Abusos contra el alma

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Por E.B.E., 12.09.2014


«Haced propósitos concretos de ser humildes delante de Dios y de los Directores, que representan a Dios»
J.M. Escrivá

«Me he esforzado siempre en hacerme comprender, pero hay quienes están empeñados en no entenderme»
J.M. Escrivá


Hoy en día no es necesario explicar la gravedad de los abusos sexuales. En cambio, los abusos cometidos contra la conciencia, y para decirlo más abarcadoramente, contra el alma, no parecieran guardar la misma o semejante gravedad. Un abuso sexual impacta, es noticia, lo entienden todos. En cambio, un abuso contra el espíritu de la persona resulta abstracto, intangible, y por lo tanto, no causa la misma impresión.

Tal vez ello dependa de la definición de conceptos.

Donación vs Destrucción

La sexualidad está íntimamente vinculada al concepto de entrega. En este sentido, la violación se opone al concepto de donación. Violar tiene que ver con arrancar y poseer a la fuerza.

Así como existe el abuso sobre los cuerpos, es posible hablar del abuso espiritual cuando el objetivo es tomar control sobre la capacidad de donación de una persona, para su explotación, hasta lograr el sometimiento de esa persona, ya sea por medios violentos como por el engaño (manipulación)...

No habría gran dificultad para encontrar elementos engañosos dentro de la praxis del Opus Dei, pero tal vez resultaría más difícil demostrar la existencia de violencia. Desde luego, no hablaría de violencia brusca, pero sí de violencia gradual, hasta lograr una progresiva destrucción interior de las personas sometidas a dicho abuso espiritual, cuyo punto central pareciera consistir en explotar la capacidad de donación (de las personas que aceptan la vocación al Opus Dei).

a. Falta de claridad

La donación enriquece, la explotación empobrece. Al parecer, aquello que debía ser donado libremente, el Opus Dei termina arrancándolo gradualmente. ¿Qué cosas? Todo, o al menos todo lo posible: afectos, bienes materiales, dinero, años de vida, carreras profesionales, etc. Incluso -posiblemente lo más importante- la fe religiosa de cada persona, que el Opus Dei la utiliza para su propio beneficio. En palabras de Escrivá:

«Honra, dinero, progreso profesional, aptitudes, posibilidades de influencia en el ambiente, lazos de sangre; en una palabra, todo lo que suele acompañar la carrera de un hombre en su madurez, todo ha de someterse –así, someterse– a un interés superior» (Escrivá, J.M., “Carta” 14‐II‐1974, nro. 3).

Más que una exhortación a donarse, es una orden de rendición. No sin ambigüedad, Escrivá plantea que dicha entrega ha de ser un «voluntario holocausto» (cfr. Escrivá, J.M., Instrucción, 8-XII-1941, n. 6.). El problema aquí es definir cuánto de voluntario hay en esa relación que Escrivá exige establecer con su organización. No es el holocausto que un eremita dedica a Dios en medio del desierto, sino el de una persona dentro de una institución, es decir, al servicio de un fin superior.

Lo mismo sucede cuando, la doctrina que predica Escrivá, plantea que cada uno “abandone libremente” los propios derechos y, en definitiva, renuncie a ellos.

«Los derechos se han convertido, con la llamada, en deberes de mayor generosidad, de entrega más plena, de definitiva renuncia a nuestro yo» (“Meditaciones”, IV, pág. 583).

El problema de estas situaciones es que –según la doctrina del Opus Dei- son irreversibles. Ese particular aspecto pareciera interesarle especialmente a Escrivá, porque de hecho plantea la vocación como un «sin vuelta atrás», pues su abandono significaría perder a Cristo, ir hacia el abismo, ser un desgraciado en esta vida y en la otra, etc. (omito las citas textuales para no hacer más denso el desarrollo, pero son fáciles de encontrar en Opuslibros).

La propuesta de Escrivá contiene falacias y, además, tiene consecuencias muy graves para quien “libremente” la acepta. Como veremos, libremente no la aceptaría nadie, y por eso es necesario que medie el engaño –o al menos la falta de claridad- al inicio de todo ese proceso de decisión, que culmina en la aceptación de una vocación falsa.

Un engaño que es doble: tanto la propuesta inicial (vocación laical) como el destino final (vocación irrenunciable), porque también es falso que no se pueda volver atrás dicha situación (de renuncia a los propios derechos) ni tampoco es verdad que signifique una desgracia su abandono. En realidad, la desgracia es permanecer en esa situación de engaño, sin poder salir de ella ni darse cuenta de que se ha caído en dicha trampa.

¿Pero acaso a los religiosos no se les pide una «entrega radical»? Habría que definir qué se entiende por radical. A los religiosos se les exigen (y no a todos) muchas cosas que a los laicos no, lo cual no impide que laicos se entreguen a Dios de manera muy generosa (celibato, etc.) pero sin cargar con deberes propios de religiosos.

La vocación al Opus Dei, sin embargo, pareciera asemejarse a una emboscada: la convocatoria del Opus Dei, a una vida plenamente laical, se convierte, gradualmente, en una vocación conventual de máxima exigencias (con vistas a una suerte de explotación espiritual, hasta quedar “exprimidos como un limón”, en palabras de Escrivá).

El planteo de la vocación conventual, presentada abiertamente en todo su abanico de exigencias, es algo muy diferente al planteo de la vocación al Opus Dei, presentada engañosamente y sin posibilidad de escapatoria (pues salir del Opus Dei es “abandonar a Cristo”, etc.). De esta manera, lo que es abuso para el caso del Opus Dei (exigencias impuestas sin previo aviso) muy bien podría no serlo para el caso de la vocación conventual (sin entrar ahora en casos particulares).

b. Sombrío

Por otro lado, Escrivá quiere presentar una vocación heroica –majestuosa como una batalla final decisiva- pero en realidad conduce a sumergirse en una experiencia netamente angustiosa –como una condena inmerecida-: la idea del holocausto es la de un martirio llevado al extremo –consumo completo de la víctima, hasta formar cenizas- que, junto al carácter irreversible de la vocación, lleva la situación a un máximo de angustia.

A veces, las palabras de Escrivá parecieran las de una persona atormentada (por alguna experiencia que desconocemos), que buscara o deseara que sus seguidores fueran o quedaran impactados de la misma forma que él. Lejos de comunicar la paz necesaria, en medio de un contexto dramático para él, como eran los años 1970, lograba lo contrario: angustiar, por más que alentara a servite Domino in laetitia y dijera que no pretendía cargar las tintas. Si bien buscaría transmitir una experiencia religiosa profunda, en realidad lo que conseguía, y aún hoy consigue, es transmitir –a quienes creen incondicionalmente en él- una experiencia psicológica penumbrosa.

Las épocas de crisis (por ej. el contexto de “las Campanadas”) se transforman, así, en un llamado a profundizar el holocausto personal, como el único camino hacia un “futuro esperanzador”. No es accidental, entonces, si la vocación al Opus Dei traumatiza e incluso causa daños.

c. El recurso a la fuerza

Cabría preguntarse: ¿por qué utilizar la fuerza –el sometimiento- cuando existe una espontánea voluntad e incluso deseos de entrega?

En realidad, la fuerza se usa más tarde; al principio, se recurre a la seducción y la propaganda, que se conjugan y entienden muy bien con los deseos.

Pasada la etapa de la seducción, da comienzo la etapa de sometimiento por medio de la obediencia (imponiendo pesadas cargas, por ejemplo, las propias de religiosos para una vocación teóricamente laical); es allí donde se concreta el incumplimiento de las promesas y se da pie a los abusos (explotación espiritual). La etapa final es la del descarte (salida de la institución) o marginación (permanencia, pero en cierta periferia), según cada caso.

Estas fases no son percibidas conscientemente por quienes las padecen, de lo contrario, presentarían activa resistencia, o al menos reducirían su entrega, algo que sí empieza a suceder con el paso de los años.

«Quizá alguno aguantara un tiempo en ese estado, pero el clima peculiar de la Obra —de entrega total— acabaría por rechazarlo, como cuerpo extraño. (…) se perciben los síntomas de enmohecimiento del corazón para la piedad, para la fraternidad, para los encargos apostólicos; se enrarece el carácter, con reacciones desproporcionadas ante estímulos ordinarios; el alma se ensombrece y crea distancias respecto a los demás y como un alejamiento de lo que, en horas de fidelidad, era algo entrañable» (Escrivá, Carta 14-II-1974, n.7).

Escrivá plantea en ese texto –sesgadamente- que la falta de entrega es producto de la soberbia. En realidad, pueden ser muchas las causas, pero una muy importante –que jamás Escrivá menciona- es la defraudación que sienten, con el paso de los años, quienes se han donado por entero, lo cual explicaría el alejamiento respecto de lo que, en otros tiempos, era considerado entrañable. Echarle la culpa a la soberbia es un modo de esquivar las causas reales, las cuales suelen ser concretas.

Escrivá presenta al Opus Dei de manera idealista en sus escritos, como si fuera un compromiso para siempre, por parte de la organización (y por ello exigiría, de la otra parte, el mismo compromiso), cuando, en realidad, el Opus Dei está estructurado o diseñado para que las personas se reciclen en el mediano plazo (promedio, pues hay quienes son reciclados en el corto plazo y otros en el largo plazo), según las etapas arriba mencionadas (por ser inadecuada para laicos, la vocación al Opus Dei está llamada a fracasar).

La naturaleza opaca del Opus Dei no sólo reside en la falsa vocación laical sino también en el falso compromiso que establece con las personas que se donan por completo (ni es para siempre ni es transparente, por el modo en que la dirección espiritual (la cuenta de conciencia) es puesta al servicio del gobierno (gobierno de las conciencias), cuyo objetivo no pareciera ser otro que explotar espiritualmente a las personas, para obtener a su vez más donaciones, de personas (vocaciones) y de bienes (dinero), objetivos primordiales del proselitismo). No es casual que muchas historias personales terminen mal: el final estaba escrito (cfr. Los días contados).

El Opus Dei se ha construido –y se sostiene- gracias a generosas donaciones.

Condiciones

Bien podría preguntarse cuáles son las condiciones para que se dé este tipo de abusos, de manera de evitar falsas acusaciones o simplemente equivocadas percepciones (que hacen a las circunstancias personales más que a las institucionales).

Las condiciones para que se den abusos, usualmente, las crea la misma organización. Faltaría ver si es a causa de descuidos o, más bien, un objetivo buscado.

En concreto, a causa de la donación personal, que el Opus Dei exige, se llega a un estado de sumisión y entrega completa de la persona (o al menos, hacia ello tiende), de tal forma de crear unas circunstancias de gran vulnerabilidad o indefensión. Se vuelven muy limitadas las posibilidades de decir “no” a nada. La violencia se manifiesta especialmente en la imposibilidad de presentar resistencia. A ello se le llama entrega total, como sinónimo de donación plena, pero es, en realidad, algo más bien poco virtuoso. Los directores avanzan y no descansan hasta lograr que la otra parte ceda (deponga toda resistencia) en aquello que, en realidad, nunca se debería ceder. Como citábamos más arriba a Escrivá, «todo ha de someterse –así, someterse- a un fin superior».

En tales casos, abundan los relatos y experiencias de cómo tantas personas han ido cediendo en cosas insignificantes hasta cosas trascendentales, como si no hubiera otra opción, como si fuera lo más natural dejarse despojar de todo aquello que hace al propio ser (desde actividades hasta afectos, pasando por decisiones profesionales trascendentes, etc.).

La entrega se transforma en desposesión. Al perder la posesión (ante todo de sí mismo) también se pierde la capacidad de donación (de sí mismo) y se pasa a un cierto estado de esclavitud, donde la donación es imposible, sólo cabe la obediencia indiscutible al amo o dueño. A ese grado de sumisión pareciera llegarse, dentro del Opus Dei. Probablemente, por eso, entre otras razones, es tan difícil salir: no se es dueño de sí mismo.

Desde el punto de vista de la organización, este tipo de planteos expresados aquí, implicaría “no haber entendido nada” qué significa entregarse “sin condiciones”. El problema es que el Opus Dei redirecciona esa entrega a Dios y la transforma en entrega a la organización. Como la institución se asimila a Dios en puntos tan importantes como la identificación de la voluntad de los directores con la Voluntad de Dios, es comprensible que el mismo Opus Dei crea –o quiera creer- que la entrega a Dios es entrega total a la institución. He aquí el problema (cfr. Lo teologal y lo institucional, cap. 7).

Modos

Volviendo al caso que nos toca, en el Opus Dei se experimenta el abuso interior de varios modos: desde la defraudación (arrancar, mediante engaño, la donación de sí mismo, por ej., el engaño vocacional) hasta el enfrentamiento directo (sometimiento de la conciencia por violencia moral, a través del llamado “holocausto del yo”, el recurso a la Voluntad de Dios, etc.). Entre esos dos extremos (el anzuelo y el garrote), se pueden encontrar diversos grados o grises. Todo ello se da, además, en medio de una predicación idealista y alentadora, para motivar los deseos de donación y generosidad, creando así una atmósfera ambigua y confusa.

La ausencia de libertad, la imposibilidad de donarse libremente (tal vez no al principio, pero sí luego) encuentra su razón en la búsqueda de eficacia tan propia del Opus Dei. El egoísmo del Opus Dei («el apostolado de no dar») pareciera ser directamente proporcional a la donación que se espera y se exige a quienes se internan por los caminos de la vocación.

«Dios no se deja ganar en generosidad», dicen los directores, pero dicho principio lo aplican sólo para los otros y ellos mismos no parecen creerlo.

El Opus Dei no sólo no da, además quita («le quitamos hasta la camisa»). La frase de Escrivá, que podría considerarse metafórica, habría que tomarla en su sentido literal, a partir del vaciamiento interior que tantos han experimentado en su paso por el Opus Dei.

El daño

Escrivá podrá alegar en sus escritos los motivos sobrenaturales que movieron a él y, en teoría, mueven actualmente a su organización, pero al menos algunas actuaciones del gobierno del Opus Dei parecieran estar originadas en otras razones, donde la fe religiosa más bien parece ausente. De ser así, habría que preguntase ¿al servicio de qué está el gobierno, si no es al servicio de la fe?

Recordemos que, en términos generales, el abuso hacia las personas suele empezar por el engaño o seducción y luego continuar hacia el sometimiento y la anulación de toda capacidad de resistencia por parte de las víctimas.

La donación del cuerpo es algo bien determinado, en cambio la donación del alma (la entrega que se lleva a cabo mediante una vocación) es algo intangible y no fácil de visualizar (aunque no imposible de demostrar). Ello no impide que se pueda intentar una explicación, no tanto de la donación sino especialmente de la violencia que se puede sufrir de manos de abusadores de la religión y la autoridad religiosa (lo delicado aquí, entonces, sería determinar la responsabilidad de Escrivá en el caso del Opus Dei, a pesar de su canonización).

La explotación espiritual, que ejercen los superiores de la prelatura, lleva en demasiados casos al agotamiento de la capacidad de donación (Escrivá lo presenta como el cenit de la entrega, pero en realidad es un grave daño). Ese agotamiento, además, es prematuro, no se da hacia el final de la vida sino que empieza entre los 30 y 40 años, al menos entre los miembros célibes.

De ahí procede, entre otros motivos, el sentimiento de autodestrucción personal, como también el descarte, por parte de la institución, cuando se empieza a bajar el rendimiento. El Opus Dei deja traslucir, entonces, un interés materialista por las personas y una fe ausente.

Lo más grave, de todo esto, es el daño que supone ese arrancarle a las personas aquello que debería ser donado gratuitamente, tanto su persona misma como todo aquello que entregan (sus afectos, años de vida, proyectos profesionales, cosas, dinero, bienes, inmuebles, etc.).

No deja de ser significativo –es incluso coherente- el hecho de que el Opus Dei no ayuda a quienes se marchan, y mucho menos devuelve nada (según el derecho canónico, las órdenes religiosas no estarían obligadas a devolver nada de lo donado, cosa que el Opus Dei ha copiado, pero si se confirmara oficialmente la defraudación y explotación de las almas, el Opus Dei debería devolver lo donado, obtenido de manera inmoral, e incluso compensar por los daños).

Luego de este tipo de experiencias, no es fácil volver a creer, pues la fe de las personas está íntimamente relacionada con la capacidad de donación. Creer en algo es donarse hacia ese algo (por eso, una fe incondicional –propia más bien de fanatismos- lleva a una entrega sin condiciones). Volver a donarse es volver a creer, y quien sufrió una defraudación importante será reticente a exponer nuevamente su intimidad (la capacidad de donación pertenece al ámbito de la intimidad y de ahí la gravedad de abusar de ella).

Volver a donarse, volver a creer, es sin duda un importante desafío y ulteriormente un gran avance, pero lleva tiempo. Por eso, irse del Opus Dei es traumático, y por eso, superar el Opus Dei lleva años.



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