansias de dejara un rastro en esta tierra. Decenas de puntos de Camino, un libro esencialmente autobiográfico en su más amplio sentido de la palabra, confirma este extremo.

Su ambiente familiar debió ser determinante. Como tu recordarás, en la biografía oficial, se dice que el origen de Escriva era de "antigua y limpia estirpe por ambas ramas del árbol genealógico", lo que, sin duda, se asocia con el aristocratismo que siempre pretendió irradiar. Lo cierto es que su padre poseía un pequeño comercio que tuvo que cerrar en 1915. La ambición de su padre, ahí estan sus "aires", le hicieron insoportable el tener que descender de su "status social", por lo que decidió trasladarse a Logroño, en el que ejerció, según la historia real, como dependiente en una tienda de paños y tejidos. Sin embargo, Escriva hablará siempre del suceso refiriendose a los "reveses de fortuna que sufrió su familia". En Barbastro y en Logroño, ni se congregó el espíritu nobiliario más selecto de la época, ni se atesoran fortunas que luego se pierden. El lenguaje solo trasluce, pues, no la realidad objetiva, social y económica, sino otra de caracter subjetivo: la ambición, las pretensiones de quien lo utiliza.

El elemento psicológico, repito, es fundamentalmente este: la ambición. La ambición de ser alguien, y alguien importante, me parece legítima. No se la reprocharía a nadie. Pero, tenemos que convenir, que es ridículo esos "humos", y además peligrosas esas mentirijillas, que como gotas estratégicas pueden hacer creer a cierto pueblo llano, lo que más le hipnotiza y manipula: ciertas manifestaciones del prestigio social.


Por otro lado dos consideraciones sociológicas: la una referente a su época, y la otra referente a la misma aportación de la Obra.

Es algo històricamente comprobable que, en España, los hijos del campesino medio, pequeños comerciantes, sectores de la población rural no asalariada... encontraban, especialmente en ciertas zonas, durante el primer tercio de siglo, en el seminario la única via posible de acceso a la cultura superior y la promoción social. Esta es la que utilizó él y su familia. Su gran ambición -a veces indisociable de la soberbia-, le hizo estudiar derecho, la carrera del "poder", y de los poderes, por excelencia.

Su biografía es la historia de su ambición por hacer posible el punto numero uno de Camino, que por algo es el primero. Escriva ha procurado serlo todo, competir en todas las escalas del prestigio humano. Ha sido noble por la Iglesia y noble por el Estado; se ha investido de todos los honores académicos y sociales, y ha ejercido el poder regentadando con omnímoda e indiscutida autoridad una institución con recursos humanos y económicos suficientes.

Como hijo de su tiempo (¿puedes decirme quién no lo es?), encuadrado en una de las dos Españas por tradición familiar, Escriva pronto quedó impregnado del espíritu de los años veinte y treinta: el elitismo preconizado por Ortega y Gasset como medio de organizar la sociedad y realizar un labor eficaz, de los modelos militarizados como los que propagaban las doctrinas al uso, el desprecio/admiración que le proporcionaba ciertas instituciones ideologizadas como la "Institucion Libre de Enseñanza".

La ambición de Escriva tuvo que encauzarse por los conductos sociales existentes. Su impulso, sus energías se desarrollaron en este doble ambiente que respiró: el civil (auge del fascismo y parafascismo) y el eclesiástico (el prestigio jesuítico). No es raro que esto le llevara a la sublimación de la casta militar, a la militarizacion de la existencia (de nuevo decenas de puntos de Camino denotan esta concepción). El Opus tiene raices inequívocamente españolas. Y tendrá buen eco en aquellas sociedades en las que se reproduzcan aquellos elementos ambientales en los que nació: una sociedad civil marcada por la ideología militar y enemiga de otras incompatibles, con una tradición catolica. Ahí tenemos el ejemplo del cono sur latinoamericano.

A imagen de la "institucion libre de enseñanza" se empeñó en construir un selectísimo y poderosísimo club "de caballeros cristianos" que fuese la "aristocracia de la inteligencia" (la pequeña burguesía es la lectora del "Hola", en cuyas páginas se cultiva el aristocratismo) de parte de la vida civil y de la vida religiosa.

Pero hay otra cuestión dentro de este enfoque sociológico: la aportación misma de la institucion que creó (el papel de los seglares en la vida de la Iglesia).

Esta aportación es importante por lo que lleva consigo: la adaptabilidad a una sociedad que ha dejado de ser teocrática (propiamente medieval) o absolutista (la teocracia laica) y comienza a ser profundamente "moderna" (ya sabemos la acepción filosófica del término). Es muy acertada la definición que se ha dado de la Obra: es "la respuesta positiva del integrismo al reto de la modernidad". Y el mundo moderno es el mundo anglosajón, el heredero directo primero de la Reforma (en el ámbito moral, filosófico y religioso) y después de las revoluciones liberales (en el ámbito de la cultura, de la política, de la sociedad).

No es extraño que la institución adopte, incluso en los detalles más externos, las formas de ese mundo anglosajón: el sistema educativos (por lo menos los uniformes y modales), la misma insistencia por aprender inglés, institutos como el IESE etc. Pero la adaptabilidad a este mundo se ha reflejado en algo más profundo, de consecuencias más definitivas: la moral del éxito.


Tal como señalaste, gran parte de la ascética que predican es pura moral del éxito.

Siempre se ha afirmado que el régimen de vida que preconiza la Obra es un "american way of life with catholics principles"

La moral del éxito es la moral de la ambición, la lucha sin cuartel por el triunfo. El éxito, en caso todos los EEUU es sinónimo de dinero, porque el dinero es lo que proporciona prestigio y fama. Porque el triunfo social es precisamente eso: el prestigio y su aureola de poder y la fama y los reconocimientos que acompañan. Cuando la ambición se conveirte en obsesión, la carrera en pos del éxito es el contenido del drama, esa costosísima retahíla de falta de escrúpulos, ese rosario/via crucis de ignominias.

El tema, como tal, es muy viejo. Referido a la ambición de poder, Shakespeare, en Mcbeth, hizo una gráfica aproximación. Los personajes, los actores que reclaman el papel de Mcbeth y el de lady Mcbeth convierten su vida en una historia de la transformación del mal que los devora, Para este tipo de gente hay una palabra terrible, por la que sienten pánico y que utilizan como sinónimo del infierno, como la identificación con la nada: el fracaso. Es probable que, en América, esto sea un estigma social, pero no es privativo de los norteamericanos. Esas gentes no solamente desean el éxito, sino que estan persuadidos que el deber del hombre es su persecución, de ese "dejar huella". El Opus, que es esencialmente algo español, con ese "que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil. Deja poso" hace también ese llamamiento al productivismo, a la necesidad de triuinfar, al éxito reconocido no solo por los contemporáneos sino por generaciones futuras. La ambición de Escriva era completa, como la que pretendió propalar a sus discípulos: no solo trascender en vida, sino post-mortem.

Lo que hay de cierto en el punto primero de Camino, como aspiración genética del hombre, la institución, la desorbitan. La exageración les transforma en personajes superactivos y, por tanto, agresivos e imperialistas. Su moral es irrespetuosa con todo aquello que se aleje de sus fines, no reparando en medios. ¡Como si los medios no hipotecasen el fin! Sustituyen la sensibilidad por ese obsesivo pragmatismo que engendra, necesariamente, como la nieve se transforma al final en agua, un barbarismo y una crueldad irracional, inútil. Su ambición comporta una vocación destructiva, que solo la historia, general o la personal de cada cual, puede cuantificar y señalar las secuelas de su terror.

Lo que siempre me ha llamado más la atención de esa obsesión por el éxito (de la que no me he librado totalmente), por el triunfo, no es ni su posible irracionalidad, ni la destrucción que trae consigo, sino que esa voracidad, o sus secuelas, engulla a los propios actores.

No hace mucho he leído "Bajo las ruedas" de Hermann Hesse. Es un ejemplo de lo que representa esta "moral del éxito", basada en la salvaje ambición del padre y aplicada al mundo de la adolescencia. El protagonista, Hans Giebenrath, es violentamente separado por su padre y sus profesores del medio de su infancia, y obligado a una agotadora preparación para el ingreso en un seminario. Logrará su objetivo, pero perdiendo en la empresa primero su sensibilidad y, más tarde, el equilibrio emocional. El trágico desenlace de la historia es el sempiterno corolario de una moral fielmente desarrolada pero equivocada.


Por otra parte, están los "principios católicos", ese "ilumina con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borra con tu vida de apóstol la señal viscosa y sucia que dejaron los impuros sembradores del odio. Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón" y que traducen en una moral compleja y rara donde las haya.

Ya Nietzsche describió con acierto esa cierta moral católica cuya ética es ilusoria porque basada en un "undo mejor futuro" hacía odiar o resignarse con el actual. Una moral que soluciona el problema de la muerte a costa del problema de la vida. Esa moral amputatoria del sexto mandamiento, esa moral católica que es repugnancia por el "mundo y la carne" es, en definitiva, una moral contra la vida. El Opus Dei, en su aportación, salva gran parte del "mundo" antes condenado (dice que "lo ama apasionadamente") admitiendo odioso otra parte de él y, por supuesto, la "carne". Olvidan que la vida es corporal. Esa moral amputatoria es separarse de la vida, no como grito vitalista sino como sinónimo de naturaleza es una mutilación cargada de consecuencias.

Las ordenaciones morales del mundo son exclusivas de los creyentes. Y el creyente lo es por un acto de voluntad. Cómo si no explicar que uno cree que la física quantica o la genética son hoy burguesas -malas- y mañana comunistas -buenas-, o Hitler es hoy aliado y mañana enemigo? Ya lo explicó Escriva: "la razón más sobrenatural es: porque me da la gana". Y es que el voluntarismo permite ver la realidad en tecnicolor aunque el vidente este de espaldas a ella. La ideología impide ver la realidad, la escamotea porque es un sustitutivo de esa misma realidad. La realidad no es ideológica. Pero sin embargo, se empeñan en que "la vida sobrenatural" o el "materialismo histórico", sean más reales que la realidad. Las "iglesias crean en seguida un lenguaje, corsé de su realidad metafísica.

La historia entera constituye la mas completa refutacion experimental de la citada concepción "ordenación moral del mundo". No creas que no abogo por una moral, por un imperativo ético. Es cierto que no me preocupan las abstracciones del bien y del mal, porque no creo en modelos omnipresentes y omnicentes. Pienso que la moral es algo intimamente ligado a la naturaleza y a la razón. La fidelidad a ellas suele traer algun grado de felicidad. Como dice B. Russell "la infelicidad es debida en gran parte a ideas erroneas, a una ética y unos hábitos de vida equivocados, que conducen a la destrucción del impulso y del deseo natural de cosas posibles, de las que depende en definitiva toda la felicidad de hombres y animales".


Para acabar estas rayas quisiera referirme a la contradicción interna, formidable, que hace que tantas y tantas personas se marchen.

Para ello hay que volver a lo que fundamentalmente ha sido la aportación de la institución a la Iglesia: la recalificación del seglar en su seno y en el mundo. Y que de hecho ha supuesto una adaptabilidad del cristiano al mundo moderno (esa respuesta positiva del integrismo al reto de la modernidad). Precisamente en esa aportación reside, en germen, la contradicción: tratar de ligar dos cosas antitéticas: el mundo (y especialmente las estructuras del mundo moderno) y el integrismo, contradicción que se manifiesta en los más radicalmente cotidiano: la libertad personal.

Estamos de acuerdo que lo que se lee en el libro "Conversaciones con Mons. Escriva de Balaguer", que es el desideratum teórico y doctrinal del mismo Opus Dei, no tiene nada que ver con la praxis, viejísima, de las ordenes religiosas.

Como todos sabemos "secular", "seglar" viene a significar algo así como "estar en el siglo". Pero hemos de convenir que hay muchas maneras de estar. Incluso muchos religiosos/as que ejercen funciones educativas, médicas o asistenciales, sin que nadie ponga en duda que pertenecen a órdenes religiosas son, en cierta manera, "seculares". Es una manera, como otra cualquier de estar en el mundo. No creo que el ser religioso venga determinado por el hábito distintivo -el habito no hace al monje- o por la vida en común. Lo que determina si una persona es religiosa son los votos, sean públicos, privados o revistan otra fórmula.

El voto de obediencia es contradictorio con la libertad individual. Hasta que este voto en concreto, y los otros por añadidura, no sean suprimidos, en su espíritu y letra, esta institución continuará teniendo solo eso: un mensaje interesante y una estructura de orden religiosa.

Cabría preguntarse por qué a pesar de aquel desideratum, hay una orden. Porque seguir el modelo de una "organización desorganizada", de caracter secular, requiriría, a nivel doctrinal y práctico aceptar las consequencias últimas del principio de la subjetividad moral que ya santo Tomas enunció. Tomas elaboró la teoría del error de la conciencia no culpable (que tuvo repercusión en el derecho de la época). En definitiva consagró la autonomía de la conciencia, reconociendola como última instancia subjetiva del obrar humano (de todas formas solo a los judios y a los paganos les concedía la posibilidad de una conciencia erronea sin culpa: Ante los herejes y apostatas aprobaba la violencia para obligarles a abrazar la verdadera fe).

Aceptar a la conciencia, siquiera como última instancia subjetiva del obrar humano (que no objetiva y subjetiva) sería aceptar que Dios habla bajito, a través de la conciencia y no que la voluntad divina se manifiesta nítida en la charla, en la obediencia monopolizadora e institucional de las notas de gobierno, o de los directores con el Padre como director de directores.

Esta "autodeterminación moral" tomista (en palabras de Cornelio Fabro) es posiblemente un balbuceo modernista. La autoderminación, la soberanía quiere decir "ultima instancia de poder, de decisión". Y de estas solo hay una. Tomas distinguía entre una última instancia objetiva (la ley eterna, la divina, la natural) y otra subjetiva (la conciencia). Daba la primacía a la primera. Hasta aquí correcto pero quien la interpreta? Cómo?. A efectos practicos esa soberanía limitada de Tomas de Aquino lleva en sus mismos terminos una contradicción y posterior Reforma.

La contradicción siempre se resuelve volviendo al punto de partida, es decir, a la epístola de San Agustín a Vicentinum: "ya ves, si no me engaño, que no hay que considerar el que se fuerce a alguien. Lo que hay que saber es si es bueno o malo aquello a que se le fuerza".

El voluntarismo agustiniano, que es lo que mas resalta en el carácter y convicciones de Escriva (pesimismo antropológico o desconfianza ante uno mismo: "la bestia que llevamos dentro puede hacer en cualquier momento cometer las mayores enormidades" y voluntarismo), es lo que hace rebautizar la citada frase de Agustin en el término "santa coacción" empleado en Camino, que no es otra cosa que el fin justifica los medios si se entiende que esta en una situación "objetiva" desde el punto de vista "divino". La institución utiliza la "santa coaccion" como la "santa desvegüerza" y otros santos vicios como el mismo significado que otros utilizan el chantaje o ser un caradura. ¿Cabe en este caso la falta de culpabilidad por basarse en un error? Es decir, ¿es admisible el chantaje sistemático porque es inconsciente, motivado por el "celo" apostólico u de otra clase?.

No es sorprendente, pues, que en Italia, una fuente importante de ingresos de carnets en el Partido Comunista sean curas secularizados. Eso cuando había ingresos en el PC y cuando las secularizaciones se producían. ¿Extraña coincidencia? No es casualidad que uno de los protagonistas de la novela de Sciascia, alegórica de la historia italiana de posguerra, "Cándio o un sueño siciliano" sea Don Antonio, primero arcipreste votante de la Democracia Cristiana y luego ex-arcipreste militante del Partido Comunista. Como decía Lampedusa "todo ha cambiado pero todo sigue igual". Y es que solo se ha tratado de un cambio de linajes o de parroquias.

Sin embargo, en España, los ex-miembros de la institución son mayormente transfugas bien al liberalismo, bien al libertarismo. ¿Corrobora esto que la institucón contiene en germen la desviación de la "modernidad"? ¿Es simplemente casualidad?.

Muy cordiamente, Sergio.


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