Anexo a una historia/Apéndice

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LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO A UNA HISTORIA


APÉNDICE

Cuando escribí este libro, en su primera edición, lo definía como una charla, conversación sobre la marcha, sin más pretensiones de estilo. En ningún momento me propuse la calidad de una obra literaria, sino la autenticidad de una aportación histórica, a través de un diálogo abierto que de esta manera quedó iniciado, únicamente iniciado. Y que ahora, debido a la difusión del mismo, creo que debe continuar, cara a las distintas preguntas, argumentaciones o comentarios que para algunos interlocutores del mismo han podido quedar más o menos en el aire. Junto con la aportación de quienes, espontáneamente, han querido unir sus voces, su propia experiencia, a la confirmación de tales exposiciones.

Las razones de por qué lo escribí quedaron ampliamente desarrolladas en todo un capítulo del mismo; a pesar de lo cual sigue habiendo quienes insisten: ¿por qué?

Porque he necesitado aportar mi testimonio, dado que me siento responsablemente comprometida con la verdad, con una verdad concreta: la de aquello que ha venido a formar parte de mi vida y por el hecho de haberlo formado. A lo cual hay algunos que se permiten objetar que, después de todo, una vez que he dejado la Obra, allá ellos, a qué preocuparme más. . . Y aunque no deja de ser en parte razonable, hay sin embargo una razón superior (me afecte a mí o no me afecte) que viene a ser ni más ni menos que la razón de no consentir en atropellos en las personas para el encumbramiento de una sola persona, por muy fundador que sea; la razón de intentar evitar que la fe de tanta gente de buena voluntad tenga que quedar reducida a la sola fe ciega en Monseñor Escrivá; la razón de advertir a otros lo que a mi me hubiera servido tanto saber, ya que se trata de cuestiones asociativas generales.

Para algunos la postura más ejemplar parece que sea la de sufrir y callar. Yo diría que así como es la postura más cristiana en lo personal, deja de serlo en cuanto las consecuencias que de ello pueden derivarse repercuten negativamente en una colectividad y de forma general. Puede llegar a ser también la postura más cómoda, la más cobarde. Se trata de que el que consiente se hace cómplice. Se trata de que así como hay una responsabilidad de hacer el bien, hay otra, no menos importante, de evitar males socialmente equívocos. De la misma manera que a Dios tendremos que dar cuenta de la palabra ociosa, no menos tendremos que dársela de callar u omitir la palabra testimonio.

Los hay para quienes callar es el mayor servicio que cabe hacer a los "ingenuos de buena voluntad que estarían mejor sin saber tanto". Creo que esto es una postura de "verdad a medias", falsa verdad, abiertamente semejante al estilo farisaico que tanto abominaba el Maestro. Hombres (los fariseos) que se distinguían por su "fervor religioso", separados y prevenidos siempre contra aquellos que consideraban menos dignos, y "fieles" cumplidores más de la letra que de la propia Ley. Hipócritas les llama Jesús.

Para otros: problemas de éstos ya tiene bastantes la Iglesia, y no ven demasiado ortodoxo cargar las tintas. Indudablemente no deja de ser un problema más; pero uno que, si se deja, no sólo no se arregla nada, sino que se contribuye a que vaya a más y sea cada vez peor, más difícil.

Los hay para los que el mito del Padre les lleva a considerar aberrante toda disidencia respecto a él; se trata de un sacerdote, insisten; y hasta me han llegado a escribir que, quiera yo o no quiera, es santo y será canonizado santo.

Ni quiero ni dejo de querer. Es algo que gracias a Dios no me compete a mí juzgar. Me encantaría poder referirme a la Obra sin tener que hacer la más mínima alusión a la persona de su fundador (Convencida a la vez del interés de una auténtica biografía sobre dicho fundador, para la que desde luego no me considero la persona más idónea.) Lo cual creo que hubiera sido posible si Escrivá se hubiera limitado a fundar, a poner en manos de la Iglesia un nuevo instrumento de trabajo apostólico, en el mejor de los casos dirigido y gobernado por él, sometido a unas normas y a un estilo de vida forjados por su esfuerzo, pero no encasillado en su exigente y absorbente personalidad como razón única de fidelidad. Y decía "en el mejor de los casos" porque ni siquiera es necesario que un fundador sea el que dirija su fundación: si San Francisco de Asís se hubiera empeñado en hacerlo, posiblemente los franciscanos no existirían. Por contraste he buscado historias de fundadores y me ha sorprendido la diferencia de afanes en cuanto a la imposición de su personalidad en los que han llegado a santos; no les va, no lo buscan, hasta lo rehuyen. Aportan lógicamente a sus órdenes aquello que ellos "conciben" como instrumento de bien; con una repercusión de esa personalidad que las origina que no pasa de ser algo inevitable e incluso inadvertido por ellos mismos, ignorado e indeseado. En la Obra lo penoso es lo contrario, lo penoso es que en la Obra ella misma y la personalidad de su fundador no se pueden separar, son una sola cosa.

Lo penoso es tener que referir a una persona lo que sólo debería ser producto de la evolución o incidencias del sistema como tal; como lo son las contradicciones surgidas del deterioro propio de las cosas en su transcurrir diario. ¡Ojalá que esas incoherencias que se producen en la Obra pudieran ser tratadas de una manera impersonal! A mí sería a la primera que me resultaría bastante más fácil. Ha sido todo el tiempo mi intención evitar aquello que pudiera quedar en meros juicios a personas, como ampliamente dejé expuesto en los tres primeros capítulos del libro. Pero yo no tengo la culpa de que en la Obra ese transcurrir contradictorio no sea sino la peculiar contradicción de la persona de su propio fundador. Muy a pesar de que no es su persona ni su personalidad lo que a mí me importe, si no fuera porque en la Obra se ha identificado lo institucional con su sola y única personalidad.

Sin embargo, en honor de lo que los acérrimos veneradores de la institución quieren denominar postura cristiana, hay que anatematizarme a mí, y hay que hacerlo desprestigiando, ofendiendo. (Conversaciones en la calle y cartas en revistas.) Quizá porque como el libro no "deben" leerlo, no han podido tener en cuenta aquello que ya dejé escrito en su página 142. Acepto y respeto (y creo que en nada he obstaculizado) opiniones de otros distintas a las mías; anécdotas, experiencias en pro y en contra; entiendo y he expuesto mi testimonio como uno más. Pero opinar es una cosa, opinar incluso lo más opuesto, y otra es insultar. Cartas éstas en las que, curiosamente, todos se atienen a consignas tan precisas y concretas como la de no mencionar el título del libro, la de definir sin demostrar (tan usual en la Obra), la de no prestar atención a razones ya argumentadas, o la de condenar alegando no haberlo leído. Algo así como lo que podríamos calificar de antítesis del diálogo. No quieren que lo haya. Y no van a regatear esfuerzo para que deje de haberlo.

Es curioso como, además, estos mismos defensores se jactan de "no haber pertenecido ni pertenecer" a la institución, a pesar de lo cual consideran sus apreciaciones sobre la Obra "desde fuera" superiores y mucho más exactas que las mías (vividas dentro), pretendiendo calificarlas de falsas en honor de "tanta argumentación contundente". Porque eso sí: no deben leer, pero deben condenar. No deben mencionar el título, pero deben desmerecer de su autora, incluso decir que "hay que rezar por ella, porque, pobre chica"; y hay que dejar entrever motivos indeseables de revancha o problemas personales; aunque sean los propios originadores de tales "enfoques defensivos" los que saben más y mejor que nadie que nunca hubieran opinado de semejante manera sobre mi (porque los motivos no existen) de no ser por la aparición del libro.

Otro de los argumentos que se están empleando como repulsa al libro es el de que todas las instituciones importantes han tenido detractores. ¡No confundamos! No creo que nadie que haya leído todo este libro pueda, "honradamente", llegar a esta conclusión, especialmente teniendo en cuenta sus capítulos II y IV. Pedir coherencia, evidenciar inconsecuencias sin más afán que el de una toma de conciencia adecuada, difícilmente podrá ser tachado de ataque o de detracción. Aunque lógicamente exista, porque existe, la repulsa hacia la tergiversación de valores que tales incoherencias suponen.

Únicamente para aquellos que quieran negar el valor de la propia evidencia de las cosas cabe usar semejante calificativo a cambio de lo que únicamente debería ser motivo de un diálogo razonado, razonante; y no una irracional condena.

Me han llegado a calificar de Judas, de histérica, de resentida... Sí, de muchas cosas, y lo han hecho los "buenos", los que siguen fieles a una Obra en nombre de Dios. Y no me preocupa. Mi vida la he proyectado siempre, y lo sigo haciendo, cara a Dios, sin que los dimes y diretes me afecten más allá de lo que para mí supone un testimonio de vida que está al alcance de cualquiera. Si lo que a mi me preocupara fuese mi honra personal, si yo hubiera pensado en una defensa de mi prestigio, o en una revancha compensatoria para mí, nada más lejos como medio para todo ello que la medida de escribir esta clase de libro, la medida de exponer mi propio nombre a lo que conscientemente sabía que lo exponía: dar la cara en estos casos (está siendo un hecho) es acabar molida. ¿Molida como el grano de trigo que si no muere no da vida?... Quizá. Molida porque el riesgo es enorme, es mucha la dificultad del tema, y es tremenda la "capacidad defensiva" de los que viven amparados por la Obra. Por lo cual nunca un motivo personal será suficiente, nunca una razón cualquiera, individual o aislada, llevará a ello. Necesariamente tendrá que haber más, mucho más.., y éste es el caso.

Judas fue un traidor. O, como suelen decir los directores de la Obra, es normal que de cada doce vocaciones salga un Judas. Pero nunca abogar por la verdad, jugárselo todo a la sola carta de la verdad (de una verdad más coherente), no de mi verdad, sino de la verdad de unos hechos constatables, podrá ser considerado como traición; sino más bien como única medida de no traicionar simplemente por omisión.

Sólo traiciona el que quebranta la fidelidad a unos principios, que en el caso que me ocupa no son sino el punto de partida de la coherencia que reclamo. Consentir en la incoherencia de esos principios precisamente es lo que, a mi entender, cabe únicamente concebir como traición.

Escándalos farisaicos los ha habido siempre y los seguirá habiendo, sin que por ello (y no es sino evangélico) el testimonio de la verdad tenga por qué arredrarse ante semejante actitud.

Decía que no son "cosas mías", no son detracciones revanchistas, y lo digo en base a la aportación de quienes (como antes aludía) han querido unir su testimonio, su experiencia vivida, al reclamo de esa verdad en la que un día creímos y otro día nos dejó perplejos por el propio engaño que nos supuso.

Querida María Angustias:

Supongo que sabes quién soy y me recuerdas bien. Estoy leyendo el libro que has escrito y desde el primer momento pensé en escribirte al acabarlo. Ahora (y estoy a la mitad), no he podido menos de ponerte unas letras ya, porque siento necesidad de decirte lo muchísimo que me gusta. Me complace saber que todo esto ha salido a la luz, que está escrito y dicho ya de una santa vez.

Todo lo que tú dices yo lo firmaría, lo ratifico y lo rubrico, me hago solidaria y puedo añadir que tu caso es el mio...

Siempre he tenido sobre mí la incomodidad de saber que no había escrito y dicho todo lo que pasó con mi vocación, con mi vida, en esos también catorce años que estuve en la Obra. Ahora ya respiro tranquila, porque aunque no lo he contado yo está en la calle. Ya no hace falta que lo diga porque diría lo mismo, e infinitamente peor dicho que lo dices tú. Por lo tanto cuenta para todo, de hecho y de sentimientos, con el testimonio de mi verdad que ratifica absolutamente la tuya.

Lo interesante y lo triste es que tu libro lo captamos "de verdad" los que hemos pasado por la Obra. Los demás no captan, a no ser que les interese y se paren, mucho, porque es increíble e incomprensible lo que allí ocurre, ¡increíble! Te doy mi más ferviente enhorabuena, y mi mayor admiración por escribir tan claro lo que muchísimos, o todos, los que hemos salido, hemos tenido pereza de abordar, sobre todo por complicado. En mí no ha sido cobardía de decir (que gritaría a los cuatro vientos esta tremenda verdad), sino lo que te digo, temía la complejidad del tema y... tuve pereza.

(A. M. Lda. Filoso fía. Madrid.)

Querida María Angustias:

Te supongo ya acostumbrada a recibir cartas de personas que no conoces, como consecuencia de la publicación de tu libro. No te conozco, si bien tenemos amigos o "desconocidos" comunes -R. R. por ejemplo, o V. R.- por haber sido durante bastantes años socios numerarios del Opus Dei.

Me gustó mucho, muchísimo tu libro. Es el primero que leo escrito por un "ex" que no me deja mal sabor de boca. Tenía que ser una mujer la que lo escribiese... Es el primer libro sobre el tema que efectúa una crítica de la Obra "desde dentro", tipo de perspectiva que me parece imprescindible en este y en tantos otros casos. Que critique el Opus Dei alguien que ha perdido la fe, quien nunca la haya tenido o el que crea que la Iglesia es una mera pervivencia medieval, me parece lógico y natural. Estaba esperando a alguien que hablase de la Obra sin tono acusador o aniquilador, que por otra parte muchos han aprendido "dentro". Y que dijese que, pese a quien pese, hay una Obra a la que nos apuntamos mucha gente, y otra Obra, la "real".

Este desfase entre teoría y práctica se produce con frecuencia en las instituciones humanas, incluidas las humano-divinas, y no me voy a rasgar las vestiduras por ello. Sin embargo, me marché cuando creí que el desfase llegaba a una desproporción innecesaria, subsanable y -para mí- personalmente intolerable.

Tu "Anexo" me parece un libro de espiritualidad, opinión que en mí representa un elogio muy grande. Es una lástima que, como tú misma insinúas, ni lo lean ni lo vayan a leer sus principales destinatarios: los actuales miembros, y sobre todo los responsables de la organización. Es un libro que prueba que te habías metido muy dentro de la Obra y en tu caso la "estafas -putantes se obsequium proestare Deo- fue especialmente dolorosa.

En mi caso personal, te confieso que no fue tan grave. Nunca ocupé ningún cargo interno, no di una sola charla de formación, etc., a gente de la Obra. Esto es especialmente significativo porque siempre fui un perfecto observante de todo lo prescrito. Siempre desarrollé una activa labor apostólica de puertas afuera, si bien con una peligrosa tendencia hacia individuos exóticos: comunistas, ateos, extranjeros (negros)... intelectuales, etc. Además, la Obra ha sido la única organización de las que formé o formo parte en la que no me hayan elegido "jefe", o secretario, o responsable, o lo que sea. En los directores de la Obra había una certera intuición psicológica, y seguramente consideraban con razón que yo no era del todo de fiar. Me había creído muy en serio lo de la libertad de espíritu, y eso se nota.

Para mí, la Obra era nada más y nada menos que una forma especialmente entregada de vivir el cristianismo. Yo era cristiano "antes" de pertenecer a ella, y, por supuesto, lo sigo "siendo después" de salir. No me supuso un trauma especial el ingresar en ella, y por lo tanto, tampoco me lo supuso el salir. Porque coincido con tus apreciaciones, tu libro me parece excelente.

(J.1. 1. Psicólogo. Barcelona)

Querida María Angustias:

He leído tu libro con fruición, con verdadera curiosidad, robando tiempo a mi tiempo. Y he sufrido una agradable decepción. Porque, siendo duro, no tiene bilis; siendo crítico, no corroe. Está escrito para los de dentro, los que no van a leerlo; pero encuentra en los de fuera los mejores destinatarios: les descubre, sin, ser ¿se tu propósito, el porqué del misterio que rodea al Opus. Y conforta llegar a saber con su lectura cuál es la aguja de mareas que mueve a tanta gente inteligente. Porque he de confesarte cierto complejo, sentido antes, que movía a personas normales a ser anormales. Al dar respuesta cabal a mi pregunta tu libro, ya no lo siento.

Sirvan estas líneas para ayudarte en la lucha contra "la santa coacción" y la "santa intransigencia". Estoy seguro de que tu gesto valiente y lleno de autenticidad vale mucho más que todos los millones que se ahorra Monseñor Escrivá al no dar un "céntimo por tu alma".

(E. A. M. Abogado. Sevilla.)

Querida María Angustias:

Sólo unas letras para decirte que he leído tu libro y te doy las gracias porque en él has dado respuesta a todas las preguntas que me hacía a mi paso, poco tiempo, por la Obra. Breve tiempo; pero si el suficiente para darme cuenta de que no era en absoluto lo que decían. De la teoría a la práctica hay un gran abismo.

Cuando me salí hice un resumen de todo lo que había vivido "dentro", y la verdad no entendía nada; ¿cómo era posible que en una obra que se llama de Dios, que dicen además que fue inspirada por Él al fundador, pasaran cosas tan inverosímiles? ¿Y cómo nadie había dicho nada para su enmienda? ¿Qué pasaba? ¿O yo había vivido una mala pesadilla? Sabía de personas fenomenales que se habían salido destrozadas y no habían movido ni un solo dedo para denunciar tales atropellos como se cometen en nombre del Señor. Tu libro, al cabo de los tres años de mi salida, me ha dado la respuesta a todo. Y comprendo cómo nadie hasta ahora ha sido capaz de tales denuncias: hay que ser muy valiente y querer mucho el camino recto de Dios para hacer lo que tú has hecho. Sé que has sufrido presiones y calumnias por haberte "atrevido" a escribir tu experiencia en el O. D. La verdad que tú denuncias es muy dura para los que siguen "dentro", desgraciadamente. ¡Qué pena que les esté prohibido leerlo! ¡ Les haría tanto bien!

Estoy segura que son muchas las personas que te agradecen este libro. Todas las que un día decidieron, porque ya no podían más, dejar ese caos de manipulaciones de... "Santa coacción." Y por otra parte aquellas que han tenido la suerte de leerlo que han estado a punto de entrar, también te lo agradecen en el alma, porque les ha evitado sufrimientos inútiles.

Es tu libro sincero, valiente, llamándole a las cosas por su nombre, muy crudo sí, pero desgraciadamente la verdad de la Obra, o parte de su verdad, es así. ¡Qué distinto hubiese sido todo si verdaderamente fuera OBRA DE DIOS, ni tú, ni yo, ni muchas otras personas estarían fuera! Y seguro que ese número que dicen de 60.000 (?) socios serían de verdad, y muchos más, pero...

En mi poco tiempo "dentro" viví muchas cosas de las que cuentas en tu libro. Yo entré de agregada y como cuando no entendía una cosa preguntaba y las respuestas que me daban no me satisfacían por la falta de sentido, y me querían hacer ver lo blanco negro y viceversa -con lo fácil que es llamar a las cosas por su nombre-, pero claro, esto es posible cuando se va con la verdad por delante. Yo seguía preguntando cada vez que no entendía o veía claro algo. En vista de esto me "aconsejaron" me pasase a s. numeraria (esos brazos largos de la Obra) que por tener menos contacto directo hay menos posibilidad de ver y ..... Yo estaba creando problemas con tantas preguntas. Pero como Dios escribe "derecho con renglones torcidos", resulta que seguía viviendo y observando por los "servicios" que tenía encomendado, y naturalmente seguía preguntando. Porque eso sí, entre sus muchas contradicciones te dicen que preguntes todo lo que no entiendas para que no te quedes con la duda, pero, según las respuestas, sigues con más... Un buen día decidí hablar con mi directora para no continuar. Ésta me quería encajar donde fuera, pero oficialmente, yo le indiqué que "extraoficial" podía continuar. Así lo hice y durante cerca de dos años estuve prestando pequeños servicios al O. D., y durante todo este periodo de tiempo ni una sola vez se le ocurrió a nadie preguntarme cómo estaba de salud mi alma. Me marginaron poco a poco... ¡Tanto como el fundador decía de palabras y escrito que la misión de la Obra es llevar almas a Cristo estén donde estén, que no importa no tengan vocación para "entrar"...!

Este detalle conmigo me demostró que yo no interesaba a la obra, de lo que me alegré infinito. Con decirte que cada día que pasaba -ya fuera- me sentía más feliz, más libre y viviendo más cara a Dios. Como anécdota te cuento que un día tuve una pesadilla de que estaba otra vez "dentro" y cuando me desperté lo hice con una angustia que parecía que estaba envuelta en una red. Ya te puedes hacer una idea.., y eso que mi paso fue muy breve y en lugar distinto al tuyo. Comprendo todo lo que has sufrido.

Da pena ver cómo personas de buena fe, que entraron dispuestas a entregarse totalmente a una obra que dice llamarse de Dios, las van destrozando poco a poco, actúan como autómatas, repiten como grabadoras lo que les dicen, pero sin sentirlo: las frases de delicadezas, de cariño, ese espíritu de servicio que tanto recalcan, todo condicionado, sin corazón. También es verdad que hay otras que viven "su vida" y que le están sacando provecho a la Obra, son las de "dame pan y dime tonto"; hay otras que "fuera" son una más y "dentro" tienen su pequeño mundo propio, "un grupo más o menos grande de borregos-fanáticos" que le siguen a fe ciega, y ellas se sienten "alguien". Éste es uno de los motivos que he observado que retiene a muchos miembros dentro... Esta postura estúpida de ser el "centro" de algo, y donde sea, hace mucho daño, más aún por estar Dios por medio. ¡Vanidad ciega de algunos seres humanos! Sería muy interesante a nivel de estudio sicológico, hacer una encuesta entre todos los miembros que han sido o están en la Obra, sobre el motivo que les indujo a "ser" socio... Nos llevaríamos muchas sorpresas.

Un fiel reflejo de lo que es la obra es el famoso librito CAMINO, lleno de contradicciones, de confusionismo. Leyéndolo despacio se da una cuenta de todo el mare magnum que es la Obra y de esa "desorganización bien organizada" donde terminas volviéndote loca si te paras a pensar, por eso la "fidelidad" consiste en obedecer a fe ciega... vamos como una marioneta.

En fin María Angustias, te podría contar mucho más, pero sería en cierto modo repetirte lo que tú ya sabes de esta triste historia. Quiera Dios que con tu libro, que ha sido una ventana abierta al exterior, sea una llamada de atención a quien o quienes correspondan y le pida cuentas a esta "santa obra" (?) para que de verdad sea una Obra de Dios, o por el contrario... Que tu valiente ejemplo espolee y aliente a todas aquellas personas que han estado vinculadas a la Obra, poco o mucho, pero que han vivido ese caos, a que no silencien tantas barbaridades como cometen con las criaturas de Dios, manejándolas como marionetas... Que dejen su cobardía.

Puedes contar conmigo si lo necesitas en esta empresa difícil y peligrosa que te has metido, pero que por ser un deber de conciencia y cara a Dios, Él te ayudará en todas las dificultades que tu libro te está trayendo.

(M. A. V. Sevilla.)

Querida María Angustias:

No nos conocemos, aunque es muy probable que nos hayamos visto alguna vez. ¿Cómo tengo tu dirección?, muy fácil, me la consiguió una amiga que, como tú y como yo, perteneció a la Obra.

He leído tu libro. Confieso que lo compré con recelo. Es un tema tan manoseado, tan deformado -en pro y en contra- que temí haberme fijado en una de tantas obras que tratan el asunto. Pocas páginas de lectura bastaron para comprender que, por primera vez (creo yo), se dice la verdad sin adornos ni exageraciones. Con objetividad. Sin rencor, pero dejando oír a través de cada línea, la queja de una vida que se ha ido quedando, día a día, en una lucha que, para no pocos, parecerá fracaso.

Pertenecí diez años a la Obra como agregada, y te aseguro que al leerte, volví a vivir tantas y tantas dudas como a lo largo de esos años expuse, a veces callé y siempre sufrí.

Mentiría si no te dijera que tu libro me ha hecho pasar algunos malos ratos. Quien lo lea sin haber tenido la vivencia de la Obra pensará -y te repito la opinión de una amiga a la que se lo presté- que es atroz haber pasado una cosa así, que si la Obra dice una cosa y vive otra ¿qué clase de Obra es ésa? Los que hemos vivido, a veces durante mucho tiempo, esas cosas, esas tensiones, esa soledad, esa incomprensión, encontraremos que tu libro nos duele, como nos dolió abandonar la Obra porque, al cabo del tiempo, nos resultó imposible, sin perder el equilibrio, continuar aceptando aquello.

Has sido valiente, y has hecho un trabajo en nombre de la justicia; estoy segura de que seremos muchos en pensar de esta manera.

Quiero decirte que esos años, quizá y sin quizá, los mejores de nuestra vida, gastados en un mismo afán, necesariamente nos unen. Por lo que dices en tu libro vives ahora sin problemas, pero a partir de ahora estáte segura de que hay una persona más, yo, con la que puedes contar para lo que quieras. No sé si al dejar la Obra pasaste malos momentos. Yo sí. Me encontré sola, las "amigas" de dentro dejaron de conocerme al día siguiente, y noblemente yo no quise volver a ver a las que trataba por razones apostólicas. Fue casi un año de absoluta soledad, oscuridad, de una gran amargura de la que creí no iba a ser capaz de deshacerme. Pero el tiempo es buen médico en estos casos, mi profesión me llamaba y a ella me aferré. Cuando dejé la Obra trabajaba como profesora interna de Instituto. Me encerré a estudiar y eso que busqué como evasión me llevó a sacar las oposiciones. Este año me he incorporado a mi plaza. En fin María Angustias, sólo quería darte las gracias por tu libro y mira qué parrafada me ha salido.

(M. C. R. Catedrática de Instituto. Madrid.)

Un sacerdote de 69 años se permite calificar el libro de valiente, interesante, y en el cual se descubre una enorme sinceridad, gran inteligencia y recia espiritualidad.

Podría seguir; son muchos más los testimonios, son, están siendo, como decía, llamadas telefónicas, entrevistas personales, etc., frecuentes y numerosas. Testimonios que agradecen que haya sido capaz, testimonios que tenían ganas de que todo esto se dijera, que ellos mismos hubieran querido decirlo, pero...


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