A los Directores, con sincera cordialidad

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Por Spiderman, 7.11.2007

Dedicado a JNN


Un saludo a todos los que, por un motivo u otro os asomáis a esta web. Un saludo especial a los Directores que pueblan las Comisiones y Delegaciones y que me consta que nos leen con asiduidad. Rezo por vosotros, porque os tenéis que "comer cada marrón" que sólo de pensarlo me asusto. Y además seguir tan perfectos, como si nada... Al ritmo que se ha vaciado mi Centro en los últimos tiempos, y sólo con que se dedique la mitad de tiempo que se me dedicó a mí a cada caso que no ha perseverado, da para trabajar a jornada completa simplemente en lo que se podría llamar "conversaciones de fase terminal". En el hipotético caso de que sean tan inocentes como algunos de sus dirigidos, se trataría de un sinvivir: asistír cada día al triste espectáculo de ver cómo agonizan en su vocación tus hermanos, después de cinco, diez, veinte, treinta años... No es posible que sean "inocentes" en este sentido. Quiza lo fueran antes de entrar en Delegación, pero una vez dentro y al percatarse de todo el percal no les queda más remedio que perder su inocencia, anular lo que les quedaba de espíritu crítico (adquirir buen espíritu, según la terminología de la Prelatura) y a tragar con lo que venga.

Yo me imagino estar cada día esgrimiendo los mismos argumentos una y otra vez para tratar de retener a personas que están, en muchos casos, deshechas emocionalmente y no puedo más que compadecerme de los Directores. Además, tontos no son, y saben que todos los que nos vamos tenemos un común denominador y un numerador no tan diversísimo. Saben qué problemas hay, saben que son siempre los mismos síntomas, las mismas problemáticas. Además, tener que decir una y otra vez que la "inmensísima mayoría de los que se van quedan muy agradecidos al Opus Dei" cuando saben por experiencia propia que es justo al revés debe ser algo desgarrador.

El panorama vital que se les presenta tampoco es alentador porque una vez en Delegación ya no es tan fácil irse... y allí están, conservando el cargo en ocasiones por decenios. Yo casi que deseo que nunca lo pierdan porque no me imagino a ninguno de ellos trabajando en la vida civil, porque nunca lo han hecho. Y también les deseo que duren mucho en el cargo porque pasar de ser un Director escuchado y respetado (reverenciado y adulado también) por todos a ser un simple numerario "del montón", perseverando en la Obra sabiendo todo lo que saben y haciendo ver que no pasa nada... simplemente me parece una maldición.

Me apenan porque el simple y legítimo hecho de querer distanciarse un poco o simplemente renunciar a las tareas de Gobierno les debe ser súmamente costoso: están atrapados, toda su vida ha sido puesta al servicio de la Obra y casi se podría decir que no saben hacer otra cosa... Aquí en estas páginas a veces salen como los "malos de la película". Y ya se habló mucho del tema en anteriores escritos. Bajo mi punto de vista son presos de una auténtica estructura de pecado, una de esas que el mismo Juan Pablo II denunciaba (refiriéndose implícitamente a los regímenes comunistas) y que les hace tener una conciencia aturdida, en suspensión, incapaz de dar cabida al más elemental sentido común, porque la sucesión de acontecimientos adquiere un ritmo vertiginoso y hay que dar cabida cabida a cada cuestión en el anquilosado, megalítico y rígido esquema prelaticio. Yo creo que muchos de ellos deben estar bastante angustiados, atrapados en una maraña de mentiras institucionales que les empuja a seguir diciendo los mismos dislates aunque sepan por experiencia que pueden estar destrozando a su interlocutor. Atrapados en una complicada red de convencionalismos, praxis, normas y costumbres que les lleva a tener controlado cada gesto, cada mirada, cada acto, sabedores de que todos los fieles de la Prelatura los observan con veneración y que sus compañeros de dirección los analizan constantemente, prestos a advertirles de cualquier aspecto que pueda desmerecer del cargo y posición que ocupan. Muchos seguro que estén haciendo ahora lo mismo que yo hice en su día, simular que son felices con la vida que llevan aunque su corazón esté como un témpano. No me cuesta imaginarlos de rodillas en su habitación suplicando a Dios que se los lleve esa misma noche (tal como me recuerdo a mí mismo, un día tras otro durante años, en esta misma habitación desde la que escribo ahora). A eso San Josemaría, el Santo de lo Ordinario, le llamaba ir a contrapelo, una santa perseverancia que nada ni nadie hace desfallecer... Yo prefiero llamarlo simplemente inhumanidad.

A fuerza de vivir lo que se vive, ver lo que se ve y decir lo que se dice la única solución que les queda a muchos de los Directores es asistir a la progresiva e implacable petrificación de su corazón, de su yo más íntimo. No les culpo, es una manera de poder sobrevivir emocionalmente. Que no desesperen, porque Dios nos prometió que nos quitaría nuestro corazón de piedra y nos daría uno de carne...



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