Vida y milagros de Monseñor Escrivá de Balaguer/De hinojos ante el padre

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DE HINOJOS ANTE EL PADRE


Un amigo mío que no es ni ha sido nunca de la Obra pero que, durante sus estudios estuvo haciendo un curso de verano en la universidad de La Rábida, dirigida y controlada por gente del Opus Dei, me confirmaba el tono agobiantemente familiar que la dirección y los compañeros opusdeístas imprimían a la vida diaria en el "campus" universitario. En aquella época, hacia 1959, el mundo estudiantil no tenía todavía conciencia de lo que el Opus Dei ha llegado a representar más tarde. Mi amigo no se daba mucha cuenta del sutilísimo control que la Obra ejercía no sólo sobre sus miembros sino, sobre todos los pupilos que le habían sido confiados. La universidad de La Rábida está situada en un lugar aislado que hace muy fácil supervisar las actividades de los alumnos. Ha sido más tarde cuando mi amigo, reuniendo sus recuerdos y los de algunos de sus compañeros, ha podido llegar a la conclusión de que, como suele decirse, no le quitaron ojo de encima durante todo el verano. Nominalmente, así se decía en la propaganda del curso, los alumnos tenían las tardes libres y podían ir al vecino pueblo de Palos o a Moguer o a Huelva, pero el hecho es que mi amigo no recuerda haber salido del recinto universitario más que para bañarse en las playas vecinas, durante los tres meses que pasó allí. Compartía una habitación con dos compañeros que habían estudiado con el en la universidad de Sevilla, de los cuales tenía la completa seguridad de que no eran del Opus. Pero en la habitación había un cuarto inquilino que lo era. El esquema se repetía en todas las habitaciones de la residencia. Todavía más revelador es el hecho de que, según mi amigo recuerda ahora, durante todo el tiempo que permaneció en La Rábida no estuvo ni un momento solo. Ni un momento solo quiere decir que en cuanto se sentaba en un sillón a leer o salía de paseo por el jardín o se asomaba a una ventana para mirar el mar, se acercaba un muchacho con cara de bueno y se ponía a su lado. "Siempre había un tío allí", dice mi amigo. Algunos días, después de la comida, los tres compañeros "no-Opus" hacían planes para ir a Palos a distraerse, pero siempre les decían que el director había dicho que era conveniente que se quedaran para asistir a una conferencia-coloquio que se celebraba aquella tarde o bien que iban a jugar un partido de baloncesto o que había un campeonato de ajedrez. La perspectiva de aburrirse en Palos les hacía desistir del proyecto, pero la realidad es que nunca pudieron tener una tarde libre. En una ocasión, un día que llegaron tres chicas inglesas a visitar la universidad, consiguieron meterlas en una barca y llevarlas a bañarse a una playa que estaba al otro lado de la desembocadura del río. Sin embargo, a la hora de embarcar se dieron cuenta de que había tres chicas y cuatro chicos: ellos tres y el del Opus de turno. Por no hacerle un feo y a pesar de que, como decía mi amigo, "nos fastidiaba el plan", le dejaron subir a la barca y se alejaron de la playa remando. Cuando estaban a cierta distancia vieron que el director, algunos profesores y un grupo de chicos del Opus les miraban con ayuda de prismáticos desde la galería de la residencia, vigilando sin duda, no sólo el peligro de que se hundieran en el mar sino el otro peligro, mucho mayor, de que pudieran naufragar, en compañía de las inglesas, en el "piélago de la concupiscencia".

Mientras mi amigo me contaba sus experiencias en La Rábida, yo estaba pensando que, si tal era el grado de vigilancia a que se sometía a los que no eran de la Obra, cuál no iba a ser el que se ejercería sobre aquellos a quienes el fundador consideraba hijos suyos porque habían entrado a formar parte de su propia familia. Esta familiaridad esencial en el Opus Dei se institucionaliza en diversas prácticas como la "corrección fraterna", el "coloquio breve" y sobre todo la "confidencia" entre diversas categorías de miembros, y el peculiar régimen económico del Instituto favorece la protección familiar de los "hijos". Un ex miembro de la Obra me contaba el sentimiento de tremenda soledad que le invadió el día que decidió abandonar el Opus Dei y se marchó de la residencia de estudiantes donde vivía para trasladarse a una pensión corriente. Era un muchacho de familia acomodada que no tenía por qué temer por su futuro y sin embargo, aquella noche, su primera noche fuera del control del Instituto, estuvo paseando por la calle bajo la lluvia pensando que le sería imposible arreglárselas por sí solo sin la ayuda de sus "hermanos" y sin la protección que los superiores y la Obra en su conjunto le habían venido prestando. Se sentía absolutamente perdido, a sus veinticinco años, este "niño" que se había soltado de la mano firmísima del padre.

Otro antiguo socio del Opus Dei me decía, para explicarme hasta qué extremo llega la ayuda y protección que el Instituto presta a sus hijos que, cuando él tuvo que hacer su tesis para doctorarse en Derecho, sus superiores le sugirieron que escribiera a don Laureano López Rodó, entonces catedrático de Derecho Administrativo de la universidad de Santiago de Compostela, para que le aconsejara. Lo hizo así y, en respuesta, don Laureano le envió el guión completo de la tesis, es decir, el trabajo prácticamente hecho. El tema de las relaciones humanas en el interior de la Obra requeriría un libro entero escrito por alguien que hubiera vivido directamente durante algún tiempo esa experiencia. Si alguna vez hago yo mismo referencia a este tema es solamente en la medida en que creo que puede ilustrar el pensamiento paternalista del padre Escrivá. Una anécdota ayudará todavía al lector a captar el clima en que viven los miembros del Opus Dei. Una noche, hace ya algunos años, murieron en la carretera de Madrid a Sevilla en un accidente de tráfico dos sacerdotes de la Obra, el padre Pablo Vidal y el padre Del Toro. A los pocos días llegó a todas las residencias y centros del Instituto, no sólo en España sino también en otros países, una de esas "notas" circulares emanadas de la Casa Generalicia en Roma, o al menos directamente inspiradas por ella, en la cual se daba la noticia de la trágica muerte de los dos sacerdotes, y se aconsejaba a todos los miembros "que procuraran no viajar de noche por carretera".

Pero si el padre se preocupa por sus hijos, éstos obsequian constantemente al padre con una devoción y solicitud que no encuentran parangón de ninguna otra familia natural o espiritual de los tiempos modernos. El culto a la personalidad del fundador llega a tales límites que podemos decir que en esto, aunque sólo en esto, la Obra es totalmente "estalinista", por decirlo de alguna manera. Ya he hablado antes de lo mal que disimula monseñor ante sus visitantes el gusto que le da que sus hijos adquieran aquellos objetos que le pertenecieron en algún momento de su vida o que de alguna manera tienen un significado para él. Pues bien, esta recolección ha sido practicada por el Opus Dei en gran escala. La compra primera y obvia ha sido la casa donde nació monseñor Escrivá, en Barbastro. Está situada en un extremo de la plaza del Mercado, junto a almacenes de frutas y verduras. Durante un tiempo, después de la compra a sus anteriores propietarios, se dejó la casa tal como estaba, pues la tienda estaba aún alquilada. Peregrinos opus-deístas de todo el mundo solían visitar esta casa y, subiendo al piso donde monseñor había nacido, según me contaron testigos presenciales, entraban en la habitación y acercándose a las desnudas paredes, las tocaban como quien toca una reliquia. Posteriormente, el tendero se marchó, siendo indemnizado para que lo hiciera, y el Opus procedió a derribar la casa. En mi último viaje a Barbastro no encontré de la casa más que el solar. Posteriormente, según noticias que me llegan, los responsables de la Obra han adquirido dos o tres casas más en la calle que desemboca en la plaza, contiguas a la casa donde nació monseñor. El Opus, en efecto, no podía conformarse con una casa modesta y se propone construir al parecer sobre el solar de las varias fincas compradas una "casa natal" más holgada que la original y también más digna de la personalidad del fundador, que se va a destinar a un Centro de Actividades Educativas. [La Obra, en efecto, ha construido en la plaza de Barbastro una "casa natal" de tamaño por lo menos doble a aquella en que nació Escrivá] Más ambiciosa es todavía la compra de la ermita de Torreciudad y de los terrenos colindantes que hoy se extienden al borde del pantano de El Grado, a unos 20 kilómetros de Barbastro. La Virgen de Torreciudad es una antigua imagen venerada desde tiempos remotos en el Somontano y en todo el Alto Aragón, y se da la circunstancia de que doña Dolores, madre del fundador, era devotísima de esta Virgen, tanto que, con motivo de unos ataques o "alferecías" que padeció el pequeño José María, doña Dolores le llevó a Torreciudad para "ofrecerle" a la Virgen de la ermita. Volveré más adelante sobre este tema, pero es el hecho que monseñor, como su difunta madre, tiene gran devoción a Nuestra Señora de Torreciudad, y ahora la Obra ha revalorizado la ermita que estaba algo abandonada y ha construido en los alrededores un gran complejo residencial que cuando esté terminado albergará hoteles, colonias de descanso, casas de ejercicios espirituales y un Centro de Estudios Históricos de la Corona de Aragón. El proyecto, que está muy adelantado, como tendré ocasión de decir al describirlo, incluye una monumental basílica cuya cúpula ha sido excavada en la roca de la montaña, y supone una inversión que se calcula entre mil y dos mil millones de pesetas.

Esta adquisición de bienes muebles e inmuebles a través de la cual los miembros de la Obra demuestran al fundador el afecto que le profesan, ha registrado episodios pintorescos. He aquí, por ejemplo, lo que me contaba el párroco de la iglesia de San Cosme de Burgos, donde el padre Escrivá celebraba diariamente la misa durante su estancia en la ciudad, en los años de la guerra. Don Timoteo de la Peña, así se llama el párroco, me mostró a la izquierda del altar mayor un precioso altarcito barroco del siglo XVIII con una imagen de la Inmaculada del XVII. Don José María Escrivá vivía entonces en una pensión cerca de la iglesia y decía la misa todas las mañanas precisamente en el altar de la Inmaculada. Don Timoteo no era todavía, en la época de la guerra, párroco de San Cosme ni conocía al padre Escrivá, pero un día, hace pocos años, llegaron a su iglesia dos sacerdotes que dijeron que se habían enterado de que el padre Escrivá solía celebrar en un altarcito de aquella iglesia y que tendrían muchísimo gusto en adquirirlo para mandárselo a Roma como regalo al fundador del Opus Dei, pues sabían que era persona que tenía gran apego a los objetos que encerraban para él un recuerdo personal entrañable. Don Timoteo se extrañó un poco de aquella proposición pues nunca se había encontrado con el caso de un sacerdote que tuviera interés por coleccionar los altares en que había celebrado durante su vida. Contestó que él no podía decidir por sí solo la insólita operación y que tenía que pedir autorización al señor arzobispo de Burgos. El prelado, consultado por don Timoteo, se negó a la transacción, pero los dos sacerdotes insistieron ante el párroco una y otra vez, ofreciendo no solamente pagar el precio que se estableciera por el altarcito, sino hacer una reproducción exacta para colocarla en la iglesia de San Cosme en el lugar del original. Se fue don Timoteo con el recado al señor arzobispo, el cual, tras mucho pensarlo y teniendo en cuenta que se trataba de complacer al fundador del Opus Dei, accedió por fin a que se hiciera tal como los dos sacerdotes habían ofrecido. A los pocos días llegaron a San Cosme tres o cuatro operarios de la empresa Talleres de Arte Granda, de Madrid, los cuales iniciaron la ardua tarea de tomar, centímetro a centímetro, los moldes del altar barroco y de la talla de la Inmaculada. Viéndoles trabajar en el altar, la gente pensó sin duda que estaban retocando algunas imperfecciones que el altar tendría. Un feligrés, sin embargo, que debía estar enterado de la pasión compradora del Opus, empezó a hacer preguntas a los obreros hasta que éstos, a pesar de las instrucciones que debían tener, declararon el verdadero propósito que les había traído. Hubo reuniones entre la feligresía en las que se decidió que el altar de la Inmaculada no salía de San Cosme. "Los fieles se amotinaron -comentaba don Timoteo-; fueron a ver al señor arzobispo, el cual me dijo: mira, Timoteo, no quiero líos, suspende inmediatamente las operaciones. "

Esta vez monseñor no consiguió su anhelado propósito. Pero sus hijos tienen manera de compensarle con creces de esta privación. Ya he dicho que los miembros del Opus Dei se arrodillan ante el fundador. Todas las mañanas, en la residencia romana, una doncella con cofia entra en la cámara presidencial mientras monseñor se desayuna, y, arrodillándose, deposita sobre la mesa una bandeja de plata con la correspondencia. Todos sus hijos, lo mismo las humildes carboneras y los modestos barberos de que hablaba "Nuevo Diario" que los profesores universitarios, los banqueros y los políticos miembros de la Obra, se hincan de hinojos para besarle la mano. Y aquí hay otro dato que confirma una vez más el profundo rasgo de su carácter de que hablaba anteriormente. Monseñor "tolera" estas manifestaciones de la veneración que le profesan sus hijos pero desea institucionalizar la costumbre que tienen de arrodillarse ante él para que no pueda pensarse que hay en su aceptación la menor sombra de vanidad, soberbia o engreimiento. Un antiguo miembro que desempeñó en su tiempo cargos de gran responsabilidad dentro de la Obra me contaba que, en un Congreso General del Opus Dei, al que asistió poco antes de abandonar el Instituto, el único punto que se discutió con verdadera amplitud, y sobre el cual se llegó a un acuerdo, fue el de la obligatoriedad de que los miembros se arrodillaran ante el presidente general, quienquiera que fuese. Esto se hizo "para que el sucesor del padre Escrivá no se sintiera humillado" recordando que los miembros se arrodillaban ante el fundador. No tenían que ser menos los futuros presidentes. Una vez más el fabuloso personaje de nuestro retrato-robot quedaba a cubierto de toda posible crítica.


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