Antes célibes que sencillos

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Por Manzano, 8/10/2012


¡Cuántos recuerdos me ha traído Pixie en su elocuente testimonio del pasado viernes! Desde luego, tuvo un mérito enorme estar cuatro años nadando voluntariamente en un mar infestado de numerarios y mantenerse a flote. No me extraña pues que el “jefe” de la delegación se enfadara como un tiburón cuando vio que no podía retenerle bajo sus aguas.

Tuve también esa percepción, esa tan común entre la mayoría de los que hemos sido numerarios o agregados, de que al Opus Dei le ha perdido o al menos le ha representado un altísimo coste ese desmedido afán de que todo hijo de vecino que cumpliera con unos mínimos tenía que ser de la obra, pero de entrada, indiscutiblemente y por encima de todo célibe. Recuerdo la gran bronca que me llevé cuando entusiasmado le conté a mi director que propuse a un amigo ser supernumerario,…

Sin duda y en términos de eficiencia que tanto les gusta, sorprende que una organización tan experta en hacer negocio de todo y con todo, haya podido llegar a soportar un coste de oportunidad tan inmenso como consecuencia de la pérdida de potenciales socios supernumerarios por haber sido “quemados” prematuramente y contra natura como socios numerarios o agregados, entre otras razones. (Escribo en masculino, pero doy por sentado que lo mismo o parecido pasa y pasaría en la sección femenina a tenor de los testimonios).

Mi amigo era un chico de buena cuna y alto nivel económico. De tradición católica y practicante. Nos conocíamos desde muchos años antes a mi intento de utilizar nuestra amistad en beneficio del opus y para –cómo no- cumplir con mi cuenta de resultados proselitistas con un golpe de calidad, tal como nos estaba mandado.

Ambos teníamos 21 años, nos apreciábamos y habíamos tenido algunas aficiones comunes aparte de un buen conocimiento mutuo por haber compartido años de amistad sincera. Él salía con una chica hacía unos 3 años, aunque se daban algunas treguas temporales por motivos comprensibles, como el de estudiar en ciudades distantes y también por la entonces relativa corta edad de ambos para consolidar el noviazgo.

Sabía bastante no solamente del Opus Dei, sino también que yo era numerario y todo lo que ello significaba. Jamás había mostrado rechazo alguno, pero por diversas razones no mostró tampoco nunca un interés especial. Y llegó el momento, la coincidencia de ciudad en que yo residía y a la que él se trasladó para cursar un segundo ciclo de formación superior.

Tuvimos varios encuentros, le invité a venir por el centro y casi siempre aceptó de buen grado. Recuerdo especialmente una romería que hicimos los dos solos, me sorprendió su devoción, de la que ya sabía pero que en esa ocasión era más intensa, pues –como supe posteriormente- estaba encomendando en especial su vocación al matrimonio, ya que tenía intención de formalizar socialmente su relación en un corto plazo de tiempo.

¿Pero cómo te atreves a hablarle de ser supernumerario? ¿Sabes que algo así debe ser aprobado antes por la Delegación?, me interpeló mi director.

Pues si de eso se trata, creo que debes preguntar y obtener la licencia, le dije. Creo, -seguí inocentemente- que ese chico será un gran padre de familia y sería también un buen supernumerario… ¡La que se armó!

Evidentemente, me conminaron a seguir tratándole con el único objetivo de plantearle ser numerario y a bombardearle con “razones sobrenaturales” para que así se lo planteara y dejara de pensar en su proyecto inicial, el natural. De hecho, siempre me contestaba algo así como que el matrimonio sí que es una vocación de verdad, que lo que yo le planteaba era una enmascarada que usa un vocabulario estudiado para disfrazar la realidad de las cosas, por muy divinas que parecieran. En mi interior pensaba que tenía razón, pero me enfadé un poco con él porque ni siquiera quería considerarlo. Pero menuda lección me daba el tío.

Se desató un verdadero toma y daca, un pressing agobiante, espoleado veladamente por mi director, haciéndome ver los grandes beneficios que de todo orden se conseguiría con ese fichaje. Un acoso en toda regla. Estuvo en el top de la lista de San José del centro de forma destacada, en mayúscula, subrayado y en negrita. Vamos, que el número dos estaba en otra hoja.

Pero mi insistencia obsesiva tuvo el peor efecto posible para la corporación y para mi ego de numerario militante. Se produjo la última conversación: mira, si vuelves a insistir en el tema dejaré de atender tus llamadas. Yo quiero formar una familia y ni tú ni el Opus Dei me convencerá de lo contrario. De hecho, estoy muy decepcionado con este proceder y no quiero saber nada más de todo esto.

Lo que jamás imaginé era que mi mayor consuelo me lo dio mi propio amigo al ver en mi cara reflejada tanta frustración. Sus palabras fueron: tú lo has intentado porque es tu obligación, pero nunca te lo tendré en cuenta, no te preocupes. Efectivamente, cuando nos reencontramos pocos años después y contarle que ya no era de la Obra, me dio un abrazo tal que todavía me emociono -y me duele- cuando lo recuerdo.

Ya entonces, me vino a la cabeza (¡qué cabezudo!) que quizás lo que realmente quería la Obra de mi amigo era lo que vendría con él bajo el brazo -un patrimonio empresarial considerable- más que la vocación numeraril en sí misma, pues ésta había que inventarla para él como fuera. Y la auténtica, la de querer formar una familia, vocación que él tenía sin duda ni fisura alguna, había que anularla a toda costa. A veces lo enredan con el tema de la generosidad, pero sabemos que es una falacia más.

Total, que el Opus se quedó sin numerario, sin la muy apreciable dote y sin supernumerario que hubiera dado las más que probables generosas aportaciones y quizás a medio plazo incluso posibles numeraritos. Ese amigo cerró para siempre y así lo sigo yo certificando después de varias décadas, las puertas a cualquier mínima relación con la prelatura.

Sorprende, de hecho indigna, la facilidad o ligereza con que se ha planteado y fracasado con todas esas miles y miles de “vocaciones”, tan a menudo estériles e incluso contraproducentes a tenor de lo visto y de cómo está el patio, -principalmente referente al celibato en sus distintas modalidades-, que contrasta con la seriedad, gravedad y transcendencia que representa para cada persona, para cada ser humano a nivel individual que ha sido sometido a ese planteamiento tan sospechoso.

Un gran error de estrategia, debido sin duda a la avaricia y sobre todo a la soberbia corporativa, que rompió el saco y ahora están pagando las consecuencias. Evidentemente no reconocerán jamás error alguno, pero tengo la sensación y certeza de que cada vez hay más gente de dentro, especialmente cabe destacar a sacerdotes, que de alguna forma reconocen y dan a entender que algo debería cambiar. Y así lo expresan confidencialmente de palabra y también por escrito. (Desde luego puedo probarlo).

Para los mayores gerifaltes todo esto es algo muy liviano, rutinario, les importa un comino y tienden a ser muy olvidadizos, siempre y cuando no les haya costado un esfuerzo que no hubiere sido compensado o amortizado de alguna forma.

Bravo Pixie, tú también les saliste caro.




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