Aristócratas del amor

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Por Gervasio, 25.01.2010


Lo que Fray Justo Pérez de Urbel dijo fue:

Somos los aristócratas del amor en el mundo, refiriéndose al celibato.

Tal aserto gustó al fundador de Opus Dei, pero quizá por eso de ser un instrumento inepto y sordo, lo que pareció entender fue otra cosa. Hay quien dice que entendió:

—Somos los plutócratas del amor.

A otros les parece que entendió:

—Somos los burócratas del amor.


Plutócratas del amor

A veces tengo la impresión de que ese pasaje de la primera carta de San Pablo a los corintios fue entendido así: Si hablara el lenguaje de los hombres y de los ángeles, pero no tengo dinero, soy como metal que tintinea o címbalo que retumba. Si tuviese el don de profecía y conociese todos los misterios y toda ciencia; si tuviese una fe de esas que trasladan montañas, pero no tengo dinero, no soy nada. Si trasformo toda mi riqueza en alimento para los pobre y entrego mi cuerpo a las llamas para que arda, pero quedo sin dinero, nada me aprovecha. El dinero es paciente; es benigno; el dinero no tiene envidia, no obra el mal, no ensoberbece; no es ambicioso, no busca el provecho propio, no produce irritación, no da lugar a pensamientos malos; no se alegra en el mal, se regocija en la verdad, todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

Ese afán por la peseta lo trasmitió el fundador bien trasmitido convirtiéndolo en un aspecto fundamental de la virtud de la pobreza. Pasó por tantas estrecheces cuando era joven, que es comprensible su fascinación por disponer de medios económicos. Los defectos del fundador, como su afán de dinero, han sido idealizados hasta convertirlos en virtudes. He contemplado como en un colegio de esos que “nada tienen que ver con el Opus Dei” se expolió a una viuda arruinada y sin capacidad de defenderse. Ese amor a Pluto lleva a arrimarse al rico y a alejarse del pobre, tanto a nivel proselitista, como de tolerancia con los demás, como a la hora de elegir barrio donde vivir, o de entablar una relación social, o a la hora de ser comprensivo con los defectos de alguien. Y lleva a explotar hasta a quien carece de medios económicos, a defraudar al fisco, a embaucar. También tiene manifestaciones de cicatería, como negar o regatear los seguros sociales, eludir efectuar regalos e invitaciones...

A los padres, ya les sacamos todo el dinero que podemos, le oí decir en cierta ocasión al santo fundador, refiriéndose a los padres de los numerarios.

Producía la impresión de un rico tacaño. Ser rico no está reñido con ser tacaño, del mismo modo que ser generoso no está reñido con carecer de medios económicos. También hay que sacar dinero con motivo de las ordenaciones sacerdotales.

Ya está bien de que alguien regale una teca o algo así. Tienen que ser regalos sustanciosos, clamaba el director de una Delegación con motivo de la recepción del orden sacerdotal por parte de un grupo de jóvenes del Opus Dei.

Recuerdo a un sacerdote numerario al que gustaba dar sablazos a sus dirigidos. Era su deporte favorito, además del tenis. La causa de los sablazos eran necesidades que él se inventaba: para una nueva imagen del oratorio, para un cáliz, para no sé qué de la labor con curas.

No os va a costar ni un céntimo, decía tranquilizador a los del consejo local. Ese dinero lo consigo yo.

Sin duda había calado hondo en él el espíritu del Opus Dei. Pero el Consejo Local y la Delegación le prohibían ese tipo de iniciativas, pues en definitiva esquilmaba a las mismas ovejas que pastoreaban el Consejo Local y la Delegación.

No es bueno para su alma esas peticiones de dinero, me hicieron saber.

El sacerdote en cuestión tenía sus motivos. ¿Por qué no iban a santificarse sus dirigidos aportando dinero para lo que él decía? Pero no tenía en cuenta que era su propia alma la que se apartaba del buen camino con las generosidades que suscitaba. Ciertamente esas generosidades no iban encaminadas a algo tan ajeno a la Obra como pudiera ser una parroquia o los damnificados de Haití, pero tenían como destino algo no organizado por lo directores.

Como regalo de cumpleaños —el Padre tiene regalo de cumpleaños— quería dinero; dinero contante y sonante, nada de objetos.

Recientemente JoséMc y Caribeño sacaron a colación la costumbre de tener un “detallito” con el Padre al ir a visitarlo, 500 € en el caso de JoséMc.

Tengo las manos horadadas, decía. Se me escapa todo el dinero que me dan.

Criticaba a los religiosos porque hacían cosas como pedir dinero para la construcción de una iglesia, cuyo campanario nunca se terminaba. Eso les permitía reiterar la petición de dinero mucho tiempo, dejando inacabado el campanario. No concretaba quiénes eran esos religiosos, ni si entendían por terminar la construcción del edificio terminar de pagar los préstamos bancarios. El fundador no hacía eso, pero como para hacer apostolado se necesitan medios materiales y era tan apostólico y vivía tan a fondo la virtud de la pobreza pedía dinero y más dinero.

En una ocasión se produjo algo para mí desconcertante. Cada numerario debía efectuar una aportación especial en numerario —en el sentido de dinero líquido y efectivo— para el Padre. Operación numerario del numerario, podríamos llamarla. Los numerarios no disponen de dinero, sino que lo entregan todo sin conocer ni especificar su destino. De ahí que la operación resultase chocante. Yo creo que, como pedir más dinero a las Comisiones Regionales alegando necesidades extraordinarias estaba demasiado visto y utilizado, se recurrió excepcionalmente a este procedimiento de recabar de quienes lo entregan todo —sin especificar destino— una donación modal. Era, como en el caso anterior; pero al revés. Siendo para el Padre, no había inconveniente en que el numerario determinase el destino que deseaba imprimir a una determinada suma.

Los del Opus Dei —eso dicen ellos al menos— no tienen voto de pobreza, sino contrato de pobreza, compromiso de pobreza o algo así. Voto, no.

No quiero votos, sino virtudes, decía el fundador.

No veo muy claro que los numerarios carezcan de voto de pobreza. Pero de lo que no me cabe duda es de que el fundador —eso hay que reconocerlo— no vivió ni practicó ni voto de pobreza ni algo equivalente. No eligió hacerse monje o fraile, sino sacerdote. A los sacerdotes les está prohibido casarse, pero no tener dinero y disponer de él libremente. Ese carecer de voto de pobreza le permitió hacerse cargo económicamente de su familia, cosa que un fraile o un monje no pueden hacer. Al principio en Zaragoza tuvo que conformarse con los estipendios de las misas, que complementaba con clases en una academia. Como en Zaragoza no encontraba porvenir, se trasladó a Madrid, donde logró hacerse con la capellanía de las Damas Apostólicas y posteriormente con la del Patronato de Santa Isabel, donde tenía derecho a vivienda y a llevar allí a su madre y hermanos.

Tras la guerra civil española, la Obra creció rápidamente y eso le permitió no tener que depender ya de beneficio eclesiástico alguno ni de los estipendios de las misas. Las aportaciones de los miembros y cooperadores del Opus Dei resultaban suficientes para su personal sustento y el de su familia. A partir de un determinado momento ya le es posible disponer de chofer. Lo necesita para sus correrías apostólicas, como las llamaba. Miles de kilómetros.

Cuando se instala definitivamente en Roma, la situación económica ya le permite poner un chalecito a su hermana Carmen.

Los numerarios y agregados deben entregar a la institución todo lo que adquieren sin especificar su destino. El criterio que se suele dar a los supernumerarios acerca de lo que deben aportar a la Obra es el de considerarla, a efectos económicos, un hijo más. No tengo claro si en el caso de que ambos cónyuges sean supernumerarios han de considerar que tienen dos hijos en la Obra o sólo uno. Lo que cuesta un hijo lo tienen muy bien calculado los jueces en las causas de separación y divorcio. El padre —o la madre en su caso— que no se queda con la tutela, debe pasar una pensión alimenticia mensual en razón del hijo o hijos que quedan al cuidado del otro: 500 al mes, que resultan 6.000 al año, pongamos por caso.

Hay un refrán muy expresivo que dice así: un padre vale para cien hijos y cien hijos no valen para un padre. Un padre es capaz de ayudar a todos sus hijos, por muchos que sean, estirando sus bienes, estirando su tiempo, estirando lo que haga falta. En el caso del Opus Dei la relación paterno-filial es a la inversa, pues se trata de una familia no de sangre, sino de lazos distintos de los de la sangre. El hijo es el que pasa al padre una cantidad mensual. Es el hijo supernumerario quien debe pasar 500 al mes —6.000 al año— en razón de que tiene un Padre Prelaticio. El Padre Prelaticio no pasa cantidad alguna a sus hijos. Cuarenta mil hijos supernumerarios a 500 al mes suponen 20 millones al mes y 240 millones al año. En la familia de la Obra se percibe con especial evidencia eso de que cada hijo llega con un pan debajo del brazo.

¿Y por qué hace falta tanto dinero? Para los apostolados de la Obra, se suele contestar. Esos apostolados requieren como infraestructura básica un Gobierno Central, con sede en Villa Tevere y unas Comisiones Regionales —que se corresponden generalmente con la dimensión de una nación— y que, cuando son grandes, se subdividen en Delegaciones. Finalmente están los Consejos Locales, que se corresponden con cada centro. Para todo ello hacen falta edificios —por supuesto acordes con la dignidad de la institución; es decir, buenos edificios situados en buenos barrios—; hace falta sustentar a los que trabajan en ellos, que han de ir bien trajeados, y tener sus reuniones, convivencias, retiros y demás complementos. Todo ese aparato burocrático se nutre de numerarios. No valen para ello los agregados ni los supernumerarios. No puede tratarse de numerarios recién incorporados. Han de haber pasado por el centro de estudios.

La problema surge cuando el conjunto de numerarios que componen la mencionada infraestructura básica, no es capaz de producir una cantidad suficiente de nuevos numerarios, siquiera para cubrir las bajas de la propia infraestructura. Cuando producir un kilo de oro cuesta kilo y medio, las cosas van mal. Cuando con un numerario y medio en la estructura básica sólo se produce un numerario, las cosas van mal. ¿Qué cabe hacer? No resulta efectivo reforzar la infraestructura productiva con más recursos ni humanos ni económicos, pues el desequilibrio entre coste y producción se agravará aun más. En cualquier caso, la problema no es de falta de recursos económicos.

¿Para qué sirve tanto dinero? ¿Cuáles son esos apostolados que requieren tanto dinero? La situación me recuerda a la de los zares y zarinas en el siglo XVIII. En sus apariciones en público el pueblo los aclamaba.

Madrecita, gritaban a la zarina
Padrecito, gritaban al zar.

Estaban unidos al pueblo por vínculos no de sangre, sino más fuertes —en cualquier caso distintos— que los de la sangre. Ellos, tras dar su dinero al zar y a la zarina, los aclamaban. Y el zar y la zarina arrojaban monedas y regalos a quienes los aclamaban y se prodigaban a las multitudes con motivo de cualquier acontecimiento tal como la fecha de su coronación o de su nacimiento o de sus bodas. Amor con amor se paga. De Luis XIV de Francia se cuenta que a sus apariciones en público se presentaban tullidos y enfermos, que esperaban ser curados por virtud de la sombra del rey que se proyectaba sobre ellos.

Como los zares y zarinas, el Padre se prodigaba en detalles paternales hacia sus hijos. Don Álvaro le atribuía sentimientos no sólo de padre y de madre, sino también de abuela. Como el zar y la zarina, correspondía a las muestra de afecto de sus hijos. Y de ahí viene la segunda interpretación de las palabras de Fray Justo Pérez de Urbel.

Los burócratas del amor

Se parte de que el amor es sentimiento que puede estar programado y organizado por los superiores, por supuesto conforme al espíritu del Opus Dei.

Los enfermos
Hay múltiples reglas en torno a los enfermos, entendiendo por tal los que guardan cama. Me viene a la cabeza una: la de que cuando se les toma la temperatura, no debe comunicarse al enfermo lo que marca el termómetro. Se supone que se satisfaría una curiosidad malsana. Carmen Tapia en su estremecedor testimonio relativo a cuando estuvo secuestrada y maltratada en Villa Tevere, narra de pasada que en su habitación le pusieron un orinal; detalle de amor que sólo se tiene con las enfermas. Imagino que debe de estar muy agradecida a ese detalle tan paternal, maternal e incluso de abuela.
La amistad
La amistad es sentimiento que debe estar al servicio de la Obra. Y si te dicen hazte amigo de éste, a conseguirlo. Y si te dicen lo contrario, deja a ese amigo, lo mismo. Hacemos amigos de la Obra. No tenemos amigos personales, como tampoco aplicamos el destino del dinero que adquirimos a cosas personales.
Las celebraciones de familia
Se puede elegir entre la celebración o del santo o del cumpleaños. Y cuando alguien cumple cuarenta años se dosifica la celebración, según su rango. Si los cuarenta años de un numerario comportan en la tertulia doce canciones y quince carteles —es un decir—, en el caso del agregado basta que las canciones sean seis y los carteles ocho. En el caso del numerario debe de acudir alguien de la Delegación a la celebración; en el caso del agregado no recuerdo si tiene o no que acudir alguien de la Delegación o cuál deba ser su rango; pero es casi seguro que hay algo establecido al respecto. Y luego están las celebraciones del cumpleaños del fundador, de su onomástica, de cuando se ordenó sacerdote, de cuando se curó de la diabetes, de las llamadas fechas fundacionales.
Cartas
También existe un protocolo en torno a las cartas que el Padre debe escribir o dejar de escribir a “sus hijos”, según trabajen o no en las oficinas centrales, y otros criterios de antigüedad y grado. Toditito como en la corte de un monarca. Por supuesto los hijos deben escribir al padre. Lo ideal es que la periodicidad sea quincenal. Los buenos hijos escriben a su padre y le dan alegrías en sus cartas. Las cartas dirigidas al Padre Prelaticio deben de ser en su caso censuradas no vaya a ser que no le den alegrías, Las cartas a los padres de sangre también requieren censura, pero por otros motivos.
Recuerdos de familia
Debe conservarse con particular cariño todo lo que se refiera al fundador y a sus sucesores: fotos, prendas de vestir, restos mortales, un peine, un calcetín, cualquier cosa. En la sección de la revista interna “Crónica” hay una sección ejemplificativa de lo que con particular cariño se debe guardar. Incluye cosas como una jarrita me parece que de cerveza, regalo de Tía Carmen a un centro o a alguien de la Obra. Cosas del Abuelo y de la Abuela también han de ser conservadas. Guardo dos o tres cartas de Escrivá y alguna otra cosilla. Pensé hacerlas llegar a alguien de la Obra. Pero creo que voy a desistir, porque debe haber almacenado demasiado material de este tipo. Las cosas que merecen ser conservadas con particular cariño son particularmente abundantes. Lo acumulado no debe de caber ni en la mismísima La Estila.

En cambio, la tenencia de recuerdos o fotos de las familias de sangre que no sean la del fundador está muy restringida. Existe un peligro la “familiosis” por la que se entiende el indebido apego a la familia de sangre.

Papas he conocido varios, cardenales un montón, obispos a cientos. Pero fundadores del Opus Dei, sólo hay uno, decía el hermano de Tía Carmen exaltando su paternal posición sobre la de la jerarquía eclesiástica.

Lo hacía notar en diversos contextos. La primera vez que se lo oí, lo decía en el contexto de que cuando él viajase a España sus hijos debían hacer lo posible y lo imposible por acudir a verlo, saltándose cualquier regla o miramiento, si necesario fuese. No había que esforzarse demasiado, pues los otrora superiores —posteriormente directores— se encargaban de solucionar trasporte o alojamiento para el encuentro con el fundador. El resultado —corría el año 59 o 60 creo recordar— fue de apretujones, histerias y codazos. El Padre incluso recibió arañazos en medio del caos que se originó. La situación era parecida a la de la boda de la hija de Lola Flores —Lolita— en 1983. Lola Flores la había anunciado a bombo y platillo. Sólo le faltó repartir hojas volanderas. Luego se quejaba de que hubiese demasiada gente.

Ahora ya no tengo diabetes; pero hace no muchos años esto —se lamentaba señalando los arañazos recibidos— me hubiese reportado una herida difícil de cicatrizar.

Pero se lamentaba orgulloso, pues esos arañazos eran prueba de su capacidad de convocatoria y de tener fans en aquella Zaragoza donde tantas humillaciones había padecido. No recuerdo si fue en aquella o en otra ocasión cuando hizo remover Roma con Santiago para alojarse en un importante palacio de esa ciudad.

Habiendo ya dejado de ser del Opus Dei hacía tiempo, fui expresamente invitado —y por más de uno— a acudir a Roma a la canonización del beato Escrivá y en otra ocasión a un acto multitudinario en Valladolid a cargo de don Javier Echevarría, ya convertido en Prelado y Presidente General de la institución. Otro ex, ninguneado tras su salida y al que se le habían negado hasta los buenos días, con asombro, también recibió invitación. Se ve que necesitaban gente para hacer bulto. No creo que llegasen a recurrir a figurantes. Algún ex habrá ido, lo que da pie para alardear de que hasta los ex van a aclamar al Padre y a las canonizaciones. Los que se van —como tantas veces se ha puesto de manifiesto en esta web— también son forzados a escribir una carta de dimisión con autoinculpación y exaltación del Opus Dei. Se les fuerza también a ser cooperadores. En fin, se procura dar del fenómeno ex una imagen idílica. Nada de resentidos. Recuerdo a una amiga sinceramente interesada por el Opus Dei que preguntó:

— ¿Qué pasa con los que abandonan Opus Dei?
Entre nosotras no pasan esas cosas, recibió como respuesta. No hay defecciones. Perseveran todas.

A partir de esa “información”, la credibilidad que le mereció el Opus Dei —con sus santidades e inspiraciones divinas— decreció mucho, pese a que le siguieron interesando sus medios de formación.

Es en este tipo de cosas donde especialmente se percibe que los esfuerzos se centran más en unas cosas que en otras. El fracaso de las personas que se van no es lo importante. Lo importante es que las defecciones no se interpreten como fracaso de la institución. En consecuencia no existen o si existen son idílicas.

Todo se centra en el Padre: sus preocupaciones, sus gustos, lo que él dijo lo que él quiere, lo que él pide, lo que él escribe. En cierta ocasión le oí descalificar a los que le atribuían fomentar el culto a su personalidad. La propia vida interior acaba excesivamente centrada en la estructura burocrática básica. Don Álvaro fue muy santo, porque fue fiel al Padre y dedicó toda su vida y esfuerzos a secundar sus directrices. ¡Qué papel, como secretario general! ¡Qué genio como fundraising! ¡Cómo sabía ejecutar las órdenes y deseos del fundador! Etc. Lo importante es lo que nos viene de la delegación y del Padre. ¿Qué llevar a la oración? Los escritos del Padre. ¿Qué lectura espiritual? Las publicaciones internas. ¿Quién es un buen numerario, agregado o supernumerario? El que se pone incondicionalmente a disposición de la estructura burocrática para lo que gusten mandar.

Recientemente Agustina ha dado a conocer en esta web una Anunciación en la que a la Virgen María se le aparecen simultáneamente el arcángel Gabriel y Sanjosemaría, revestido este último de capa pluvial. La Virgen, poco acostumbrada quizá a que en la escena de la Anunciación la representen acompañada por alguien distinto de San Gabriel, parece prestar más atención a las gafas de concha del intruso que al anuncio de estar destinada a ser la madre de Dios. Hay quien interpreta que el gesto de la mano de la Virgen es de bendición hacia Sanjosemaría. Otros interpretan que le indica con un gesto de la mano:

— ¡Lárgate! Aquí no pintas nada.

Apetece preguntarle:

— ¿Padre, percibe usted en esa representación pictórica algo molesto, chocante o extraño que desdiga del cargo o posición que ocupa?

Según Fisac, que lo conocía desde antes de la guerra civil española:

— Cada día estaba más engreído.

Papas ha habido y habrá muchos. Pero el papado es de institución divina y no está previsto que haya dos simultáneamente. Lo que sí abundan son los fundadores. Durante cada pontificado nacen y se extinguen múltiples fundaciones y fundadores.

Recuerdo a mi tía Conchita amedrentando a su amiga Lola con esta obviedad:

— Lola, hoy es 20 de agosto de 1957. ¿Te das cuenta? Habrá muchos otros agostos, habrá muchos otros días 20; pero este 20 de agosto de 1957 nunca volverá.
— ¡Pues claro!, respondía Lola.
— Pero, ¡Lolilla! —insistía muy seria y trascendente— ¡no te das cuenta! Este 20 de agosto se termina ya. Nunca volverá. ¿No lo ves?
Conchita, no me digas estas cosas que me asustas, respondía su amiga a la que finalmente había logrado impresionar.

Si nos detenemos a ponderar eso de que fundadores del Opus Dei sólo hay uno, percibimos que tiene poco de extraordinario. ¡Pues claro! Lo propio sucede con Santo Domingo, San Ignacio de Loyola o Santa Teresa de Calcuta. Lo normal es la existencia de un único fundador; lo excepcional es lo de los siete fundadores servitas: Alejo de Falconieri, Bonfiglio, Bonajunta, Amideo, Sosteneo, Lotoringo y Hugocio.

En la Iglesia se fundaron y fundan instituciones diversas para gran diversidad de causas: piadosas, asistenciales, de enseñanza, de culto, de beneficencia, para redimir cautivos, ancianos, leprosos, etc. Lo que no es habitual dentro de la Iglesia —no así fuera; ahí está sin ir más lejos la fundación Camilo José Cela o la de Antonio el bailarín— es que el fundador se constituya en razón de ser de lo fundado: su obra como escritor o como bailarín y coreógrafo. Es esa obra suya y su persona lo que tenemos que admirar, imitar y difundir.

Error de don Álvaro, a mi modo de ver —y perdón por la casi blasfemia de aventurar que don Álvaro haya cometido errores: era otro santo—, ha consistido en acelerar la canonización del fundador. No me refiero a que se violentó el fair play del correspondiente proceso canónico, sino a que esas fundaciones centradas en la vida y obra de alguien suelen durar poco. Languidecen.

Y aquí lo dejo.



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