Caridad en el Opus Dei

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Por Alina, 4 de mayo de 2007


Leyendo con estremecimiento el triste final de D. Antonio Petit, recordé lo que le pasó a una Numeraria con la que viví y ahora es ex.

A principio de curso planteó por enésima vez dejar la Obra e inició los trámites. En Navidades fue a su casa pues una hermana estaba a punto de morir en el hospital. Además de la preocupación familiar por esto, tenía la de decirles su situación personal a sus padres, supernumerarios, a los que les dolió pero la apoyaron, según me contó después.

Las fiestas las pasó en el hospital haciendo turnos ante la enferma, una chica muy joven. Cuando volvió a su centro, el tren en el que regresaba se retrasó unas cinco horas y llegó de madrugada. Avisó desde una estación en camino para que fueran a recogerla, pero a las tres de la mañana no había nadie esperándola en un andén lleno de familias aguardando a los suyos. Llamó de nuevo desde la estación y le dijeron que tomara un taxi. Llegó al portal y- como no tenía llave- bajó una numeraria que le comentó sin más que si se había enfadado por no recogerla. Ella, al parecer, le contestó que si tenía alguna duda sobre su permanencia en la Obra, ya se le había disipado ante aquellas demostraciones fehacientes de caridad y educación. A la mañana siguiente, la Directora sólo le dijo que no se quejara en voz alta en el desayuno por no haberla ido a buscar. Creo que la numeraria se quedó atónita ante esta salida de pata de banco.

Al cabo de siete días, falleció su hermana.

Cuando por fin, pasado un tiempo, se fue a despedir de las del centro, una de ellas, llorando, le pidió perdón por aquel suceso incomprensible y le dijo que ella había visto a otras cuatro ofreciéndose a la directora para ir a buscarla, pero esta no quiso. Son cosas raras propias de personas raras.

Siempre me llamó la atención esta historia, seguro que es una más de las muchas que hemos oído o vivido de cerca que reflejan que “el Opus Dei es el mejor sitio para vivir y el mejor sitio para morir”. En honor a la verdad, diré que una numeraria –que ahora es ex, también- se ofreció para ir a cuidar a la enferma durante la cena de Nochebuena para que la familia pudiese estar junta en aquel momento. Para mí eso es ser santo: lo que se llama fuera del Opus, ser bueno, sin más. Como miles de personas que, sin ponerse medallas ni creerse escogidas, pasan por la vida haciéndonosla mejor. Va por ellas. También por las de dentro que –como dice Agustina- aguantan ahí para ayudar a los demás. A los santos del montón: gracias.



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