La formación de los adolescentes en la Obra - texto comentado

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Editorial de la revista “interna” Crónica –de la sección de varones del Opus Dei– correspondiente al mes de junio de 2014

Como lo dicho en este editorial es pura ciencia ficción que nada tiene que ver con la realidad, el amigo Lucas ha reseñado –texto en superíndice– el contraste entre lo que se escribe en esa editorial –falso– con la realidad que conocemos porque, además de ser víctimas del infame y delictivo proselitismo del Opus Dei, lo hemos llevado a la práctica con otras víctimas inocentes obedeciendo las indicaciones de los sacerdotes, directores y directoras de la Obra. Así pues, mienten nuevamente.
AgustinAgustina L. de los Mozos






LA FORMACIÓN DE LOS ADOLESCENTES EN LA OBRA

Desde los primeros tiempos de la fundación del Opus Dei, san Josemaría dirigió sus esfuerzos a ayudar a muchas personas a alcanzar la santidad en la vida ordinaria Sus esfuerzos apostólicos no eran altruistas, sino interesados en crear una organización a su servicio personal, económico y de gloria. Veía su misión como la de ser santo y padre, maestro y guía de santos[1], suscitando entre los fieles de todos los ambientes el empeño de vivir a fondo su vocación cristiana. Con su corazón sacerdotal no tan sacerdotal, pues en su momento no quiso ordenarse y en el año 1929 buscó empleo en trabajos seculares como administrativo en un ministerio, san Josemaría supo despertar en muchos chicos el deseo de ser apóstoles del Señor. Les animaba a ponerse bajo la protección de san Rafael para que te lleve a un matrimonio santo, como al joven Tobías, y también bajo el patrocinio de aquel apóstol adolescente, Juan: por si el Señor te pedía más[2]. Así, comenzó una amplia labor apostólica con la juventud él comenzó con universitarios–que en el Opus Dei se suele llamar la labor de san Rafael–, dirigida a ofrecer una formación integral en las virtudes, que abra hacia ideales grandes e impulse a una generosidad plena en la vida de hijos de Dios.

El anhelo por lo bello, bueno y noble

La juventud llena en sí la capacidad de aspirar a grandes proyectos: la juventud da todo lo que puede: se da ella misma sin tasa[3]. Los buenos educadores cristianos, lejos de reprimir ese afán de entrega, han sabido encauzarlo, descubriendo a los jóvenes que su cumplimiento se encuentra en el seguimiento de Cristo. Así lo hacía don Álvaro en una ocasión: la juventud es la época del inconformismo, de las rebeldías, de las ansias de todo lo que es bello, y bueno, y noble. Por eso, es joven de verdad quien mantiene vivos en su espíritu estos impulsos, aunque el cuerpo se desgaste por el paso del tiempo; y al contrario, es viejo –aunque tenga pocos años– quien se deja subyugar por la rutina, por el egoísmo, por la vejez del pecado. El Señor espera vuestra rebeldía juvenil, que yo bendigo con mis manos de sacerdote, contra todo lo que intente apartarnos del cumplimiento de la ley de Cristo, que es un yugo suave y ligero[4]. La juventud es también la época de la inmadurez y de la inexperiencia, en la que la persona es muy manipulable por gentes interesadas.

Esta aspiración a lo grande debe aprender a superar la tentación del desaliento, que con frecuencia surge cuando se experimenta que las metas en la vida cristiana no se alcanzan inmediatamente. Por eso, san Josemaría aconsejaba llevar a las almas en la dirección espiritual como si subieran un largo plano inclinado[5]. Así, quienes imparten esta formación, en un ambiente de auténtica amistad en un ambiente de auténtico interés proselitista, se empeñan en conocer bien a los jóvenes, acompañándoles pacientemente para que avancen a un ritmo oportuno.

Acompañar con el estímulo de la Oración y del trabajo

En el ambiente de familia característico de la Obra, la comprensión de las debilidades es compatible con una sana exigencia, pues el ideal es siempre alto: correr hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios nos llama desde lo alto por Cristo Jesús[6]. Con un profundo respeto a la libertad de cada muchacho la coacción moral a la que son sometidos los adolescentes es enorme, se anima a corresponder a los dones recibidos. Pero más que las palabras, son la oración constante y el buen ejemplo lo que da fuerza a este apostolado, que no es como un empujón material, sino la abundancia de luz, de doctrina; el estímulo espiritual de vuestra oración y de vuestro trabajo, que es testimonio auténtico de la doctrina; el cúmulo de sacrificios, que sabéis ofrecer; la sonrisa, que os viene a la boca, porque sois hijos de Dios: filiación, que os llena de una serena felicidad –aunque en vuestra vida, a veces, no falten contradicciones–, que los demás ven y envidian. Añadid, a todo esto, vuestro garbo y vuestra simpatía humana, y tendremos el contenido del compelle intrare[7] lo que dice el fundador es habitualmente lo contrario de la realidad vivida en su organización, como en este caso. Con estas palabras, obliga a entrar[8], san Josemaría recogía la apremiante invitación del Señor a participar de la alegría del Evangelio, según aparece en la parábola de los invitados a las bodas. Hay que distinguir entre la invitación del Señor a seguirle, que suele ser espontánea, y la manipulación de una vocación inventada por los directores.

Esta tarea de formación cristiana se convierte, por lo tanto, en una atención espiritual constante más bien, en una persecución constante, que permite a los jóvenes dar pasos sólidos en el seguimiento de Jesucristo, con una disponibilidad al querer de Dios que se manifiesta también, eventualmente, en la acogida de una vocación específica en la Iglesia. Decía san Juan Pablo II: “así pues, deseo confiar a todos vosotros jóvenes, este trabajo maravilloso que se une al descubrimiento, ante Dios, de la respectiva vocación de vida. Este es un trabajo apasionante. Es un compromiso interior entusiasmante. Vuestra humanidad se desarrolla y crece en este compromiso mientras vuestra personalidad joven va adquiriendo la madurez interior. Os arraigáis en lo que cada uno de vosotros es, para convertirse en lo que debe llegar a ser: para sí mismo, para los hombres y para Dios”[9].

Jóvenes que buscan la santidad en medio del mundo

San Josemaría gozaba al ver la generosidad con que los jóvenes respondían a la invitación de Cristo de seguirle por los variados caminos que existen en la Iglesia. Le gustaba la frase poética que dice cada caminante siga su camino, con la que glosaba su amor a las distintas formas que puede tomar la vocación cristiana. La iniciativa es siempre del Señor en el caso del Opus Dei, la iniciativa es de los directores, que nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos[10] y que pide, al mismo tiempo, una respuesta plenamente libre.

Un joven puede percibir que Jesucristo le llama a seguirle viviendo el celibato apostólico. Naturalmente, antes de tomar una decisión de este tipo es necesario un suficiente discernimiento no existe discernimiento vocacional en el Opus Dei, ni por parte de los directores ni por parte del interesado, que es coaccionado con razones morales; además, la prudencia llevará a pedir consejo a quien está en condiciones de darlo debería pedirse consejo a sacerdotes que no sean del Opus Dei. En cualquier caso, precisamente porque la iniciativa es divina ya hemos dicho que en el caso del Opus Dei la iniciativa es humana, de los directores, los cuales determinan a quien plantear la vocación y el número de vocaciones por cada centro como si se tratara de una operación empresarial, dicho discernimiento no es principalmente una cuestión de experiencia humana o de conocimiento de otras realidades del mundo, sino, sobre todo, de trato con Dios. Sin duda, hace falta también cierta madurez personal: la adecuada a la propia edad, que permita entender el alcance de la llamada divina. si el que es tratado tiene de 10 a 14 años, ya me dirán qué madurez y experiencia puede tener, y qué trato con Dios

Los jóvenes que noten las señales de la llamada, una vez considerada la cuestión en la presencia de Dios, y con la ayuda de los directores, pueden pedir formar parte del Opus Dei. No obstante, para poder incorporarse a esta prelatura tendrán que esperar a haber cumplido los dieciocho años ya estamos jugando y engañando con la cosa jurídica, si bien un año y medio antes pueden solicitar ya la admisión para ir adquiriendo la necesaria preparación previa a este paso la realidad es que muchos chicos son tratados desde los 10 años, alrededor de los 14 se hacen de la Obra y comienzan a recibir formación específica (la formación inicial) que esculpe su cabeza con principios doctrinales y espirituales falsos, con la idea de que la vocación es para siempre e indudable, de que no hay periodos de discernimiento, de que irse es traicionar a Dios y condenarse, y de una idolatría a Escrivá. La formación cristiana que reciben de parte de la Obra, a partir de entonces se intensifica. Al tratarse de una llamada a buscar la santidad en medio del mundo, se impulsa a estos jóvenes a que tengan muchos amigos de distintos ambientes, a abrirse en abanico[11], para contagiar el espíritu cristiano a gente muy diversa. Se les ayuda a ser personas bien insertadas en su propio medio social esto es falso: se les aparta de la familia en cuanto se puede, se les cambia muchas veces su vocación profesional y, más tarde, se les orienta a trabajos en colegios o en la burocracia de la institución, a desarrollar una mentalidad amplia a través de la formación cultural –como puede ser la afición a la lectura, aprender idiomas, etc.– para que conozcan bien la sociedad en que se desenvuelven, y se ilusionen y preparen para mejorarla. También es falso porque se les prohíbe asistir a espectáculos culturales, cine etc.; tienen que consultar qué libros leen, prohibiéndoles muchos de ellos, no se les deja promocionarse en su profesión con la excusa de la entrega al Opus Dei, y más.

Quienes están involucradas en esta tarea formativa son conscientes de su trascendencia. Por este motivo, procurar ayudar a los que han pedido la admisión a que sean cristianos coherentes en medio del mundo. Se les encarece a que, además de una vida sacramental intensa, acudan a la dirección espiritual frecuente y aprovechen las distintas prácticas de piedad y medios de formación que ofrece la Obra –charlas, retiros, convivencias, etc. – con el objetivo de facilitarles que escuchen y sigan con generosidad las inspiraciones del Espíritu Santo. Más bien, para que sigan siendo manipulados espiritualmente por los directores y sacerdotes del Opus Dei. Aprovechan las convivencias con niños y niñas de 12 años para que personas mayores se ganen la simpatía de esos niños y para alterar el influjo natural de sus padres. En los llamados cursos de retiro, en ese clima emocional favorable, suelen plantear la vocación.

La llamada en los primeros años de juventud

“Queridos jóvenes –decía el papa Francisco–, Jesús nos pide que respondamos a su propuesta de vida, que decidamos cuál es el camino que queremos recorrer para llegar a la verdadera alegría. Se trata de un desafío para la fe”[12]. Este camino de alegría se abre de modo especial a aquellos chicos que en la primera adolescencia dan muestras de que Dios les llama a una vida de entrega muy pocos chicos dan muestras a esa edad, más bien son inducidos de un modo artificial y sistemático. No es algo inusitado en la historia de la Salvación. Por ejemplo, la Biblia recoge el relato entrañable de la vocación del profeta Samuel. Desde pequeño, fue llevado al templo de Siló por su madre, Ana, que lo había concebido precisamente gracias a una oración insistente. Samuel, cuando aún era muy joven, durante una noche escucha en tres ocasiones una voz que le llamaba; por consejo del sacerdote Elí, en la cuarta ocasión responde al Señor: habla, que tu sirvo te escucha[13]. En el Opus Dei no se disuade sino que se provoca la vocación y se acepta a la primera. ¡Vaya ejemplo que ponen! Siempre a base de milagritos y apariciones de Dios. Entonces, comienza una relación especial de Dios con el que sería un gran profeta: Samuel crecía y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras cayó en vacío. Todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que en verdad Samuel era un profeta del Señor[14].

Es algo que continua repitiéndose en la vida de la Iglesia: jóvenes a los que el Señor busca para mantener con ellos un diálogo muy cercano: “una persona joven, al entrar dentro de sí y a la vez al iniciar el coloquio con Cristo en la oración, desea casi leer aquel pensamiento eterno que Dios creador y padre tiene con ella a muchos se les disuade de su vocación natural al matrimonio para que se hagan numerarios. Entonces se convence de que la tarea que Dios le asigna es dejada completamente a su libertad y, al mismo tiempo, está determinada por diversas circunstancias de índole interior y exterior Cuentan de los comienzos de los años cuarenta, que a un universitario le plantearon la vocación. Él se asombró al enterarse después de que no se iba a casar. Le respondieron que en el Opus Dei se obedece y que si le decían que no se casase, pues que no se casaba. La persona joven, examinando estas circunstancias si no le dejan examinar nada, construye su proyecto de vida y a la vez reconoce ese proyecto como la vocación a la que Dios la llama”[15]. En el caso de la Obra, está previsto que los más jóvenes (a partir de los catorce años y medio) puedan pedir la admisión como aspirantes. Tanto en su caso, como en general para todos aquellos que quieren pedir la admisión antes de los 18 años, teniendo en cuenta el contexto social actual, una medida de prudencia consiste en requerir siempre el permiso expreso de los padres piden permiso cuando ya están decididos y tienen la cabeza troquelada. Estos, con el conocimiento de los hijos y con su experiencia de vida, les ayudan a discernir con realismo la llamada, sin olvidar nunca que se trata de una iniciativa divina que, de alguna manera, les excede.

Santidad y apostolado

Los aspirantes conocen y aprenden a vivir progresivamente el espíritu y los modos apostólicos del Opus Dei, que les impulsan a convertir sus circunstancias concretas en una ocasión de encuentro con Cristo. De acuerdo a su edad, buscan la santidad haciendo apostolado en su ambiente: siendo buenos hijos y hermanos en el hogar es todo lo contrario: los sacan del control de sus padres con continuas convivencias, tardes en el club, actividades los fines de semana, etc., de modo que no conviven con sus hermanos y se altera el discurso natural de su vida desde muy temprana edad. Como no tienen tiempo de echar una mano en casa, los demás hermanos se distancian de ellos y se enfadan con sus padres por el trato desigual, en el que siguen viviendo ordinariamente al menos hasta cumplir la mayoría de edad; aprovechando los estudios del colegio o del instituto que frecuentan; siendo buenos amigos… Aunque no formen parte de la Prelatura del Opus Dei, reciben una especial ayuda espiritual y pastoral que contribuye a que crezcan en conocimiento propio y a que maduren en su decisión. Nada de madurar la decisión: desde que son aspirantes ya no se pueden echar atrás porque les dicen que la vocación es para siempre e indudable. Si a un niño o niña de 14 años le comes el coco con una serie de principios supuestamente espirituales, ya estás condicionando gravemente sus decisiones en un sentido determinado.

De este modo, los años de juventud se vuelven un periodo en el que Dios se mete de modo especial en la vida de estos chicos “lo meten”. Descubren las maravillas de la vida interior, el servicio a los demás y una real y desinteresada preocupación por su felicidad, el estudio hecho con perfección, las alegrías y las dificultades del apostolado personal…; los pobres niños son obligados a llevar amigos al club y a las meditaciones, de modo que los mandan de nuevo a la calle si no han traído a nadie y todo eso los acompañará en su camino. Si, al llegar a los dieciséis años y medio, el aspirante lo desea, podrá pedir la admisión en el Opus Dei. En el caso que decida no continuar y seguir otro camino, si quiere podrá seguir encontrando en la Obra un lugar de formación de amistad y de cariño sincero.




Nuestro Señor estima la alegría de un corazón mozo, el paso sencillo, la voz sin falsete, los ojos limpios, el oído atento a su palabra de cariño[16]. Es una gran tarea la de ayudar (forzar) a la juventud a responder a la invitación de Cristo: sígueme[17]. Quienes se encuentran inmersos en este apostolado cuentan con la compañía de toda la comunidad cristiana pero si el Opus va a su bola y es lo más anticomunión que hay en la Iglesia, y no se trata con ningún grupo ni quieren cuentas con las parroquias, que “ha sido enviada por el Señor a desvelar al adolescente y al joven el sentido último de la existencia, orientándolo así hacia el descubrimiento de su propia vocación en la vida cotidiana”[18]; y gozan de modo especial de la intercesión de Santa María, Madre de la Iglesia. En el caso del Opus Dei, el proceso vocacional está perfectamente estudiado y estructurado para inducir a los niños a una vocación completamente inventada por los directores, sin dejar intervenir a Dios, que es desplazado por los procedimientos humanos. A las niñas de los colegios del Opus se les lleva al club a los 7 u 8 años (para que lo conozcan), allí las numerarias se ocupan de ellas y les enseñan a pintarse y cosas por el estilo. Más adelante, se les invita a actividades muy atrayentes para niños: excursiones impresionantes, juegos fuera de los normal, viajes, etc. Una niña o niño adolescente, con tendencia natural a separarse del influjo de sus padres, se siente valorado porque hay personas mayores que le hacen caso, por lo que tiende a aceptar con gusto esos planes, a pesar de tener que sufrir las charlas que les dan. Poco a poco se dejan influir y van cayendo en sus redes. Los padres piensan que sus hijos están en un ambiente sano, ignorantes de que la manipulación espiritual y vocacional es de lo peor que le puede pasar a un joven, pues altera artificialmente su vida entera y su trato con Dios. No es igual que un chico se confiese espontáneamente cuando la gracia le mueve al arrepentimiento, que se le induzca a la confesión porque el pecado mortal te lleva al infierno y porque hay que confesarse cada semana. Se suplanta la acción de la gracia realizando una vida espiritual artificial y humana.

El fin del Opus Dei es tener cada vez más miembros. Es una maquinaria de producir vocaciones artificialmente, con una programación de las mismas por parte de las delegaciones, que ponen metas concretas a cada centro. Como la exigencia por parte de los superiores es constante en vocaciones, asistencia a retiros, círculos, convivencias, etc., al final es imposible que nadie discierna o ayude a discernir desinteresadamente una vocación. La llamada no es de Dios, sino inventada por los directores y apoyada por los sacerdotes, que dejan manipular su ministerio.




  1. De nuestro Padre, 22-Vi-1933, en Apuntes íntimos, n. 1725
  2. Camino n. 360.
  3. Camino n. 30
  4. Don Álvaro, Homilía para los participantes de habla castellana en la I Jornada Mundial de la Juventud en Roma, 30-III-1985.
  5. De nuestro Padre, Instrucción, mayo 1935/14-IX-1950, nota 83.
  6. Flp 3, 14
  7. De nuestro Padre, Carta 24-X-1942, n. 9
  8. Lc 14, 23
  9. San Juan Pablo II, Litt. Apost. Dilecti amici, 31-III-1985
  10. Ef 1, 4
  11. Surco n. 193
  12. Francisco. Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud, 21-I-2014, n. 1
  13. I Sam 3, 10
  14. I Sam 3, 19-20
  15. San Juan Pablo II. Litt. Apost. Dilecti amici, 31-III-1985.
  16. Es Cristo que pasa, n. 181
  17. Lc 5, 27
  18. San Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 18-X-1994.