Anexo a una historia/Gobierno

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LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO A UNA HISTORIA


GOBIERNO

Me parece interesante comentar algo sobre el sistema de gobierno que se emplea en la Obra, por lo que en ello va implícito.

Sé lo que es gobernar; sé lo que es estar al timón. Lo sé en mi propia carne. Y no arriendo las ganancias a nadie -bajo ningún concepto- a quien le haya tocado en suerte. Sé bastante de todas las limitaciones con las que uno se encuentra tanto hacia arriba como hacia abajo. Conozco la falta de objetividad en la comprensión, igual que conozco cuán difícil es que llueva a gusto de todos. Sé lo malas que son las envidias. Y el subjetivismo en el que tanto abundamos; la falta de amplitud de miras de tantos. Sé lo que es poner toda la carne en el asador y que se retuerzan las intenciones más nobles. Como sé lo poco frecuente que es tener una capacidad suficiente tanto para hacer entender como para saber comprender. Por lo que comprendo y defiendo y sé disculpar a los que se encuentran en tal situación. Comprendo a unos y comprendo a otros. Y quizá por eso también creo sólo en la verdad del justo medio.

Sin afanes peyorativos, sin que sean afirmaciones hechas a voleo, ni por simple gusto, ante la evidencia de los hechos, el gobierno de la Obra sólo puede ser calificado, en honor de la verdad -vivida- de dictatorial, dogmatizante y absolutista. Es duro, lo sé; no es nada agradable tener que expresarse así; pero no creo que, sin exagerar, haya otra manera de llamar a las cosas por su nombre.

Y entiendo que no es lo malo que las cosas pasen, que sucedan, que se den... No es eso lo malo, no. Lo malo es que no se vean, que no se acepten, que no se corrijan. Y mucho peor, que no se admita, que no pueda existir sobre ellas una crítica constructiva. En la Obra no cabe, no existe ninguna posibilidad de crítica.

No es la Obra, como decía, "una organización desorganizada", según afirma, por ejemplo, el libro "Conversaciones con monseñor Escrivá de Balaguer". Sería más exacto definirla como "superorganizada" supercontrolada, superdirigida. Praxis y más praxis; praxis para la atención a las personas, praxis para la organización apostólica; praxis para limpiar, para cocinar, praxis para todo y para cada cosa. Contrariamente con su espíritu, todo está previsto, todo está determinado, todo establecido. Notas (de régimen interno), guiones, escritos; hasta el rezo del Rosario tiene un guión expreso, y por motivos de buen espíritu; siempre que se dirija, debe hacerse con él en la mano, leyéndolo, para que siempre se haga exactamente igual.

Cualquier cosa que pase a alguno de la Obra es experiencia para todos los demás. Si a uno viajando de noche en un tren le dan un susto, nadie más viajará de esa manera. Y así cada caso, todos los casos de tantas personas. Así cada cosa una nota, una experiencia. Y de ahí... la abundancia de normas.

Todo viene de Roma -de la casa central-, todo emana del Padre o lo supervisa él. Por lo que gobernar, lo que realmente se considera gobernar, en la Obra, se reduce, podríamos decir, al Presidente General.

Hay que ser fieles sin interpretar, y los directores los primeros. ¿A qué se reduce el gobierno en la Obra? Se reduce a ser más fieles que los demás; más fieles transmisores; más exactos cumplidores; más resonante eco de lo que el Padre dice y quiere.

Por eso, servir para gobernar las casas de la Obra es, o estar en la primera juventud, entusiasta, ingenua, inconsciente y dócil, "muy dócil"; no tener más sentir ni más consentir que el del Padre; o puede ser también una necesidad psicológica (ingenua inconsciente incluso), que encuentra en el cargo la manera de disfrutar dc cierta "categoría" que no se tendría de otra manera. Sirven también los que han pasado la frontera de la sensibilidad. "Cuesta, no se entiende, pero acabas acostumbrándote", es todo lo que han podido argumentarme cuando en situaciones incongruentes en las propias consignas de gobierno, he acudido o pedido explicación, comprensión a personas mayores y experimentadas en el hacer de la Obra.

Por eso sirven mejor los muy jóvenes, los recién llegados, los conformistas, los servilistas o los indiferentes. Y algunos, decía, a los que compensa la distinción que para ellos supone. He vivido con personas que han puesto todos los medios para sustituirme, cuando me ha tocado a mí estar de directora, con verdadero afán de serlo ellas.

"Gobiernan unos porque no hay otros", suelen decir, mientras a esos "otros", conscientes y consecuentes, capaces e inteligentes, se los retira a tareas secundarias, escondidas e inadvertidas, porque resultan comprometedores, "problemáticos". "Están ya cansados, es mucho para ellos, y hay que dedicarles a tareas más fáciles", argumentan como razonada sinrazón a sus destituciones.

Directoras en la Obra son también esas personas que saben mucho de grandes broncas del Padre, que quiere a sus hijos muy libres, pero haciendo "exactamente, prontamente y únicamente" lo que él quiere. Que le han tenido cerca y han quedado impregnadas de ese sentir e insistir suyo. Los que pasan por ello, los que saben identificarse plenamente con tal sistema, son los que sirven.

En la Obra, a cuarenta y tantos años de su fundación, como consecuencia de esa selección constante, de esa criba especialmente cuidada para estos casos, toda persona que está gobernando, o que rodea al Padre, es ya, ha de ser, de una manera especial, de una clase muy concreta. Gracias a lo cual, esa colegialidad con que Monseñor Escrivá cuenta está compuesta sólo de personas que pueden y saben gobernar como él ha previsto que se haga, como él necesita y desea. Estilo y selección, que crea una casta, y que muy bien puede ser la causa y la razón de todo lo que pasa (de los que se van, de los que se quedan, de la imposibilidad de tantas cosas...).

Gobernar, en la Obra, es estar más dispuestas que nadie a comulgar con ruedas de molino.

Hay que crecer, hay que madurar, hay que ser mayores, para que haya personas idóneas y capaces de gobernar bien (dicen). Pero sin dejar por ello de sentirse neceitada o incapaz por sí misma. "Niños pequeños", manejables, dóciles, "siempre pequeños" (como necesidad de buen espíritu) y los directores también, los directores especialmente.

Tiendo a olvidar lo anecdótico con bastante facilidad, y sin embargo aún recuerdo algunas frases de una entrevista que me programaron un día, cuando ya tenían decidido que me hiciera cargo de un centro de estudios como directora. Mira, me decían, tienes que evitar toda vanagloria, los cargos son cargas, y tienes que pensar que nada de lo que afecta al cargo te corresponde a ti, que no importa que no sepas, porque lo que has de hacer está todo escrito, sólo se trata de hacerlo vivir, de secundar al Padre. Me sorprendió, lo que no quiere decir que me afectara. Y no me afectó porque ni yo había deseado el cargo ni lo había pedido, ni aquello para mí tenía más trascendencia que la de seguir viviendo el espíritu de la Obra lo mejor posible en bien de todos. Puedo asegurar que el nombre de directora en ningún momento llegó a sonarme como propio. Nunca me han importado los títulos, sólo me importan los hechos. Pero sorprende la "innecesidad" de saber, o hacer, en cuanto a las personas. Directora así podía serlo igualmente un robot programado.

Libertad de opinión, comprensión, insinuaciones, consejos; esto es lo que enseñan que debe ser el gobierno y la dirección en la Obra. El Padre asegura que se fía más de la palabra de una hija suya que de la firma de cien notarios. A la vez de que no se fía de que nadie haga nada bien como no sea aplicando al pie de la letra lo que él escribe y manda.

"A nadar se aprende nadando", es otro de los slogans (del Padre), llenando de patas y patos la decoración de las casas de la Obra. Slogan decía, sí, ¡sólo slogan! A nadar se aprende en la Obra sólo dejándose aconsejar, indicar, pero entendiendo tales adjetivos según el léxico específico, en el que lo que quieren decir es ordenar. Cualquier insinuación, por leve que sea, es materia de obediencia; es motivo de advertencia por parte de cualquiera que haya observado menos prontitud en captarla y seguirla. Todo es libre en la Obra, pero siempre que libertad se le llame a hacer y elegir exactamente eso que es el estilo, el querer y el sentir de su ley o su norma. Una libertad que necesariamente queda reducida a toda su abundancia (y valga la contradicción) de control y de normativa.

Dicen que la Obra no se mete en la profesión de los suyos; pero siempre que esa profesión esté de antemano al servicio y al estilo de la Obra en sí; siempre que la Obra y sus sugerencias sean antes que la profesión misma.

Insisten, por ejemplo (dentro de esta línea de lo que se dice y lo que de hecho es), en que las revistas, editoriales, etc., con que la Obra se maneja, son consecuencia del trabajo profesional libre de sus socios. Con toda la libertad que actuaciones como la que sigue puedan significar. Por indicación de las propias directoras de la Obra, a la misma directora que un día se le encargó lanzar una de esas publicaciones, pasados unos años, por iniciativa de las mismas directoras de la Asociación, se la sustituyó por otra, que en ese momento resultaba más manejable y más adecuada, según los criterios de gobierno interno de la Obra. Sin más importancia al problema de trabajo (de nuevo trabajo) nada despreciable que a la primera le suponía, tenía que dejar aquello, sin más, y buscarse otra cosa; otra cosa a una edad nada fácil, otra cosa en medio de las dificultades profesionales de cambio ordinarias de la vida. Sencillamente porque en la Obra se cree necesario y conveniente actuar así. Es un ejemplo; es una manera de explicar, de "entender" quizá, la libertad profesional.

Libertad hay que considerar también la necesidad de pedir permiso, permiso por escrito para todo tipo de lecturas "sospechosas" (que son todas menos algunos libros de Patmos, ni siquiera todos los de esta colección están permitidos); ya sean lecturas por motivos profesionales, de estudio, espiritual o recreativo. Permiso previo y cada vez (ningún permiso debe servir para más de una vez, ni pasar de un plazo determinado).

Cuando el Padre habla y predica y grita, abriendo sus brazos en cruz y aclarando que no extiende ni sólo el derecho ni sólo el izquierdo, sino los dos a la vez para que quepan todos, para acoger a todos, para comprender a todos, ¿de qué clase de comprensión está hablando? Cuando asegura que quiere a sus hijos "libérrimos", ¿a qué tipo de libertad se refiere? Más de una vez, con pena y con sorpresa, he tenido que preguntarme cómo es posible, qué puede significar predicar así, definirse así, y actuar luego de manera tan distinta.

En la Obra se encuentran bastante fácilmente actuaciones manipuladas por otros, en otras muchas organizaciones; y sin embargo ellos no se dan por aludidos, no se encuentran sino todo lo contrario, a pesar y por encima de la evidencia de los mismos hechos.

La desorganización, la amplitud, la confianza, que por todas partes se teoriza, pero que luego es tan difícil de encontrar, quizá pueda encontrarse en la peculiar selección aplicada a los consejos locales (son los órganos de gobierno de cada casa o centro compuesto por directora, subdirectora, y secretaria). Se cuida la selección de directora, algo la de subdirectora, y para secretaria sirve cualquiera; lista o torpe, abierta o cerrada, mejor o peor, cualquiera. Yo las he conocido neuróticas, pero neuróticas clínicamente hablando; y no importa, no se tiene en cuenta; unas que suplan a otras, y... a la vez que da igual cómo afecta y cómo rompe a tantos. Pero da igual, sí; eso sí que no cuenta, eso sí que es amplio.., desorganizado y difícil. Porque es además, en esa misma persona enferma, incapaz o tarada, en la que hay que seguir confiando. Yo tuve una vez una secretaria en uno de los consejos locales, que me iba a buscar a la habitación a medianoche, y me decía: "Ya puedes despertar y dedicarte a oír mis barbaridades, que para eso eres mi directora y tienes obligación de hacerlo" (barbaridades, insolencias, insultos, sin más interés y a medianoche); la misma con la que durante el día tenía que compartir el gobierno, compartir opiniones, etc. Dos años me costó hacerlo entender a las directoras inmediatas de la delegación (es el escalón siguiente hacia arriba en la organización de gobierno de la Obra, una por cada provincia o zona de una región), y cuando me pareció que se habían hecho cargo del problema, y vi que se decidían a cambiarla, fue para enterarme a los pocos meses de que la habían mandado a otra casa, de otra zona distinta, pero al mismo tipo de cargo. En otra ocasión, las dos del consejo local que me tocaron, se dedicaron a quitarme autoridad por detrás ante las demás de la casa, para así ellas vivir más a su aire. Son cosas de esas que aseguran que no pasan en la Obra; y yo diría que más bien es que no pasan poco, aunque no se las quiera afrontar y se pretenda con ello aparentar lo contrario.

Importan las formas, importa que ese tipo de cosas (negativas) no trasciendan; importa que esos problemas se disimulen al máximo, porque pueden ser faltas de caridad con las personas que quedarían desmerecidas; sin que la caridad, al parecer, tenga que ser la misma con aquellos en quienes repercute, desconcertando o sencillamente haciendo daño. Importa la unidad (insisten), la discreción de tapar y aparentar otra cosa, pero sin que importe la solución y la verdad misma de todo ello.

Importa la cortesía extrema (formas y más formas), el trato en la Obra es versallesco. Dicen que fraternal y sencillo incluso con los directores. Pero a base de una obligada naturalidad que se ha de componer de las más exquisitas deferencias y de los más rebuscados respetos.

Cuando se es directora, se es esa persona que ha de cargar con todas las responsabilidades, con todas las bregas de todo lo que la rodea, que ha de dar la cara a cada cosa, y que ha de darla además en nombre propio; pero sólo aplicando las medidas que "aconsejan" lo escrito, lo establecido, "lo que siempre se ha hecho en la Obra". La Obra tiene unas costumbres, unos sistemas, que son los únicos aplicables escrupulosamente en cada caso.

Una directora me contaba en una ocasión la historia, por no decir la tragedia, de una de las numerarias que le estaban encomendadas (era una de esas numerarias exóticas, de las que convienen para el lucimiento de la Obra, extranjera), rebotada y a disgusto, que se quería marchar, pero que esa directora suya (que la comprendía) no debía consentir (así le venía indicado desde asesoría, órgano de gobierno regional, por encima de las delegaciones y dependiente directamente de la asesoría central, que está en Roma), y me contaba que un día le llegó a tirar la maleta a la cabeza, se fue de casa, y le costó muchas horas buscarla por toda la ciudad. Podía haber dialogado su caso, podían incluso haberse entendido; pero no, gobernar en la Obra es seguir directrices, y nada de eso, nada fuera de ello, sirve para nada.

Gobernar en la Obra es, sigue siendo, aceptar que ésta se quede porque a la Obra le conviene; como lo es aceptar y pasar por plantearle a tres o a diez que se vayan, por la misma razón, y sin más explicación ni sentido. Es admitir que sigan las que las directoras de gobiernos superiores dicen que deben seguir, pase lo que pase, cueste lo que cueste, se piense y vea y haya las razones inmediatas que sean, por parte de la que directamente vive los casos; a pesar de los pesares, es la que menos tiene que ver ni que hacer en todo. Admitiendo que esa que quiere marcharse, pero no "debe", rabie y sufra e incordie, pero que se quede; que esa otra, que no entiende por qué tiene que abandonar su vocación, se tenga que marchar porque se lo dicen, aunque se encuentre, de la noche a la mañana, en la más inaudita soledad. Las hay que, desconcertadas, caen, ¿por qué no?, ¡es tan lógico!, en aberraciones y locuras, que luego "habrá" que achacar a las interesadas, y que... sin embargo... ¡Cuántas responsabilidades que no podrán ser sino consecuencias de las actuaciones que con ellas se han tenido!

El juicio personal en la Obra existe, debe existir, pero sólo para "rendirlo". "Hay que rendir el juicio", y hay que rendirlo constantemente; corno prueba de docilidad, de entrega, de visión sobrenatural. Rendirlo al Padre, lógicamente, por encima de todo; o al criterio de los que en su nombre mandan. Creo que de las cosas que ningún miembro de la Obra se negaría a admitir, ni siquiera so pretexto de cuidado buen espíritu, es precisamente esa de que la única razón, la única explicación, que se utiliza generalmente ante cualquier tipo de explicación inexplicable (y valga la redundancia), actuación, etc., es la de que "hay que mirar hacia arriba", "Dios, el Sagrario y tú; lo demás no importa, no tiene por qué importar; si no lo entiendes, si no te parece bien, si te choca o lo encuentras extraño (te toque de cerca o de lejos), no te pares en ello, mira hacia arriba, y deja que las cosas sean como Dios permite", es todo el razonamiento que en la Obra se admite en relación con las dificultades de los demás. Y Dios, ante esta clase de docilidad, ante este estilo de renuncia al ejercicio de facultades intelectuales, racionales, me pregunto yo, ¿qué es lo que permite? Renuncia además a título de un "estilo" secular, que a tono con esto en riada desmerece frente a cualquier otro estilo conventual, que tan ajeno debería resultarle.

Yo entiendo que ante una Revelación Divina, el juicio humano se rinda, se rinda ante Dios, necesitando de su verdad y de su luz, consciente de la pequeñez de la criatura frente a su Creador, admitiendo y adorando la grandeza de Su Gloria. Entiendo que se le rinda honor y veneración, sumisión y acatamiento, a Dios y a su Iglesia (Cuerpo Místico Suyo). Pero ¿rendirse a un criterio personal de otro, hasta. en lo más opinable, hasta en lo más corriente y diario?, ¿rendirse, renunciar a toda una aportación individual propia, consentir en una anulación de valores despersonalizantes y arrolladora, a favor de Monseñor Escrivá, por muy fundador que sea? ¿Qué puede eso tener de sobrenatural, a diferencia por ejemplo del maoísmo, o de cualquiera de esos sistemas avasallantes y dictatoriales, por muy distintos que sean sus fines?

Bueno y santo, podría ser, ¿por qué no?, todo ese afán de entrega y de renuncia que la Obra inculca a los suyos, tan ejemplarmente aceptado y vivido en la vida diaria de muchos de ellos, si no fuese por tantas desproporciones como encierra su sistema.

Comentaba los distintos extremos del concepto "organización desorganizada", que se usa en la Obra. Extremos como el de imponer --junto a la desorganización comentada- la organización de una clase de dirección, que abarca desde dejar que lean las cartas (tanto las que se reciben como las que se mandan) hasta contar --como ya apunté anteriormente- lo que se piensa, lo que se siente, el desarrollo de la propia oración, si se sale o se entra, con quién y de qué manera, si han dicho a cualquier persona de dentro o de fuera.., etc.

Con una espiritualidad que ha de mantener a una convencida de que todo lo que de esa clase de dirección se salga es diabólico, creando la necesidad, el escrúpulo (a veces, y según para quién, atormentador) de más decir, y más dejarse aconsejar, y más y más, porque si no se encuentra una infiel y pecadora.

"De ciento no caben ciento", como Monseñor asegura, no. Caben sólo los que son capaces de asimilar todo eso. De ciento caben sólo los que son capaces de ser más de piedra que de carne; las que son capaces de permanecer impertérritas pase lo que pase alrededor mientras de arriba no le digan que se altere; las que no ven otra posibilidad de discernimiento que la del Padre; las duras, frías o acolchadas. Las que no son así, sufren demasiado. Las hay, sí, pero lo pasan muy mal. Y es mejor -asentía una directora regional- que de no poder ser de alguna de esas maneras, se marchen.

Crea todo esto un enorme caparazón, curte. Y así como es cómodo para algunos vivir protegidos, asegurados, así como la suficiencia de la Obra arropa y estimula a tantos, de igual manera que la vida en sí (material y espiritualmente hablando) es fácil para los que militan en las filas de la Asociación de simples súbditos, para los que les toca gobernar, el entrenamiento es tremendamente duro; es toda una fragua donde a martillazo limpio y al rojo vivo se forjan personalidades curadas de espanto para toda la vida; personalidades a las que les costará mucho volver a tener una sensibilidad corriente, una impresionabilidad normal.

Las hay (directoras de la Obra) que hay que mantenerlas en un puesto serio de gobierno, porque quitarlas es contribuir a su derrumbamiento total (psicológico, moral e incluso físico). Estar en cabeza es estar comprometida con un "público" que se quiera o no se está amparando en una. Si a veces hay algunas que se van cuando les quitan el puesto de gobierno que tenían, no es tanto porque les importe (como puede parecer), porque las haya defraudado pasar a menos, como por el hecho de haber quedado libres de afectar a las que les estaban encomendadas. Es muy difícil -yo admiro a las que lo hacen-, es muy difícil perseverar en la Obra viendo las cosas que se ven cuando se ejerce un cargo importante. Por eso hay también muchas directoras fuera. Y muchas directoras estropeadas, enfermas, arrinconadas. A una, una vez (es sólo un caso entre mil, ilustrativo) que le había tocado cuidar a una numeraria mucho tiempo enferma, con encefalitis y hasta que murió, a la vez que llevar toda la administración (como directora) de una clínica, rodeada de numerarias muy jóvenes, una cleptómana, otra neurótica, y toda la brega que eso supone... a esa persona, cuando acudió a sus directoras inmediatas de delegación para pedirles ayuda, la cambiaron, reduciéndola a ayudar en la limpieza de una de las casas de ejercicios, allá por la sierra de Gredos. De un extremo a otro. O se aceptan las cosas sin más, o no se sabe hacerlo. A mí, cuando otra vez acudía a ese mismo tipo de directoras, pero en zona distinta, para algo semejante; a mí, que estaba acostumbrada a tareas de envergadura, me retiraron a una cocina de un colegio mayor a hacer bollos de leche para los desayunos. O todo, o nada. Porque la solución sólo podrá seguir siendo la misma, la de que las cosas no cambien, y la de que sean las personas las que nunca tengan por qué objetar. Directoras de delegación que actúan en uso únicamente de esa escalonada aplicación de lo previsto y establecido desde arriba, para a su vez aportar hacia arriba ese deber cumplido.

¿Confianza, cariño, comprensión? Se predica, se escribe, se alardea; es mera teoría. Se acaba creyendo, se cree que aquello que se vive se llama así, porque así lo repiten y así mentalizan; se cree hasta el punto de intentar darlo, crearlo para los que nos rodean; para acabar desilusionada, atropellada, hundida, en todas las contradicciones que en la práctica lo imposibilitan.

¿Familia la Obra? Ni siquiera milicia. Yo diría más que legión. Viendo la película "Los novios de la muerte" (versión moderna), me sonreía sola recordando y pensando ¡qué corta se queda la Legión, a pesar de todo lo que es, al lado de la Obra!

Y a la Obra hemos llegado muchos que, aun respetando y venerando el espíritu militar, no nos hemos sentido atraídos nunca por él, sino por un espíritu cristiano y secular, sencillo, de la vida, profundo, pero amplio y desarticulado. Y somos nosotros los que no cabemos; somos nosotros los egoístas, los pocos generosos, los equivocados. Porque en la Obra, como en la Legión, no cabe pensar en la persona, importa sólo la "orden", la Obra como tal; y nosotros.., creíamos en todo lo demás.

"Aristócratas del amor" se han autollamado, en frase de su fundador. Aristócratas, diría yo, de la frialdad, de la dureza, de la impiedad. No creo exagerar que es mucho lo que en la Obra hay que prescindir de la persona. Personas fenomenales, personas estupendas, personas a las que, valga el inciso, debo el maravilloso bagaje de una convivencia que enriquece en tantas cosas buenas como esas personas aportan. Personas a las que quiero de veras y ante las que no me siento en la más mínima oposición, sino todo lo contrario. Y lo siento, a pesar del vacío y el desinterés con que abandonan. Personas a las que porque las conozco, sé de lo que serían capaces si pudieran ser ellas mismas. Sé, y por eso lo sé, que ¿a quién sino a la Obra puede ser achacable todo lo que pasa? No son las personas, no. En la Obra hay de todo como en todas partes; pero hay realmente gente selecta, gente muy cribada, acrisolada, experimentada. Gente que, para mí, han sido compañeras de faena en unos años clave, en la juventud, en la época de las grandes energías y de las grandes ilusiones. Pero personas que dejan de ser ellas para aparentar lo que la Obra quiere y necesita ser a través de ellas. Ante lo que lógicamente se entiende que se aparten y rehuyan, te ignoren y desprecien. Dicen que rezan por uno, que te encomiendan. Yo sólo sé que nunca encontré buena oración la que separa alma y cuerpo, la santidad de la vida misma y sus circunstancias. Hablaba del gobierno en la Obra; mi experiencia, ante ese tema, es que, con las mejores palabras y las más exquisitas formas, en la Obra se cometen los mayores atropellos con las personas, para sacar adelante las labores.

¿A quién, psicológicamente, le es posible llevar bien, superar tantos vaivenes, de hoy todo, mañana nada, hoy esto, mañana todo lo contrario, sin más explicaciones ni razón, hoy aquí, mañana allí? ¿A quién, sin un porqué, sin una explicación, de preparación de edad, o de ambiente? ¿A quién? Son muchas las personas dedicadas en la Obra sólo a gobernar, sólo a esa labor interna de gobierno. Personas psicólogas, experimentadas, trabajadoras, buenas ¿qué hacen?, ¿a qué se dedican?, ¿por qué lo admiten?, ¿24 horas del día dedicadas sólo a esto, para que las cosas tengan que resultar y ser así?

¿Cómo es posible que no salgan al paso de dificultades serias, que no cuenten para ellas experiencias y descalabros tan fuertes como los que objetivamente existen, que no se den por enteradas, que sigan y sigan organizando, y controlando, sin pararse ni responder a nada que no sean necesidades de la misma Obra (del Padre)? ¿Cómo es posible que tenga que ser así, cómo únicamente quepa actuar?

Y es posible quizá porque transmitir exactamente una cosa, estar pendiente de no dejarse ni un ápice, tener la necesidad, la obligación de que nada cambie, sentir el enfado o el disgusto que eso produce a esa persona que es a la que hay que seguir (el Padre), tener que reaccionar exactamente como esa persona quiere que se reaccione, realmente lleva muchas energías, y mucho tiempo; una enorme tensión, y lógicamente lo explica todo.

La Obra, esa Obra que de hecho se proclama una cosa y dentro se vive otra, se impone otra, DE LEJOS ATRAE, DE CERCA DECEPCIONA.


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