Yo nunca fui normal

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Por Trotamundi, 03.05.2012


Nunca fui "normal"... Voy a empezar haciendo una “enmendatio” popular o como narices se llame, pues todo lo que voy a detallar son cosas que a más de uno le puede ofender. Pero después de mucho tiempo leyendo este sitio, he llegado a la conclusión de que narrar la propia experiencia es lo que definitivamente nos ayuda a emprender una vida nueva, limpia y sincera con uno mismo. Esto es lo que cuenta, Dios y yo. Los intermediarios sofisticados ya no cuelan...

De alguna forma me identifico con el colaborador denominado Satur, sin querer en ningún modo estar a su altura en faceta alguna. Simplemente fui un “satur” de poco nivel, tosco y simple, de bajo perfil, pero a pesar mío, fui numerario durante casi 7 años y nadie se enteró. Creo que ni ellos mismos, ni los de mi delegación. Y digo esto porque o bien al final aceptan a “cualquiera” que cumpla unos mínimos, o finalmente no tienen ni las más remota idea de con quién se la están jugando y tratando. No fui ningún infiltrado cual espía en filas enemigas, pero mi comportamiento aborregado en la institución, si no fue un "fraude vocacional" poco le faltó.

Insisto en pedir perdón a los lectores con el estigma de “ex”, los únicos a los que de forma sincera me va a doler si se lo tomaran a mal. De los demás, me importa un comino, o menos. Y lo digo porque yo –pecador- me pasé por los forros todo y más, cuando vosotros, la mayoría os estabais matando por una causa, aunque fuera por una santa farsa como alguno de forma acertadísima ha calificado al Opus Dei, pero en todo caso de buena voluntad y engañados.

Vaya por delante que yo fui allí un mediocre auténtico y no me duele ni me arrepiento ahora reconocerlo y si algún día me apetece y se da la oportunidad, quizás en mi lecho de muerte, me autoinculpe de ello por si acaso, por nada más. Por el resto, de mi vida deciros que vivo bien y feliz. Y nadie me obliga a decirlo. Voy a ser muy breve, no tengo tanta letra ni la facilidad de palabra escrita de la mayoría de los que aquí colaboran. Pero desde el primer día de numerario supe que mi trayecto sería limitado consciente de mi relativa sinceridad al pedir la admisión, condicionada por los mismos que me habían empujado –literalmente- a hacerlo como también por, de alguna forma, dar cierta satisfacción familiar por haberme inculcado desde mi niñez que su mayor ilusión sería que yo anduviera por los caminos del Señor. Corazón tengo, más grande del que la mayoría pudiera imaginar. Y por tanto capaz de satisfacer a cuantos pedían de mí lo que fuera. Pero tonto, lo que se dice tonto, no tanto. Creo que me pasé de la raya en mucho o en todo, pero de buena fe. Sin mala leche, vamos.

El “dorado” director de mi colegio corporativo y del centro correspondiente era listo, pero quizás le deslumbrada su aparatoso anillo de oro, su pluma dorada, sus gafas aureas, mechero de 18 kilates, sus cajetillas de Dunhill y su posado elegante, que delataba abolengo y buen “pedigree”. Sin duda, estas circunstancias le daban presencia y autoridad pero le limitaban y dificultaban algo la visión, quizás también la nuestra, los pobres “numeraritos” de acné con incipientes pelos en cara y otras partes. Amigo de las grandes y ricas familias, a la vez preceptor de sus elegidos (de los que yo evidentemente NO me contaba) empujó certeramente la labor, expandiéndola en nuestra provincia de forma notable. Eran los años propicios, todo hay que decirlo, hoy ya no lo tendría tan fácil. Tanto oro encima ya sólo lo llevan los amigos gitanos y fumar está mal visto.

Yo y él, conscientes de mis limitaciones, empezábamos la partida y concluyo que ya por entonces la cantidad estaba por encima de la calidad. Yo no destacaba en casi nada, familia medio-humilde, notas discretas, aficionado a mis hobbies, amigo de todos. Supongo que sumaba -y era suficiente- para llenar retiros, listas, oratorios, cursos, dar ambiente y no estaba ni loco ni era imbécil. De todas las obligaciones y normas, apenas cumplí jamás con el diez por cien, ni entonces, ni en los cursos anuales donde había más control, ni en el centro de estudios -qué locura-, ni en el centro dónde pasé los tres últimos años. Quedo alucinado por la presión que muchos explicáis, por el agobio de tanto proceder, pues ciertamente sabía lo que se pedía pero yo daba lo que “podía” o explicaba simplemente lo que ellos querían oír. No recuerdo haberme confesado más allá de una vez al mes ni haber entregado más de una docena de cuenta de gastos en todos estos años, por ejemplo. Cuando me increpaban por ello, simplemente decía que ya lo intentaba y por lo que se ve, quedaban convencidos.

Con este curriculum no tuve, como es lógico, ningún cargo de responsabilidad. Pero os aseguro que no me contaba con ser el más inútil de todos. Es más, varios secretarios del CE como también de mi casa posterior, eran más unos lameculos que unos competentes. Pero ellos ya les valía, aunque eso a mí me repateaba: jamás me puse a lamer ni un “culo” ni tan sólo un mocasín. ¡Faltaría más ! Para mi descargo, tampoco noté jamás un especial celo en cumplir todo a rajatabla a mis “hermanos”, sea dónde fuere. Ahora recuerdo que el “amigo” que me trató para pitar, ni siquiera se acordaba de mi nombre tres o cuatro años después al coincidir en un curso anual. Qué importa, ¿verdad ? Ahora es cura: ¿y qué ?

Algunos de mis distintos directores del centro de residente no sabían ni qué curso estaba de carrera y alguno ni siquiera llegó a saber lo que yo estudiaba. Circulaban tantos... Me llevaba bien con casi todos –siempre hay algún pasante que te jode la partida- pero las cosas no iban mal. Ayudaba en lo se que podía, tenía iniciativas, en el club, en el colegio “asociado”, actividades, etc.. Lo normal.

Más de uno pensará que debían haberme dado por inútil y que de alguna forma mi situación se resolvería por su propia inercia. Yo también lo pensaba, pero cuál fue mi sorpresa que cuando me largué me persiguieron por aire, mar y tierra hasta dar conmigo y os aseguro que no me había llevado el sagrario, ni siquiera un cenicero que no fuera mío. Y sólo debía el último mes. (Y lo sigo debiendo después de 25 años). Daría hoy ese dinero para saber lo que hablarían de mí los consejos locales durante mi estancia. Sería el comodín de la casa o el tonto del bote, lo ignoro. Sentí los lógicos y rutinarios desprecios o pocos afectos –como quieran ellos- por gente de la delegación que me crucé en mi largo camino de siete años en la Obra, pero en aquel entonces yo les daba relativa importancia, quizás incluso la razón. Por ello pensé que al irme me iban a felicitar y dar las gracias incluso desde Roma. Pero no cayó tal breva.

Aunque he calificado de posible fraude mi comportamiento, debo aclarar que ellos sabían perfectamente quién era yo, engañé lo menos que pude y con los sacerdotes me llevé siempre de maravilla. Lo contaba todo, bueno, casi, pero suficientemente salvaje. De alguna forma quiero dar a entender que se exige mucho allí dentro, pero para tranquilidad de los que me lean y estén todavía ahí, para que se queden tranquilos y no se agobien, tampoco hace falta darlo todo. Te instruyen para que te flageles al máximo, pero que no pasa nada si no sangras. (Jamás vi una espalada lacerada, aún con tantas piscinas en mi haber de 7 veranos y otros chapuceos). La buena fe de la mayoría y su auto-exigencia ha llevado a puntos críticos, límites absurdos, incluso lesiones psíquicas importantes con graves secuelas para plantear denuncias públicas y con toda la razón del mundo. Amén de la ruina y explotación humano-material.

Pero mi punto de vista es que la Obra es como una máquina que, de sentimientos poco tiene y poco sabe, que aprieta todo lo que debe aunque deba todo lo que destroce. Cada pieza del engranaje ayuda a disipar responsabilidades corporativas y todas o la mayoría de estas piezas están de paso, son prescindibles. Son muy volátiles todos. Todos. Santos de diseño, santos de autor o santos de laboratorio. ¡Qué más da! Juegan con almas, este es un negocio serio y de alto valor añadido. ¡Y un gran negocio! (En el IESE siempre nos dijeron que el crédito más barato es el de los proveedores) ¡Qué no sabrán estos “expertos” en negocios! La religión es otra cosa, colegas. Y todo negocio tiene su esplendor, apogeo y ocaso. No hay mentira que dure cien años y esta va a durar algo más porque hay muchos intereses de por medio, pero hay que estar ciego para no ver que su crisis particular ya empezó, no parará el declive por simple gravedad y es por el gran peso su propio plano inclinado. Incluso por fatiga mecánica.

Quedará algo, pero será residual como la mayoría de órdenes e instituciones que tuvo la Iglesia a lo largo de su historia. Y en toda historia hay víctimas, esto es lo triste. ¡Ánimo a todos !! Yo no fui buen negocio, lo siento. De acuerdo, a vosotros no os voy a mentir: no lo siento para nada.

Un grandísimo abrazo, os quiero y os respeto a todos los buenos que os hirieron. A los otros, a los pobres inocentes que están todavía embaucados, mi comprensión y sosiego, que de algo se debe vivir, padecer y morir. Aunque desertar es siempre una buena opción. Take it easy!... my friend.




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